Cómo un pastor recuperó la felicidad perdida en su vocación.

Hace 23 años, me sentí completamente agotado como pastor. Diversos factores contribuyeron a la experiencia ministerial cercana a la muerte, que viví a cuando tenía treinta años. Trabajaba en una comunidad que había sufrido un colapso económico masivo. A mi iglesia le gustaban las contiendas. Muchos miembros me criticaban implacablemente, y me encontraba desarrollando un programa para obtener un doctorado en Ministerio; efectuaba predicaciones y seminarios; y escribía libros y artículos. Casi como costumbre, trabajaba hasta las dos de la mañana.

Después de dos años de ese ritmo cansador, me hallaba agotado física, mental, emocional y espiritualmente. En mi peor momento, me encontré con un colega que, preocupado, me hizo una pregunta que alcanzó mi corazón: “Martín, ¿dónde está la alegría?” Esa pregunta, incisiva y honesta, me aturdió, hasta que finalmente respondí: “No sé dónde está la alegría. Pero, si no la vuelvo a encontrar pronto, no sobreviviré mucho tiempo en esta situación”.

Felizmente, pude hallarla de nuevo y me ha acompañado hasta hoy. A los 53 años, siento más alegría vocacional de la que sentía antes. Lo que les presento en este artículo son prácticas que reavivaron mi alegría, y la han mantenido por más de veinte años. Espero, y oro, porque puedan aprender algunas lecciones de mi experiencia.

Cuídate

Tres semanas después de admitir que mi alegría vocacional se había disipado, me matriculé y participé en un seminario sobre el cuidado personal del pastor. El orador presentó todos los temas correspondientes: ejercicio físico, dieta saludable, tiempo para descansar, establecer límites, disciplina espiritual y desarrollar un sistema de apoyo. Al final del día, el responsable del seminario, como si fuese un predicador, hizo un llamado para desafiarnos a “divertirnos diariamente, tener un día de descanso y tomarnos las vacaciones anuales”.

Este consejo salvó mi vocación. Mientras manejaba mi automóvil de regreso a casa, prometí a Dios, y a mí mismo, que practicaría este triple consejo. En casa, prometí lo mismo a mi familia, consciente de que, para cumplirlo, tendría que hacer varios ajustes en mi estilo de vida y en mi compulsión hacia el trabajo. Comencé a hacer los ajustes necesarios con los diferentes directivos de las comisiones de la iglesia. Concordamos en que mis prioridades debían ser la predicación, liderar el culto, ejercer un liderazgo general, supervisar el programa general y visitar a los hermanos. Aparte de estos, tendría que renunciar a mis otras responsabilidades: las delegaría a líderes responsables. No era necesario que asistiera a todas las reuniones y las actividades. Además, dejaría algunos proyectos de escritura.

Evidentemente, no pretendía que esos cambios fuesen fáciles de realizar; desilusionaron a algunos miembros de iglesia, que hubiesen preferido que continuara con mi ritmo insostenible de trabajo. Además de la decisión de aceptar a Cristo, de casarme con mi esposa, de tener dos hijos y de ser un pastor, la decisión de aceptar y de aplicar estas orientaciones fue la más importante que he tomado.

Al día siguiente del seminario, implementé la estrategia que se nos había propuesto: diversión diaria, descanso semanal y vacaciones anuales. Funcionó tan bien que sigo haciéndolo desde hace más de veinte años. Durante cuatro días de la semana, mi diversión diaria es practicar deportes y andar en bicicleta. También incluyo, en ocasiones, escribir, salir a comer con mi esposa, leer un libro, revistas o ver la televisión. Aunque las distracciones varían cada día, siempre trato de realizar alguna actividad que no se relacione con la iglesia; eso me ha mantenido más equilibrado como pastor y como persona. Cada semana separo un día para descansar; los miembros de la iglesia lo saben y lo respetan. A menos que alguien fallezca, no trabajo ese día. Duermo hasta más tarde, leo, escribo correos electrónicos a los amigos y salgo a comer con mi esposa. Por la noche, recibimos o visitamos a algunos amigos, o recibimos a nuestra hija y a nuestro nieto para la cena. ¡Eso me restaura plenamente!

Hace mucho tiempo acostumbré a tomarme dos o tres semanas de vacaciones de verano y el resto en invierno; considerando la recomendación de la Administración de que tengamos cuatro semanas de vacaciones, no necesito pedir permiso. Solo informo a la iglesia, menciono cuándo volveré, delego las responsabilidades y viajo con la familia. De esa manera nutro el cuerpo, la mente y el espíritu. La iglesia puede vivir sin mi presencia.

Interacción

Después de dos meses siguiendo mi nueva rutina, el párroco de la iglesia episcopal me invitó a almorzar. Yo no lo sabía todavía, pero él me había estado observando, evaluando la posibilidad de ofrecerme una responsabilidad en su grupo semanal de apoyo pastoral. Algunos días después, recibí una invitación para unirme a un grupo compuesto por un párroco episcopal, un sacerdote católico, un dirigente presbiteriano, dos pastores metodistas y un predicador bautista.

Nuestra congregación estaba ubicada en una comunidad extremadamente pobre. Muchas industrias se habían cerrado de forma repentina; centenares de personas abandonaban la ciudad; la ansiedad y la ira consumían a la población, incluidos los miembros de mi iglesia. Todas las congregaciones locales estaban sufriendo una especie de “hemorragia” de miembros, de dinero y de moral. La existencia de un grupo de pastores amigos, que comprendían la situación, hizo posible vencer la tempestad sin que ninguno se ahogara. Mi responsabilidad, en el grupo, era organizar la confraternización. Nos reuníamos los miércoles por la mañana, dialogábamos, nos ayudábamos, intercambiábamos ideas para enfrentar diferentes situaciones, reíamos y nos apoyábamos. Luego, almorzábamos.

Desde aquellos días, me acostumbré a participar u organizar grupos de esta naturaleza en los diferentes lugares en los que estuve. Simplemente, no puedo sobrevivir a las luchas del ministerio sin que, entre otras cosas, esté rodeado de colegas, amigos leales que participan de las mismas emociones y dificultades.

Pensamiento positivo

En la medida en que perseveraba con mis nuevos hábitos, sentí como si, poco a poco, estuviese resucitando de la muerte. El punto culminante de la resurrección de mi alegría vocacional consistió en escribir un diario durante tres meses. En realidad, eso no era una novedad para mí; ya lo hacía desde los días de la secundaria. Sin embargo, debido a mi pobre desempeño ministerial, me encaminé por una senda de quejas, lamentos y negativismo. Pero, finalmente, resolví cambiar mi enfoque.

Por esta razón, me dirigí a una librería y compré un nuevo diario. En la primera página, y en letras mayúsculas, escribí las palabras del apóstol Pablo: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Fil. 4:8).

Aunque seguía registrando diversas luchas vocacionales en ese diario, establecí una nueva regla: al final del escrito de cada día, debía incluir al menos una cosa, relacionada con el ministerio, por la cual estaba agradecido ese día. Esta disciplina sencilla me ayudó a transformar mi vocación: de ser un deber desagradable, pasó a ser una experiencia de sincera gratitud. Esos primeros tres meses del diario terminaron definiendo la práctica del resto de mi vida. Hace más de veinte años sigo registrando los elementos positivos de mi vida pastoral, tanto en el diario como en mis oraciones diarias. Aunque aprecio muchos aspectos de la vocación pastoral, existen dos que destacan sobre las demás.

* Primero, amo la libertad de esta vocación. Los pastores son bendecidos con un cierto grado de autonomía. Por ejemplo, pocas personas disfrutan del privilegio de tener tal grado de flexibilidad en sus compromisos como el pastor. Podemos llevar a los hijos a la escuela, ir al médico, estudiar una parte del día, sin tener que pedir permiso a los patrones. Podemos establecer nuestras metas, prioridades y sueños. En la medida en que desarrollamos las tareas pastorales y cumplimos con el programa del campo local, podemos especializarnos en alguna área de trabajo, como la consejería, los Grupos pequeños, el evangelismo o la liturgia. En realidad, algunas personas ni siquiera sueñan con ese grado de libertad y de flexibilidad.

* En segundo lugar, amo las relaciones que se pueden establecer en esta vocación. Los pastores tenemos el extraordinario privilegio de llevar a las personas hacia algo más importante que nosotros mismos. Desde el pulpito, compartimos la Palabra de Dios. Visitamos el hospital y, por medio de nuestra presencia junto a los lechos, recordamos a las personas enfermas que Dios está con ellas aun en medio de sus temores, ansiedades, incertidumbres y dolores. Junto a la familia en luto, podemos decir: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Sal. 23:4). ¿Quién podría esperar algo más de otra vocación?

“Bien amado”

La película The Prince of Tides [El príncipe de las mareas] (1991) cuenta la historia de un profesor de enseñanza secundaria y técnico de fútbol, llamado Tom Wingo. Él perdió la alegría en los planos vocacional y personal, pero logró recuperarla. Al inicio de la película, Tom aparece desempleado, cargado de desánimo y con problemas matrimoniales. Después de un largo y doloroso proceso de sanación, se reconcilia con la esposa y con sus hijos, vuelve al trabajo, y halla una alegría renovada para su vida.

En la última escena, se ve a Tom cortando el pasto del campo de juego en el cual entrena su equipo de la escuela. Entonces él dice: “Soy profesor, técnico del equipo y un hombre bien amado. ¡Eso es más que suficiente!”

Así como le sucedió a Tom, había perdido mi alegría vocacional. Sin embargo, al poner en práctica esos principios de cuidado personal y de interacción, y concentrándome en las cosas positivas, la pude recuperar; mejor que eso, la alegría permanece más fuerte y más rica que antes. Por lo tanto, también puedo afirmar: “Soy pastor, escritor y un hombre bien amando. ¡Eso es más que suficiente!”

Sobre el autor: Pastor metodista de Lebanon, Tennessee, Estados Unidos.