Por qué el pastor debe equilibrar la predicación doctrinal y profética con la apelación salvífica del evangelio

Cierto tiempo atrás, leí este texto que estaba pegado en el púlpito de una iglesia: “El púlpito cristiano no es un trono; no ‘domina’ al pueblo. No es un tribunal; no condena. No es una tienda de subastas; no se compra ni se vende. No es un palco; no se exhibe. Sino que es la mesa de Dios para las almas hambrientas, el bálsamo para los corazones heridos, el apoyo para quien carga problemas y aflicciones. El más elevado servicio del ministerio requerido por el gran Pastor es: ‘¡Apacienta mis ovejas!’ ”

Apacentar ovejas significa cuidar de ellas, protegerlas, conducirlas, alimentarlas, entre otras cosas; y el uso del púlpito es uno de los medios para cumplir con esta tarea. Con la exposición sustancial de la Palabra, el rebaño es animado, sustentado, protegido, guiado y revigorizado. Todo eso es necesario para el crecimiento espiritual de los miembros, y para llevarlos a un desempeño relevante en el cumplimiento de la misión confiada por Dios a la iglesia.

Indudablemente, nutrir al rebaño es uno de los propósitos primordiales de la predicación. Por eso, el texto que cité habla del púlpito como de “la mesa de Dios para las almas hambrientas”. Sería triste si los oyentes volvieran a su casa tan hambrientos espiritualmente como llegaron. Como dice Orley Berg, “cuando el miembro deja su hogar confortable para asistir al culto, sea el sábado de mañana o a mitad de semana, debe tener la certeza de que el pastor dedicó tiempo a prepararse bien, y que tendrá algo importante para decir, incluyendo algo palpitante y nuevo, extraído de la Palabra de Dios. Él [el pastor] puede hablar de otras cosas y hasta pasar desapercibido, pero no puede permitirse fallar aquí”.[1]

En otro artículo, ya he mencionado que un calendario de predicaciones llevará al pastor a ofrecer nutrición espiritual equilibrada, al mismo tiempo que lo ayudará a superar la tendencia a predicar solo de los temas favoritos, en desmedro de otros importantes y necesarios.[2] Tiene que haber un equilibrio en la predicación. Duncan afirma que “algunos pastores predican solo doctrina; eso convierte a la congregación en solo cabezas, semejantes a monstruos. Otros predican solo experiencias, lo que hace de las ovejas solo corazón; otro fenómeno. Incluso, otros predican solo práctica, y los miembros se convierten solo en manos y pies, lo que resulta en otra clase de monstruos. Esfuércense, entonces, en predicar la doctrina, la experiencia y la práctica, de manera que, por la gracia de Dios, sus oyentes tengan cabeza, corazón, manos y pies, y sean perfectos en Cristo”.[3]

La gracia de Jesús y por medio de él es el criterio final de la predicación apropiada y oportuna. El texto que cité al comienzo aborda esta realidad, cuando califica al púlpito de “cristiano”. Esto involucra el llamado evangélico del Nuevo Testamento, al igual que las doctrinas y el material profético consignados en toda la Biblia.

CRISTIANISMO Y PREDICACIÓN

Esta triple aproximación (apelación evangélica, doctrinas y material profético) se condice con el propio significado del cristianismo. Por lo tanto, a fin de consolidar el púlpito adventista como el foro en que es proclamado el mensaje auténticamente bíblico, es fundamental determinar qué es cristianismo.

Una conceptualización propia del cristianismo es adecuada cuando se consideran sus dos sentidos: esencial y derivado. El segundo sugiere diferentes conceptos que, en su totalidad, dan forma y contenido a su esencialidad, que es primeramente cristológica y, entonces, soteriológica. La esencialidad del cristianismo se resume en la fórmula “Cristianismo es Cristo”, como el análisis de los conceptos derivados lo comprueban.

Concepto filosófico. Cuando es definido filosóficamente, el cristianismo es tomado como una religión de los cristianos, y sería comparable a cualquier otra gran religión del mundo: budismo, islamismo, etc. Pero no hacemos justicia al cristianismo si meramente lo conceptualizamos en términos filosóficos, dado que la fe avanza más allá de la razón, aun cuando no es contraria a ella. Es claro que el cristianismo es una religión; pero, por naturaleza, es más eso.

Concepto relacionado con la revelación. El cristianismo es tanto religión como revelación; o, en orden prioritario, revelación y religión. Primero, porque se origina en aquello que Dios hace por el hombre; por lo tanto, resalta las profecías y su cumplimiento. Segundo, porque indica cómo debe reaccionar el hombre a la acción de Dios; lo que resalta las doctrinas bíblicas. Tal acción es particularmente observada en la Persona de Jesús, siendo considerada en su propósito último: restaurar a la humanidad a la comunión con Dios. Así definido, el cristianismo ofrece la solución para el peor problema del universo: el pecado.

Concepto eclesiológico. La iglesia integra el concepto orgánico institucional del cristianismo. La comunidad de los fieles hace efectivo el ideal cristiano, que debe permear la sociedad. Pero, no es correcto confundir cristianismo con cristiandad, ya que la iglesia, en el sentido bíblico, es más que la sociedad cristiana. Iglesia y cristianismo no son totalmente equivalentes. La primera es un elemento esencial del segundo, pero restringido en su alcance y atribución. Aquella incorpora el cristianismo, vive sus principios, pero no es todo lo que este representa.

Concepto doctrinal. El cristianismo puede ser también definido doctrinalmente, en términos de las confesiones de fe formuladas en el transcurso de la Era Cristiana, comunes en la pretensión de fundamentarse en la verdad, pero distintas en particularidades oriundas de sus diferentes interpretaciones. No cabe aquí discutir las diferencias doctrinales de las varias confesiones, pero necesitamos reconocer que una doctrina solo es válida si está fundamentada plenamente en las Escrituras, única regla segura de fe y práctica del cristianismo. No podemos, igualmente, restringir al cristianismo a un cuerpo doctrinal, aun cuando sea enteramente bíblico; implica una realidad mayor, aun cuando la incluya.

Concepto ético. Cercano al doctrinal, el concepto ético toma el estilo de vida enseñado y ejemplificado por Jesús como expresión del cristianismo. Innegablemente, vive el cristianismo quien copia el modelo de vida legado por su Fundador. Ser cristiano es hacer lo que Jesús hizo; es ser lo que él fue. De allí el valor de la predicación doctrinaria y profética, que se destaca al admitir que doctrina, ética y profecía infieren más naturalmente el sentido primordial del cristianismo, aun cuando no expresen todo lo que él es.

Desde esta perspectiva, el cristianismo es una religión que incluye doctrinas y cumplimiento profético; pero, también se destaca la operación del Espíritu Santo que genera fe en el pecador y lo incita a vivir la vida por Cristo (Gál. 2:20). Solo viviremos la vida de Jesús, normada por sus enseñanzas, si él mismo vive en nosotros. El cristianismo, aquí, es salvífico, para entonces revelarse ético, en un estilo de vida en armonía con la Biblia. Antes que Ejemplo, Cristo tiene que ser Salvador personal, como establece el concepto experiencial del cristianismo.

Concepto experiencial. La vida cristiana auténtica comienza y prosigue con la aceptación de Jesús como Salvador y Señor. Por la fe, los recursos divinos son colocados al alcance del creyente. Arrepentido, recibe perdón de los pecados; justificado, tiene paz para con Dios. Por el Espíritu Santo, es concebido a una nueva vida de justicia y santidad; miembro del cuerpo de Cristo (la iglesia), disfruta del compañerismo de sus hermanos. Con un nuevo sentido de valor y misión, se convierte en una bendición para la familia, los vecinos, la comunidad, la iglesia y el mundo. Y la vida del Reino divino se hace su vida, su estilo de vida, bajo el dominio del amor. ¡Qué experiencia! ¿Es que puede faltar en nuestros púlpitos la exposición de estos temas?

CRISTIANISMO CRISTOLÓGICO Y SOTERIOLÓGICO

Por lo tanto, el cristianismo es materia de Cristología (la doctrina de la persona de Cristo) y, consecuentemente, Soteriología (la doctrina de la salvación por medio de Cristo). Es cristológico por tener en Cristo su fundamento y contenido. Si Cristo no está, no hay cristianismo en lo absoluto. Todo lo que es cristianismo lo es en Cristo. Si es concebido como filosofía, es “la sabiduría de Dios” (1 Cor. 1:24). Si es entendido como religión, él es el medio de religación con Dios (Juan 14:6). Si es comprendido como revelación, él es el cumplimiento esencial de la profecía (Mat. 5:17). Percibido como iglesia, él es su cabeza; y ella, su cuerpo (Col. 1:18). Si es concebido como sistema doctrinal o estilo de vida, él encarna las dos cosas (Juan 1:14). Así, Cristo es la piedra de ángulo y la sustancia de todo el edificio cristiano.

Igualmente soteriológico, el cristianismo incluye un proceso de revelación, reconciliación, y restauración de la comunión entre Dios y el hombre. Aquí entran definitivamente las profecías y las doctrinas. Primero, porque proceden de la revelación, o mejor, son la propia revelación, que desvela el plan de salvación y llama a los pecadores a valerse de él. Segundo, porque norman la vida cristiana. Por lo tanto, lejos de excluir doctrinas y profecías, el púlpito adventista las supone, considerando que ambas son componentes esenciales del cristianismo.

Naturalmente, existe un conjunto de enseñanzas bíblicas que la iglesia debe incorporar y comunicar. La Gran Comisión establece que la multiplicación de discípulos es fruto de la enseñanza (Mat. 28:20). El adoctrinamiento es fundamental.

Por otro lado, las doctrinas y las profecías se relacionan mutuamente. Para comenzar, varias doctrinas peculiares son, como mínimo, confirmadas en la manera también peculiar en que interpretamos ciertas profecías. Tomemos la observancia del sábado como ejemplo. Cuando la contrastamos con la observancia del primer día de la semana, nos valemos particularmente de Daniel 7 y Apocalipsis 13. Cuando anunciamos la doctrina basal del adventismo, la del Santuario, recorremos Daniel 8. ¿Cómo predicar sobre escatología, la doctrina de los últimos acontecimientos, sin valernos de la profecía? Así, doctrina y profecía siguen asociadas.

La importancia de la predicación doctrinal y profética se debe al hecho de que, una vez convertido, el pecador debería crecer en el conocimiento y la práctica de la voluntad de Dios. En caso contrario, su vida no corresponderá a la experiencia dinámica de la salvación; lo que será una lamentable incoherencia. El pecado, exactamente aquello de lo que él fue salvo, es desarmonía con la voluntad de Dios (1 Juan 3:4). Y las profecías incluyen el beneficio adicional de confirmar la fe, fortalecer el ánimo, y asegurar que Dios conduce la historia y la iglesia; y lo hará, incluyendo nuestra propia vida, hasta la victoria final. No por casualidad, “cuando los libros de Daniel y Apocalipsis sean mejor entendidos, los creyentes tendrán una experiencia religiosa completamente distinta”,[4] generando “entre nosotros un gran reavivamiento”.[5]

Por lo tanto, es impropio predicar a Cristo como Salvador sin referencia a las doctrinas y las profecías, presentadas no solo en los evangelios sino también en toda la Biblia. Eso sería lo mismo que presentarlo como Salvador sin exaltarlo como Señor. Las profecías sustentan esas dos cualidades de Cristo, mientras la iglesia, al vivir las doctrinas, confiesa haberlo recibido y estar sujeta a él.

EVITAR LOS EXTREMOS

El sentido esencial del cristianismo permea los conceptos derivados de sus elementos. En cualquier aspecto, dentro de lo que es verdaderamente bíblico, el cristianismo es Cristo. Entonces, al ocupar el púlpito, el pastor se empeñará en aplicar estos principios, evitando a toda cosa el unilateralismo; es decir, los extremos de la predicación sin adoctrinamiento y estudio profético, o de la predicación doctrinal y profética sin el llamado salvífico del evangelio.

Dado que se trata de algo más subjetivo, el primer caso será un riesgo para el vivir auténticamente cristiano. El creyente no adoctrinado y ajeno al conocimiento profético será más vulnerable a las presiones circunstanciales del mundo, y estará propenso a abdicar de determinados aspectos de la vida cristiana, si no de todos, tan pronto la duda y el desinterés se hagan presentes. El resultado será desastroso; en la mejor de las hipótesis, se manifestará en la tibieza laodicense, que posiblemente sea peor que la apostasía total. Además de eso, se multiplican los falsos profetas; los predicadores oportunistas; los disidentes, que encuentran en creyentes no preparados un terreno fértil para diseminar sus errores.

¿Cómo podrá vivir alguien de acuerdo con la voluntad de Dios si desconoce el Manual de esa voluntad, la Biblia? ¿Cómo será un testigo de la verdad, si poco sabe sobre ella? ¿Cómo madurará en la fe, transformándose a la imagen de Cristo, si no desarrolla la salvación “con temor y temblor” (Fil. 2:12)? ¿Cómo avanzará hacia “el blanco” (Fil. 3:14)? “Los predicadores deben presentar la segura palabra profética como fundamento de la fe de los adventistas del séptimo día”.[6] Se podría alegar que en la clase bautismal ya se estudian doctrinas y temas proféticos. Pero es innegable que se necesitan continuo repaso: ¡las doctrinas y las profecías aguardan por nuevos “descubrimientos”!

La vida cristiana es avanzar hacia el frente y hacia lo alto; es una batalla que exige adiestramiento y maduración. Arthur H. Stainback, líder bautista, escribió a favor de la predicación doctrinal (y yo incluiría la profética) diciendo, entre otras cosas, lo siguiente: “Es triste tener que afirmar que muchos miembros de nuestra iglesia son infantes en cuestión doctrinal. Jamás tendremos una iglesia adulta, madura, o un cristianismo fuerte, mientras no tengamos cristianos maduros. Para ser maduros, necesitamos conocer la doctrina. Prediquen doctrina, y estarán limpiando el polvo de los asientos [¿no es verdad que nada mejor que el estudio de las profecías para entusiasmar a la iglesia?] […].

“Acomódense en sus sermones para ser agradables a los hombres, y estarán dañando su eficacia en Cristo. Endulcen sus sermones según el mundo que los hombres gustan, y estarán llevando a la congregación a la diabetes espiritual. Prediquen ideas populares, y su rebaño buscará el camino del mundo y traerá la basura de él dentro de sus puertas. Prediquen las grandes doctrinas, y dejen que vean cómo Dios es rico en su Palabra, y conocerán a Dios y sus riquezas”.[7]

La segunda situación, predicación doctrinal y profética sin el llamado salvífico del evangelio, resultará en mero proselitismo, aumentando el número de miembros convencidos de la verdad, pero no convertidos a ella. El resultado será presunción dosificada con exclusivismo, radicalismo, triunfalismo, criticismo, farisaísmo, mundanalidad y otros “ismos” deplorables.

No podemos olvidar que no somos un movimiento apocalíptico más de los últimos días. Somos una iglesia cristiana, evangélica, comisionada para cumplir una misión profética: la proclamación del último mensaje de misericordia al mundo, según consta en Apocalipsis 14:6 al 12. Una proclamación del “evangelio eterno” (vers. 6).

Elena de White recuerda que “a veces hay hombres y mujeres que se deciden en favor de la verdad por causa del peso de las pruebas presentadas, sin estar convertidos”.[8] Convencer sin convertir, esa no es la función del púlpito. “Dios quiere apartar las mentes de la convicción lógica, para atraerlas a una convicción más profunda, elevada, pura y gloriosa. […] Algunos predicadores yerran al construir sus sermones enteramente con argumentos”.[9]

Es claro que el pueblo de Dios tiene asuntos doctrinales e interpretación profética, ambos poco comunes, sobre los cuales predicar, y que los miembros en general y los interesados en particular deben asimilarlos y vivirlos. Pero, han de ser administrados correctamente, como Cristo lo hacía. Él no buscaba el mero asentimiento, sino que apuntaba al corazón. Sin duda, cuando una persona abre su corazón para recibir al Salvador, el asentimiento a las doctrinas y la comprensión de las profecías serán facilitados. Por eso, se nos dice que “el predicador no habrá hecho su obra antes de haber hecho comprender a sus oyentes la necesidad de un cambio de corazón”.[10]

El proceso correcto de adoctrinamiento y estudio profético exige que las doctrinas y las profecías sean presentadas cristocéntricamente, razón por la que somos instados a presentar “la verdad como es en Jesús”.[11] Shuler afirma que, “cuando colocamos la Cruz en el centro, representando la justificación y la salvación, cada sector de enseñanza cristiana de la Biblia se ajusta debidamente, como rayos en una rueda […]. Cristo es el centro de la rueda de la verdad. Es bueno que toda doctrina y práctica de la iglesia remanente sean expuestas como una serie de pasos sucesivos para caminar junto al Señor. Este método conducirá más personas a la verdad”.[12]

Providencialmente, Elena de White afirma: “La verdad tal como es en Jesús subyugará a los más poderosos oponentes y los llevará cautivos a Jesucristo”.[13] ¡Amén!

Sobre el autor: Profesor de teología jubilado, reside en Engenheiro Coelho, SP. Rep. del Brasil


Referencias

[1] Ministry (enero de 1970), p. 48.

[2] J. C. Ramos, “A dimensão pastoral da pregação”, Ministério (julio-agosto de 2000), p. 14.

[3] John Duncan, “Pregação equilibrada”, Ministério (mayo-junio de 1963), p. 23.

[4] Elena de White, Testimonios para los ministros, p. 114.

[5] Ibíd., p. 113.

[6] White, Obreros evangélicos, p. 154.

[7] Arthur H. Stainback, “Necessidade de pregação doutrinária”, Ministério (noviembre-diciembre de 1974), p. 7.

[8] White, Obreros evangélicos, p. 167.

[9] Ibíd., p. 166.

[10] Ibíd., p. 167.

[11] White, El evangelismo, p. 143.

[12] J. L. Shuler, “A roda da verdade”, Revista Adventista (mayo de 1968), pp. 5, 6.

[13] General Conference Bulletin, 25 de febrero de 1895, p. 337.