¿Cuál es la enseñanza bíblica acerca del divorcio y el nuevo casamiento? Dos ejemplos: Mateo 19:1 al 12 y 1 Corintios 7:10 al 15 nos dan certera orientación acerca de este asunto.

Mateo 19: 1 al 12

Para captar la esencia de las enseñanzas de Jesús necesitamos seguir el curso del diálogo que aparece en este pasaje. Muchos de los que lo estudian pasan del versículo 3 al 9, olvidándose de que existe una progresión lógica en la presentación del tema.

Jesús dejó Galilea al final de su viaje a Jerusalén. Algunos fariseos se acercaron a él con una pregunta acerca del tema del divorcio. El asunto básico era el siguiente: “¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?” (19:3). Aparentemente, los fariseos estaban consultando acerca de si había razones legítimas o no para solicitar el divorcio. Pero, cuando examinamos cuidadosamente el texto, descubrimos que la preocupación de ellos no era si había una razón o no para el divorcio sino si alguien se podía divorciar por cualquier motivo (pasan aitían).

Para comprender la pregunta tenemos que considerar el contexto social de los que consultaban. Los fariseos estaban tratando de entrampar a Jesús en un debate rabínico acerca de las razones y los métodos del divorcio. Una buena parte de la discusión aparece en Mishnah Gittin, y termina con la siguiente declaración:

“La Casa de Shammai dice que un hombre debería separarse de su esposa sólo por razones de impureza, considerando que Deuteronomio 24:1 dice: ‘Por haber hallado en ella alguna cosa indecente’… La casa de Hillel decreta: ‘Incluso si ella ensució su plato’, como explicación de la frase ‘cosa indecente’.

“E. R. Aqiba presenta esto como razón para el divorcio: ‘Si él encontró a alguna más linda que ella’ ”, apoyándose en la declaración: “Si no le agradare” (Deut. 24:1)”[1]

Todo indica que los fariseos estaban intentando alinear a Jesús o con la posición conservadora de Shammai o con la postura más liberal de Hillel, preservada en la tradición posterior del Rabí Aqiba.

Primera respuesta

Aunque Jesús estaba al tanto acerca del debate rabínico, respondió refiriéndose a las Escrituras: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (19:4-6). Aquí Jesús elabora un argumento lógico que le da el control de la discusión, y lleva el asunto de vuelta a las Escrituras.

Al hacer esto, el Maestro defendió el ideal divino. Primero se refirió a la creación del hombre en Génesis 1:27, y afirmó que el matrimonio es una iniciativa divina. Después señaló Génesis 2:24 como evidencia de que no sólo Dios unió a la primera pareja, sino que se implicó activamente en la solidificación de la unión matrimonial. De un modo misterioso la pareja se convirtió en “una sola carne”. Jesús empleó la metáfora del yugo para describir la unión matrimonial.

Si lo tenemos presente, y nos ceñimos a la respuesta de Cristo a la pregunta de los fariseos, la podemos reducir a una sola palabra: “No”. Nadie puede conseguir un divorcio por cualquier razón que se base en la tradición rabínica. Para Jesús la Escritura es clara en el sentido de que el matrimonio es una institución permanente en la cual Dios une a dos personas. Hacer una lista de válvulas de escape para separar lo que Dios unió equivale a descalificar la naturaleza sagrada y mística de dicha unión.

No satisfechos con la respuesta de Cristo, los fariseos lo provocaron de nuevo: “¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla?” (19:7). Aprovechándose del argumento de Jesús, quisieron enfrentar la Escritura con la Escritura. La legislación mosaica se encuentra en Deuteronomio 24:1 al 4. Al referirse a ese texto, los fariseos estaban insinuando que Cristo estaba en contra de Moisés.

Segunda respuesta

Jesús se mantuvo en su posición, mientras ponía la legislación de Moisés en su contexto social. Y respondió: “Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así” (vers. 8). No se trata de una acusación contra Moisés, sino contra la rebeldía del pueblo, que no quería someterse al ideal divino. Moisés no inició la ley del divorcio; sólo la permitió.

Es interesante notar que el propósito de la legislación mosaica no fue establecer razones para el divorcio, sino discutir el asunto de la impureza sexual. La existencia de la ley del divorcio está garantizada en el Deuteronomio. No hay explicación acerca de su origen; simplemente existía. A pesar de eso, era claro para Jesús que no formaba parte del plan original de Dios.

Dado el curso que ha tomado la discusión desde entonces hasta hoy, la tarea de interpretar los textos debería haber sido muy fácil si Jesús se hubiera detenido allí donde llegó. Si no hubiera seguido hablando, gran parte de la controversia actual estaría atenuada. Pero Jesús le puso fin al diálogo con una rigurosa afirmación: “Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación (pornéia), y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera” (vers. 9).

Lo que hace de esta afirmación de Mateo algo más temible aún, es el hecho de que la versión paralela de Marcos 10:1 y 2 no dice absolutamente nada acerca de una cláusula de excepción (pornéia = adulterio). La breve referencia de Lucas (Luc. 16:18) es terminante. Mateo es el único que provee una válvula de escape.

La interpretación de pornéia ha desafiado a los exégetas durante siglos. El significado bíblico normal de ese término es “fornicación”, pero la connotación extraconyugal de fornicación ha llevado a traducciones como “infidelidad”, “impureza” e inclusive “adulterio”. Me expreso así porque muchos consideran que ése es el pecado imperdonable del matrimonio.[2] Pero si Mateo se refiere al adulterio en ese pasaje, debería haber usado la palabra correcta que él mismo usa en 15:19. En la declaración de Jesús en Mateo 5:27 el adulterio incluye no sólo el acto físico, sino el acto mental que lo precede. Eso podría significar que alguien podría tener una razón para divorciarse ¡incluso si cualquiera de los cónyuges pensara en tener un lance amoroso! Por lo tanto, ¿qué significa pornéia?

El término se relaciona con una prostituta femenina (pórne), y también con el hombre que procura los servicios de una prostituta (pornos)[3] Pero no se usa sólo para describir esa innoble profesión, sino que también se aplica a otras desviaciones sexuales, especialmente las relaciones extramaritales. La idea es que las personas que practican esa clase de relaciones están actuando como si fueran prostitutas. ¿Es posible que ése haya sido el concepto de Jesús? ¿Podría el Señor haber establecido que la única razón para el divorcio son las relaciones sexuales extramaritales?

Esto merece una explicación. El matrimonio judío del primer siglo comenzaba en lo que hoy llamaríamos el noviazgo. Pero no se consumaba sino doce meses después de contraído el compromiso.[4] Si se descubría que una mujer estaba embarazada en ese período, se le podían hacer tres preguntas: 1) ¿Fue impaciente el novio? 2) ¿Fue otro hombre, después del compromiso matrimonial? 3) ¿Fue otro hombre, antes del compromiso matrimonial?

Si era el novio, el casamiento se llevaba a cabo inmediatamente. Si se trataba de otro hombre después del compromiso, éste sería considerado culpable y se lo ejecutaba (Deut. 22:23-24). Si fuese otro hombre antes del compromiso, la novia sería, entonces, acusada de fornicación, y la ley bíblica ordenaba que fuese ejecutada (Deut. 22:13-21) Pero para la tercera categoría la ley rabínica no era tan estricta como la bíblica. Aunque el Mishnah preconizaba la ejecución por adulterio, le permitía a un hombre divorciarse por causa de adulterio (Mishnah Gittin 9:10). ¿Estaría Jesús de acuerdo con la casa de Shammai en este aspecto?

Esta opinión es ciertamente digna de la más cuidadosa consideración. Mateo es el único evangelista que se refiere al noviazgo de José y María. En el capítulo 1:18 nos habla de que, mientras estaban de novios, María “halló que había concebido del Espíritu Santo”. La reacción inicial de José fue “dejarla secretamente”. No sabemos en qué momento de la relación se eligió a María para ser la madre del Salvador, pero sabemos que cuando eso se descubrió María ya estaba embarazada y José pensaba en la posibilidad del divorcio. Y el proceso tendría que haber seguido su curso si José hubiera denunciado ante la comunidad que María había tenido relaciones extramaritales. En ese caso se la habría culpado de pornéia. Sólo la intervención del mensajero celestial impidió que José tomara una decisión perfectamente legal.

La reacción de los discípulos

Aunque el caso de José y María ofrece un probable contexto para la comprensión de la cláusula de excepción de Mateo, el veredicto todavía está lejos del significado exacto de pornéia. No importa qué significado tenga, sin duda causó agitación entre los discípulos. Entonces le dijeron al Maestro: “Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse” (vers. 10). Esa reacción exagerada sugiere que la afirmación de Jesús limita seriamente las razones para proceder a un divorcio. Los discípulos, efectivamente, estaban diciendo que, si un hombre debe estar tan ligado a su esposa por toda la vida, es mejor quedarse soltero.

La impresión que causó la declaración de Jesús es todavía mayor cuando se la examina a la luz del contexto retórico inmediato. Justo antes del encuentro con los fariseos, Mateo recuerda la enseñanza de Jesús acerca del perdón (18:15-34). ¿Podría ser sólo coincidencia que el asunto del matrimonio venga inmediatamente a continuación del tema del perdón? No lo creo. El claro mensaje es que ningún acto llevado a cabo por un cónyuge, por más doloroso y grave que sea, está más allá del perdón; incluido el adulterio.[5] De este modo, la integridad del matrimonio puede seguir intacta, aunque el adulterio sea una realidad.

Sabemos que la declaración de los discípulos era hiperbólica. Jesús replicó: “No todos son capaces de recibir esto, sino aquéllos a quienes es dado. Pues hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismo se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos. El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba” (vers. 11,12).

Jesús percibe la impulsividad de los discípulos y los trae de vuelta a la realidad. No toda la gente está dispuesta a sacrificar los placeres del matrimonio para dedicarse al celibato. También reconoce que no toda la gente está en condiciones de aceptar la seriedad del ideal divino. A pesar de todo, incluso con los desafíos implícitos en un compromiso vitalicio, Dios quiere que su pueblo tome en serio la unión conyugal.

Primera de Corintios 7:10 al 15

Cualquiera que todavía no esté convencido de la naturaleza radical de la declaración de Jesús puede examinar la amonestación paralela de Pablo que encontramos en 1 Corintios 7:10 y 11. Con seguridad, cualquier confusión que pudo haber habido relacionada con la enseñanza de Cristo tendría que haber estado resuelta cuando Pablo escribió su carta a la iglesia de Corinto.[6]

De acuerdo con el versículo 1, Pablo está contestando preguntas acerca de las relaciones sexuales y el matrimonio entre cristianos. Su enseñanza es clara: “Pero a los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se aparte del marido; y si se separa, quédese sin casar, o reconcilíese con su marido; y que el marido no abandone a su mujer” (vers. 10,11). Pablo va directamente al punto: los cónyuges cristianos están unidos por el resto de la vida. A los maridos cristianos que estén en condiciones de iniciar un divorcio se les prohíbe hacerlo.

Del mismo modo, las esposas cristianas que quieran separarse no están libres para casarse de nuevo, sino que deben permanecer solas por el resto de la vida.[7] Y, justamente en ese caso, Pablo, a quien se acusa de “inventar” esa dificultad, dice que la recibió directamente del Señor.

La única excepción que presenta el apóstol con respecto al matrimonio ocurre cuando un cónyuge se convierte y el otro no: “Y a los demás, yo digo, no el Señor: Si algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone. Y si una mujer tiene marido que no es creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone… Pero si el incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso; sino que a paz nos llamó el Señor” (vers. 13-15).

Aquí Pablo admite que esa advertencia no la recibió del Señor, pero cree que es sensata. Si uno de los cónyuges no profesa el cristianismo no se lo puede obligar a participar de los valores presentados en los versículos 10 y 11. Un mandato divino no lo es para alguien que no reconoce la autoridad divina. En tales casos, si el incrédulo decide separarse, el cristiano queda libre. Aparentemente, Pablo dice que los cristianos que se encuentran en este grupo están libres de volver a casarse. Pero los matrimonios cuyos integrantes son cristianos deben permanecer unidos hasta que uno de ellos fallezca (1 Cor. 7:39; Rom. 7:1).

Unión vitalicia

La enseñanza bíblica es clara. Jesús prohíbe el divorcio de las parejas cristianas. En lugar de eso promueve las uniones vitalicias para los que se casan con la bendición de Dios. Para las parejas que creen que no pueden vivir en el mismo lecho —por la razón que sea—, la Biblia sugiere que permanezcan solos hasta que se produzca una reconciliación o hasta la muerte del otro cónyuge.[8]

Así, de acuerdo con esta línea de pensamiento e interpretación, un cristiano puede ponerle fin a la relación matrimonial sólo en dos circunstancias: 1) relaciones sexuales extraconyugales y 2) si uno de los cónyuges acepta el cristianismo y el otro, que no es cristiano, decide separarse. Los demás estamos unidos por los votos que hicimos delante de testigos divinos y humanos hasta que la muerte nos separe.

Sobre el autor: Profesor asociado del Nuevo Testamento en el Colegio de Oakwood, Estados Unidos.


Referencias:

[1] Mishnah Gittin, 9:10.

[2] Craig S. Keener, And Marries Another: Divorce and Remarriage in the Teaching of the New Testament [Y se casa con otro: el divorcio y el nuevo casamiento según las enseñanzas del Nuevo Testamento] (Peabody, Hendrickson, 1991).

[3] Walter Bauer, A Greek English Lexicon of the New Testament [Un diccionario griego-inglés del Nuevo Testamento], 2a edición (Chicago, Imprenta de la Universidad de Chicago, 1979), p. 693.

[4] Mishnah Ketubot, 5:2a.

[5] C. Welton Gaddy, Adultery and Grace: The Ultimate Scandal [El adulterio y la gracia: el escándalo final] (Grand Rapids, Eerdmans, 1996).

[6] David G. Hunter, Marriage in the Early Church [El matrimonio en la iglesia primitiva] (Minneapolis, Fortress Press, 1992).

[7] Ver también Rom. 7:39.

[8] Calvin Rock, Adventist Review (14 de octubre de 1993), p. 1.074.