En el Catecismo de la Doctrina Cristiana, explicado por Monseñor Dr. Mariano Núñez Mendoza, leemos:
“¿Basta creer para salvarse? No basta creer para salvarse, pues dijo Jesucristo: si quieres entrar en la vida cumple los mandamientos… No quien dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, mas quien hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”.
Luego se comenta:
“Para salvar mi alma debo cumplir los mandamientos. Para poder cumplirlos los debo conocer. Téngase presente que Dios nos asiste con su gracia, y con su ayuda no hay un solo mandamiento cuya observancia sea imposible… Estamos obligados a observar todos los mandamientos, sin excluir uno solo. Todo aquel que voluntariamente y a sabiendas quebranta gravemente uno solo de los mandamientos, comete pecado mortal y merece el infierno, porque con ese pecado desprecia la autoridad de Dios. ¿Quiénes somos nosotros para corregir lo que Dios ha dispuesto?… ¿Quién es el hombre para discutir los derechos de Dios? Son falsos cristianos y se engañan a sí mismos los que tienen la audacia de dejar de lado alguno de los mandamientos diciendo: a mí me parece que no es necesario cumplir con tal o cual mandamiento; son exageraciones; esas palabras de poco servirán delante de Dios en el día del juicio. Debemos observar lo que Dios manda, y no lo que a nosotros nos parece” (Catecismo de la Doctrina Cristiana, de Monseñor Dr. Mariano Núñez Mendoza, págs. 5, 6, 9, 10, 12).
“Sabemos… que es preciso cumplir los mandamientos divinos, poniendo en práctica las obras preceptuadas en el Decálogo…. Los Diez Mandamientos no exigen sólo una recta conducta al hombre, ni preceptúan cosas factibles para la razón, sino que los Diez Mandamientos ordenan mucho más; y esto que ordenan no puede cumplirse por propio esfuerzo ni con la ayuda de la razón. En primer lugar, el Decálogo o sea los Diez Mandamientos exige que el hombre tenga verdadero amor y temor a Dios… Además, exige una firmeza inquebrantable en Dios… y en tercer lugar, el Decálogo exige se obedezca ciegamente a Dios soportando toda angustia y peligro mortales… Somos regenerados por la fe, y también por la fe recibimos el don del Espíritu Santo, a fin de renovar nuestro corazón, y de esta manera hacernos aptos para cumplir la Ley” (La Justificación por la Fe, de Felipe Melanchton, págs. 23, 14, 32 —Obras Clásicas de la Reforma).
El pastor bautista. Juan C. Varetto, hace la siguiente declaración en una supuesta correspondencia con una creyente:
“Una larga experiencia ha venido a demostrarme que la abolición de la Ley es el punto que más debemos conocer… Si la Ley está en vigor, los adventistas tienen razón; en cambio, si, como sostenemos, el Decálogo no forma parte del nuevo pacto, los adventistas están de hecho vencidos” (Refutación del Adventismo, de J. C. Varetto, pág. 48).
Otro pastor bautista, el prestigioso evangelista Billy Graham, manifiesta:
“Dios ha establecido el límite entre el bien y el mal, y siempre que pasamos ese límite… infringimos la Ley. Siempre que no cumplimos los Diez Mandamientos… hemos transgredido la Ley de Dios y somos curables de pecado” (Paz con Dios, Billy Graham, pág. 56).
Sorprendente posición del escritor bautista, Charles L. Neal:
“La Ley de Moisés, como se encuentra en los Diez Mandamientos… fue puesta para estar en vigor hasta que viniera Cristo, y por eso las funciones de ella terminaron en él” (Evangelismo Personal, Ch. L. Neal, pág. 135).
Del mismo autor es este informe:
“Infinidad de católicos no saben que jamás se diera el segundo mandamiento, pues las autoridades de la Iglesia Papal han tenido cuidado de dejarlo fuera del Catecismo y de otros libros populares que están en manos del pueblo… Todo el mundo sabe que la Iglesia de Roma, para favorecer el culto a las imágenes, ha quitado del Decálogo el 2° Mandamiento, en tanto que ha tenido el descaro de pintar a Moisés sosteniendo las tablas de la Ley, en las que están escritos los Diez Mandamientos, no como fueron dados por Dios, sino arreglados por ella misma” (Ilustraciones, Ch. N. Neal, págs. 231, 232).
El escritor Domingo Fernández Suárez, metodista, especifica:
“Apenas será necesario decir que la Ley fue dada a Israel en el Sinaí y a ningún otro pueblo de la tierra… Esto de la Ley abolida suena muy sospechoso en los oídos aun de muchos que no son adventistas. Sin embargo, esto es el corazón de toda discusión.
Si la Ley está en vigor, los adventistas están en lo cierto, y los que los combaten están equivocados, porque la Ley dice … y el adventista pretende o procura hacer. … Si no pudiera demostrar que la Ley está abolida para mí, entonces voy a empezar a guardar el sábado y los demás detalles porque en la Ley está mandado que se guarden” (El Cristiano y la Ley, D. Fernández Suárez, capítulo’ 3 y 5, págs. 37 y 55).
Razonamiento del escritor Claudio Gutié Marín, metodista:
“Moisés, el gran caudillo, descendió hacia el pueblo… abrazando contra su corazón las dos tablas de piedra donde el pensamiento y la voluntad de Dios acababan de ser grabados para siempre… Su valor es divino. Cada uno de los Diez Preceptos encierra en sí mismo el más alto y puro valor moral. No es un mandamiento mayor que otro. El Dios que dictó el primero, dictó también el último y todos fueron escritos en un orden perfecto. Dentro de ese orden no hay categorías morales… De esta suerte, el camino de la Ley es no solamente uno, sino único, porque descansa en el amor y en la sabiduría inalterable de Dios. Por eso también la autoridad de la Ley alcanza a todos los pueblos y encierra la expresión exacta de la conciencia universal. La Ley de Dios no es, por lo tanto, aplicativa únicamente al pueblo judío, sino que tiene fuerza legal para el pueblo cristiano. Cristo mismo afirmó su autoridad y vigencia universal y eterna al decir: ‘No penséis que he venido a destruir la doctrina de la Ley ni de los profetas: no he venido a destruirla sino a darle cumplimiento, que con toda verdad os digo: antes faltarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse perfectamente cuanto contiene la Ley, hasta una sola jota o ápice de ella. Y así, el que violare uno de estos mandamientos por mínimos que parezcan, y enseñare a los hombres a hacer lo mismo, será tenido por el más pequeño, esto es por nulo en el reino de los cielos, pero el que los guardare y enseñare ése será tenido por grande en el reino de los cielos’… No existe, pues, excusa ni pretexto, justificación ni argucia para desoír, tergiversar o intentar dar a la Ley mosaica un sentido acomodaticio a determinadas circunstancias, porque lo que es de Dios tiene siempre valor de eternidad. Así lo ha comprendido el Romanismo al estampar íntegra y literalmente en las distintas ediciones de su Biblia el Decálogo. Así también lo han entendido las iglesias Ortodoxa y de la Reforma, al mantener una absoluta fidelidad en la traducción hebrea de los Diez Mandamientos en sus Biblias autorizadas. En el capítulo 20 del libro del Éxodo se encuentran las palabras exactas de esa Ley divina y, quien desee recrear su espíritu con la maravilla de su contenido, allí debe ir para encontrar la verdad de Dios… pero… no basta con transcribir literalmente las palabras de Dios. Es preciso, además, enseñarles así a las gentes con rectitud de pensamiento y de corazón… El Romanismo presenta al pueblo creyente e incrédulo los Diez Mandamientos de la Ley de Dios espantosamente triturados. No en su Biblia, pero sí en sus múltiples Catecismos destinados a la enseñanza popular de la fe cristiana. En esos Catecismos, autorizados por la censura romana, el segundo mandamiento de la Ley de Dios no existe” (Errores Fundamentales del Romanismo, C. Gutiérrez Marín, págs. 12, 15, 16, 17).
Sobre el autor: Asociación Bonaerense, Argentina.