En lugar de excluirse mutuamente, las estructuras congregacional y misional de la iglesia pueden complementarse.

Tanto en su ámbito local como en el institucional, la iglesia de Cristo posee dos estructuras distintas en función de su naturaleza: la misional y la congregacional. Ambas pueden complementarse o combatir. Por eso, Pablo insistía en la unidad de la fe (1 Cor. 1:10- 13; Efe. 4:3, 9-16; Col. 2:2). A lo largo de su ministerio apostólico, Pablo fue testigo de enfrentamientos cristianos. Pero estaba siempre atento y dispuesto a apelar en favor de la unidad; y, en una situación específica de la iglesia de Corinto, dijo: “Porque he sido informado […] que hay entre vosotros contiendas. Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?” (1 Cor. 1:11-13).

Y más: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. Y el que planta y el que riega son una misma cosa; aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor” (1 Cor. 3:6- 8). Que todos trabajaran en equipo, ayudándose mutuamente, era la enseñanza del apóstol. El plan divino es que esas estructuras sean tan complementarias como lo son el hombre y la mujer en el matrimonio.

La competición, la discordia y las contiendan no se originan en Dios; son actitudes típicas de mentes carnales y fruto de una percepción distorsionada de su propósito. Si Dios hubiera deseado que todas las personas fuéramos iguales, nos habría creado así, y esto mismo se aplica a la iglesia. Las diferencias entre las dos estructuras forman parte de su plan, a fin de mantener vivo su cuerpo simbólico. El Señor tiene muchas maneras específicas de mantenernos en movimiento, y no podemos caer en el error de exaltar demasiado una estructura en detrimento de otra. Es muy importante que conozcamos las características de cada una de ellas.

Estructura congregacional

La estructura congregacional funciona como iglesia establecida, conocida en el lugar en que está situada. Sus decisiones son tomadas en una comisión, para luego ser votadas por la mayoría. Los miembros y su bienestar ocupan su atención, por medio de programas elaborados para que se sientan bien. La iglesia congregacional se percibe como organización, con diversos frentes de acción y funciones. Piensa en términos de complejidad y armonía entre todas las actividades y los ministerios, dedicándoles igual espacio en poder de decisión, programas y presupuesto. Mantener y mejorar lo que ya existe es la prioridad.

Como existen muchas comisiones, y todos quieren participar, la máquina tiende a ser lenta en hacer cambios de dirección. Cualquier intento de cambio es visto con sospecha y miedo. Hay muchos departamentos y acciones que actúan simultáneamente, y todos quieren promover sus programas, dificultando la administración del calendario y de las finanzas. Así, es casi imposible atender satisfactoriamente a todos. Si la estructura misional invade y conquista un espacio, la estructura congregacional la consolida, fortalece e institucionaliza, dándole la característica típica de iglesia.

La estructura congregacional enfatiza el “ser”, a través de programas de profundización espiritual. Le gustar estudiar la justificación por la fe, en Romanos y Gálatas. Su crecimiento es más biológico; no tanto por bautismos de interesados, sino por transferencias y bautismos de hijos de la propia iglesia. Pocas iglesias congregacionales consiguen incluir en alguna actividad el recomendado sesenta por ciento de los miembros. Consecuentemente, su compromiso es limitado; la asistencia de los miembros depende de la calidad de los programas y de los predicadores, y no necesariamente de su deseo de crecer como discípulos.

Esa estructura alimenta al rebaño y puede llevarlo a comprender más profundamente lo que es espiritual o relacional, y teorizar lo que es práctico. Usa sus instituciones para controlar y sistematizar iniciativas y esfuerzos; tiende a complicar acciones espontáneas de miembros, controla y supervisa. Es muy frecuente la utilización de la frase: “Tiene que pasar por la Junta [comisión]”.

En su búsqueda de estabilidad, promueve un cuerpo de creencias para construir unidad en la fe, explica el entendimiento que tiene de cada punto doctrinal de la Biblia, protege el patrimonio, las finanzas y las instituciones, promueve su nombre, haciéndose aceptable y respetable ante la opinión pública. Si bien no es esa su intención, la estructura congregacional tiende a neutralizar la estructura misional, por el hecho de que esta es expuesta a situaciones inusitadas, y necesita espacio y poder para tomar decisiones rápidas, y depende de los recursos financieros producidos por la iglesia local. Por eso, en algunos casos, la cultura organizativa tiende a orientarse más hacia la mentalidad congregacional y menos a la misional.

Los miembros de la estructura congregacional necesitan algo que los identifique con la institución y sus programas. En función de eso, hay elementos creados para la realización de un culto ordenado y decente. Esos elementos necesitan ser repetidos, para hacerse familiares. El efecto colateral de esto es que, en esa repetición, termina en la tradición, iconos que reciben valor sagrado intocable. Cansadas de un mundo inestable y pecaminoso, las personas ven la iglesia como un puerto seguro, en que no necesitan temer la misma inestabilidad e inseguridad que experimenta “afuera”.

Estructura misional

Según el ejemplo de los primeros adventistas, la estructura misional de la iglesia funciona como movimiento. No es conocido ni tiene lugar específico de acción. Penetra, invade, utilizando estrategias incomprensibles para la estructura congregacional. Es gobernada por el sentido de misión, y el que desentona es excluido. Una comprensión peculiar de su identidad y su misión –“nosotros y los otros” marca la estructura misional, cuya prioridad es la expansión y la extensión. Conquistar cada persona y territorio para Cristo es la prioridad, y todo lo demás es secundario, recibiendo poca o ninguna atención.

Como el grupo generalmente es pequeño y tiene bien claros el foco y la prioridad, no hay mucho tiempo que perder en grandes discusiones y votaciones democráticas. El hecho de que, en determinado momento, esté más sintonizado con el foco de la misión que con las órdenes, hace que todos participen voluntariamente. La estructura misional está totalmente volcada a los avances que realiza. Su cultura corporativa y sus valores incentivan y premian el avance. Hay realización personal en la conquista.

Esta estructura enfatiza el “hacer”. Para ella, el “ser” es consecuencia del “hacer”. El pensamiento es el siguiente: al dar estudios bíblicos, por ejemplo, me desarrollo. La paciencia, el amor y la humildad son los resultados del hacer, y no de la meditación. A los adeptos de esta estructura les gusta estudiar la justificación por la fe explicada por Santiago, y tienden a ser automotivados.

La estructura misional no está interesada en el crecimiento por transferencia ni por nacimiento. Lo único que le interesa es conquistar a los no creyentes. Su nivel de compromiso es alto, y cada persona conoce el dolor y la alegría de conducir a alguien a Cristo. Le gusta ser desafiada espiritualmente; presupone el bienestar espiritual y pasa rápido al desafío. El concepto más difundido es el siguiente: “Si eres cristiano, ¿cómo no te gusta predicar el evangelio?” Al ser sencilla en la organización, los objetivos, los propósitos y el enfoque, no existen complicaciones. Delega, avanza y crea estructuras sencillas. Predica doctrinas y creencias. Ataca en el frente de batalla.

Como quien detenta los recursos y el poder de mando es la estructura congregacional, la estructura misional tiende a resentirse siempre que encuentra dificultades en conseguir algún recurso. Pero, está dispuesta a afrontar las dificultades ligadas a la predicación, por causa de su clara convicción de que ese es el objetivo principal de la existencia de la iglesia.

Coexistencia simbiótica

Las dos estructuras son necesarias para la iglesia. Si solo subsiste la estructura congregacional, va a ser consumida por la autofagia inevitable de las iglesias que se concentran en sí mismas, como dicen Allison y Anderson: “Cuando una iglesia se concentra en sí misma, muere”.[1] Por otro lado, si solo queda la estructura misional, no subsiste por falta de organización y de recursos financieros que la sustenten.

La relación entre las dos estructuras necesita ser trabajada, y feliz es el pastor que consigue lubricar estas dos ruedas del engranaje eclesiástico. Los líderes de las dos estructuras necesitan entender la función de ambas, bajo pena de generar resentimientos, paralización del cuerpo simbólico de Cristo e ineficacia en el avance del Reino de Dios. Algún tipo de tensión es inevitable, porque las dos estructuras son diferentes, y las personas tienden a desconfiar de lo que es diferente. A pesar de todo, donde existen diferencias, también existe mayor potencial para la complementariedad y el crecimiento. En la unidad en la diversidad, el Espíritu de Dios también aprecia trabajar.

En el proceso de tomar decisiones y en la distribución del presupuesto, las dos estructuras deberían ser autónomas y mutuamente relacionadas en propósito y objetivo. Eso significa poner en práctica las siguientes sugerencias.

Estructura misional

* Va más allá de la iglesia

* Tipo de gobierno: misión

* Foco: tarea

* Comprensión de sí misma: “nosotros y los otros”

* Prioridad: expansión, extensión

* Ágil en hacer cambios

* Preocupaciones concentradas

* Realiza los avances

* Enfatiza el “hacer”

* Crecimiento por conversión

* Alto nivel de compromiso

* Desafía espiritualmente

* Fácil, sin complicaciones

* Delega, avanza, crea estructuras sencillas

* Predica doctrinas y creencias

* Ataca en el frente de batalla

* Tiende a resentirse contra la estructura congregacional

* Pronta para enfrentar luchas y desavenencias

* Distribuir entre las dos estructuras el poder de decisión.

* Aplicar el principio defendido por Win Arn, en el sentido de mezclarlas, manteniendo siempre recién convertidos en las comisiones. Son ellos los que las mantienen vinculadas con el sentido de la estructura misional, al igual que tienen más contactos y amigos fuera de la iglesia. De acuerdo con Arn, “por lo menos uno de cada cinco miembros de la comisión debe haberse unido a la iglesia en los últimos dos años”.[2]

* Mantener el grupo de oficiales enfocados en la misión, entrenándolos y haciéndoles entender que la principal meta de la misión de la iglesia es conquistar personas para el Reino de Dios. También según Arn, es necesario que exista por lo menos un líder involucrado con la estructura misional por cada tres líderes activos en la estructura congregacional.[3]

* Arn también llama la atención al tiempo invertido en cada estructura. Una relación saludable es la siguiente: por cada tres horas invertidas en la manutención de la iglesia (sumadas todas las horas de los oficiales y del pastor), por lo menos una hora debe ser dedicada a la predicación del evangelio y al servicio a la comunidad.

* Las finanzas deben ser discutidas en conjunto y, entre las actividades de la iglesia, la misión debe tener prioridad número uno; no solo en la agenda de discusiones, sino también en el presupuesto.

* Este principio debe ser clara, amplia e intencionalmente comunicado: no existe iglesia sin misión, ni misión sin iglesia. Los miembros deben estar con la mente y el corazón marcados por ese énfasis. No se trata solo de una frase hecha, escrita en un cuadro colgado en la sala de reuniones. Tiene que ser el lenguaje y el deseo de cada creyente.

* Todos los sectores, los departamentos, los cargos y las actividades de la iglesia deben estar al servicio de la sociedad, entre las estructuras congregacional y misional.

* Se deben establecer programas que incluyan a toda la iglesia en la cooperación en favor del éxito de esa sociedad.

Es oportuno recordar que las relaciones numéricas establecidas por Win Arn son sugerentes, a partir de estudios de lo que ocurre en la práctica, en iglesias estadounidenses. Otros estudios, por otro lado, muestran que, cuando existe una tendencia mayor hacia la estructura misional, es decir, cuando todo el complejo se mueve en dirección de esa estructura, el crecimiento es mayor.

Aparentemente, la afirmación de proporcionalidad directa entre la tendencia a la estructura misional y el crecimiento numérico de miembros es comprobada en la realidad. En otras palabras, cuanto más tiende la iglesia a organizarse según la estructura misional, mayor será su crecimiento numérico. Por otro lado, creo que debe haber límites a esa tendencia. Debe haber un máximo ideal después del cual, por falta de estructura congregacional, la estructura misional comienza a sufrir la pérdida de conversos. En el caso de que fuese verdadero el pensamiento de que la tendencia ilimitada hacia la estructura misional proporciona directamente un crecimiento numérico, la organización (la estructura congregacional) sería innecesaria. En este caso, los recién convertidos serían dejados a la deriva, sin asistencia y sin crecimiento posbautismal.

Por esta razón, las dos estructuras necesitan coexistir, apoyándose mutuamente. Así, la iglesia podrá cumplir plenamente el mandato de Cristo: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:19, 20).

Sobre el autor: Profesor en el Seminario Teológico de la UnASP, Engenheiro Coelho, SP, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] Lon Allison y Mark Anderson, Going Public with the Gospel (Downers Growe, IL: IVP Books, 2003), p. 318.

[2] Win Am, The Church Growth Ratio Book (Monrovia, CA: Church Growth Inc., 1990), p. 14.

[3] Ibíd., p. 12.