Principios fundamentales de la encarnación, la vida y la misión de Jesucristo

E l apóstol Juan sintetiza la encarnación de Jesús en las intrigantes palabras: “El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros” (Juan 1:14, NVI). El término griego traducido como “habitó” (skēnoō) deriva de la misma raíz del sustantivo que es traducido como “tabernáculo” (skēnē) e indica la intención del apóstol Juan de relacionar la encarnación de Cristo con la construcción del Santuario, cuyo objetivo principal era la “habitación” de Dios en medio de su pueblo. El libro de Hebreos afirma que Jesús participó de la “carne y sangre” de la humanidad (Heb. 2:14). Esta disposición del señor Jesucristo involucró cosas tales como sentir hambre, sed y cansancio; pero también experimentar emociones como el pesar, la sorpresa, la compasión, la indignación y la tristeza.

Jesús definió su misión transcultural con palabras muy claras, de manera que es imposible no comprender lo que él vino a hacer en la Tierra: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Luc. 19:10). Su misión involucra dos principios absolutamente inseparables: el servicio y el discipulado.

La misión por medio del servicio

La missio Dei está intrínsecamente relacionada con el acto de enviar. El apóstol Pablo dijo que “cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley” (Gál. 4:4, NVI). Diversas veces en el Evangelio de Juan, Jesús se refiere al Padre como “Aquel que me envió” (por ejemplo: 8:16, 26, 29). En la profecía de Isaías, el Cristo preencarnado afirma:

“Ahora el Señor omnipotente me ha enviado con su Espíritu” (Isa. 48:16, NVI). De acuerdo con Mateo 20:28, Jesús vino para servir (diakonēsai). Esa forma verbal griega viene del verbo diakonēo, que tiene la misma raíz del sustantivo diakonos, traducido a nuestra lengua como diácono. El servicio prestado por Jesús es presentado en el mismo versículo, a partir de otro verbo cuyo tiempo, modo y voz lo coloca en una íntima relación con el verbo servir: es el verbo dar. Una traducción alternativa para ese versículo sería: “El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir; es decir, vino a dar la vida en rescate de muchos”.[1] Esa idea aparece precisamente en Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. El acto del Padre al enviar a su Hijo es visto como una dádiva, así como el acto del Hijo de entregarse también lo es. La disposición de dar demuestra que la misión de Cristo no implica apenas morir como hombre, sino vivir como tal. Por eso, los evangelios indican constantemente que él se mezcló con las personas a quienes quería salvar.

En el Evangelio de Mateo, Jesús es visto como un gran profesor (7:28; 13:53, 54; 22:16). En uno de sus famosos discursos, el Sermón del Monte (Mat. 5-7), Cristo enseña cuál es el patrón ético y moral aprobado por el Cielo. En Mateo 5:1 y 2 encontramos la motivación para esa clase: “Viendo Jesús a las multitudes…”

En Mateo 18:1 al 35, mientras Jesús pronuncia su cuarto discurso,[2] enseñándoles a sus discípulos cómo es la vida en comunidad en su Reino, las multitudes escuchan sus palabras (Mat. 19:1, 2). La expresión “las multitudes” (hoi ochloi), y sus variaciones, aparece 25 veces en Mateo, lo que demuestra su interés en mostrar que el ministerio de Jesús se desarrolló en medio de las personas que él vino a salvar.

Mientras Mateo está más interesado en relatar lo que Jesús dijo, Marcos está más interesado en decir lo que él hizo. Los eventos predominan en ese Evangelio, y los discursos son reducidos (Mat. 24; cf. Mar. 13) o no aparecen en el texto (Mat. 5-7). La narrativa es dinámica, con un repetido uso del término “inmediatamente” (euthys), que aparece 41veces, más que en todo el resto del Nuevo Testamento (10 veces). El uso de ese término, cuando está asociado a las acciones de Jesús, demuestra el interés de Marcos de mostrar que el Señor no solo actuó, sino también lo hizo con rapidez (ver Mar. 1:10, 43). Además de esto, en el Evangelio de Marcos, Jesús no solamente se mezcla con las personas; él las toca y es tocado por ellas. Por ejemplo, su toque trajo cura a un leproso (1:41), a la mujer con hemorragia (5:27), a la hija de Jairo (5:41), y al hombre sordo y tartamudo (7:33). El toque de Jesús se transforma en algo que las multitudes buscan con extrema avidez, tanta que “dondequiera que iba, en pueblos, ciudades, caseríos, colocaban a los enfermos en las plazas. Le suplicaban que les permitiera tocar siquiera el borde de su manto, y quienes lo tocaban quedaban sanos” (6:56, NVI).

En el Evangelio de Lucas, Jesús está involucrado con todas las clases de personas: samaritanos (9:51-56), gentiles (4:25-27), judíos (1:33, 54, 68-79), publicanos, pecadores y proscritos (15:1, 2, 11-32), fariseos (7:36), pobres (2:7, 8, 24), ricos (19:2), mujeres (Elizabeth, María, la profetisa Ana, la viuda de Naín, María Magdalena, Juana, Susana, las hijas de Jerusalén y muchas viudas) y niños (18:15-17). Lucas busca enfatizar un Jesús accesible y que sirve a todos (Luc. 22:27).[3] En el libro de los Hechos de los apóstoles, él demuestra que esa accesibilidad y ese espíritu de servicio deben observarse también en los discípulos.

En el Evangelio de Juan encontramos un ejemplo de la disposición de Jesús para el servicio que no se observa en los evangelios sinópticos. Este apóstol es el único que relata la experiencia de la ceremonia del lavamiento de los pies en ocasión de la Última Cena (Juan 13:4, 5). En este Evangelio, Jesús realiza exactamente siete grandes milagros:[4] transformó el agua en vino (2:1-11); curó al hijo del oficial del rey (4:46-54); sanó al paralítico de Betesda (5:1-18); multiplicó panes (6:1-15); caminó sobre las aguas (6:16-21); curó al ciego de nacimiento (9:1-41) y resucitó a Lázaro (11:1-57). Al mencionar siete milagros, el apóstol Juan parece querer demostrar el carácter perfecto de la obra de Cristo en la Tierra. De esa manera, el Verbo encarnado no vino al mundo simplemente para prestar un servicio a la humanidad; él vino al mundo para prestarle a la humanidad un servicio perfecto.[5]

En el lenguaje del apóstol Pablo, Cristo asumió “la naturaleza de siervo […] haciéndose semejante a los seres humanos” (Fil. 2:7, NVI) para servir a la humanidad caída, y su servicio está relacionado con el emprendimiento divino de salvar a la humanidad.

Encontramos en este versículo dos oraciones que explican el “vaciamiento” de Cristo. Él se vació (1) asumiendo la forma de siervo y (2) haciéndose semejante a los hombres. La expresión “naturaleza de siervo” encontrada en la primera oración, puede significar algo semejante a lo que se encuentra en Gálatas 5:13, donde el apóstol exhorta a que los hermanos se sirvan los unos a los otros en amor. Sin embargo, lo más probable es que él esté pensando en el siervo del Señor, presentado en Isaías 42 al 53. La segunda oración coordinada lanza luz sobre la primera; es decir, transformarse en un hombre fue el mayor servicio que Cristo le prestó a la humanidad,[6] pues de esa manera, habiéndose mezclado con los hombres, él puede compadecerse de sus debilidades (Heb. 4:15).

La misión por medio del discipulado

Jesús emprendió un intenso proceso de discipulado durante su ministerio terrenal. Por ejemplo, en Mateo 10 podemos encontrarlo sentado con los discípulos en un arduo entrenamiento. Después de concluir una clase teórica, él salió con su grupo de alumnos para desarrollar una clase práctica (ver Mar. 11:1; 12:1). Ya el discurso registrado en Mateo 18 es motivado por una pregunta formulada por los discípulos (vers. 1). La interacción entre ellos y el Maestro durante esa clase puede ser vista a partir de la intervención del apóstol Pedro (vers. 21), a fin de saber cuántas veces debía perdonar al prójimo. La respuesta de Cristo vino en la forma de una ilustración por medio de una parábola.

En el Evangelio de Marcos encontramos fuertes declaraciones sobre el costo del discipulado. La incomprensión es una dura parcela que debe ser enfrentada constantemente (Mar. 3:21-30); la renuncia a sí mismo es algo necesario en el proceso, pero también hay recompensas, a pesar de las persecuciones (Mar. 10:29, 30); y, finalmente, el discipulado puede llevar al martirio (Mar. 10:33, 34).

Sin embargo, en relación con el proceso de discipulado, nada es más urgente en las palabras de Jesús que la orden específica “haced discípulos” (Mat. 28:18-20). En la conclusión de cada Evangelio encontramos un llamado a la misión.

Denominamos a ese llamado como la Gran Comisión; y ella es grande porque, de acuerdo con lo que afirma Elena de White, Jesús incluyó a todos los creyentes hasta el fin de los tiempos en esa misión.[7]

De acuerdo con lo que Herbert Kiesler declara, en Mateo 28:18 al 20 hay una orden triple: “(1) vayan y hagan discípulos de todas las naciones, (2) bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, (3) enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes”.[8] El texto griego es muy instructivo. El único verbo que está en el imperativo es hacer discípulos (mathēteuō); los demás están en participio y, por ese motivo, subordinados al verbo principal, que es el que aparece en imperativo. Pensando en esta lógica, una traducción alternativa podría ser: “Hagan discípulos yendo, bautizando y enseñando”.

El verbo traducido como ir puede ser vertido al español como mientras ustedes van o, también, a medida que ustedes van, hagan discípulos. En ese sentido, hacer discípulos se presenta como un estilo de vida, algo que hacemos por donde vamos pasando. Para eso, bautizamos a las personas y les enseñamos las órdenes de Jesús. Es importante resaltar que los verbos no están colocados en orden cronológico; es decir, no es obligatorio que primero bauticemos y después enseñemos. En el proceso del discipulado, la enseñanza es algo que debe ocurrir tanto antes como después del bautismo. El nuevo discípulo debe formar a otro discípulo que, por su parte, debe formar a otro, que debe formar a otro, y así indefinidamente.

De la misma manera que ocurrió en Mateo 28:19, donde el verbo ir indica un estilo de vida expresado en la orden hagan discípulos, sucede en Marcos 16:15. De hecho, la forma verbal griega, aoristo, es exactamente la misma en ambos casos. En ese sentido, el énfasis de la frase no es cuándo comienza o cuándo termina la acción, sino la necesidad de ejecutarla a cada instante. Además, aunque el verbo ir no esté en imperativo, posee la fuerza de un imperativo, teniendo en vista que está subordinado al verbo imperativo de la oración principal, tanto en Mateo 28:19 como en Marcos 16:15.[9] Sin la acción de ir, no hay proclamación. De esa manera, la acción de ir es tan compulsoria como la acción de hacer discípulos.

Cuando observamos el Nuevo Testamento, percibimos que los apóstoles aprendieron con Jesús cómo desarrollar de manera eficaz el servicio y el proceso del discipulado, que están intrínsecamente relacionados. Ellos se mezclan con las personas de tal modo que los encontramos con mucha frecuencia entre las multitudes (ver Hech. 5:12; 11:26), pasando por dificultades (2 Cor. 11:16-12:10, etc.), pero también aliviando el sufrimiento ajeno (Hech. 5:15, 16), y así desarrollaron el ministerio de la enseñanza (Hech. 19:9) y emprendieron un vigoroso trabajo de discipulado.

Finalmente, a semejanza de su Maestro, ellos también fueron martirizados por sus enemigos, como fueron los casos de Esteban (Hech. 7:54-60), Santiago, el hermano de Juan (Hech. 12:2), el apóstol Pablo (2 Tim. 4:6) y tantos otros (Heb. 11:37).

De acuerdo con lo que declara Dietrich Bonhoeffer, “el discípulo es arrancado de su relativa seguridad de vida y lanzado a la incerteza completa […]. El discipulado es compromiso con Cristo; porque Cristo existe, tiene que haber discipulado”.[10] Ese llamado se extiende a todos los que están dispuestos a llevar la cruz de Cristo. De hecho, “la cruz es impuesta a cada creyente. […] Quien entra en el discipulado se entrega a la muerte de Jesús, expone su vida a la muerte”.[11]

Por lo tanto, teniendo en vista que las condiciones del discipulado involucran renuncia, permanencia en Cristo, frutos, sufrimiento y muerte, la Gran Comisión de Mateo 28:18 al 20, en última instancia, es más que un llamado para hacer discípulos –ir, enseñar y bautizar–; es un llamado para ser semejantes a Cristo, vivir como Cristo, servir como Cristo. En otras palabras, es un llamado a “encarnar” las características del propio ministerio y vida de Cristo, siguiéndolo en su misión por medio del servicio y del discipulado.

Nota: Adaptado de “The Incarnation of Christ: Mystery and Model of Mission”, en Artur Stele (ed.), The Word: Preaching. Living, Teaching (Silver Spring,MD: Biblical Research Institute, 2015), pp. 257-283.


Referencias

[1] Ver D. A. Hagner, Matthew 14-28 (Dallas, TX: Word, 2002), p. 582.

[2] El Evangelio de Mateo está organizado en cinco grandes discursos de Jesús, que parecen ser un paralelo entre estos y el Pentateuco. La intención es mostrar que Jesús es el nuevo Moisés, pero mayor que él. Para más detalles, ver: D. A. Hagner, Matthew 1-13 (Dallas, TX: Word, 2002); D. A. Hagner, Matthew 14-28 (Dallas, TX: Word, 2002).

[3] Alfred Plummer, A Critical and Exegetical Commentary on the Gospel According to S. Luke (Londres: T&T Clark International, 1896).

[4] Jon Paulien, The Deep Things of God (Hagerstown: Review and Herald Publishing Association, 2004).

[5] Ver Wagner Kuhn, Transformação Radical: Em Busca do Evangelho Integral (Engenheiro Coelho, SP: Unaspress, 2016), pp. 61-65.

[6] G. D. Fee, Pauline Christology: An Exegetical-Theological Study (Peabody, MA: Hendrickson Publishers, 2007), p. 387.

[7] Elena de White, El Deseado de todas las gentes (Buenos Aires: ACES, 2008), p. 761.

[8] Herbert Kiesler, “As ordenanças: batismo, lava-pés e ceia do Senhor”, en Raoul Dederen (ed.), Tratado de Teologia Adventista do Sétimo Dia (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2011), p. 648.

[9] Ver D. A. Hagner, Matthew 14-28 (Dallas, TX: Word, 2002), p. 886.

[10]  Dietrich Boenhoeffer, Discipulado (San Leopoldo, RS: Sinodal, 2004), p. 21.

[11] Ibíd., p. 46.