Pastores y docentes actúan en primera línea en la batalla contra el mal, y se deben apoyar mutuamente.

Al referirse a los dones espirituales, mencionando que el Señor “constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros” (Efe. 4:11), Pablo usó una construcción gramatical griega que indica que el trabajo de pastor y de docente era ejercido por la misma persona. Comentando este texto, F.F. Bruce escribe: “los dos términos, pastores y maestros, apuntan al mismo tipo de hombre”.[1] Los demás dones son enumerados en forma separada.

El significado de esto es que el pastor no solo debe cuidar del bienestar espiritual del rebaño, sino también tiene que ser maestro. Por su parte, el maestro no solo expone la verdad, sino, también como pastor, debe cuidar permanentemente de los individuos bajo su tutela. Los docentes actúan como pastores de sus alumnos; y pastores ejercen su rol de maestros con los miembros de las iglesias.

En la sociedad del siglo XXI, el docente cristiano es visto, generalmente, como alguien que pastorea en un contexto de escuela, mientras el pastor es definido como alguien que le enseña a una comunidad religiosa mayor. Sin embargo, aunque ellos estén a cargo de diferentes sectores de la viña del Señor, la misión es una sola: “Nuestro concepto de la educación tiene un alcance demasiado estrecho y bajo. Es necesario que tenga una mayor amplitud y un fin más elevado. La verdadera educación significa más que la prosecución de un determinado curso de estudio. Significa más que una preparación para la vida actual. Abarca todo el ser, y todo el período de la existencia accesible al hombre. Es el desarrollo armonioso de las facultades físicas, mentales y espirituales. Prepara al estudiante para el gozo de servir en este mundo, y para un gozo superior proporcionado por un servicio más amplio en el mundo venidero” (La educación, p. 13).

En un pasaje que destaca toda su filosofía educacional, la mensajera del Señor muestra que, a fin de comprender el significado y el objetivo de la educación, debemos entender cuatro cosas sobre las personas: (1) su origen, (2) el propósito de Dios al crear al ser humano, (3) la transformación ocurrida en la condición humana después de la caída y (4) el plan de Dios para cumplir su propósito en la educación de la humanidad.[2]

Luego, ella explica estos cuatro ítems. Primeramente, la humanidad fue creada a la imagen de Dios. En segundo lugar, las personas debían reflejar de forma más plena la imagen de Dios, por medio de un continuo desarrollo en la Tierra y por la eternidad. En tercer lugar, la desobediencia mancilló, pero no destruyó, la imagen divina en sus aspectos físico, mental y espiritual. Finalmente, la desobediencia conduce a la muerte.

El cuarto elemento es un punto principal de la misión. A pesar de la caída, leemos que “la especie humana no fue dejada sin esperanza. Con infinito amor y misericordia, había sido trazado el plan de salvación y se le otorgó una vida de prueba. La obra de la redención debía restaurar en el hombre la imagen de su Hacedor, devolverlo a la perfección con que había sido creado, promover el desarrollo del cuerpo, la mente y el alma, a fin de que se llevase a cabo el propósito divino de su creación. Este es el objeto de la educación, el gran objeto de la vida”.[3]

La salvación de las personas

La Escritura presenta el mismo cuadro. Ni las Escrituras ni la experiencia diaria tienen sentido si consideramos los tres primeros capítulos de la Biblia como leyenda. En ellos, se describe cómo Dios creó a la humanidad a su imagen y semejanza: una condición exaltada (Gén. 1:26,27). Sin embargo, Adán y Eva rechazaron a Dios y escogieron su propio camino. Como resultado, ellos, al igual que sus descendientes y el mundo natural, se alienaron de Dios (Gen. 3:8-19). Al separarse de la Fuente de vida, ellos quedaron sujetos a la muerte (Gen. 2:17; 3:19). La humanidad quedó casi sin semejanza y perdida, en el pleno sentido de la palabra.

El ser humano perdido es el objetivo de todo el ministerio cristiano. La mayor necesidad del ser humano es convertirse en “hallado”. Por eso, Jesús dijo que vino a buscar y salvar lo que se había perdido (Luc. 19:10). El mensaje de la Biblia, desde la caída hasta la futura restauración del Edén, es la historia de cómo, por medio de docentes, predicadores, profetas y otros instrumentos, Dios trabaja para salvarnos. Es en ese contexto que debemos concebir el trabajo del pastor y del docente.

“En el sentido más elevado, la obra de la educación y la de la redención son una”, escribió Elena de White, porque las dos edifican sobre Jesucristo. Conducir al estudiante a una relación salvadora con Jesucristo debe ser “el principal esfuerzo del maestro y su propósito constante”.[4] Este es el más elevado y principal objetivo de la educación, lo que muestra cómo el trabajo del educador y el del pastor están íntimamente relacionados.

Los clérigos en la iglesia y los que están en la escuela tienen la misma función salvífica. Ellos necesitan ser movidos más allá de la dicotomía que tiende a dividirlos y entender que comparten el mismo ministerio, aunque se desarrolle en esferas diferentes.

Un único mensaje

Al mismo tiempo, si los pastores y los docentes se limitan únicamente a la función de llevar personas a Cristo, ellos fallarán en su responsabilidad, porque el adventismo no es solo otra confesión religiosa con algunas doctrinas diferentes y algunas prácticas dietéticas ajenas a la cultura. Desde el inicio, la iglesia se ha considerado como un movimiento profético, con un mensaje especial que proclamar al mundo, un llamado apocalíptico, al cual denominamos como el mensaje de los tres ángeles (Apoc. 14). Por alguna razón, el encargo de predicar todos los mensajes dados por Cristo ha sido ignorado por otros grupos religiosos. En ese contexto, los adventistas del séptimo día se consideran un pueblo llamado a predicar un mensaje único en toda la Tierra, antes de la venida de Jesús.

Esta es la comprensión que literalmente hemos llevado a los confines de la Tierra, al punto de que el adventismo se ha convertido en la institución protestante unificada más difundida en la historia. Los adventistas se han dispuesto a sacrificar vida y bienes para conquistar este objetivo. Y, en el proceso, desarrollaron una iglesia para liderar esta jornada, y un sistema educacional y un ministerio de publicaciones para ¡luminar y convencer a la hermandad, preparándola para ir al mundo o apoyar a otros en el cumplimiento de la misión.

No somos tímidos en cuanto a la misión que es la propia razón de la existencia de la iglesia. Si perdemos esta visión, el adventismo se convertirá en una denominación más, que buscará solo entretener a los miembros y hacer el bien en la comunidad. La posibilidad de perder la visión apocalíptica y el lugar del adventismo en la historia profética es la mayor amenaza que la iglesia y su sistema educacional enfrentan a inicios del siglo XXl.[5]

Cierto director académico me dijo que, tiempo atrás, fue a una universidad adventista y entrevistó a algunos graduandos, para llenar algunas vacantes laborales. Les hacía solamente una pregunta: “¿Cuál es la diferencia entre la educación adventista y la educación cristiana evangélica?” Ninguno de ellos supo cómo responder.

Seguramente, esa institución falló en transmitir nuestra identidad y misión únicas, aunque se tratara de una institución formadora de profesionales de la educación.

Una escuela que no comprende su razón de ser, que olvidó su mensaje y su misión, finalmente perderá su sustento. Y debería. Una escuela adventista del séptimo día que no sea cristiana ni adventista no es necesaria; las escuelas del sector evangélico y público pueden cumplir todas sus funciones. Shane Anderson estaba en lo correcto cuando escribió: “Los padres adventistas están cada vez menos dispuestos a pagar el precio de enviar a sus hijos” a instituciones que han perdido su propósito. “¿Por qué gastar dinero”, dice él, “para enviar al hijo a una escuela que ya no es sustancialmente diferente de la media de las escuelas cristianas, o de la escuela pública local, en la esquina, cerca de la casa?”[6]

Armonía necesaria

Sin embargo, antes de que los pastores se sientan tranquilos, aquí hay una advertencia: la misma dolencia ha infectado a algunos de ellos. Muchos pastores predican buenos sermones evangélicos, pero, frecuentemente, han olvidado y evitado las verdades y la misión que nos han convertido en adventistas. Esto puede generar una especie de neutralidad. A fin de cuentas, las personas pueden preguntarse: “¿Por qué ir a la Iglesia Adventista, si el mensaje es el mismo que en cualquier otra iglesia?”

Si el adventismo tiene una misión y un mensaje importantes, debemos proclamarlos en las escuelas y en las iglesias, pues ambas tienen la misma misión.

El problema es que el nexo entre el ministerio y la enseñanza no siempre está presente. Por ejemplo, un miembro de iglesia escribió: “Nuestro pastor cree que la educación cristiana es irrelevante, y dice que ella no conduce a las personas a la iglesia. Por lo tanto, nuestra escuela debería ser cerrada, para no desperdiciar más dinero que puede ser empleado en el evangelismo. Él no esconde su objetivo de ver la escuela cerrada. En el último año, la escuela presentó diversos programas en diferentes iglesias excepto la nuestra, porque el pastor cree que es irrelevante para los miembros y un gasto de dinero”. El pastor hace propaganda en contra de la escuela, con la excusa de que no produce resultados inmediatos.[7]

Algunos pastores, que consideran el sistema educacional como contrario al evangelismo, argumentan con una lógica aparente: Considerando que el subsidio para la escuela es siempre el mayor ítem en el presupuesto de la iglesia, ¿por qué no dirigir ese dinero hacia “mejores” propósitos? Finalmente, los resultados de la educación no siempre se perciben de inmediato.

Estas presuposiciones ¿son válidas? Un pastor que nunca trabajó en una escuela no está de acuerdo. “En mi experiencia”, él escribe, “la educación adventista es uno de los medios más efectivos para preparar a jóvenes para la segunda venida de Cristo. Además de eso, creo que nuestras escuelas tienen mayor éxito en hacer eso que cualquier otro método de evangelización aislado. También creo que la educación adventista ha sido clave para propagar nuestra misión singular en el mundo”. Además, agrega que “nuestras escuelas son las piernas que mantienen al movimiento adventista corriendo”.[8]

El poder de la influencia

¿Cuál de las dos posiciones es la correcta? Para tener una respuesta breve, necesitamos observar la historia del mundo. Existe una razón por la cual las naciones y las iglesias quieren controlar la educación: quien moldea el sistema educacional moldea el futuro. Así, no es difícil ver la lógica del adventismo primitivo al establecer un sistema educativo que prepararía a los futuros miembros y líderes de la iglesia.

Al trasladarnos hacia la función social del sistema, necesitamos comprender el poder de la influencia de un docente. Muchos pastores consiguen ver y comunicarse con su rebaño una o dos horas semanales, en la mayoría de las veces, en reuniones impersonales para adultos que ya formaron sus caracteres y tomaron las decisiones importantes de su vida. En contraste, los docentes tienen contacto permanente y directo con sus alumnos durante treinta horas semanales como promedio.

Esto nos conduce al siguiente interrogante: ¿Qué tipo de persona deseas que ejerza una influencia tan fuerte sobre tus hijos? ¿Quién deseas que defina sus valores y actitudes? ¿Alguien que no es cristiano? ¿Un cristiano con una descripción diferente de la Biblia o un docente adventista comprometido y dedicado? Nunca te olvides de que los docentes son puentes poderosos entre tus hijos y Dios; entre tus hijos y el estilo de vida y el pensamiento adventista. De alguna forma, los docentes influirán en la comprensión de tus hijos de los valores y de la verdad.

Años atrás, cuando pastoreaba una iglesia en Texas, EE.UU., conocí a una pareja muy dedicada, que deseaba darle a su hija única la mejor educación posible. El matrimonio concordaba en que el sistema público no era la mejor respuesta, pero no había una escuela adventista en la ciudad. Entonces, comprendiendo que una escuela católica era mejor que una secular, enviaron allí a su hija. Finalmente, /los padres quedaron skockeados cuando su hija decidió que quería ser monja/ El poder de la educación es un proceso que moldea la vida.

No hay duda sobre el potencial evangelizador de una escuela adventista. Pero ¿qué podemos decir del financiamiento? ¿Es justo decir que la escuela mina las finanzas de la iglesia? El único estudio que conozco sobre este tema es de cinco años atrás. Indicó que las iglesias que no invertían en una escuela perdían miembros y diezmos cada año. Las iglesias que apoyaban financieramente a la escuela experimentaban un aumento de diezmos y de número de miembros en el mismo período.[9]

Mientras tanto, debe quedar claro que los adventistas, tanto en el ministerio como en la educación, comparten el mismo mensaje y misión. Ambos trabajan para alcanzar a un mundo perdido, para el cual la salvación en Cristo y la creencia en su gloriosa venida son la única esperanza real.

Son dos ministerios y una misión. La salud de cada uno está v ligada al otro. Ambos operan en el frente de batalla contra el pecado y Satanás. Ambos prosperan cuando se apoyan mutuamente. Por lo tanto, es fundamental que los clérigos educacionales apoyen públicamente y particularmente a sus hermanos pastores. Es preponderante que los pastores apoyen enérgicamente a sus compañeros educadores. Las escuelas saludables tienen buenas relaciones con las iglesias que las patrocinan; y uno de los mejores aliados de la escuela, en términos de estudiantes y de las finanzas, es el pastor.

Sobre el autor: Profesor jubilado de Teología.


Referencias

[1] F. F. Bruce, The Epistle of the Ephesians (Westwood, NJ: Fleming H. Revell, 1961), p. 86.

[2] Elena de White, La educación, pp. 1415.

[3] Ibíd., pp. 15,16.

[4] Ibíd., p. 30.

[5] George R. Knight, La visión apocalíptica y la neutralización del adventismo (Buenos Aires: ACES, 2010).

[6] Shane Anderson, How to Kill Adventist Education and How to Give it a Fighting Chance (Hagerstown, MD: Review and Herald, 2009), pp. 22, 56.

[7] George R. Knight, The Journal of Adventist Education, N° 67, pp. 5,6.

[8] Shane Anderson, ibíd, N °12, p. 144.

[9] Larry Blackmer, Adventist Review (27 de Julio de 2006), pp. 8-13.