Cómo superar el desánimo y convertir en eficaz el desempeño de la obra pastoral
Primero, la mala noticia: el desánimo amenaza aproximadamente al 65% de los pastores. Hay estudios que comprueban esta afirmación. Puede sucederles, sin previo aviso, hasta a los mejores. Bajo su influencia, algunos se han entregado a la desesperación, a las relaciones extraconyugales o algún otro comportamiento irregular.
Ahora, la buena noticia: el desánimo se puede prevenir. Considere los síntomas comunes del desánimo pastoral: a los ministros de más edad les falta alegría. El ardor espiritual cede su lugar a una actitud fría, depresión, insomnio, ansiedad, hostilidad, relaciones difíciles, baja estima propia y una abrumadora sensación de soledad. Es posible que el pastor siga ejerciendo su ministerio, pero tal vez sin el celo, sin una verdadera preocupación por la misión y la evangelización, e incluso le puede resultar difícil discernir la dirección divina al tomar decisiones.
Un estudio que se llevó a cabo con una muestra de 76 pastores reveló que la prevención del desánimo debe formar parte de una estrategia para ayudarlos a florecer plenamente en su ministerio. Los pastores que tienen un concepto más positivo de la obra, que se dedican a la oración y al ministerio de la Palabra, que preparan a los miembros de su iglesia para que sean discípulos y buscan el poder del Espíritu Santo, no caen tan fácilmente en el desánimo. En cambio, los que son más negativos en el trabajo y se concentran en las dificultades, los que no entrenan a los feligreses para que lleguen a ser discípulos, son más propensos a desanimarse.
De los pastores que participaron del estudio, el 67% confesó haber experimentado alguna vez algún tipo de desánimo. Ninguno de ellos entrenaba habitualmente a los miembros de iglesia; tampoco consideraban que ésa fuera una función básica de su trabajo. Dedicaban la mayor parte del tiempo a intentar resolver problemas y conflictos entre los miembros. Hay, por supuesto, una relación directa entre el desánimo y las actitudes y los enfoques de los ministros.
Otra conclusión derivada del estudio es que los pastores, en general, tratan más de eliminar los síntomas que las causas de los conflictos. Dedican demasiado tiempo a las actividades burocráticas. Trabajan sin percibir la presencia de Jesús en su ministerio y, además, no desarrollan la tendencia a vivir dependiendo del Espíritu Santo.
A qué se le debe prestar atención
Por la misma naturaleza de su trabajo, el pastor enfrenta muchas dificultades. En una misma semana, por ejemplo, le puede tocar atender a una pareja que se quiere divorciar, gente que se quiere suicidar o que ha sufrido accidentes fatales. El pastor tiene que solucionar problemas, cuidar las finanzas de la iglesia y de la escuela, visitar ancianos solitarios y enfermos en el hospital. Aunque todas esas cosas sean comunes en la vida de un pastor, pueden tender a orientar su ministerio, y ese enfoque bastante estrecho lo puede conducir al desánimo.
Pero esos problemas pastorales nunca deben dominar su vida ni drenar sus emociones. No debe limitarse a reaccionar ante los problemas y a correr de una emergencia a la otra. Debe controlar su situación y atender sus necesidades diarias, sacando fuerzas de su reserva interior.
A Jesús nunca lo dominaron las circunstancias. Las hermanas de Lázaro se preocuparon porque él no estuviera disponible para atender pastoralmente a su hermano, como lo esperaban, hasta que éste falleció. Pero Jesús estaba disponible, y en el momento exacto ejerció su ministerio. Cuando los pastores viven corriendo de una crisis a la otra, sin tomarse tiempo para la reflexión y la restauración propia que resulta de la comunión con Dios, no pueden cumplir su ministerio; al contrario, están camino al desánimo.
Algunos consideran que el ministerio es una profesión más, y que todo lo que se espera del pastor es que siga moviéndose: que participe en comisiones y reuniones, que se ajuste a un temario, que consiga fondos para proyectos especiales y que apoye a la escuela. Esas tareas pastorales son poco espirituales, y hay en ellas mucho que contradice el verdadero llamado de Dios al ministerio pastoral. Una de las principales fallas de los pastores propensos al desánimo es que se desvían de la comisión evangélica para servir a las mesas (Hech. 6). Eso desgasta y desanima, aunque al pastor le cueste reconocer esos sentimientos.
La gente se puede volver dependiente de un pastor cuidadoso que la nutre y, como resultado de ello, aumenta sus tareas con exigencias egoístas. Nuestro ego a veces nos obliga a volvernos autosuficientes nosotros también, pues llegamos a considerarnos expertos en la solución de problemas. La dedicación y el amor a la gente son esenciales en el ministerio, pero no le deben restar al pastor el tiempo de su devoción personal y su restauración espiritual. Necesita fuerzas de lo alto para hacer frente a las crisis que encontrará en su camino.
Otra característica de los pastores propensos a desanimarse es la de no preparar a los laicos ni confiar en ellos para que lo ayuden en su ministerio. Esta situación no es nueva; ya existía en los días de Moisés. Jetro, su suegro, observó que la gente siempre buscaba a Moisés, y le preguntó: “¿Qué es esto que haces tú con el pueblo? ¿Por qué te sientas tú solo, y todo el pueblo está delante de ti desde la mañana hasta la tarde?” Moisés se apresuró a responder que la gente lo buscaba para que hablara directamente con el Señor. Pero Jetro le replicó: “No está bien lo que haces. Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo que está contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo” (Éxo. 18:14, 17, 18). La sugerencia de Jetro fue que Moisés compartiera sus responsabilidades con otras personas, para librarlo así del desánimo pastoral.
Prevención
Los pastores que no se desaniman en su trabajo son los que invierten tiempo para entrenar a los miembros. Ven el ministerio como un medio de convertir en discípulos a los creyentes. Y se alegran al llevar a cabo esa obra. Esos pastores comienzan el día con su devoción personal. Desean que Dios esté siempre presente en su trabajo. Dedican tiempo a la oración y al estudio de la Palabra. Como escribió Leroy Eimes en la revista Today’s Better Life [Una vida mejor para hoy]: “El desánimo no es consecuencia del exceso de trabajo, sino del hecho de que el pastor está tan ocupado que no tiene tiempo para el Señor. Muy pronto estará trabajando con la fuerza de la carne en lugar de hacerlo con el poder del Espíritu” El pastor puede llevar solo la carga, o pedirle a Cristo que lo haga. La primera opción conduce al desánimo; la segunda, a su éxito personal y el de su ministerio.
De la devoción personal surge la conciencia de la presencia de Jesús y del Espíritu Santo, lo que ayuda al pastor a enfrentar las crisis con calma y seguridad. Un pastor de esta clase se vuelve un instrumento en las manos de Dios. Se libera del sentimiento de culpa o de fracaso, como también de la presión por alcanzar el éxito. En el proceso de formar discípulos, descubre dones espirituales entre los miembros de su congregación.
Cuando el pastor bebe en abundancia de la fuente del amor y la gracia de Dios, facilita el flujo del genuino amor del Señor a través de sí mismo para alcanzar a los demás; y ese amor se multiplica. Es mucho más gratificante la extensión del ministerio que se basa en el amor y la gracia, que el intento de obligar a la gente a servir. El ministerio que se basa en el amor transforma a los miembros en discípulos.
Un ministerio que forma discípulos
De acuerdo con Efesios 4:11 -13, la función del pastor es la de un entrenador. Los apóstoles, los profetas, los evangelistas, los pastores y los maestros existían “a fin de perfeccionar (entrenar) a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo”.
Los pastores no deben dedicar su tiempo a tareas como la de abrir y cerrar las puertas del templo, confeccionar el boletín, llenar el bautisterio con agua, y otras tareas que pueden realizar los oficiales y los miembros de la iglesia. El pastor debe disponer de gente con la que pueda contar para llevar a cabo esas funciones.
La condición básica para el crecimiento de una iglesia es que el pastor se mantenga en contacto con sus miembros. Lo puede hacer personalmente al visitarlos, orar con ellos y por ellos, predicarles la Palabra y enseñarles a trabajar; también lo puede hacer por intermedio de los líderes de los departamentos o de los Grupos pequeños. En este caso, los debe entrenar y equipar para que entrenen y equipen a los que dirigen.
En resumen, si usted quiere estar libre del desánimo pastoral, pruebe estas sugerencias:
a. Edifique su ministerio sobre el fundamento de una vida de devoción bien sustentada.
b. Mantenga una dependencia consciente de Cristo y del Espíritu Santo.
c. Desarrolle un ministerio dedicado al entrenamiento; prepare a sus feligreses para la obra.
d. Desarrolle acciones preventivas: no espere a que explote una crisis para recién encararla.
e. Trate de curar la enfermedad del pecado; no aplique meros paliativos a los síntomas.
f. Organice a la iglesia para la acción, de acuerdo con los dones espirituales que estén disponibles en ella.
g. Comparta la obra pastoral con los feligreses que usted mismo entrenó con ese fin.
h. Disfrute de la alegría de ser pastor.
Sobre el autor: Doctor en Filosofía. Director de Crecimiento de Iglesia en la Asociación de Alta Columbia, Washington, Estados Unidos.