Sólo una predicación fundada en la Biblia pueded satisfacer las exigencias de la iglesia en la posmodernidad
Como predicadores del evangelio, se nos ha llamado a redimir el tiempo (Efe. 5:15-17); no el pasado ni el futuro, sino el presente. Y al tratar de cumplir esta tarea, necesitamos considerar el tiempo en que vivimos.
El resultado de un estudio efectuado entre norteamericanos nos ayuda a comprender los desafíos de la actualidad:
• El 41% de la gente que va a la iglesia cada semana aceptó a Cristo como su Salvador.
• Una de cada seis personas asiste a varias iglesias en forma rotativa.
• Sólo el 68% de los norteamericanos cree en un Dios amante, omnisapiente y omnipotente.
• Las fuentes más comunes de los principios que les sirven de base a su comportamiento son: sus propios sentimientos: 25%; las enseñanzas de los padres: 14%; la Biblia: 13%.
• El 66% de los que asisten regularmente a las iglesias no sabe explicar el significado del culto.
• El 50% de esos religiosos confiesa no haber encontrado a Dios ni haber tenido una experiencia con él durante el último año.[1]
Éste es el rostro del mundo posmoderno, en el cual la verdad absoluta y objetiva se rechaza, se cuestiona o se descarta. Todo es relativo y, para muchos, no existe autoridad objetiva alguna. Y éste es el tiempo que se nos pide que redimamos, para establecer una norma confiable y segura.
Dirección segura
Un ejercicio que he usado con frecuencia para ilustrar el desafío de conocer una dirección adecuada y permanecer en ella, consiste en pedir a la congregación o a los miembros de una comisión que cierren los ojos, levanten el brazo derecho, cuenten hasta tres y entonces indiquen dónde está el Norte.
Sin duda, existen diferentes opiniones Al considerar las distintas ideas acerca de dónde está el norte, los invito a reflexionar acerca de esas diferencias. Entonces, les pregunto si les gustaría votar para decidir dónde está. En ese caso, deberíamos encontrar un término medio para las distintas opiniones y definir nosotros mismos, como grupo, dónde está el norte. O ¿debería conformarse cada cual con su propia idea?
Para ayudarlos a entender, les señalo dónde está verdaderamente el norte, y lo hago con la ayuda de una brújula que llevo conmigo. Eso les demuestra que la posición del norte no es un asunto que pueda ser discutido, sino que se lo descubre por la observación y entonces se lo incorpora a la vida. El norte no es el fruto de una suma de opiniones, ni su ubicación está sujeta a debates: simplemente, ya existe y está allí. El norte magnético es un hecho que escapa a nuestro control y está más allá de nuestro conocimiento; es decir, no lo inventamos y es el mismo siempre, salvo por unos pocos grados de variación anual.
El tema es el siguiente: si usted y yo estuviéramos piloteando nuestras iglesias en medio del océano, ¿habría alguna diferencia entre usar como punto de referencia el norte magnético o las opiniones entusiastas de una congregación posmoderna? Kierkegaard lo dice de otra manera: “O conformamos la verdad a nuestros deseos, o conformamos nuestros deseos a la verdad”.[2]
Por lo tanto, si nos conformamos a la verdad a pesar de las protestas de algunos, el viaje será sin riesgos y llegaremos a un puerto seguro. Si, en cambio, conformamos la verdad a nuestros deseos, el viaje se podría prolongar interminablemente, o podríamos extraviarnos y terminar en un naufragio.
La brújula
La brújula de Dios es la Biblia. Nos señala el camino y nos cuenta la historia de la salvación de Dios. Revela los principios de su gracia y de su voluntad, y nos manifiesta el plan que tiene para este mundo. Habla de una paz que, para el discípulo, trasciende la comprensión humana y que, para el apóstol Pablo, “sobrepasa todo entendimiento” (Fil. 4:7).
Éste es un desafío que no se debe menospreciar: “Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz […] y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia, antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquél a quien tenemos que dar cuentas” (Heb. 4:12, 13).
La voluntad de Dios es clara en cuanto a nuestro papel como ministros de su evangelio: “Que prediques la Palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta, con toda paciencia y doctrina. Porque vendrán tiempos cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartando de la verdad el oído se volverán a las fábulas” (2 Tim. 4:2, 3).
¿No hemos llegado ya a esto? ¿No es acaso el desafío de nuestros días la existencia de gente con picazón en los oídos, predicadores que no saben dónde está el norte, y un puñado de doctrinas interesantes y cuestionables que bombardean nuestros oídos con el ansia de ocupar el lugar de la Palabra de Dios?
Frente a esto, un aspecto importante de la dirección que debe tomar la iglesia tiene como centro la fidelidad a la predicación de la Palabra de Dios: “Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia” (1 Tim. 6:20).
La predicación hoy
¿Cómo podemos, los pastores, alinear nuestra predicación de acuerdo con la dirección establecida por las Escrituras? ¿Qué forma le podemos dar a nuestro ministerio, a nuestro llamado y a la buena tarea que debemos realizar? Paul Scott Wilson señala algunas de las tendencias que se manifiestan en muchos de nuestros sermones, y las necesidades de la era misionera actual:[3]
- En forma progresiva, Dios está ausente en muchos sermones. Nuestra predicación ofrece pocos ejemplos de que Dios está activo en el mundo de hoy.
- Nuestra predicación tiende a ser pasiva. Usamos verbos pasivos en lugar de emplear los dinámicos.
- Generalmente, los sermones tienden a carecer de esperanza: hay menos gracia y menos esperanza en ellos, aunque las dos cosas son sumamente necesarias.
- Según Wilson, hay una permanente tendencia a depositar sobre los oyentes la responsabilidad de los cambios y la solución de los problemas, sin ofrecer la gracia ya revelada y generosamente ofrecida.
- Las buenas nuevas carecen de la claridad que tanto necesita el confuso mundo de hoy. Necesitamos el mismo mensaje bíblico, pero con un énfasis especial en la gracia.
Wilson nota la tendencia de llevar a la gente al Gólgota durante el sermón, para simplemente dejarla allí. A veces nos referimos como al pasar a la tumba vacía, pero dejamos a los oyentes con la idea superficial de que la cruz es el monumento de la pecaminosidad humana, en lugar de ser el símbolo de la verdadera liberación del pecado.
Evaluación de los sermones
Wilson analizó un conjunto de sermones, que según él eran importantes, y los seleccionó de un libro que se publicó en 1996 titulado The Library of Distinctive Sermons |La biblioteca de los sermones distintivos]. Se trata de una vasta colección de mensajes presentados por predicadores bien conocidos de diferentes denominaciones. Eligió veinte, y buscó en ellos evidencias de que se discutieran o se describiesen actos divinos fruto de su gracia. Éstas son algunas de sus conclusiones:[4]
- En el 30% de esos sermones, Dios apenas sí hace algo en favor de la gente. En lugar de eso, insisten en la capacidad de los oyentes para introducir cambios en sus vidas. Están cargados de palabras como “debemos”, “podríamos” o “deberíamos”. Mencionan la fe sólo en su relación con la responsabilidad humana.
- El 35% tenía breves comentarios acerca de los actos de Dios, pero, por lo general, abarcaban sólo una parte de un párrafo.
- En el 35% aparecían algunos párrafos relativos a lo que Dios puede hacer en favor de la gente, pero dichas referencias eran sólo el 10% del sermón.
- Sólo el 5% dedicó la mitad del sermón para referirse a la gracia de Dios.
Esta evaluación me llevó a reflexionar en mi responsabilidad, en el sentido de no añadir cargas a los miembros de la iglesia, sino conducirlos a una experiencia responsable con la maravillosa gracia de Dios. Cada uno de nosotros lucha con el tema de imprimirle una dirección a la predicación. Cada cual trata de ser fiel al llamado divino. Pero todavía necesitamos examinarnos constantemente a nosotros mismos, a fin de descubrir dónde está el norte y corregir nuestro curso cada vez que sea necesario.
Sobre el autor: Doctor en Ministerio. Pastor titular de la Iglesia Adventista de Sligo, Maryland, Estados Unidos.
Referencias:
[1] George Barna y Mar Catch, Boiling Point [Punto de ebullición] (Ventura, California: Regal Books, 2001), p 241.
[2] :Os Guinees, Time for Truth [Tiempo para la verdad] (Gran Rapids, Michigan: Baker Books, 2000), p. 110.
[3] Paul Scott Wilson, The Four Pages of the Sermon |Las cuatro páginas del sermón] (Nashville: Abingdon Press, 1999), p. 20.
[4] lbíd., p. 159.