Eliseo, caminando aprisa, no tardó en llegar junto al Jordán. Con el manto de Elías, recién adquirido, golpeó las aguas, que se apartaron “a uno y a otro lado.” Los alumnos de una escuela de los profetas que había en las cercanías presenciaron la escena desde una prominencia.

Ardiendo de celo por Dios, Elíseo de inmediato se ocupó de los negocios de su Padre. Si hubiera trabajado con la indiferencia con que algunos trabajan en nuestros días, no habría recibido las dos partes de Espíritu que había solicitado. Manifestar una actitud apática con la obra constituye una afrenta para Dios, una decepción para los hombres, y un sabor de muerte para el obrero que adolece de ella.

¿Dónde está el ardiente celo evangélico que distingue a los hombres semejantes a Elíseo? Hay ocasiones cuando se ha encendido y ha fulgurado con fuerza sin igual: en el tiempo ele los apóstoles, durante la Reforma y el despertar religioso de América de 1880. Aún hoy llamea en los corazones de los obreros consagrados. El pueblo de Dios lo experimenta pero le rinde un servicio insuficiente.

La crítica ha enfriado el ardor de muchos, pero no será una excusa valedera cuando nos encontremos con Jesús. Trabajamos en bien de la humanidad caída, pero trabajamos para Dios. El hecho de que David no haya podido pelear vistiendo la armadura de Saúl, sirve para ilustrar la verdad de que los métodos pueden variar con el predicador. Cristo necesita evangelistas en la actualidad—hombres imbuidos del Espíritu Santo que hayan luchado con Dios en oración por los perdidos, que se sientan agobiados por los indiferentes, que lloren “entre la entrada y el altar,” que “gimen y que claman a causa de todas las abominaciones” de Israel.

Satanás nos ha envuelto con el adormecimiento de Laodicea. La mundanalidad brota entre nosotros. ¿Se están rebajando las antiguas normas? Ese es el peligro que afrontamos cuando aumentan nuestra prosperidad y popularidad. Abogamos por una feligresía espiritualmente despierta, pero primero hemos de tener un ministro lleno de energía. Si cada heraldo del mensaje adventista buscara a Dios de rodillas, y después alzara su voz como una trompeta en el púlpito para proclamar el mensaje con poder, entonces los hombres acudirían a escuchar. La luz de la Palabra de Dios iluminaría la senda del deber, e Israel avanzaría con decisión.

El evangelismo languidece cuando las iglesias se apoyan cada vez más en el pastor. Esta actitud debilita a la iglesia y le resta al pastor un tiempo valioso que podría dedicar al evangelismo, y además lo priva del deseo de evangelizar. Enseñémosle a la gente a mirar a la cruz de Cristo así como Israel miraba a la serpiente de bronce.

“Hay muchos presuntuosos predicadores de las verdades bíblicas, cuyas almas se hallan tan desprovistas del Espíritu de Dios como lo estaban las montañas de Gilboa de rocío y lluvia. Pero lo que necesitamos son hombres que estén cabalmente convertidos y que puedan enseñar a otros cómo entregar sus corazones a Dios. En nuestras iglesias casi ha cesado de manifestarse el poder de la santidad.”—“Testimonies” tomo 5, págs. 166, 167.

Preguntemos, como lo hizo Elíseo en la antigüedad: “¿Dónde está Jehová, el Dios de Elías?” ¿No está atento nuestro Dios? ¿No separará las aguas del Jordán en nuestro beneficio? Oremos, hermanos, para que Dios cargue nuestros corazones con una gran preocupación por los perdidos. Invoquemos el nombre de Dios, v con ánimo y un nuevo celo prediquemos el último mensaje de advertencia a un mundo que perece.

Sobre el autor: Evangelista de la Asociación del Alto Columbia, EE. UU.