Cuando se trata de devolver el diezmo, ¿el alfolí es la asociación o la iglesia local? Algunos creen que el alfolí se encuentra en la iglesia local. La iglesia mundial considera a la asociación/misión como el alfolí.

            ¿Qué dice la Biblia? Desafortunadamente, la Biblia no nos da una respuesta clara. Una revisión del uso que hacía el antiguo Israel de la figura del alfolí ciertamente puede ayudarnos a aclarar el hecho de cuál debiera ser la práctica del Israel de los últimos días.

El alfolí en el Antiguo Testamento

            La referencia más antigua con respecto al envío de los diezmos es la de Abrahán, que devolvió los diezmos al sumo sacerdote Melquisedec (Gén. 14:20). En este caso, el patriarca consideró que Melquisedec era el alfolí.

            Los israelitas fueron instruidos antes de cruzar el río Jordán acerca de que debían devolver el diezmo a Dios (Lev. 27:30,32) y él daría “a los hijos de Leví todos los diezmos en Israel por heredad, por su ministerio, por cuanto ellos sirven en el ministerio del tabernáculo del testimonio” (Núm. 18:21). También se instruyó a los levitas que deberían diezmar (vers. 28).

            Después de la conquista de Canaán los levitas, dado que no tendrían “heredad en medio de los hijos de Israel” (Núm. 18:20), vivían en áreas apartadas, por lo general cerca de una de las 48 ciudades especialmente designadas para ellos (Núm. 35:6). Pronto después del cruce del Jordán los israelitas levantaron el tabernáculo en Gilgal, y más tarde en Siquem, Silo, Nob y Gabaón. A todos los varones israelitas se les ordenó venir a adorar por lo menos tres veces al año (Exo. 23:17), y se les instruyó también a que trajeran sus ofrendas con ellos porque “ninguno se presentará delante de mí con las manos vacías” (vers. 15). Sólo en el lugar ordenado por Dios podían ofrecerse los sacrificios (Deut. 12:11).

            Aquellos que consideran que la iglesia local es el alfolí pueden citar Deuteronomio 14:22-29 como apoyo. Esto lo ven los eruditos judíos como el “segundo diezmo”.[1] Elena de White concuerda con esta interpretación. Así como había muchos sábados ceremoniales, pero sólo un sábado semanal, así también había otros diezmos junto con el diezmo consagrado que se usaba únicamente para el sostén de los levitas.[2]

Período de la monarquía

            Muy al principio de su reinado David trajo el arca de Dios a Jerusalén (2 Sam. 6). Su hijo Salomón construyó un hermoso templo en Jerusalén que llegó a ser un lugar permanente para el alfolí (1 Rey. 6). Con el paso del tiempo, la práctica de devolver el diezmo y las ofrendas a una de las 48 ciudades designadas más cercanas, fue descontinuada.

            Parece que todos los israelitas devolvían los diezmos y las ofrendas requeridos directamente al alfolí del templo.

            Notemos la práctica en boga durante el reinado del rey Ezequías. “Mandó también al pueblo que habitaba en Jerusalén, que diese la porción correspondiente a los sacerdotes y levitas, para que ellos se dedicasen a la ley de Jehová. Y cuando este edicto fue divulgado, los hijos de Israel dieron muchas primicias de grano, vino, aceite, miel, y de todos los frutos de la tierra; trajeron asimismo en abundancia los diezmos de todas las cosas. También los hijos de Israel y de Judá, que habitaban en las ciudades de Judá, dieron del mismo modo los diezmos de las vacas y de las ovejas; y trajeron los diezmos de lo santificado, de las cosas que habían prometido a Jehová su Dios, y los depositaron en montones. En el mes tercero comenzaron a formar aquellos montones, y terminaron en el mes séptimo. Cuando Ezequías y los príncipes vinieron y vieron los montones, bendijeron a Jehová, y a su pueblo Israel. Y preguntó Ezequías a los sacerdotes y a los levitas acerca de esos montones. Y el sumo sacerdote Azarías, de la casa de Sadoc, le contestó: Desde que comenzaron a traer las ofrendas a la casa de Jehová, hemos comido y nos hemos saciado, y nos ha sobrado mucho, porque Jehová ha bendecido a su pueblo; y ha quedado esta abundancia de provisiones. Entonces mandó Ezequías que preparasen cámaras en la casa de Jehová; y las prepararon. Y en ellas depositaron las primicias y los diezmos y las cosas consagradas, fielmente; y dieron cargo de ello al levita Conanías, el principal, y Simei su hermano fue el segundo” (2 Crón. 31:4-12).

            Este pasaje sugiere que después que se dividieron las doce tribus, las 48 ciudades especialmente designadas para los levitas que vivían cerca de ellas, ya no funcionaban como lo habían hecho durante el período de los jueces. Ahora con diferentes condiciones imperantes en las ciudades, era más expedito devolver los diezmos y las ofrendas directamente al templo de Jerusalén.

Después de la cautividad babilónica

            Después de la cautividad babilónica, bajo el liderazgo del reformador Nehemías, él volvió a introducir la práctica de devolver el diezmo y el sistema para remitirlo Como había sido antes. “Y que estaría el sacerdote hijo de Aarón con los levitas, cuando los levitas recibiesen el diezmo; y que los levitas llevarían el diezmo del diezmo a la casa de nuestro Dios, a la cámara de la casa del tesoro. Porque a las cámaras del tesoro han de llevar los hijos de Israel y los hijos de Leví la ofrenda del grano, del vino y del aceite; y allí estarán los utensilios del santuario, y los sacerdotes que ministran, los porteros y los cantores; y no abandonaremos la casa de nuestro Dios” (Neh. 10:38, 39).[3] “En aquel día fueron puestos varones sobre las cámaras de los tesoros, de las ofrendas, de las primicias y de los diezmos, para recoger en ellas, de los ejidos de las ciudades, las porciones legales para los sacerdotes y levitas; porque era grande el gozo de Judá con respecto a los sacerdotes y levitas que servían” (Neh. 12:44).

            Más tarde, entre los dos períodos de Nehemías como gobernador, el pueblo cayó una vez más en la apostasía y dejó de devolver el diezmo. Cuando Nehemías regresó, protestó contra los dirigentes y contra el pueblo porque habían descuidado la casa de Dios (Neh. 13:11). Ellos se arrepintieron y restablecieron otra vez el sistema del diezmo (vers. 12). Fue durante ese tiempo que Dios, a través del profeta Malaquías, invitó a su pueblo a hacer una reforma en su estilo de vida, tanto corporativa como individualmente. “¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas” (Mal. 3:8). Luego siguen la orden y la promesa de Dios: “Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Mal. 3:10). Note que las palabras “alfolí” y “mi casa” se refieren al mismo lugar.

            ¿Dónde estaba el alfolí? Evidentemente era el templo de Jerusalén. El énfasis de las palabras de Malaquías y la forma en que las entendió el pueblo fueron absolutamente claros. Todos entendieron que la palabra “alfolí” se refería al santuario, al templo de Jerusalén. Puede haber cierta verdad en el argumento de que el envío local de los diezmos tuvo lugar en las pequeñas aldeas y pueblos en el pasado. Pero en el tiempo de Nehemías y Malaquías, se comprendió en forma inequívoca que el profeta se refería al templo de Jerusalén como el alfolí.

La práctica del Nuevo Testamento

            Sólo once versículos del Nuevo Testamento se refieren al diezmo. Y ninguno de ellos da información alguna sobre el alfolí. Por lo tanto, no podemos asegurar cuán tempranamente en la historia practicaron los creyentes el principio del “alfolí”. El Nuevo Testamento nos dice que Pablo colectó fondos en algunas iglesias para los creyentes pobres de Jerusalén que estaban padeciendo por causa de la hambruna (2 Cor. 8:19). Aparte de algunos pocos ejemplos de la entrega de ofrendas, no hay información en cuanto a la recolección del diezmo.             De aquí que se nos permita apoyamos en el Antiguo Testamento para comprender el significado del “alfolí” y su uso.

Uso denominacional

            Dos años antes que se organizara la Asociación General, un pequeño grupo de dirigentes y creyentes se reunieron en Battle Creek, del 26-29 de abril de 1861, para hacer los preparativos para la incorporación de la Asociación Publicadora. Muchos miembros ya habían sentido antes de esa reunión que había llegado el tiempo de considerar también el asunto de la organización denominacional. (De paso, había muchos que se oponían a la organización formal de la iglesia.) De este modo, durante la reunión de publicaciones fue votado que los nueve ministros allí presentes escribieran un artículo para la Review and Herald sobre el tema.

            El resultado fue una conferencia cuidadosamente preparada titulada: “Organización”, firmada por J. H. Waggoner, José Bates, Jaime White, J. B. Frisbie, J. N. Loughborough, M. E. Comell, E. W. Shortridge, Moisés Hull y John Byington. La conferencia estableció los principios básicos que han guiado a la denominación desde entonces. Los escritores propusieron (1) una organización más completa de las iglesias locales; (2) una organización apropiada de las “asociaciones estatales”, que otorgaran las credenciales ministeriales; y (3) la celebración de “conferencias generales” que serían “totalmente dignas de ese nombre” como representación de la voluntad de todas las iglesias. El artículo apareció en el número del 11 de junio de 1861 de la Review and Herald.

            La iglesia local nombraría ancianos y diáconos. A nivel de asociación se autorizarían las licencias ministeriales para los predicadores, el sueldo de los pastores, las escrituras de las propiedades de la iglesia, y recibirían los diezmos. La Asociación General constituiría delegados de todas las asociaciones y reflejaría la voluntad y el pensamiento de todas las iglesias.

            Ya en el mes de octubre de 1861 se organizó la primera Asociación de la futura Iglesia Adventista del Séptimo Día: la Asociación de Michigan. Uno de los primeros asuntos que se trataron fue fijar el salario de los ministros de dicha asociación. También expidió cartas-credenciales que habrían de renovarse anualmente. Los fondos vendrían de los miembros, vía las iglesias que componían la nueva Asociación de Michigan. Esta resolución en esencia tuvo el efecto práctico de convertir a la asociación en el alfolí.

            Dos años más tarde, en 1863, se organizó formalmente la Asociación General. En la misma reunión se preparó un modelo de constitución para las asociaciones y se recomendaron los nombres de los delegados para todas ellas. El artículo III de la constitución modelo decía que los fondos habrían de ser colectados a través del plan de benevolencia sistemática y otras ofrendas, e informados regularmente al tesorero de la asociación. Este artículo señala que nuestros pioneros tenían el propósito de los recursos financieros para la asociación local fueran los miembros que constituían las iglesias de dichas asociaciones. De este modo, el diezmo y otras ofrendas constituirían la base financiera de la asociación. Dicho fondo habría de usarse para apoyar la obra ministerial/evangelística.

            La obra de la Asociación General fue financiada al principio por las aportaciones irregulares de las asociaciones locales. Pero en 1878 la junta de la Asociación General recomendó que las asociaciones pagaran un diezmo de sus entradas a la Asociación General. Más tarde, en 1901, cuando se organizaron las uniones, las asociaciones pagaban un diezmo de sus entradas a las uniones, las que a su vez pagaban un diezmo de las suyas a la Asociación General.[4]

            Debe observarse que las iglesias locales no empleaban ni pagaban a ministros. Tampoco concedían credenciales y licencias. Fueron las asociaciones locales las que asumieron estas responsabilidades. Actualmente, las iglesias locales no son entidades legales, pero las asociaciones locales sí lo son. Las iglesias se unen para formar una asociación que sirva a sus necesidades legales como un cuerpo reconocido jurídicamente para emplear y supervisar a ministros, para pagarles su salario, y recolectar los diezmos y las ofrendas de las iglesias para financiar los esfuerzos evangelísticos. Las iglesias locales, siendo que no tienen estatus legal, delegaron a las asociaciones locales la responsabilidad de emplear a los ministros. En la actualidad, las iglesias recién organizadas son aceptadas en la “hermandad de iglesias” de la asociación local basadas en estas mismas condiciones. Esto se hace regularmente en los congresos administrativos cuadrienales.

La posición de Elena de White

            ¿Qué entendía la señora White por “alfolí”? Muy poco menciona ella en sus escritos el principio del “alfolí”, sencillamente porque no era un asunto que necesitara tratarse. Sin embargo, nótese lo que dice: “Si nuestras iglesias han de tomar su posición del lado de la Palabra del Señor y ser fieles en la entrega del diezmo en la tesorería, más obreros serán alentados a entrar en la obra ministerial”.[5] El contexto sugiere claramente que por “tesorería” se refiere a la asociación local.

            Conviene mencionar que hubo un tiempo cuando el Dr. Kellogg devolvía a la asociación todos los diezmos de los obreros del sanatorio, pero que al mismo tiempo contemplaba la posibilidad de descontinuar dicha práctica. La señora White se preocupó grandemente por esto. “Que él separe el diezmo de la tesorería”, escribió ella, “será una decisión que temo grandemente”.[6]

Ventajas de que el alfolí sea la asociación

            Sugerir que la iglesia local sea el alfolí es posible. Pero, ¿a qué costo? Dañaría seriamente la estructura de la organización y el gobierno de la denominación, tal como ahora lo conocemos. Sería, con toda probabilidad, destruir uno de los más notables sistemas de financiamiento de la iglesia del que ha sido testigo siglo y medio. El programa de las misiones mundiales, tal como opera hoy, dejaría de funcionar.

            Estamos agradecidos a nuestro Señor porque guió a los líderes para que establecieran el actual sistema de financiamiento de la iglesia. Mediante la adopción de la asociación local como el alfolí, un pequeño grupo de creyentes puso el necesario fundamento financiero para apoyar el milagroso desarrollo de nuestra iglesia como uno de los más notables movimientos misioneros de los tiempos modernos. Ese hecho está basado en el principio bíblico de la devolución de un diezmo honesto y en la designación de la asociación como el alfolí. Elena de White nunca se opuso a este procedimiento, práctica que ella presenció durante casi cincuenta años de su ministerio. La señora White sostuvo el principio de designar a la asociación local como el alfolí. Si hubiera sido moralmente erróneo, ella ciertamente habría intervenido una y mil veces para corregir el mal. Pero este no es el caso.

Conclusión

Nuestra discusión conduce a las siguientes conclusiones:

  1. La Escritura enseña que el diezmo debe devolverse al alfolí.
  2. La práctica de entregar el diezmo siempre involucró el alfolí del tabernáculo del desierto o el del templo de Jerusalén.
  3. En el Antiguo Testamento la localización del alfolí no siempre fue permanente, porque el alfolí del tabernáculo se movía de lugar en lugar hasta situarse en forma definitiva en Jerusalén.
  4. En lugar del alfolí del templo de Jerusalén, la Iglesia Adventista del Séptimo Día en asamblea decide que sea la asociación local.
  5. Los votos tomados por nuestros fundadores para designar a la asociación local como el alfolí estuvieron de acuerdo con la voluntad de Dios. Ningún mensaje inspirado vino de parte de Elena de White que contradijera estos votos. Ella, de hecho, escribió que los miembros de la iglesia debieran obedecer la voz de la iglesia porque Cristo la ha privilegiado con el derecho de decisión.[7]
  6. No existe ninguna prohibición para designar, ya sea a la asociación o a la iglesia local, como el alfolí; pero, desde los mismos comienzos de la organización de la iglesia, la asociación local ha sido designada como el alfolí.

Sobre el autor: es uno de los vicepresidentes de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día.


Referencias:

[1] Véase “Diezmos en la literatura rabínica”, Jewish Encyclopedia.

[2] Véase Elena G. de White, Patriarcas y profetas (Washington, D. C.: Review and Herald Pub. Assn.. 1958), pág. 538; Deuteronomio 14:28 indica que hubo incluso un “tercer diezmo”.

[3] Estos versículos dan la impresión de que el único diezmo que se traía a Jerusalén era el levítico y que el resto se guardaba en las aldeas locales. Sin embargo, Nehemías 12:44 no es tan claro como quisiéramos; no estamos seguros del significado. “… las porciones legales para los sacerdotes y levitas; porque era grande el gozo de Judá con respecto a los sacerdotes y levitas que servían” fueron traídas al templo de Jerusalén. Estas porciones incluían el diezmo, tal como se sugiere en el versículo 47: “Y todo Israel en días de Zorobabel y en días de Nehemías daba alimentos a los cantores y a los porteros, cada cosa en su día; consagraban asimismo sus porciones a los levitas, y los levitas consagraban parte a los hijos de Aarón”. Todos estos diezmos eran almacenados en el templo. Quizá Nehemías 10:38 está sencillamente diciendo que los levitas traían sus propios diezmos de los diezmos al templo, y el pueblo traía los suyos a los alfolíes locales de las aldeas. Los otros pasajes afirman que todos los diezmos iban a Jerusalén para almacenarse.

[4] La información en los seis párrafos precedentes es de “Organization, Development of, in the Seventh-day Adventist Church” y “Tithe”, Seventh-day Adventist Encyclopedia (Hagerstown, MD.: Review and Herald Pub. Assn., 1996), tomo 11, págs. 258-270, 778-780.

[5] Elena G. de White, Testimonies for the Church (Mountain View, California: Pacific Press Pub. Assn., 1948), tomo 9, pág. 249.

[6] Elena G de White, Manuscript Releases, tomo 7, pág. 366.

[7] Véase “The Unity of the Church”, Bible Echo, sept., 1988.