Al completar la obra de la Creación, Dios ofreció, al ser humano, la oportunidad de descansar con él en el día sábado.

El primer capítulo de Génesis nos trasmite la realidad del maravilloso poder de un Dios que creó todas las cosas en una semana literal de siete días. La expresión: “vio Dios que era bueno” comunica la perfección inherente en cada obra creada. Y, al culminar la Creación, “vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Gen. 1:31).

El siguiente acto es descrito por el autor de Génesis: “Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo. Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación” (Gén. 2:2, 3). Descansó porque era su propósito que el ser humano descansara especialmente en ese día (Éxo. 20:11); de esta forma, le dio el ejemplo. La bendición sobre el sábado significa que fue reservado como un objeto especial del favor divino; es decir, un periodo de tiempo que debe ser una bendición para el ser humano. Finalmente, Dios santificó el sábado; lo separó como un día sagrado. Lo separó con el objetivo de enriquecer la relación entre Dios y el hombre.

Creación

Para los hijos de Dios, el sábado es un memorial de la Creación. Y, como tal, representa una declaración en contra de la idolatría y de la incredulidad en la existencia de Dios. Al recordar que Dios creó, se diferencia al Dios verdadero del resto de los dioses falsos.

El sábado está “inseparablemente vinculado con el acto de la creación, ya que la institución del sábado y el mandato de observarlo son una consecuencia directa del acto creador. Además, toda la familia humana debe su existencia al divino acto de la creación que aquí se recuerda; por ello, la obligación de obedecer el mandamiento del sábado, como monumento del poder creador de Dios, recae sobre toda la raza humana”.[1] A. H. Strong calificó al sábado como “una obligación perpetua, como el monumento que Dios ha señalado para conmemorar su actividad creadora”.[2]

En consonancia, Elena de White escribió: “Al bendecir el séptimo día en el Edén, Dios estableció un recordativo de su obra creadora. El sábado fue confiado y entregado a Adán, padre y representante de toda la familia humana. Su observancia había de ser un acto de agradecido reconocimiento, de parte de todos los que habitasen la tierra, de que Dios era su Creador y su legítimo soberano, de que ellos eran la obra de sus manos y los súbditos de su autoridad. De esa manera, la institución del sábado era enteramente conmemorativa, y fue dada para toda la humanidad. No había nada en ella que fuese obscuro o que limitase su observancia a un solo pueblo” (Patriarcas y profetas, p. 28, 29).

Redención

Con la liberación israelita del cautiverio egipcio, el sábado también se convirtió en un memorial de la liberación: “Acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido; por lo cual Jehová tu Dios te ha mandado que guardes el día de reposo” (Deut. 5:15).

Comentando sobre el tiempo que Jesús estuvo en el sepulcro, Elena de White escribió: “Por fin Jesús descansaba. El largo día de oprobio y tortura había terminado. Al llegar el sábado con los últimos rayos del sol poniente, el Hijo de Dios yacía en quietud en la tumba de José. Terminada su obra, con las manos cruzadas en paz, descansó durante las horas sagradas del sábado.

“Al principio, el Padre y el Hijo habían descansado el sábado, después de su obra de creación. Cuando ‘fueron acabados los cielos y la tierra, y todo su ornamento’, el Creador y todos los seres celestiales se regocijaron en la contemplación de la gloriosa escena. ‘Las estrellas todas del alba alababan, y se regocijaban todos los hijos de Dios’. Ahora Jesús descansaba de la obra de la redención; y aunque había pesar entre aquellos que lo amaban en la tierra, había gozo en el cielo. La promesa de lo futuro era gloriosa a los ojos de los seres celestiales. Una creación restaurada, una raza redimida, que por haber vencido el pecado, nunca más podría caer, era lo que Dios y los ángeles veían como resultado de la obra concluida por Cristo. Con esta escena está para siempre vinculado el día en que Cristo descansó. Porque su ‘obra es perfecta’; y ‘todo lo que Dios hace, eso será perpetuo’ ” (El Deseado de todas las gentes, p. 714).

La autora anticipa el júbilo de la eternidad, como un periodo de descanso de las consecuencias del pecado; un sábado eterno, en la compañía del Redentor: “Cuando se produzca ‘la restauración de todas las cosas, de la cual habló Dios por boca de sus santos profetas, que ha habido desde la antigüedad’, el sábado de la Creación, el día en que Cristo descansó en la tumba de José, será todavía un día de reposo y regocijo. El cielo y la tierra se unirán en alabanza mientras que ‘de sábado en sábado’, las naciones de los salvos adorarán con gozo a Dios y al Cordero” (Ibíd.).

Descanso en Cristo

En Hebreos 4:9 y 10 está escrito: “Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios. Porque el que ha entrado en su reposo también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas”. El descanso, al que se refiere aquí, es uno de naturaleza espiritual. Tal como lo afirma M. L. Andreasen: “Un descanso de nuestras propias obras, la cesación del pecado”.[3] El sábado es un símbolo de este descanso, y Dios nos invita a disfrutarlo.

Al completar la obra de la Creación, Dios ofreció al ser humano, en el día sábado, la oportunidad de descansar con él. Sin embargo, el hombre se alejó del propósito original de Dios, de ofrecer descanso para la humanidad. A pesar de esto, ese propósito permanece inalterado; el sábado continúa siendo una señal de descanso, símbolo del reposo espiritual que encontramos en Jesús. Todos los que deseen entrar en el reposo sabático semanal necesitan, antes, disfrutar por la fe del descanso espiritual de la salvación por medio de Cristo Jesús.

“El Nuevo Testamento llama al cristiano a no demorarse en experimentar este reposo de gracia y fe, ya que ‘hoy’ es el momento oportuno para entraren él (Heb. 4:7; 3 13) Todos los que han entrado en ese reposo -la gracia salvadora recibida por fe en Jesucristo- han cesado todo esfuerzo por lograr justicia por sus propias obras. De este modo, la observancia del séptimo día, sábado, es un símbolo o demostración de que el creyente ha entrado en el reposo que provee el evangelio”.[4]

En la primera hora de cada mañana, podemos renovar la experiencia del descanso espiritual; el que proviene de la certeza de la salvación que, por la gracia de Dios, recibimos. Podemos, y debemos, vivir bajo la benéfica y santificadora influencia que tal vivienda nos proporciona a lo largo del día. Como fieles mayordomos del Señor, tenemos el privilegio de renovar esa experiencia cada sábado, cuyas 24 horas nos fueron dadas a fin de vivir en su presencia. Esto es lo que, por precepto y ejemplo, debemos inspirar a los miembros de nuestras iglesias a realizar, a fin de que todos crezcamos diariamente en nuestra relación con Jesús.

Sobre el autor: Secretario y director de Mayordomía Cristiana de la Unión Norte Brasileña.


Referencias

[1] Asociación Ministerial de la Asociación General de los Adventista del Séptimo Día, Creencias de los adventistas del séptimo día (Buenos Aires. ACES, 2007), p. 287

[2] Ibíd.

[3] Ibíd., p. 290.

[4] Ibíd., p 291.