Nuestros 20 años de peregrinación con las drogas constituyen una parte imborrable de nuestra vida. La pesadilla no es tan antigua como para olvidar el dolor. Siempre está cerca, especialmente cuando nos relacionamos con otros que han sufrido lo mismo que nosotros.
El seminario me enseñó a ministrar. La experiencia me condujo a asumir responsabilidades departamentales o administrativas. Pero nada me preparó para nuestra inesperada y penosa experiencia con las drogas y el tremendo dolor que produjo en nuestras vidas. Desde que me pidieron compartir la experiencia que sufrimos con una hija drogadicta, me sentí motivado a decir sí. Me gustaría decir a mis compañeros pastores, y a otros padres cristianos, cómo me sentí durante mi dolorosa experiencia, y cómo está viviendo mi familia ahora. Si bien mi familia acepta compartir nuestra experiencia, reconocemos que, al hacerlo, es como si laváramos nuestros trapos sucios en público. Trataré de que esto no ocurra.
Tratábamos de ser una familia perfecta
Nosotros tratábamos de ser una familia cristiana perfecta. Nuestros hijos, que pertenecían a la cuarta generación de adventistas, tendrían las mismas oportunidades que nosotros habíamos disfrutado: club de conquistadores, campamentos de verano, CCC, y escuelas de iglesia. Nuestra visión era trabaja y ora mucho y todo saldrá bien. Luego seguirían la escuela de nivel medio, la universidad y la práctica profesional. Amy era la más brillante y prometedora hija que podríamos desear, pero Jane era más difícil de educar. Nosotros pensábamos que si luchábamos duramente todo saldría bien.
No notamos los cambios que lenta pero firmemente nos estaban conduciendo a nuevos patrones de comportamientos. Los conflictos comenzaron en la casa, siguieron en la escuela, y finalmente con la ley. No confiábamos en los amigos de Jane. Hubo mentiras y explosiones de ira. Algunos de los más embarazosos momentos los viví delante de mis colegas. Intentamos el aconsejamiento profesional y simplemente no funcionó. Con el tiempo ya no hubo ninguna escuela donde asistiera porque de todas la habían expulsado. Algunos amigos bien intencionados nos aconsejaron y otros nos criticaron. Fue una época de total frustración para mí y para mi esposa Mavis.
La presión de no encontrar solución inmediata a nuestro problema era abrumadora. Mavis y yo discutíamos en cuanto a la forma de disciplinar a nuestra hija. Luego comprendí que estaba tratando de escapar del estrés volviéndome un adicto al trabajo. Probablemente aceptaba más invitaciones a predicar de las que debía porque así me escapaba de casa.
Yo no creía que las tensiones entre Mavis y yo me llevarían al divorcio. Pero nunca había estado mi matrimonio más sujeto a tensión que antes de que mi familia entrara a recibir tratamiento. Los hijos drogadictos no se infligen dolor y sufrimiento sólo a ellos mismos; el dolor lo sienten agudamente también todas las personas que los cuidan. La misma dolo-rosa inclusividad se siente en el momento en que la familia entra al tratamiento por drogas. Aunque es cierto también que cuando toda la familia participa en el proceso de obtener ayuda, todos sienten las recompensas de saber que estamos progresando.
Cuando visitábamos los hogares de nuestros amigos, Jane actuaba como una niña intachable. Era difícil para la gente creer que teníamos un grave problema en la familia. No estábamos seguros de lo que debíamos hacer con nuestra hija. En nuestra búsqueda de soluciones comenzamos a cambiar la forma de conducimos como padres. Mavis y yo pensamos que, si tan sólo nos esforzábamos más, las cosas mejorarían. En vez de convertimos en los súper padres que pensábamos que deberíamos ser, terminamos siendo “súper capacitadores” para nuestra hija. Excusamos su mal comportamiento anterior. Pensábamos que sus maestros simplemente no la habían comprendido. Nos decíamos: esta es su etapa de rebelión o ya saldrá de esto cuando crezca. Aun cuando teníamos evidencias del uso de drogas, decíamos debe ser algo más.
Intentos de resolver el problema
Comencé a sentirme celoso de mis compañeros que tenían hijos normales, que se portaban bien. De este modo llegué a preocuparme tanto por resolver el problema de Jane con las drogas, que no me daba cuenta de que mi hija mayor estaba sufriendo el impacto del comportamiento de su hermana. Sin que nos percatáramos de ello, Amy se enfermó de bulimia, y cuando años más tarde buscó tratamiento profesional, logró descubrir el misterio de la razón por la cual había caído en esto… Deseaba sentir que ejercía control sobre algo… lo que fuera.
Al mismo tiempo, Mavis y yo pensamos que algo debía andar mal en nosotros. En realidad, no teníamos ninguna fuente de ayuda dentro de la iglesia. No había ningún tipo de tratamientos o lugar donde ir dentro del sistema adventista. De modo que terminamos en un centro de rehabilitación de drogadictos que tiene éxito, pero que es controvertido por sus métodos de tratamiento.
Engañamos a Jane diciéndole que la llevábamos a un viaje donde la capacitarían para tener un empleo mejor. Ella se enojó con nosotros por haberla engañado, pero firmó los documentos de entrada en el centro de tratamiento. Cuando pensaba en las incontables mentiras y embustes que Jane había acumulado sobre Mavis y yo, no me sentía tan mal diciendo una mentira que me ayudaría a salvar la vida de mi hija.
Pero estar en un centro de rehabilitación no es fácil. Mi familia tuvo que vivir algunos de los momentos más dolorosos de nuestras vidas. Muchas lágrimas derramamos mientras “lavábamos nuestra ropa sucia”. Tardamos casi dos años para completar el programa de 12 pasos. Recibir el tratamiento no era como navegar en aguas quietas, como se dice. Jane se escapó dos veces, y tuvimos que empezar de nuevo el programa desde el principio. Y de nuevo, en nuestra lucha para ayudar a Jane, descuidábamos a Amy. Como la mayor parte de nuestra atención estaba dirigida al problema, inadvertidamente descuidábamos a nuestra hija buena. Tampoco quiero decir que nuestras hijas hayan sentido que les faltara amor, pero durante los momentos más dramáticos casi todo nuestro tiempo y energía los empleábamos para ayudar a Jane.
Parecía que Amy era la que pasaba mejor el tiempo en el centro de rehabilitación. A veces decía, “papá, amo a Jane, pero también la odio. Imagino que odio sus acciones y no a ella, pero si también pudieras odiarla un poquito, las cosas serían un poquito más fáciles para ti y para mamá”. Yo sentía que estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para ayudar a mi hija a salir del problema de las drogas. Sin embargo, como creía que estaba entrando al programa por causa de Jane, me llevó bastante tiempo comprender que en realidad estaba entrando al programa por mí mismo. Fui el último en admitir que debía hacer cambios en mi vida.
Vemos cierta luz
Una vez que la familia comenzó a poner atención a la recuperación individual de cada uno de sus miembros, comenzamos a hacer cambios duraderos. Sé, por ejemplo, que algunas de las razones por las que Amy decidió no usar drogas ni alcohol, fue porque vio los daños que le habían causado a su hermana menor.
Aprendimos a tomar las cosas con calma. “Den pasitos como niños”, decían en el programa. Vivan un día a la vez. Tómenlo con calma. Lo primero, primero. Estas pautas suenan sencillas, pero son profundamente útiles. De pronto comenzó a brillar la luz para mí. Lo estaba logrando. Dios había sido muy paciente conmigo. ¿Por qué no habría de ser yo paciente también con mi propia familia?
Mi recuperación fue lenta. En realidad, es una experiencia que se renueva continuamente en la vida para mí y mi familia. He visto por allí una calcomanía que dice: “La recuperación no es un objetivo, es un proceso”. Esto también es muy cierto. He andado un largo camino, y todavía me queda otro sumamente largo por recorrer. Mavis ha aprendido a hablar de nuestras preocupaciones más abiertamente con su familia, pero todavía reacciona violentamente ante la idea de ventilar nuestros problemas públicamente. La dolorosa experiencia de soportar la crítica de los miembros de iglesia que no podían comprender nuestra situación, todavía la tiene fresca en su alma. Todavía no puede asimilar la experiencia de que hayan expulsado a Jane de una de nuestras escuelas de iglesia.
Mavis siente que toda la experiencia vital de Jane habría sido drásticamente diferente si las personas que juzgaron a nuestra hija hubieran mostrado más empatía. La culpabilidad puede ser consumidora cuando los padres sienten que no han defendido a sus hijos apropiadamente, o no tomaron las decisiones apropiadas en alguna ocasión. No es difícil para Mavis convencerse de que la experiencia de Jane con las drogas es culpa exclusiva de ella (de Mavis). Descubrí que estaba tan abrumado con mi propia pena y mi propio dolor y preocupado por lo que mis compañeros pudieran pensar de mí, que no tomé una posición clara al lado de mi esposa ni de la escuela.
Mavis lleva las heridas de los comentarios de aquellos que no comprendían lo que ocurría en nuestra familia. Pero nunca ha criticado a otros padres. El trabajo de Mavis la pone en contacto con jóvenes que tienen problemas con el abuso de drogas. El hecho de tener que observar las actitudes de otros hijos que no están listos para recibir ayuda, le recuerda lo que nuestra familia experimentó. Mavis es una fuerte apoyadora de los padres o miembros de las familias que están sufriendo el dolor de tener drogadictos en la familia.
Todos tenemos la oportunidad de ayudar a las personas afectadas por un ser querido que ha caído en la drogadicción. Muchos miembros de iglesia me abrazan en público cuando admito que nuestra familia tuvo problemas. Es cierto que a veces me siento molesto por algún miembro de iglesia que siente que no tengo derecho de discutir algo tan vergonzoso en público. Y, sin embargo, si más personas se arriesgaran a pedir ayuda, no nos sentiríamos tan aislados en momentos de terrible dolor. Ningún miembro de la familia de Dios debería sufrir solo. Mavis y yo hemos ayudado a convencer a otros padres que pedir ayuda no es señal de debilidad.
Nuestra hija Amy está bien. Su carrera en la obra de la iglesia y su actitud positiva son una reafirmación constante de que Dios continúa guiando nuestras vidas.
Jane es una madre ahora, y tenemos de ella nuestro primer nieto. Para que no piensen que este es un final de cuento de hadas, permítanme contarles el resto de la historia.
No, Jane ya no usa drogas. Ella terminó su educación media y trabajó duro. Es de nuevo una persona agradable con quien vivir. Pero no está sirviendo al Señor. Ella me dice: “Dios no parece real para mí”. Por supuesto, nos hiere a Mavis y a mí oír que una de nuestras hijas diga algo semejante.
Hace poco, mientras visitábamos a Jane, Mavis y yo fuimos con nuestro nieto a una escuela sabática que está cercana. Nadie nos saludó ni hizo ningún esfuerzo para hacemos sentir bien al entrar. Nadie tuvo la menor idea del temor que sentíamos de que nuestro nieto crezca pensando en que Dios no existe.
Es difícil para un bebé mantenerse quieto durante el culto divino, por lo tanto, es posible que esa mañana hayamos sido considerados como una molestia para la congregación. Deseábamos que nos trataran como una familia que quería departir con nuestros nuevos amigos.
Un futuro lleno de esperanza
Hace poco Jane y yo estuvimos platicando una noche en su jardín, mirando hacia un cielo lleno de estrellas. Hablábamos del futuro las decisiones que está haciendo y hacia dónde la están conduciendo. Estábamos allí, las manos de uno puestas sobre los hombros del otro. Ella no dijo nada. No tenía por qué hacerlo. Ya no le predico nada. No necesito hacerlo. Nosotros la llevamos a un programa de tratamiento y la pusimos en manos de Dios. Ella sabe lo que le hemos enseñado, y tenemos que confiar en que Dios está cuidando de ella.
Mavis y yo esperamos pacientemente que Jane acepte a Dios en su vida de nuevo. Lo mismo espera Amy. Tenemos veintenas de socios en la oración en todo el país. La gente que ha sido conmovida por nuestra historia le ha dado mucho apoyo a nuestra familia.
Los cambios que hemos hecho hasta aquí parecen haber sido buenos. Nosotros esperamos en el Señor, listos para regocijarnos y para continuar creciendo. Mientras tanto, tenemos la esperanza de que al ventilar nuestra historia devolvemos la esperanza a muchas familias y quizá motivamos a otras a pedir ayuda. La peregrinación hacia la sanidad nunca es fácil. Pero una vez que usted se da cuenta que necesita ayuda, hay muchos lugares a los cuales puede volverse.
Las escuelas han mejorado sus métodos de disciplina. Ahora la mayoría tiene un programa de intervención. Los maestros toman cursos de concientización que están disponibles. Programas de tratamiento como el que se conoce en inglés como The Bridge, para estudiantes universitarios y el Advent Home y Miracle Meadous, para los adolescentes, son algunos de los recursos adventistas disponibles. Además, la mayoría de las instituciones adventistas para el cuidado de la salud en Norteamérica tiene servicio de pacientes externos. Los grupos de apoyo adventistas como ese que se llama Regeneración son buenos lugares donde comenzar. Y por supuesto, hay muchas instalaciones apropiadas que no están conectadas con la iglesia.
Nuestra experiencia con el abuso de substancias adictivas nos ha enseñado algunas lecciones muy valiosas. Siempre he tenido la habilidad de saber cómo ministrar a aquellos que están en problemas. A veces aquellos que más necesitan mi ayuda están allí bajo mi propio techo. He llegado a comprender lo que quiere decir Pablo cuando dice en 2 de Corintios que debemos agradecer a Dios por nuestras dificultades. Cuando somos débiles, Dios puede ser fuerte. He aprendido que es mejor afrontar nuestros problemas a tiempo, que esperar hasta que la pila de ropa sucia sea tan alta que resulte imposible lavarla. Veo hacia adelante, hacia los próximos 20 años de peregrinación, y espero que se cumplan con gozo.
Sobre el autor: Es un pseudónimo.