Un joven lugarteniente de la Real Fuerza Aérea Australiana junto con otros 1.500 hombres estaban listos para embarcarse en el viejo barco Ulysses rumbo a Inglaterra. La primera guerra mundial estaba en su apogeo. Justo antes de subir a bordo, él y su hermano menor habían tenido sus manos entrelazadas en silencio. Un amor fuerte y profundo unía sus corazones. Dentro de poco se daría la orden de “todos a bordo”. Había llegado el momento de la separación. El hermano mayor, con los ojos fijos en el menor, dijo: “Roy, yo haré tu parte en el frente si tú haces la mía en la obra de Dios”. Al subir él a bordo se saludaron agitando la mano. No iban a verse nunca más. Un año más tarde Roy recibió un cablegrama que le informaba de la muerte de su hermano en un accidente en un vuelo de formación. Con eso la carga de responsabilidad de dos hombres caía toda sobre el hermano menor. Hasta ese momento él había pensado hacer de la música su carrera, pero la declaración de despedida de su hermano soldado estaba destinada a cambiar por completo el programa de su vida.

El jefe

Roy Alian Anderson, conocido por nosotros afectivamente como “el jefe”, era ese hermano menor. Nunca ha olvidado o dejado de cumplir esa promesa hecha en 1917 a uno que está aguardando el llamado del Dador de la vida. Poco después de este incidente el Colegio de Avon-dale comenzó a prepararlo más definida-mente para el ministerio, dándole además la oportunidad de conocer a Myra Wendt quien por 46 años compartió sus gozos y sus penas. Después de su enlace en 1920, pasaron siete años ganando almas en Nueva Zelandia. Uno de sus conversos fue L. C. Naden, ahora presidente de la División Australasiana.

De 1.400 a 3.500 asientos

En 1927 los Anderson volvieron a Australia y comenzaron obra evangelística en la ciudad de Brisbane. Pronto el teatro de 1.400 asientos resultó demasiado pequeño. Se consiguió otro de 2.200 asientos pero después de varias semanas fueron obligados a dejarlo, debido al plan de refacción del teatro. La pregunta era: ¿Adónde iremos ahora?

Un destacado hombre de negocios de la ciudad, conociendo el renombre de los Anderson, probó la fe de ellos diciendo: “Recuerde, mi amigo, que hay solamente una vía, y es hacia arriba. Si Ud. cree lo que está diciendo y tiene confianza de que es cierto, entonces Ud. debería ir al Teatro de Su Majestad —la ópera. Es el más grande y hermoso de la ciudad y atraerá a las mejores personas”. La fe juvenil del jefe fue probada hasta el extremo. ¿Cómo podría comenzar en semejante lugar? La fe venció al temor y se comenzaron las reuniones en ese lugar estratégico e importante. Dos años y medio después el teatro seguía colmado de oyentes que escuchaban el mensaje adventista.

Daniells, Australia e Inglaterra

En 1928 el pastor A. G. Daniells visitó Australia y un domingo de noche asistió a una reunión en la cual más de mil personas tuvieron que volverse por falta de lugar. Habló con el conferenciante y dijo: “Yo creo que el Señor lo necesita a Ud. en otra parte del mundo”. Dieciocho meses después llegó un llamado de la Asociación General para que Anderson fuera a trabajar a Londres, la gran capital de Inglaterra. En 1930, cuando el mundo estaba sumido en las profundidades de una horrible crisis económica, este predicador adventista australiano de 34 años comenzó su labor en Inglaterra. El Espíritu del Señor acompañó abundantemente su obra. Recordemos que eran los días de la crisis, y sin embargo la gente que asistía a las reuniones sostenía la obra año tras año ya que no había presupuesto de la asociación. (En todo un año la junta de la asociación dio 75 dólares para el ciclo.) Los que conocen mejor al pastor Anderson saben que su gran fe en el poder y la dirección de Dios es una cualidad personal por lejos más deseable que presupuestos y equipo. ¡Donde hay visión, el pueblo prospera!

En el Colegio La Sierra

Seis años y medio más tarde fueron invitados a trabajar en la Unión del Pacifico (Estados Unidos). Las actividades incluían una vigorosa obra evangelística pública, la dirección del Departamento de Biblia del Colegio La Sierra, asistencia a un curso de post-graduados en la Universidad de California del Sur, y un viaje en calidad de préstamo a la División Interamericana para una gran campaña evangelística en la ciudad de Kingston, Jamaica. Sin duda que esta última experiencia amplió la visión de los ministros y evangelistas de la Unión de las Antillas Británicas. Hoy tenemos más evangelistas laicos en esa zona del mundo que en cualquier otra.

Asociación Ministerial

En las sesiones del congreso de la Asociación General de 1941 fue elegido miembro de la Asociación Ministerial. Esto incluía enseñanza, trabajo de redacción y preparación ministerial. A su tiempo se organizaron seminarios de extensión y a través de los años intervino en doce o trece de esos programas de preparación celebrados en la mayoría de las divisiones mundiales. Cuarenta y tres de sus 47 años de servicio ministerial activo los empleó en parte en la capacitación de otros ministros —ya en el ministerio, ya en uno de los programas más efectivos de todos: grandes escuelas de evangelismo. Estas escuelas de evangelismo lo encontraron dirigiendo reuniones en tres de las ciudades más grandes del mundo —Londres, Nueva York y Tokio. Por 25 años su trabajo en la Asociación Ministerial ha modelado el pensamiento y ha ampliado la visión de nuestro ministerio mundial.

Ganado por la música

El don de la música parece ser hereditario en la familia Anderson. El fallecido A. W. Anderson, padre de tres ministros ordenados, era un músico consumado. Por lo tanto, la música Jugó un papel muy destacado en la vida de nuestro personaje. Durante su ministerio compiló varios himnarios y prestó su colaboración en la producción del Church Hym- nal. Un detalle interesante de su obra evangelística fue la actuación de un coro, en muchos casos integrado por personas que no eran adventistas. Un grupo de cien a doscientos cantores lo seguía por todas partes como parte del programa de ganancia de almas. Por lo menos dos veces al año se representaba un oratorio con coro y orquesta. Esto no solamente atraía público sino que representaba un verdadero desafío para la organización musical.

En mi reciente visita a Australia, un fiel miembro que asistía al congreso de Adelaida me contó su experiencia al haber sido participante de uno de los coros del pastor Anderson. Luego añadió: “Nunca pude entender por qué él quería que yo estuviera en el coro siendo que la primera vez que nos encontramos apenas si yo podía cantar una nota”. Yo le pregunté: “¿De veras no comprende la razón?” Su respuesta fue negativa. Entonces le dije que ése fue el método del jefe para traerlo a la verdad.

Durante un período de diez años se hizo un registro cuidadoso de los no adventistas que formaron parte del coro, y los resultados mostraron que más del 95% de ellos fueron bautizados más tarde. Este método prueba fehacientemente que el canto no es tan sólo un agregado del evangelismo, ¡es evangelismo en el sentido más elevado!

Incidentes personales

Una crónica de esta clase no sería completa si no relatara algunos incidentes personales. Mi primer contacto con el pastor Anderson fue durante una Semana de Oración celebrada en el Colegio Misionero de Washington (hoy Columbia Union College) durante el año escolar 1941-1942. En la parte musical del programa de la semana había himnos nuevos tales como “Fija tus ojos en Cristo”, “Santo Espíritu de Dios”, “Mi Cristo vive hoy” y otros. Nunca habíamos oído esos cantos antes. Los estudiantes fueron elevados por esos cantos durante esa semana de énfasis espiritual y después de ella. El cuarto año me encontré en una de sus clases de instrucción pastoral. Allí se nos enseñó a hacer predicación callejera, primero en la clase, luego afuera. Me acuerdo haber ayudado a levantar una imagen de la estatua de Daniel 2 bajo un árbol en un parque de Washington. A cierta

distancia había otro predicador circundado por varios centenares de oyentes. Cuando nosotros llegamos, con la ayuda de nuestra imagen atrajimos el auditorio de nuestro competidor y bien pronto reinábamos supremos en cuanto a número de oyentes. Otra parte de sus clases tenia que ver con la improvisación de discursos. Se asignaban discursitos de cinco minutos cuyo tema nos era entregado mientras caminábamos de nuestro asiento a la plataforma. Es imposible registrar los resultados de este experimento, solamente el grabador podría hacerlo.

Después de mi graduación fui asignado a su equipo de evangelismo para una campaña que se iba a celebrar en la ciudad de Cleveland, Ohio. Un joven aspirante no empieza a darse cuenta del impacto producido en él por un evangelista de éxito hasta que pasan algunos años. Ningún método de la iglesia podrá reemplazar al de poner a los obreros jóvenes al lado de ministros experimentados de más edad. Este modo de actuar, si se lo siguiera estrictamente, le aseguraría el éxito a muchos aspirantes que de otra manera se desanimarían o aceptarían la mediocridad como su norma.

La visión que capté, las ideas, los métodos y la experiencia que aprendí durante los programas evangelísticos de Cleveland me ayudaron más que cualquier instrucción teórica recibida en las clases. Quizá la mayor instrucción fue la que recibí durante las visitas de casa en casa, calcadas sobre el método del apóstol Pablo. El tacto, la bondad y la paciencia del jefe me ayudaron a darme cuenta de la eficacia y el valor de la obra personal. Vez tras vez nos vimos frente a difíciles situaciones en las cuales una respuesta equivocada podría haber significado la pérdida de un alma. El ver su habilidad en llevar a la decisión a los interesados ha sido una de las experiencias más preciosas de todo mi ministerio.

Como evangelista asociado en la campaña de 1951 en el Carnegie Hall de Nueva York aprendí nuevas lecciones. Las inquietantes perplejidades y los problemas de esta gigantesca metrópoli nos obligaban a ponernos vez tras vez sobre nuestras rodillas. Una expresión inolvidable del pastor Anderson es: “Vamos a orar un poco”. La carga que soportaba durante esas campañas era extremadamente pesada. La resistencia física de que hizo gala demostró que era más que un evangelista; era un pastor —un pastor evangelista. Una de sus sentencias filosóficas favoritas era que cada evangelista debería ser pastor del rebaño y que cada pastor debería ser evangelista. El verdadero evangelismo siempre surge de las convicciones pastorales. Su libro The Shepherd-Evangelist (El Pastor Evangelista) enfoca este tema.

Ilustraciones y ayudas visuales

Otro punto destacado de su programa evangelístico fue el uso de ilustraciones y ayudas visuales. Un largo pizarrón era siempre un objeto indispensable. No sólo llamaba la atención de la gente, sino que aclaraba y simplificaba la verdad. Fue Anderson uno de los principales autores del empleo de figuras recortadas como ilustraciones visuales, tales como las de las bestias de Daniel 7. Miles de personas que han sido llevadas por él a las aguas del bautismo nunca podrán olvidar la fuerza de las palabras habladas mezcladas con recursos cautivantes para la vista.

El escritor

Además de los centenares de artículos para The Ministry (muchos de los cuales han aparecido también en EL MINISTERIO ADVENTISTA) y otras revistas, es autor de los libros Unfolding the Revelation, Preachers of Righteousness, Secrets of the Spirit World, y The Shepherd-Evangelist. Se está imprimiendo una serie de tres libros suyos en la Southern Publishing Association los cuales contienen todo el mensaje. En reconocimiento de su contribución teológica a la Iglesia Adventista, la Universidad de Andrew le ha otorgado el título de doctor en teología en 1964.

Es difícil decirle adiós a alguien que ha inspirado a centenares de jóvenes a llegar a ser ministros y a seguir siéndolo. Al dejar Roy Allan Anderson la Asociación Ministerial nos damos cuenta de la deuda que tenemos hacia él por su compasivo y comprensivo corazón. La medida de su genio no está dada sólo por su habilidad para predicar y escribir, sino por su grandeza de espíritu, su capacidad de amar y de aceptar a una persona como tal. Nunca vulgar, brusco ni rudo. Siempre listo a prestar oído compasivo. Nunca aprovechándose de los fracasos ajenos. Siempre un verdadero caballero cristiano.

Si estuviera yo escribiendo estas palabras sin otra motivación que la de ensalzar y alabar a un ser humano, mi acto sería censurable. Pero el conocer íntimamente al pastor Anderson significa conocer mejor a Dios por haberlo conocido a él.

Sobre el autor: Secretario asociado de la Asociación Ministerial de la Asociación General