El modelo discipulador de una iglesia apostólica y su aplicación para las comunidades cristianas contemporáneas

Hacer discípulos es la tarea más desafiante que tenemos como pastores en el cumplimiento de la misión de Dios en medio de la sociedad secularizada, materialista y pluralista en la que está insertada nuestra iglesia. Richard Longenecker afirma que “el discipulado ha sido, durante siglos, un camino para pensar y hablar acerca de la naturaleza de la vida cristiana”.[1] Actualmente se ha renovado el énfasis en este tema, buscando modelos que ayuden a la iglesia en la aplicación concreta, ya que, como lo expresó Dietrich Bonhoeffer, “el cristianismo sin discipulado es siempre un cristianismo sin Cristo”.[2] Por tal razón, es necesario que evaluemos y proyectemos un proceso con fundamentos bíblicos. En el presente artículo se analizará una iglesia discipuladora que se destaca por la excelencia en su propuesta práctica: Antioquía de Siria. Al observar los relatos lucanos sobre este modelo viviente de ejemplo discipulador, realizaremos una aproximación a diversas implicaciones de los creyentes de esta ciudad que ayudarán al ser y al hacer discípulos en el contexto de la comunión, las relaciones y la misión.

La ciudad de Antioquía

 Antioquía de Siria fue la tercera ciudad más importante en el Imperio Romano, después de Roma y Alejandría.[3] Contaba con una población aproximada de 300 mil habitantes. Fundada por Seleuco Nicator I en honor a su padre Antíoco cerca del año 300 a.C., se encontraba ubicada sobre el río Orontes. Por su acceso al Mar Mediterráneo a través del puerto de Seleucia, se destacó como una ciudad comercial que transportaba productos al mundo entero.

 Bajo el gobierno de Pompeyo en 64 a.C., Antioquía fue declarada una ciudad libre, convirtiéndose así en la sede administrativa de la provincia romana de Siria.[4] En aquella metrópolis confluían muchas religiones, pero predominaba la devoción a Apolo, Artemisa y Dafne. Poseía una sinagoga de gran influencia, en la cual se destacaba su gran número de prosélitos (cf. Hech. 6:5). También hacía ostentación de un elevado nivel intelectual, espectáculos deportivos, y una amplia influencia política.[5] Era conocida por su inmoralidad, atestiguando el poeta latino Juvenal que “las aguas residuales del Orontes se han vertido desde hace tiempo en el Tíber”,[6] lo que alude a la mala influencia de Antioquía sobre Roma. Tras la instauración del cristianismo, la reputación de este lugar se mantuvo por siglos en la historia de la iglesia.

Comunión con Dios

 La iglesia en aquella metrópolis fue el resultado de la persecución que sufrieron los cristianos en Jerusalén (Hech. 11:19-21). Dios utilizó una situación inevitable y adversa con el fin de que la misión se expandiera de una manera sorprendente, y llegara así a una de las ciudades más importantes del Imperio. Las noticias del impacto del evangelio llegaron al conocimiento de los discípulos en Jerusalén (11:22), quienes delegaron la responsabilidad de indagar sobre estos hechos en Bernabé. Era la persona ideal para continuar el proceso de discipulado iniciado por los primeros predicadores. Así, “bajo el liderazgo de Bernabé, la iglesia continuó creciendo”.[7] Al llegar a la iglesia siria, el discípulo vio que estaba llena de la gracia de Dios. Esta gracia evidenciaba la obra dinámica del Espíritu Santo en la vida de los creyentes comprometidos con Jesús.

Los discípulos son imitadores de Jesús (11:26): Lucas nos relata que fue en Antioquía donde a los discípulos se los llama cristianos por primera vez. Los residentes de la ciudad vieron un testimonio vital que los asociaba directamente con Cristo. El ministerio de Jesús era el tema de su admiración, imitación y compromiso. Elena de White afirma al respecto: “El nombre les fue dado porque Cristo era el tema principal de su predicación, su enseñanza y su conversación. Continuamente volvían a contar los incidentes que habían ocurrido durante los días de su ministerio terrenal, cuando los discípulos eran bendecidos con su presencia personal. Se explayaban incansablemente en sus enseñanzas y en sus milagros de sanidad. Con labios temblorosos y ojos llenos de lágrimas hablaban de su agonía en el jardín, su traición, su juicio y su ejecución, de la paciencia y humildad con que había soportado el ultraje y la tortura que le habían impuesto sus enemigos, y la piedad divina con que había orado por aquellos que lo perseguían. Su resurrección y ascensión, su obra en el cielo como el Mediador del hombre caído, eran temas en los cuales se gozaban en explayarse. Bien podían los paganos llamarlos cristianos, siendo que predicaban a Cristo, y dirigían sus oraciones al Padre por medio de él. Fue Dios el que les dio el nombre de cristianos. Este es un nombre real, que se da a todos los que se unen con Cristo”.[8]

 Así, el discípulo no solo cree en Jesús, sino también se identifica con él en una relación personal. El discipulado implica la imitación de su Maestro en la vida cotidiana, proceso de crecimiento y madurez en santidad. Gregory Ogden afirma que “un discípulo es alguien que responde con fe y obediencia al llamamiento misericordioso de Jesucristo. Ser un discípulo es un proceso de por vida de negarse a sí mismo y de dejar que Jesucristo viva en nosotros”.[9]

 Los discípulos están comprometidos con las enseñanzas de la Palabra (11:26-30; 13:1):Los creyentes de Antioquía se enriquecían escuchando a los profetas. Sabían que Dios enviaba mensajes a través de ellos para revelar su voluntad. A ellos se sumaba el ministerio de los maestros que hacían quela iglesia estuviese fundamentada en la sana doctrina de la Palabra de Dios.[10] El discípulo se goza en conocer la voluntad divina a través de los principios y las enseñanzas revelados en la Palabra de Dios.

 Cada cristiano debe dedicarse a estudiar la Biblia; las verdades distintivas de la Verdad Presente, tales como el sábado, el Santuario, la inmortalidad condicional del alma; y las profecías, para fortalecer su compromiso con la verdad y la identidad del remanente del tiempo del fin. Tanto el discipulador como el discípulo se renuevan, fortalecen, corrigen, animan y crecen a través de una comunión con las Escrituras. La interacción con estas desarrolla conocimiento, compromiso y comunión con la Verdad.

 Los discípulos son obedientes a la dirección del Espíritu Santo (13:2): Lucas, al describir a Bernabé, nos afirma que era lleno del Espíritu Santo (11:24). Con su ejemplo llevó a la naciente iglesia a una experiencia de espiritualidad en comunión con el Espíritu. Los líderes de Antioquía fueron capaces de escucharlo cuando pidió que Bernabé y Saulo fueran apartados para la obra misionera. Con relación a esto, John Mac Arthur afirma que “una iglesia llena del Espíritu se puede definir simplemente como aquella cuyos miembros caminan en obediencia a la voluntad de Dios”.[11] Pablo y Bernabé también obedecieron a su voluntad, estuvieron dispuestos a dejar su zona de confort en favor de la comisión divina. Además, la obra del Espíritu se evidenció por las numerosas conversiones en la ciudad, la recepción del mensaje de Agabo, la dadivosidad hacia los necesitados y la sana convivencia de la comunidad cristiana. De esta forma, los discípulos son creyentes obedientes a la voluntad y la dirección del Espíritu.

Relaciones sólidas

 La iglesia de Antioquía estableció fuertes vínculos en las relaciones interpersonales. La ciudad siria era la puerta que unía el occidente con el oriente. Tenía una población mixta, compuesta por judíos, romanos y otras diversas etnias, en que las diferencias raciales eran escasas. Esto se manifiesta en la diversidad cultural a la que Lucas hace referencia en el grupo de profetas y maestros, en el que Simón era llamado Niger, que traducido del latín significa negro, pudiendo entonces ser africano o de piel oscura, o ambos.[12] Manaén, por su parte, pertenecía a clase noble de la familia herodiana. Pablo había sido fariseo en Jerusalén, oriundo de Tarso. Bernabé era un levita de Chipre; y Lucio, de Cirene. De esta manera, este grupo de dirigentes, con sus diferencias, fueron de gran bendición al mostrar unidad y desempeño con sus dones en favor de la iglesia.

 Esta armonía seguramente ya era evidente cuando llegó Bernabé. Sin embargo, cuando ciertos judíos celosos buscaron imponer la circuncisión a los gentiles, generaron una discordia que necesitaba una solución urgente. Así, tras la decisión del concilio en Jerusalén, la unión se restableció en la iglesia. Por tal razón, las iglesias discipuladoras se destacan por las relaciones reales, afectivas, estables y sanas entre los creyentes. Esta vida en comunidad se desarrolla de manera óptima a través de los Grupos pequeños, las unidades de acción de la Escuela Sabática y la visitación pastoral. En ellos, debe haber una intención práctica de ayuda, confianza, aceptación y crecimiento en el discipulado.

 Las relaciones de la iglesia de Antioquía no solo ocurrieron entre sus integrantes, sino también con la iglesia madre (11:29). La iglesia se ocupó de ayudar a sus hermanos lejanos afectados por la hambruna ocurrida en tiempos de Claudio (41-54 d.C.).[13] Sus vidas centradas en las relaciones llevaron a los creyentes a donar sus recursos, a suplir las necesidades de la iglesia de Jerusalén. Asimismo, como discípulos, debemos comprender que nuestras relaciones trascienden los vínculos locales. Somos una gran familia mundial, por lo que nuestra dadivosidad y fidelidad en diezmos y ofrendas ayuda a muchas iglesias necesitadas, en lugares a los cuales tal vez nunca llegaremos personalmente.

Pasión por la misión

 Los discípulos fueron comisionados a hacer más discípulos. Lucas relata en tres ocasiones que la iglesia de Antioquía crecía en gran manera (Hech. 11:21, 24, 26). La iglesia siria estaba comprometida con la gran comisión de predicar y hacer discípulos. Esta creó un ambiente de confianza que desarrolló y potenció los dones y la pasión por alcanzar a todos. Algunas características misionológicas se destacan en esta iglesia discipuladora:

 Los discípulos utilizan los dones para la misión (13:1-3). La iglesia entendió que sus miembros tenían dones de Dios para emplearlos en el cumplimiento de la misión. Los dones empleados por Bernabé y Pablo en la enseñanza hicieron que mucha gente se convirtiera al Señor (11:26). La iglesia también delegó responsabilidades, y confió en ellos al administrar los recursos recaudados para los necesitados de Judea (11:30),participar en el concilio de Jerusalén (Hech.15), y finalmente dotarlos de autoridad para predicar el evangelio y cumplir con los ritos establecidos por el Señor en su misión a los gentiles (13:2, 3). Para un discipulado efectivo, necesitamos comprender que los miembros de nuestras iglesias necesitan atención, compromiso, delegación de responsabilidades y confianza en el desarrollo de sus dones para el cumplimiento de la misión. Los seminarios y las capacitaciones tienen su lugar, pero no son el todo para que ellos se comprometan. Necesitamos dedicarles tiempo en el acompañamiento, hasta que puedan desenvolverse por ellos mismos en la misión, de acuerdo con sus capacidades. Todo miembro involucrado posee dones espirituales para el crecimiento del Reino de los cielos.

 Los discípulos son fervorosos en llevar el mensaje de salvación a todos: En Antioquía, bajo el ministerio de Saulo y de Bernabé, comenzaron una nueva era de predicación a los gentiles. Esta iglesia fue el centro misionero para el establecimiento de muchas iglesias. Desde allí se elaboró y promovió el primer plan estratégico para llevar el mensaje de salvación a nuevos lugares, a través de parejas discipuladoras (11:29, 30;13:1-3; 15:36-39). Es interesante que, luego delos viajes misioneros, volvían a su iglesia y pasaban un tiempo con sus hermanos que compartían la pasión por la salvación de la humanidad (14:26; 18:22, 23). En referencia a este tema, Ken Hemphill nota que “la visión de alcanzar el mundo vino de Dios y fue recibida por los creyentes de Antioquía”.[14]Cada discípulo e iglesia discipuladores deben trazar estrategias evangelizadoras para alcanzar con el evangelio eterno a toda la Tierra (Mat. 24:14; Apoc. 14:6). Necesitamos buscar la dirección divina para avanzar en la misión a través del proyecto de Misión Global, mayor número de hermanos comprometidos en dar estudios bíblicos y ciclos de conferencias evangelizadoras para alcanzar a las almas sinceras. El discípulo está convencido de que el mensaje es para todos, y trabaja para alcanzarlos tal como lo realizó la iglesia antioquena.

Conclusión

 La iglesia de Antioquía nos ha dejado un claro modelo de discipulado a través de su ejemplo práctico, siendo este una manera de vivir como creyentes. Los antioquenos, a través de su compromiso con Jesús, las enseñanzas de Dios, su dependencia del Espíritu, los sanos vínculos relacionales, su pasión por la misión a través de los dones y el trabajo por alcanzar a todos, evidenciaron características de un discipulado tal como Jesús lo estableció. La tarea de ser y hacer discípulos no solo compete a los pastores, sino a toda la iglesia que cree en Jesús como Señor y Salvador. El desafío es grande, pero confiemos en la promesa de Jesús: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:20). Los creyentes fuimos llamados a ser y hacer discípulos; por eso, es tiempo de asumir el compromiso total con Dios de vivir la comunión, las relaciones y la misión.

Sobre el autor: pastor en Córdoba, República Argentina.


Referencias

[1] Richard N. Longenecker, Patterns of Discipleship in the New Testament (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1996), p. 1.

[2] Dietrich Bonhoeffer, The Cost of Discipleship (Nueva York: Macmillan, 1937), p. 64.

[3] Antioquía de Siria fue la principal de las 16 ciudades con el mismo nombre. Hoy es la moderna Antakya, capital de la provincia de Hatay, Turquía.

[4] F. F. Bruce, “The Book Of The Acts”, The New International Commentary on the New Testament (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1988), p. 224.

[5] A. Myersyy y A. Beck, Eerdmans Dictionary of the Bible (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2000), p. 67.

[6] Juvenal, Satira, 3.62.

[7] Philip A. Bence, Acts: A Bible Commentary In The Wesleyan Tradition (Indianapolis, IN: Wesleyan Publishing House, 1998), p. 121.

[8] Elena de White, Los hechos de los apóstoles (Buenos Aires: ACES, 2015), pp. 129, 130.

[9] Gregory Ogden, Manual del discipulado (Barcelona: Editorial Clie, 2006), p. 37.

[10] John Mac Arthur, Acts (Chicago: Moody Press, 1994), p. 326.

[11] Ibíd.

[12] Ibíd.

[13] Posiblemente esta hambruna ocurrió entre los años 45 y 46 a.C. Varios testimonios como los de Tácito (Anales, XI.43), Josefo (Antigüedades, XX.ii.5) y Suetonio (Claudio, 18) confirman este hecho.

[14] Ken Hemphill, El modelo de Antioquía: 8 características de una iglesia efectiva (El Paso, TX: Casa Bautista de Publicaciones, 1996), p. 42.