Nahas, rey de Amón había muerto. David, agradecido porque el bondadoso Nabas lo había ayudado en la hora de necesidad, envió mensajeros reales para consolar a su hijo Hanún, el nuevo rey. Como ocurre demasiado a menudo, su solicitud fue mal interpretada. Los consejeros de Hanún emponzoñaron su mente en contra de David.
“¿Te parece que por honrar David a tu padre te ha enviado consoladores? —dijeron con desprecio—. David intenta arruinar la ciudad. Estos hombres han venido para mirarlo todo, para espiar nuestras defensas. No nos dejemos engañar por ellos”.
Hanún escuchó. Hanún actuó. “Tomó los siervos de David, les rapó la mitad de la barba, les cortó los vestidos por la mitad” (2 Sam. 10:4), enviando a los mensajeros de vuelta a su país en ridiculas minifaldas.
El sebo estaba en el fuego. David, profundamente herido por este insulto, preparó la revancha. Los amonitas reaccionaron de igual manera. Pronto Hanún tuvo un ejército de mercenarios sirios y otros aliados, listos para la batalla que seguramente vendría. Sin embargo, el Señor y Joab eran demasiados para las huestes de Hanún. A su orden, Joab envió a sus hombres a la batalla con palabras de ánimo que resuenan aún en nuestros días.
“Esfuérzate, y esforcémonos por nuestro pueblo, y por las’ ciudades de nuestro Dios; y haga Jehová lo que bien le pareciere” (vers. 12).
“Esfuérzate”. “Esforcémonos”. “Haga Jehová lo que bien le pareciere”. He aquí las palabras de un verdadero líder. Bajo la bendición de Dios, probaron el catalizador de la victoria. ¿El resultado de la batalla? La Palabra inspirada describe el resultado final de los encuentros entre los sirios y los israelíes con las siguientes palabras: “los sirios huyeron”. La historia concluye con una declaración secreta: “De allí en adelante los sirios temieron ayudar más a los hijos de Amón” (vers. 19).
“Esfuérzate, y esforcémonos por nuestro pueblo Estas palabras inspiraron al Israel de la antigüedad en la hora de las amenazas. Son un desafío para los dirigentes del Israel de los últimos tiempos en esta hora de avance de nuestro potencial para concluir la obra, que es también una hora de indiferencia y de tibieza cargada de temibles derrotas.
¿Victoria final, o desalentadora derrota? ¡El asunto del destino de la iglesia remanente de Dios bien puede estar en las manos de los dirigentes! Debido a que usted es dirigente, tendrá que enfrentar circunstancias especiales que no podrá pasar por alto. En esta hora desafiante, la causa de Dios necesita dirigentes. Dirigentes valientes, dispuestos a arriesgarse por Dios, decididos a hacer realidad el “esforcémonos por nuestro pueblo”.
Tanto los dirigentes como los laicos de Laodicea necesitan ser sacudidos, despertados a un nuevo compromiso, a un nuevo sentido de misión. No aplique ahora esto a ninguna otra persona. Piense en usted mismo. Usted es dirigente. Este resonante desafío se dirige a usted ahora, mientras lee este mensaje. Es un llamado a la acción, un llamado a la consigna “esforcémonos por nuestro pueblo”. Este tiempo de nervioso estrépito demanda que caigamos sobre nuestras rodillas en renovada consagración. Cuando lo hagamos Dios nos pondrá sobre nuestros pies en un renovado compromiso de terminar la obra.
¡Usted es un dirigente! Quizá sea un maestro, un empleado de sanatorio, un evangelista, un pastor, un consagrado médico misionero, un secretario departamental, un presidente de asociación o unión. Quizá esté empleado en una casa editora, o en una oficina. Cualquiera sea su responsabilidad, Dios espera que usted dirija. “Esforcémonos” para que el trabajo se haga, y que se haga bien.
Dios busca hoy dirigentes que realmente quieran conducir. Hombres y mujeres que encabecen la marcha, enfrentando problemas, hallando soluciones, superando dificultades, y actuando como si tuviéramos un siglo para hacer la tarea. Dios busca dirigentes que no se desanimen por las dificultades ni desmayen por las ocasionales derrotas. Dirigentes que deseen, con su ayuda, luchar a través, por encima, o en torno de los obstáculos, para triunfar.
Hace poco tiempo vi una interesante caricatura. Un hombre se lanzaba frenéticamente tras una multitud que corría delante de él. La enloquecida figura de atrás gritaba sin aliento: “¡Esperad un momento! ¡Yo soy vuestro líder!”
Hoy la iglesia de Dios no necesita dirigentes que estén sin aliento procurando mantenerse firmes. Lo que la iglesia debe tener en esta hora cumbre, es dirigentes que se pongan al frente, mostrando el camino, dando el ejemplo.
Deseo hablar de un hombre, un hombre fuerte, un hombre consagrado. Cuando digo “hombre”, por favor entended que es en sentido genérico, porque agradezco a Dios por las consagradas mujeres que hay en la iglesia, que son dirigentes brillantes, heroínas de Dios. Las encontraréis en cada iglesia adventista del séptimo día alrededor del mundo.
“¡Esforcémonos!” Los hombres y mujeres son más importantes que los presupuestos, que los equipamientos, que los artefactos, que los planes, que los edificios o que cualquier otra cosa material. El hombre es la materia prima con la que se hace el éxito. Son los dirigentes los que determinan si un proyecto, una institución, una asociación, una iglesia local o una escuela sabática tienen o no éxito.
Un secretario de publicaciones vino a hablarme acerca de algunos problemas de su departamento. Su principal preocupación eran los libros. Ahora entiendo perfectamente bien que necesitamos buenos libros para incrementar nuestras ventas y para que nuestro plan de ganar almas sea más efectivo. Puede ser que muchos de nuestros hermanos dirigentes no coincidan con el consejo que le di a mi amigo. “Consiga buenos hombres y mujeres para su territorio, y los libros se venderán solos” —le dije. Creo en los hombres y en las mujeres. Hombres y mujeres buenos, consagrados, dispuestos a hacer lo que se les encomiende.
Necesidad de dirigentes sobresalientes
Desde que estoy en la Asociación General me ha impresionado en forma especial el pensamiento de nuestra gran necesidad de dirigentes sobresalientes. Hombres y mujeres en cuyo vocabulario no exista la palabra fracaso. Alrededor de todo el mundo hay una gran necesidad de dirigentes tales. Frecuentemente discutimos acerca de esto en nuestras juntas y comisiones.
La obra de Dios necesita hombres que estén dispuestos a pagar el precio del liderazgo. Exige muchas horas de ardua labor y una concentración tal en la tarea que no permita interferencias. El precio del liderazgo en la iglesia de Dios en estos últimos días, exige buena voluntad para ser ejemplo en mantener en alto el estandarte de la verdad. Ello significa que a veces el dirigente se privará de hacer algunas cosas o de ir a ciertos lugares que acaso no sean malos en sí mismos. Pero como dirigente, se abstendrá para no ser el causante de que un hermano débil tropiece y caiga.
En nuestros días el liderazgo requiere obreros sabios y valientes. Sabiduría para saber qué hacer, y valor para hacerlo. A fin de preparar a un pueblo para la venida de Jesús, necesitamos algunos cambios en nuestras iglesias e instituciones. Estos cambios serán fuertemente resistidos, sin duda con honestidad. Cuando los dirigentes inicien tales cambios, se necesitará mucha sabiduría y valor. ¡Solamente los dirigentes intrépidos, cuyas vidas estén por encima del reproche y que estén más interesados en cumplir el consejo de Dios que en recibir la aprobación de los hombres, harán lo que deba hacerse en este tiempo!
Vuestro primer trabajo consiste en dinamizar la acción de la iglesia de Laodicea, que debe avanzar, venciendo y para vencer
Como dirigentes, debéis entender que vuestro primer trabajo consiste en despertar y dinamizar la acción de la iglesia de Laodicea, que avanzará, “venciendo y para vencer” en estos últimos y agitados días de la historia del mundo. ¡Tenéis exactamente ese potencial en vuestras manos, pero una gran parte de él está latente. ¡Necesita ser despertado y equipado para Dios! ¡La mayor responsabilidad de la terminación de la obra en esta generación descansa sobre vuestros hombros, porque sois dirigentes! Despertar a una iglesia que duerme y llevar a sus miembros victoriosamente a través de las pruebas y triunfos de los últimos días, e introducirlos en la tierra gloriosa en esta generación es una comisión reverentemente inspiradora.
Nuestro Dios depende de nosotros. Nuestra iglesia depende de nosotros, porque somos sus dirigentes. “Esforcémonos por nuestro pueblo”. Y al hacerlo, seamos dirigentes conocidos por nuestra impecable integridad.
La integridad impecable es esencial
Hace años conocí al pastor Escurridizo. El pastor Escurridizo no era un hombre íntegro. Hacía las cosas, sí; y aunque en el concepto de la gente su rendimiento era superior al término medio, siempre teníamos un interrogante acerca de él. Nos hubiera gustado que nos hubiese mirado más directamente a los ojos, y que aquellos a quienes dirigía no tuvieran tantas dudas acerca de sus métodos. Su relación financiera con los miembros dejaba algo que desear. Es cierto que no había deshonestidad, pero a veces se acercaba bastante a ella.
Nunca pudimos acusar al pastor Escurridizo de fraude o de delito alguno, pero el arte que desplegaba para evadir los reglamentos y los medios que empleaba para lograr algunos de sus fines, suscitaron interrogantes en muchas mentes. Finalmente, el pastor Escurridizo dejó de ser dirigente y más tarde abandonó la iglesia. Afortunadamente los pastores Escurridizo no abundan en la iglesia remanente. Debieran haberse extinguido como los mamuts.
Hoy, los dirigentes de la obra de Dios, empleados denominacionales o laicos, deben ser hombres de impecable integridad y de principios elevados. Dirigentes que vivan lo que predican.
Hablando al cuerpo directivo de la Unión del Pacífico en 1964, el pastor Juan Osborn dijo: “Los administradores cristianos deben poseer una integridad que no esté en venta. Se dice que cada hombre está en venta a cierto precio. Puede ser elevado o bajo. Basándose en este concepto, Simón el mago, convertido nominalmente al cristianismo, ofreció a los discípulos una paga por el poder del Espíritu Santo. Al comprobar las evidentes demostraciones de este importante poder, Simón dijo: “Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo. Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero” (Hech. 8:19, 20). Es cierto que muchos ponen precio a todo lo que pueden liquidar. Pero ningún valor tienta al hombre de principios elevados. Prefiere las privaciones con la aprobación de Dios antes que la fama con el beneplácito de los hombres”.
“Pocos hombres tienen la virtud de poder resistir al mejor postor” —se dice que repetía Jorge Washington. ¡Que se pueda decir con confianza que cada obrero adventista del séptimo día, sea predicador, maestro, o preste servicios en cualquier otra rama, está entre los “pocos”! ¡Los obreros adventistas no están en venta!
“Cuando perdéis vuestra integridad consciente, vuestra alma se convierte en un campo de batalla para Satanás; abrigáis dudas y temores, suficientes para paralizar vuestras energías y conduciros al desánimo” (Nuestra Elevada Vocación, pág. 96).
En términos magníficos la hermana White declara que “la mayor necesidad del mundo es la de hombres que no se vendan ni se compren; hombres que sean sinceros y honrados en lo más íntimo de sus almas; hombres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; hombres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo; hombres que se mantengan de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos” (La Educación, pág. 54).
Cuando leo estas palabras inspiradas, teniendo un modelo de integridad tan elevado en las filas de los dirigentes de Dios de los últimos tiempos, de inmediato vienen a la mente nombres tales como el Dr. Treublue, el pastor Upright, el hermano y la hermana Open. Son hombres y mujeres absolutamente incorruptibles. Conocerlos, es confiar en ellos. No hay la más leve sospecha con respecto a sus motivos o acciones. Todo está claramente a la vista. En el fondo de sus decisiones no se esconden intereses egoístas. Todos los conocen por lo que son tanto en la oscuridad como en la luz del mediodía.
Gracias a Dios, en las filas de los obreros de la iglesia remanente hay miles de doctores Trueblue, pastores Upright, hermanos y hermanas Open. Entre nuestros obreros ministeriales, educacionales, médicos, de publicaciones y demás, Dios ha levantado hombres y mujeres que son baluartes de esta iglesia, en quienes los laicos y obreros pueden tener plena confianza. Siendo que tenemos 68.000 obreros sería muy extraño que el maligno no hubiera introducido algunas manzanas echadas a perder. Felizmente esta clase de fruta no abunda entre nosotros. Por la gracia y con la ayuda de Dios, al acercarnos al tiempo de la cosecha, mantengámonos fieles.
Necesidad de Calebs
“Necesitamos Calebs ahora”, escribió Elena G. de White, “que estrechen filas en el frente. Jefes en Israel, que con palabras de ánimo hagan un enérgico llamado en favor de una acción inmediata. Cuando el egoísmo, la comodidad, el miedo a chocar con la gente, el temor a increíbles gigantes y a murallas inaccesibles llamen a retirada, permitid que se oiga la voz de los Calebs, aun a pesar de que algunos os hagan frente cobardemente, con piedras en las manos, listos para abatiros por vuestro fiel testimonio” (Testimonies, tomo 5, pág. 383).
Estos son días cuando la iglesia debe moverse aceleradamente y mantenerse en movimiento hasta que la obra esté hecha. Necesitamos dirigentes dinámicos y valientes que estén deseosos de arriesgar algo por Dios. Sin duda cometerán algunas equivocaciones. ¿Quién no lo hace? ¡La única persona que nunca se equivocó es la que jamás intentó nada grande para Dios!
¡Los dirigentes de hoy han de ser hombres de accionar dinámico, hombres que deseen moverse! El statu quo puede ser, como lo definió una vez un hombre del sur, “una expresión latina que revela la confusión en que estamos”, pero el statu quo de la primacía no tiene lugar en nuestros días en la obra de Dios. ¡Este es el movimiento adventista y debemos movernos!
Por supuesto, hay problemas y frustraciones. Hay un sin fin de razones —algunas son valederas— por las que usted no puede enfrentarse con los problemas, solucionarlos y seguir adelante. Pero “no hemos de consentir en que lo futuro con sus dificultosos problemas, sus perspectivas nada halagüeñas, nos debilite el corazón” (El Ministerio de Curación, pág. 192).
El pastor Mukotsi Mbyirukira es un jefe en todo el sentido de la palabra. Es un dinámico dirigente de hombres. Durante los peores días de la sublevación política y la guerra en el Congo, el pastor Mbyirukira marchó a la cabeza en el trabajo como presidente del territorio este del Congo.
Mientras las balas volaban, el pastor Mbyirukira les dijo a los obreros de ese campo arrasado por la guerra: “¡No habléis de dificultades con nadie, en ninguna parte y bajo ninguna circunstancia! ¡Hablad de esperanza, fe y ánimo!” Durante esos días de angustia y dificultades en el territorio del pastor Mbyirukira, se alcanzó el blanco de la recolección en una semana e inmediatamente iniciaron un amplio programa de evangelización con la colaboración de todos los obreros y decenas de laicos.
Hace algunos años, cuando el pastor Mbyirukira se hizo cargo del territorio del este del Congo como primer presidente africano de la División Transafricana, la feligresía ascendía a 2.000. Cuando salió para ser secretario del territorio de la división, había alrededor de 30.000. ¡Él es un moderno Caleb! ¡Hizo que su grupo aumentara!
“Se necesitan hombres firmes que no esperen a que el camino se les allane y quede despejado de todo obstáculo, hombres que inspiren nuevo celo a los débiles esfuerzos de los desalentados obreros, hombres cuyos corazones irradien el calor del amor cristiano, y cuyas manos tengan fuerza para desempeñar la obra del Maestro” (Id., pág. 497).
Porque sois dirigentes; porque conducís, “esfuérzate y esforcémonos por nuestro pueblo”. Sed hombres del Libro, hombres de fe, hombres de oración, hombres de acción. Sobre todo, ¡sed hombres de Dios! Sed dirigentes capaces de reanimar a los miembros de vuestras iglesias para que se pongan al trabajo, y unid sus esfuerzos con los de los ministros y oficiales de iglesia. Entonces, ¡alabado sea Dios! la obra podrá terminar en nuestra generación.
Sobre el autor: Presidente de la Asociación General.