Después que hubo pasado la fecha en 1844, el fanatismo penetró en las filas de los adventistas. Dios mandó mensajes de amonestación para detener este incipiente mal. Había demasiada familiaridad entre algunos hombres y mujeres. Les presenté la alta norma de la verdad que debíamos alcanzar y la pureza de comportamiento que debíamos conservar a fin de recibir la aprobación de Dios y estar sin mancha ni arruga ni cosa semejante. Acusaciones divinas del carácter más solemne fueron dirigidas a hombres y mujeres cuyos pensamientos iban por cauces impuros, mientras aseveraban ser especialmente favorecidos por Dios; pero el mensaje que Dios dio fue despreciado y rechazado. No estamos fuera de peligro aún ahora. Cada alma que se dedica a dar al mundo el mensaje de amonestación será severamente tentada a seguir en la vida una conducta que niegue su fe. Es el plan estudiado de Satanás hacer a los obreros débiles en la oración, débiles en poder e influencia, a causa de sus defectos de carácter. Como obreros debemos condenar unánimemente cuanto represente la menor aproximación al mal en nuestro trato mutuo. Nuestra fe es santa; nuestra obra consiste en honrar la ley de Dios, y no es de carácter tal que rebaje los pensamientos y la conducta de uno a un nivel, inferior.Tenemos que estar sobre una plataforma elevada. Debemos creer y enseñar la verdad tal como es en Jesús. La santidad de corazón no conducirá nunca a acciones impuras. Cuando uno que asevera enseñar la verdad se inclina a estar mucho en compañía de mujeres jóvenes o aún casadas, cuando pone familiarmente su mano sobre ellas, o está a menudo conversando con ellas de una manera familiar, temedle. Los principios puros de la verdad no están engarzados en su alma. Los tales no están en Cristo, y Cristo no mora en ellos. Necesitan una conversión cabal, antes que Dios pueda aceptar su trabajo. Este es un asunto al cual debemos prestar atención. Debemos precavernos contra los pecados de esta era degenerada. Debemos mantenernos alejados de todo lo que sepa a familiaridad indebida… Sean los hombres casados reservados y cuidadosos, para que no se pueda decir con verdad ningún mal de ellos. Estamos viviendo en una época cuando abunda la iniquidad, y una palabra descuidada o una acción impropia pueden perjudicar grandemente la utilidad del que manifiesta esa debilidad. Mantengan en alto los obreros las barreras de la reserva; no dejen que se produzcan circunstancias que el enemigo puede aprovechar. Si empiezan a cifrar sus afectos en otra persona, y le dirigen atención especial y palabras aduladoras, Dios retraerá su Espíritu. ¡Cuán cuidadoso debe ser el esposo y padre en mantener su lealtad a sus votos matrimoniales! ¡Cuánta circunspección debe haber en su carácter, no sea que estimule en algunas personas jóvenes, o aun en mujeres casadas, pensamientos que no están de acuerdo con la norma alta y santa: los mandamientos de Dios!… Allí es donde muchos delinquen. Las imaginaciones de su corazón no son del carácter puro y santo que Dios requiere; y por muy alta que sea su vocación, por talentosos que sean ellos, Dios anotará la iniquidad contra ellos, y los contará como mucho más culpables y merecedores de su ira que aquellos que tienen menos talento, menos luz, menos influencia.Quedo apenada cuando veo a ciertos hombres alabados, adulados y mimados. Dios me ha revelado que algunos de los que reciben estas atenciones son indignos de pronunciar su nombre… Hermanas mías, nunca miméis ni aduléis a pobres hombres falibles y sujetos a yerros, sean jóvenes o ancianos, casados o solteros. No conocéis sus debilidades… Me alarma la cortedad de visión, la falta de sabiduría que muchos manifiestan al respecto.No permitáis que nadie os alabe o adule, ni se aferre a vuestra mano como si le costase dejarla. Temed tales demostraciones. Cuando mujeres jóvenes o aun casadas manifiestan una disposición a revelaros sus secretos de familia, desconfiad. Cuando expresan un deseo de simpatía, sabed que es tiempo de ejercer gran cautela.Con frecuencia son las mujeres las que tientan. Con un motivo y otro, requieren la atención de los hombres, casados o solteros, y los llevan adelante hasta que transgreden la ley de Dios, hasta que su utilidad queda arruinada y sus almas están en peligro.La norma de la moralidad no es bastante elevada entre el pueblo de Dios. Muchos de los que profesan guardar los mandamientos y abogar por su defensa, los están violando. Las tentaciones se presentan de tal manera que los tentados piensan ver una excusa para transgredir.Los que se destacan como ministros en el sagrado púlpito, deben ser hombres de reputación intachable; su vida debe ser sin mancha y estar por encima de todo lo que sepa a impureza. No hagáis correr riesgos a vuestra reputación yendo en el camino de la tentación.Si una mujer os retiene la mano, retiradla prestamente, y salvadla a ella del pecado. Si os manifiesta un afecto indebido y se lamenta de que su esposo no la ama ni simpatiza con ella, no tratéis de suplir esa falta. Vuestra única conducta segura y prudente en tal caso consiste en guardar vuestra simpatía para vosotros mismos. Los tales casos son numerosos.La Biblia presenta muchas sorprendentes ilustraciones de la fuerte influencia que ejercieron mujeres mal intencionadas. ¿No habrán de vigilarse estrictamente a sí mismas las mujeres que profesan la verdad, a fin de no estimular la menor familiaridad injustificable? Pueden cerrar muchas puertas a la tentación si observan en toda ocasión una reserva estricta y una conducta apropiada. Hallen los hombres un ejemplo en la vida de José, y manténganse firmes por los buenos principios, por intensamente tentados que sean.Nos estamos acercando al fin. Dios ha soportado largo tiempo la perversidad, pero su castigo no es menos seguro. Apártense de toda iniquidad los que profesan ser la luz del mundo (Joyas de los testimonios, tomo 2, págs. 234-243).