Hace algún tiempo vengo observando con atención la intensificación de las discusiones sobre lo que significa la identidad adventista y las modificaciones que ha sufrido con el pasar de los años. El tema es oportuno y la reflexión es válida, especialmente si consideramos los días de relativismo en los que estamos viviendo. Sin embargo, mi preocupación se debe al hecho de que el tema no se ha tratado siempre desde una perspectiva saludable. En algunos contextos, cuestiones periféricas están asumiendo una posición central, y los puntos centrales se están corriendo a la periferia.

 En su tesis doctoral, Allan Novaes (2016) propone, a partir de una visión sociológica, cuatro marcas del Adventismo, que parecen ser útiles en la definición de una identidad confesional. Considerando esos elementos como punto de partida, me gustaría compartir algunas observaciones, a fin de promover la reflexión sobre ese tema difícil.

 La primera marca, la vocación apocalíptica, está expresada en la expectativa escatológica de la segunda venida de Cristo, que se evidencia en el nombre mismo de nuestra iglesia. A pesar de ello, se observa que, gradualmente, la esperanza del Advenimiento se ha debilitado en la vida de muchos adventistas. George Knight es categórico al afirmar, en su libro La visión apocalíptica y la neutralización del adventismo (ACES, 2010), que muchos jóvenes ministros y miembros adventistas, “nunca oyeron acerca de la visión apocalíptica, mientras que muchos de los más viejos se preguntan si aún pueden creer o predicar sobre ella” (p. 108). Pienso que mantener encendida la llama de la expectación escatológica fue una marca diferencial del Adventismo en sus inicios y debe seguir siendo la marca distintiva de nuestra confesión de fe.

 A continuación, se menciona la autocomprensión exclusivista del Adventismo. Ese término está relacionado con la noción de que la Iglesia Adventista es el remanente al que apuntan las profecías apocalípticas del tiempo del fin. Ese concepto tiene influencia directa sobre la identidad y la misión confesional. Ángel Manuel Rodríguez, en la obra Teología do Remanescente (CPB, 2011), recuerda que esa autocomprensión “ha demostrado su valor al posicionar al Adventismo dentro del transcurso de la historia profética, lo que sirve para definir su naturaleza ante el mundo cristiano y determina su misiología” (p. 21). Sin embargo, la postura de algunos revisionistas ha cuestionado la idea del Remanente, lo que debilita la estructura misionera del movimiento y diluye su importancia ante las voces variadas y disonantes que se levantan en el vasto escenario cristiano. Igualmente, entiendo que la creencia en la misión distintiva, que hizo que el Adventismo del Séptimo Día surgiera de las cenizas del movimiento millerita, debería motivar a los adventistas actuales a destacarse como el pueblo de la profecía, “los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (Apoc. 12:17).

 La tercera marca, la orientación centrada en el texto, se refiere a la preocupación adventista por estimular el estudio de la Biblia y producir literatura de apoyo para sus creencias y prácticas, considerando en ese conjunto a los miembros de la iglesia y también a los que deben recibir el mensaje de salvación. Aunque las Escrituras sean el fundamento de la fe, se observa, desdichadamente, un aumento gradual de analfabetismo bíblico entre muchos de los miembros de la iglesia. Al analizar esa condición, Alberto R. Timm fue contundente al decir que “la actual superficialidad en el conocimiento de las Escrituras ha contribuido más que cualquier otra cosa para obliterar la conciencia profético-doctrinaria de la iglesia” (Revista Adventista [edición en portugués], junio 2001, p. 15). Si en sus orígenes el Adventismo encontró su razón de ser en las páginas de la Biblia, ¿no deberíamos hoy profundizar en las mismas Escrituras para solidificar nuestra identidad como pueblo en este mundo cada vez más incrédulo y desvergonzado?

 Finalmente, la última de las marcas destaca el énfasis experiencial cognitivo-racional, algo que deriva del celo adventista por el entendimiento intelectual de la Palabra de Dios. Esa característica, que fue tan notable en la iglesia en otras épocas, ha sido lamentablemente sustituida, en algunos círculos, por un énfasis predominantemente emocional y, en cierto sentido, casi místico. Ante esta constatación, creo que debemos regresar al testimonio de los pioneros, quienes se volvieron a las Escrituras con sed de entendimiento, para evitar que el Adventismo caminara por el umbral de convertirse en un movimiento frágil e inestable, a semejanza del sentimentalismo humano.

 Al concluir, no ignoro la complejidad que cada marca trae consigo. Sin embargo, creo que desconsiderar por completo las características que hicieron de los Adventistas un pueblo peculiar es el camino para la mediocridad y la falta de relevancia.

Sobre el autor: director de la revista Ministerio, edición en portugués.