El equilibrio de la iglesia apostólica en el libro de Hechos y su aplicación en los días actuales.

    Una mirada al mundo y a la postura de las personas nos lleva a constatar la presencia de un alto índice de polarización en el aire. Las cuestiones políticas, sociales, económicas o ideológicas están marcadas por un evidente espíritu de ruptura, notable en el discurso nosotros contra ellos.

    Esta característica de nuestro tiempo también ha influido en la percepción de la vivencia en la iglesia. Específicamente, este artículo aborda algunas de las polarizaciones que surgieron relativas a la práctica del discipulado. Lejos de opinar sobre todos los aspectos de esta discusión, este texto toca algunos de los extremos observados en áreas como la predicación, el crecimiento de la iglesia, el evangelismo, el foco del trabajo y el ministerio, a la luz de la experiencia de la comunidad apostólica, según el retrato de Lucas en el libro de los Hechos. Creemos que la experiencia exitosa de la iglesia del primer siglo, que en poco tiempo trastornó al mundo (Hech. 17:6), debe inspirarnos a ser lo que Dios desea que seamos como su pueblo escogido.

¿Jesús o doctrina?

    A lo largo del tiempo encontramos personas que han situado el énfasis de la predicación cristiana en dos extremos. Por un lado, existen aquellos que defienden la idea de que se debe predicar solamente sobre la relación con la persona de Jesús, haciendo la experiencia religiosa bastante subjetiva y fluida. Por otro lado, algunos afirman que la predicación debe ser esencialmente doctrinal y apologética, a fin de fortalecer a los creyentes en los fundamentos de la fe cristiana.

    Al observar la iglesia apostólica, notamos que ella mantenía el equilibrio entre estos dos puntos. En el Pentecostés (Hech 2:14-36), el primer gran sermón de Pedro tuvo como argumento principal a la persona de Jesús. Él inició (vers. 14) y concluyó (vers.36) su mensaje destacando la naturaleza mesiánica de Cristo. Sin embargo, enseguida, al describir el modo de vida de los primeros cristianos, Lucas afirmó que ellos “perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (2:42). John Stott observa que “los nuevos convertidos no estaban disfrutando de una experiencia mística que los llevara a despreciar su mente o la teología. El antiintelectualismo y la plenitud del Espíritu son mutuamente incompatibles, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de la verdad. Ni los primeros discípulos imaginaron que, por haber recibido al Espíritu, él sería el único maestro que necesitaban, y que podían prescindir de los maestros humanos. Al contrario, se sentaban a los pies de los apóstoles, hambrientos por recibir instrucción, y perseveraban en ella”.[1]

    El discipulado cristiano no debe alimentar el movimiento pendular que en un momento enfatiza la relación con Cristo y en otro momento destaca la doctrina, sino presentar a Jesús por medio de la doctrina y a la doctrina por medio de Jesús. En este sentido, Alberto R. Timm alerta que “jamás deberíamos transformar la relación con Cristo en un sustituto de las verdades bíblicas, ni enaltecer las verdades bíblicas en detrimento de la relación con él”.[2] Así, una postura equilibrada, que presenta a Jesús y su doctrina, es la salvaguarda contra la espiritualidad abstracta, que genera cristianos infructuosos, y el legalismo doctrinal, que produce cristianos intragables.

¿Cantidad o calidad?

    Otro punto debatido cuando el asunto es el discipulado está relacionado con la calidad y la cantidad de los nuevos discípulos. En los extremos de esta discusión hay numerólatras y numerófobos. Los primeros ven al discipulado solo en términos de resultados numéricos y reducen la evaluación del trabajo pastoral a la cantidad de personas bautizadas en determinado período. Los últimos afirman que la calidad está por encima de la cantidad y que más importante que el número de bautizados es cuántos miembros permanecen en la iglesia a lo largo del tiempo.

    En el libro de Hechos esta disputa no se sostiene, pues cantidad y calidad iban de la mano en la iglesia apostólica. En varias ocasiones Lucas menciona, con alegría, cómo el número de los discípulos se expandía, a medida que el mensaje cristiano alcanzaba nuevos territorios (p. ej., Hech. 2:41; 4:4;6:1, 7; 9:31; 11:24; 12:24; 16:5; 17:12; 21:20). Este crecimiento numérico, sin embargo, no estaba disociado del crecimiento espiritual de los nuevos conversos. Tanto el retrato de Hechos 2:42 al 44 como el de Hechos 4:32 apuntan a una iglesia sólida en su relación con Dios y con el prójimo.

    Jay Gallimore, al reflexionar sobre el papel de los números en el trabajo pastoral, hace una afirmación relevante: “Al evaluar lo que está sucediendo en mi ministerio, el número de personas que frecuentan la iglesia y el número de bautismos son muy importantes. La cuestión nunca debe ser si debemos usar los números, sino cómo los usamos. Si se disocian del objetivo final, que es desarrollar personas que sean semejantes a Cristo, entonces distorsionarán la visión”.[3]

    No podemos ignorar el hecho de que, en la Biblia, no existen cualidades estériles. Jesús afirmó, en la parábola del sembrador, que la semilla que cae “en buena tierra es el que oye la Palabra y la comprende; este fructifica y produce a cien, a sesenta y treinta por uno” (Mat. 13:23). Elena de White recuerda que “el ministro que ora, que tiene una fe viva, manifestará obras correspondientes, y grandes resultados acompañarán su trabajo, a pesar de los obstáculos combinados de la Tierra y el infierno”.[4] Inevitablemente, ¡el discipulado saludable genera muchos frutos para el Reino!

¿Evangelismo personal o público?

    Ni siquiera la metodología evangelizadora escapó a los debates que envuelven al discipulado. Para algunos, el evangelismo personal es la mejor forma de compartir el mensaje, y renuncian a cualquier estrategia vinculada al evangelismo público. Para otros, el evangelismo público está por encima de todas las iniciativas personales.

    De hecho, la polarización entre evangelismo público y personal es inexistente en el Nuevo Testamento. En Hechos, los cristianos proclamaban el mensaje a grandes multitudes (Hech. 2:6; 14:1), pero también personalmente (Hech. 8:26-40) y en las casas (Hech. 5:42; 20:20), lo que ampliaba las posibilidades de alcance del evangelio. 

    Russell Burrill destaca la importancia de la sensibilidad de la iglesia a la variedad de públicos presentes y de su apertura a la diversidad de métodos de alcance. Como especialista en crecimiento de la iglesia, sugiere que las “iglesias adventistas que crecen reúnen una mezcla de estrategias exitosas que se adecuan a sus congregaciones y a sus estilos de ministerio”.[5]

    Este concepto no es reciente en el Adventismo. En 1895, Elena de White fue enfática al decir: “Tendrían que hacer visitaciones casa por casa, como mayordomos fieles de la gracia de Cristo. Mientras trabajan, proyectan y planifican, continuamente se les presentarán nuevos métodos en su mente y, con el uso, las facultades de su intelecto se incrementarán. […] Algunos quizá trabajen en silencio, creando interés, mientras otros hablan en salas”.[6]

El desafío que tenemos es muy grande, y grande debe ser nuestra capacidad de articular metodologías que, fundamentadas bíblicamente, ayuden en el cumplimiento de la misión.

¿Social o misionero?

    Además de cuestiones acerca de predicación, crecimiento de iglesia y evangelismo, otra discusión que también acompaña al tema del discipulado está relacionada con el foco del trabajo. De un lado se encuentran aquellos que defienden un enfoque puramente social, relevante para la comunidad, sin intencionalidad evangelizadora. Del otro, están los defensores de una estrategia misionera agresiva, que no se ocupa de las condiciones sociales y está preocupada por compartir el mensaje de la salvación con vistas al Reino venidero.

    Nuevamente, el libro de Hechos presenta a la iglesia apostólica en un camino intermedio. Las necesidades sociales eran atendidas por la comunidad (Hech. 2:44,46; 4:32-35; 6:1-3), mientras el evangelio era proclamado con poder a todo el pueblo (Hech. 4:33; 6:4).

    En este sentido, una de las más conocidas declaraciones de Elena de White equilibra estos dos polos, y ayuda a la iglesia a moderar su discurso: “Solo el método de Cristo será el que dará éxito para llegar a la gente. El Salvador trataba con los hombres como quien deseaba hacerles bien. Les mostraba simpatía, atendía sus necesidades y se ganaba su confianza. Entonces les decía: ‘Seguidme’ ”.[7] De esta manera, el discipulado no se reduce a la promoción de un evangelio social, pero tampoco se limita a una proclamación de las buenas nuevas desconectada social- mente. Por medio del servicio abnegado, la iglesia debe ser reconocida como las manos de Cristo para el mundo.

¿Presión o pasión?

    Por último, una preocupación más específica del contexto pastoral está relacionada con las luchas que un ministro enfrenta al poner su empeño en el discipulado. Una escena común en cualquier concilio es la formación de ruedas de pastores que comparten sus experiencias ministeriales con amigos con los que no se ven desde hace algún tiempo. Algunos están viviendo una fase muy agradable de su ministerio, mientras que otros están enfrentando varias presiones al frente de sus iglesias.

     En realidad, algunos desafíos son comunes a todos los pastores. No hay un solo ministro que no tenga que lidiar con el peso de las expectativas personales, congregacionales, sociales e institucionales. Mientras que algunos sucumben ante las presiones, otros las subliman basados en la pasión por el ministerio.

    La presión y la pasión siempre caminaron juntas en la experiencia de los cristianos apostólicos. La tarea de hacer discípulos es una afrenta al reino de las tinieblas y jamás será realizada sin oposición. En Hechos 4:1 al 22, Lucas narra el interrogatorio al que fueron sometidos Pedro y Juan ante el Sanedrín. Al tratar de obligarlos, la orden de los líderes religiosos fue “que en ninguna manera hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús” (vers. 18). Y ¿cuál fue la reacción de la iglesia? Los hermanos, unánimemente, oraron a Dios y pidieron que los apóstoles fueran capacitados para proclamar la Palabra “con toda intrepidez” (vers. 29).

    Tal vez el ejemplo apostólico de sufrimiento más destacado sea el de Pablo. Por ejemplo, en 2 Corintios 11:16 al 30, él enumeró algunas de las situaciones desafiantes por las que pasó en su ministerio. Sin embargo, a pesar de las presiones, el apóstol de los gentiles fue capaz de decir: “Y yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas, aunque amándoos más, sea amado menos” (2 Cor.12:15). En Hechos 20:24, ante los efesios, él afirmó: “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios”.

    Por lo tanto, la solución para lidiar con esa condición inherente a nuestra vocación no consiste en sucumbir ante las presiones ni sublimarlas basados en la pasión, sino en encontrar el equilibrio en Cristo, pues “no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Tim. 1:7).

Conclusión

    La posición equilibrada que encontramos en el libro de Hechos acerca de los temas polarizados con los que nos encontramos en la iglesia contemporánea debe ser el objetivo por el cual debemos trabajar. Tanto los miembros como los pastores son desafiados a romper con ese espíritu de ruptura que se cierne sobre la sociedad, para hacer de la iglesia un ambiente diferente, en el que la gracia de Dios reine de modo soberano.

    Sin querer ser reduccionistas en cuanto a la complejidad de los puntos presentados, creemos que las experiencias mencionadas, a partir del relato neotestamentario, son suficientes para abrir un camino moderado por el cual el discipulado pueda transitar, y alcanzar su propósito principal: la formación de creyentes maduros en Jesucristo, preparados para compartir las buenas nuevas del Reino y heredar la salvación eterna.

Sobre el autor: Lucas Alves: secretario ministerial asociado para la Iglesia Adventista en América del Sur.

Wellington Barbosa: director de la revista Ministerio Adventista, edición de la CPB.


Referencias

[1] John R. W. Stott, The Message of Acts: The Spirit, the Church & the World (Leicester, Inglaterra; Downers Grove, Illinois: InterVarsity Press), p. 82.

[2] Alberto R. Timm, “Podemos ainda ser considerados o ‘Povo da Bíblia’?”, Revista Adventista (junio 2001, edición CPB), p. 16.

[3] Jay Gallimore, “Measuring the pastor’s success”, Ministry (mayo 1990), p. 14.

[4] Elena de White, El ministerio pastoral (egwwritings.org, Ellen G. White Estate, 2018), p. 24.

[5] Russell Burrill, How to Grow an Adventist Church (Fallbrook, California: Hart Books, 2009), p. 31

[6] Elena de White, Un ministerio para las ciudades (egwwritings.org, Ellen G. White Estate, 2018), p. 99.

[7] Elena de White, El ministerio de curación (egwwritings.org, Ellen G. White Estate, 2018), p. 102.