El evangelista y escritor Billy Graham describe, en uno de sus libros, la escena de la batalla de la película Apocalipsis Now, de Francis Ford Coppola, donde aparece un mensajero caminando entre las líneas de combate. Al ver rastros de destrucción por todas partes, el personaje pregunta: “¿Quién es el jefe aquí?” Y nadie responde.
Mucha gente hoy, al contemplar las injusticias sociales y la violencia que imperan en el mundo, se imagina, de una manera más bien vaga, que debe de haber un “jefe” en el universo. Por todas partes proliferan los que no creen en Dios, en su existencia, y la incredulidad aumenta en cuanto al interés y la participación divinos en los asuntos humanos. En verdad, la idea que expresan muchos es que este planeta es un reloj al que el Creador le dio cuerda y lo abandonó a su suerte. A este concepto se le añadieron muchos otros a lo largo de los siglos, para formar el repertorio de acusaciones, interrogantes y dudas acerca del carácter de Dios que prevalecen hoy, y que aparecieron desde la misma entrada del pecado. Basta recordar que, al rebelarse, Lucifer, el querubín apóstata, lanzó ante el universo la siguiente duda: ¿Es Dios, el Creador, un gobernante justo? Sus leyes, ¿se pueden cumplir?
En su predicación subversiva, Lucifer “afirmó que los ángeles no necesitaban ley y que debían ser libres para seguir su propia voluntad, que siempre los guiaría con rectitud; que la ley era una restricción de su libertad; y que su abolición era uno de los grandes objetivos de su subversión. La condición de los ángeles, según él, debía mejorar”.[1]
Los resultados de este motín son bien conocidos: “Hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo” (Apoc. 12:7-9).
La justicia en jaque
Esta expulsión del rebelde, en un primer momento de la acción divina, no le puso fin a la rebelión ni aclaró todas las dudas en las que se basaba el movimiento rebelde; sólo definió los contornos de los asuntos implícitos, y transfirió a la tierra el gran conflicto que había comenzado en el cielo.
Al tratar de establecer su reino y aumentar el número de sus súbditos, Satanás usó contra Adán y Eva las mismas tácticas que le habían resultado tan eficaces en el cielo, ya que mediante ellas había logrado que la tercera parte de los ángeles del cielo se pusiera de su lado (Apoc. 12:4). Nuevamente sembró dudas acerca del carácter de Dios quien, supuestamente, no quería que sus criaturas progresaran para alcanzar el mismo nivel en el que él se encontraba (Gén. 3:5), y sus acusaciones surtieron efecto. La primera pareja cedió a la tentación, con lo que quedó instaurado en este planeta el dominio del pecado. Satanás, de esta manera y por usurpación, se convirtió en “el príncipe de este mundo” (Juan 12:31; 14:30; 16:11).
En cada una de las escaramuzas del conflicto milenario quedó en evidencia que las dudas en cuanto al carácter de Dios, sembradas en el cielo y reafirmadas en el Edén, no sólo persistirían, sino también irían aumentando en el curso de la historia humana hasta llegar a su culminación. Como dice Cari Coffman: “Al comienzo del gran conflicto, Satanás acusó a Cristo de ser injusto. A lo largo de los años del gran conflicto en la tierra, muchas veces la humanidad se hizo eco de las acusaciones diabólicas contra Dios”.[2]
Al aceptar las acusaciones y las dudas lanzadas por Satanás contra Dios, la humanidad pone en tela de juicio la base misma del gobierno divino: “Justicia y juicio son el cimiento [el fundamento] de tu trono” (Sal. 89:14). “Justicia y juicio son el cimiento de su trono” (Sal. 97:2). Esos símbolos del gobierno divino quedan confirmados mediante la visión que recibió Juan del trono divino: “Alrededor del trono [había] un arco iris, semejante en aspecto a la esmeralda” (Apoc. 4:3). La mención que se hace aquí del arco iris que circunda el trono de Dios es una contundente reafirmación de que el gobierno divino es el régimen ideal, perfecto, pues es el único que logra establecer el debido equilibrio entre la misericordia y la justicia.
“Todo sistema de gobierno que no logre combinar la justicia con la misericordia caerá algún día bajo el peso de su propia corrupción. Ésta es la razón por la cual la historia humana no ha conocido ningún sistema permanente de ley y orden”, dice el escritor y predicador australiano Cedric Taylor. La gran noticia que los cristianos tenemos para dar al mundo es que, a pesar del caos de los sistemas humanos de gobierno, se logró lo imposible. Se consiguió establecer el sistema ideal de gobierno, que une la misericordia con la justicia. Ese sistema se establecerá dentro de poco en todo el mundo. “Él [ese gobierno] permanecerá para siempre” (Dan. 2:44).
La transición ya comenzó; pero mientras que el gobierno divino no se establezca definitivamente, el enemigo seguirá trabajando incansablemente para desvirtuar la imagen de ese futuro gobierno. A pesar de la seguridad de que “Justo es Jehová en todos sus caminos, y misericordioso en todas sus obras” (Sal. 145:17), persisten las dudas y los interrogantes en cuanto al carácter de Dios, los cuales mientras prosigue el conflicto entre el bien y el mal, se están aclarando paulatinamente.
El asunto es que, aunque sabemos que “todos compareceremos ante el tribunal de Cristo” (Rom. 14:10), en el transcurso del conflicto, y en último análisis, es al Juez a quien se está juzgando. “Sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso; como está escrito: Para que seas justificado en tus palabras, y venzas cuando fueres juzgado” (Rom. 3:4). La versión Dios habla hoy traduce así este texto: “Serás tenido por justo en lo que dices, y saldrás vencedor cuando te juzguen” La versión inglesa de Phillips dice: “Para que seas juzgado en tus palabras, y puedas prevalecer cuando fueres a juicio”.
Las diversas versiones de este texto transmiten claramente la idea de que el mismo Dios pasará por un tribunal; que será juzgado y que el resultado de ese juicio será su triunfo completo, “para que puedas prevalecer cuando fueres juzgado”.[3]
Momentos decisivos
De la misma manera que en un combate de boxeo hay momentos cruciales en los que uno de los contendientes va ganando y obtiene puntos decisivos, en el gran conflicto se producen circunstancias que se caracterizan por el aparente predominio de las intenciones malignas del oponente. La muerte de Cristo en el Calvario fue uno de esos momentos: “Pero el plan de redención tenía un propósito todavía más amplio y profundo que el de salvar al hombre. Cristo no vino a la tierra sólo por este motivo; no vino meramente para que los habitantes de este pequeño mundo acatasen la ley de Dios como debe ser acatada; sino también vino para vindicar el carácter de Dios ante el universo”.[4]
Cuando el Segundo Adán (Rom. 5:12-18) venció donde falló el primero, y derrotó a Satanás en el mismo campo que él reclamaba como suyo, le resultó perfectamente claro a todo el universo que las acusaciones que el enemigo había lanzado contra Dios y su gobierno eran injustas y carecían de fundamento. “Finalmente se había decidido la gran contienda que tanto había durado en este mundo, y Cristo era el vencedor. Su muerte había contestado la pregunta de si el Padre y el Hijo tenían suficiente amor hacia el hombre para obrar con abnegación y espíritu de sacrificio. Satanás había revelado su verdadero carácter de mentiroso y asesino. Se vio que si se le hubiera permitido dominar a los habitantes del cielo, habría manifestado el mismo espíritu con el que había gobernado a los hijos de los hombres que estuvieron bajo su potestad. Como una sola voz, el universo se unió para ensalzar la administración divina”.[5]
Esa vindicación del carácter divino encuentra otro de sus momentos culminantes en el juicio previo al advenimiento. Al describir los enseres del Santuario y su disposición, Clifford Goldstein menciona que “¡Para simbolizar el interés del cielo, Dios no eligió la cruz, sino el lugar donde ocurre el juicio investigador!”
“Esta posición no desmerece en absoluto lo que Jesús cumplió en la cruz. En cambio, simplemente muestra que, en lo que se refiere a todos los habitantes del universo […] no todo fue contestado en el Calvario. En cambio, el juicio sí les da respuestas, razón por la cual el Señor colocó a los ángeles en el Lugar Santísimo, contemplando el juicio, y no en el altar de los holocaustos, observando el Calvario. (Había ángeles bordados en las cortinas del Lugar Santo, pero esa representación no es tan vigorosa como la de los dos ángeles de oro.) Aparentemente, el juicio también está involucrado en la contestación de las preguntas del universo”.[6]
“El juicio que precede a la segunda venida de Cristo les proporciona amplias informaciones con respecto al conflicto de los siglos a los seres celestiales que no cayeron (Dan. 7:10)”.[7] Al mismo tiempo, al abrir los libros del cielo, donde están anotados los momentos en los que la gente aceptó a Cristo en algún momento de la historia terrenal, se estará juzgando a Dios mismo en lo que atañe a su justicia o imparcialidad para juzgar: “¿Cuál es el mensaje del primer ángel? Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado’ (Apoc. 14:7). ¿Significa esto que Dios comienza a juzgar, o será que este versículo se refiere al comienzo del proceso por el cual Dios mismo es juzgado: ‘La hora de su juicio’? ¡Puede significar ambas cosas! ¡Se está juzgando su manera de juzgar!”[8]
Cuando se abren los registros celestiales, Dios responde satisfactoriamente la pregunta que por siglos han repetido los fieles: “El Juez de toda la fierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?” (Gén. 18:25). “Obviamente, Dios ganará su caso, prevalecerá o ‘será reconocido justo’, en el juicio, cuando borre nuestros pecados. ‘Jehová de los ejércitos será exaltado en juicio’ ”.[9]
El símbolo ideal
La vindicación o justificación del carácter divino llega a uno de sus momentos cruciales cuando aparece la llamada “generación final”, el grupo de fieles que estará vivo en la fierra poco antes de la segunda venida de Jesús. Para entender la importancia de esta etapa histórico-profética, basta recordar algunos de los argumentos empleados por Satanás para atacar a Dios y a su gobierno, que desembocaron en el gran conflicto: “Satanás se envalentonó en su rebelión y expresó su desprecio por la Ley del Creador. No la podía soportar. Afirmó que los ángeles no necesitaban ley y que debían ser libres para seguir su propia voluntad, que siempre los guiaría con rectitud; que la Ley era una restricción a su libertad; y que su abolición era uno de los grandes objetivos de su subversión”.[10]
El odio de Satanás contra la Ley divina se entiende fácilmente si recordamos el lugar que ella ocupa: “La Ley es una expresión del carácter, una revelación del Espíritu [de Dios]. Por eso, la Ley es importante. Es parte de Dios, por así decirlo. Revela a Dios. Es un trasunto de su carácter, una expresión finita del Infinito. Mediante ella se nos da una vislumbre del mismo pensamiento de Dios; una visión de las bases de su gobierno”.[11]
“Al oponerse al gobierno divino, Satanás concentró sus ataques en el símbolo más destacado de este gobierno, a saber, la Ley. A lo largo del gran conflicto, ha acusado a Dios una y otra vez de ser tirano, y que es imposible que los seres creados se atengan a los principios contenidos en la Ley. A través de los siglos, ha repetido constantemente su desafiante proclama: ‘Nadie puede guardar la Ley. Es una imposibilidad absoluta. Si existe alguien que puede hacerlo o que lo haya hecho, ¡quiero verlo! ¿Dónde están los que pretenden guardar los Mandamientos?’ Y Dios responde con toda calma: ‘Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús’ (Apoc. 14:12)”.[12]
Una total vindicación
Durante el milenio, en la segunda etapa del juicio, se investigarán los registros de los que rechazaron a Cristo. Es el juicio de los impíos muertos. Esta actividad divina, compartida por los santos (1 Cor. 6:2, 3), al vindicar el carácter de los fieles también responde la pregunta: “¿Hasta cuando, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?” (Apoc. 6:10). Y, al hacerlo, justifica el carácter de las acciones divinas en el gran conflicto, referidas al pecado y los pecadores. “Esta segunda fase del juicio es de vital importancia para los santos. A medida que se examina cada caso, será mucho más claro que Dios dio a cada individuo la oportunidad de ser salvo. Se conocerá que ellos rechazaron los llamamientos divinos, y que el Señor es justo al dejar los fuera del reino eterno”.[13]
Estas etapas del juicio nos dicen mucho acerca del carácter de nuestro Creador. Nos muestran con claridad la transparencia divina en el trato con sus criaturas. “Su universo [el de Dios] no funciona como un Estado fascista, en el que se arresta, juzga y sentencia al pueblo en secreto. En cambio, Dios hace frente a las preguntas sobre el pecado y la rebelión en una manera completamente abierta, ante todo el cielo, quienes verán cómo sus preguntas en cuanto al carácter de Dios son contestadas. Dios mismo será considerado ‘justo cuando él juzgue’ ”.[14]
Todos reconocerán que Dios fue infinitamente justo y misericordioso. Todos sus actos y todas sus intervenciones durante el desarrollo del gran conflicto estarán plenamente aclarados y justificados. El universo comprenderá el carácter injusto y maligno del pecado, y los sacrificios hechos por la Deidad para rescatar a la raza humana rebelde y perdida. La misma destrucción del pecado en la persona de su originador y de sus seguidores será una etapa decisiva en la vindicación del carácter de Dios ante el universo: “Satanás ve que su rebelión voluntaria lo incapacitó para el cielo. Ejercitó su poder guerrando contra Dios; la pureza, la paz y la armonía del cielo serian para él suprema tortura. Sus acusaciones contra la misericordia y la justicia de Dios están ya acalladas. Los vituperios que procuró lanzar contra Jehová recaen enteramente sobre él. Y ahora Satanás se inclina y reconoce la justicia de su sentencia”.[15]
“Toda cuestión de verdad y error en la controversia que tanto ha durado, ha quedado aclarada. Los resultados de la rebelión y del apartamiento de los estatutos divinos han sido puestos a la vista de todos los seres inteligentes creados. El desarrollo del gobierno de Satanás, en contraste con el de Dios, ha sido presentado a todo el universo. Satanás ha sido condenado por sus propias obras.
La sabiduría de Dios su justicia y su bondad quedan por completo reivindicadas. Queda también comprobado que todos sus actos en el gran conflicto fueron ejecutados de acuerdo con el bien eterno de su pueblo y el bien de todos los mundos que creó […] La historia del pecado atestiguará durante toda la eternidad que con la existencia de la Ley de Dios se vincula la dicha de todos los seres creados por él”.[16]
Entonces, el universo recuperará su integridad y la perfecta armonía que disfrutaba en el principio. Los salvos de todas las edades cantarán: “Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos” (Apoc 15:3). Jamás se volverá a oír una nota discordante; el mal no se volverá a levantar (Nah. 1:9).
Y, cuando se demuestre ante todo el universo la perfección de la justicia divina, el germen del pecado, es decir, la duda (Gén. 3:4, 5), será extirpado por completo y para siempre, con lo que se impedirá que vuelva a aparecer. Por los siglos sin fin de la eternidad, nadie tendrá duda alguna acerca de la misericordia y la justicia divinas. Nadie querrá rebelarse contra el gobierno de Dios. Los registros del gran conflicto habrán probado definitivamente que su amor es infinito y que su justicia es la esencia misma de la perfección.
Sobre el autor: Pastor de iglesia en Patos de Minas, MG, Asociación Mineira Central, Rep. del Brasil.
Referencias
[1] Elena G. de White, La historia de la redención (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana (ACES], 1990), pp. 18, 19.
[2] Carl Coffman, Triunfo presente, gloria futura, Lecciones para la escuela sabática (julio-septiembre de 1989), p. 89.
[3] Clifford Goldstein, 1844, Hecho simple (Miami, Florida: Asociación Publicadora Interamericana, 1991), pp. 85, 86.
[4] Elena G. de White, Patriarcas y profetas (Buenos Aires: ACES, 1985), p. 55.
[5] Ibíd., pp. 56, 57.
[6] Clifford Goldstein, Ibíd., pp. 84, 85.
[7] Carl Coffman, Lección para la escuela sabática (julio- septiembre de 1989), p. 168, edición brasileña.
[8] Clifford Goldstein, Ibíd., p. 86.
[9] Ibíd.
[10] Elena G. de White, La historia de la redención, pp. 18, 19.
[11] Carl Coffman, Lección para la escuela sabática (julio- septiembre de 1989), p. 169, edición brasileña.
[12] M. L. Andreasen, El santuario y su servicio, p. 250, edición brasileña.
[13] Carl Coffman, Triunfo presente, gloria futura, p. 89.
[14] Clifford Goldstein, Ibíd., p. 86.
[15] Elena G. de White, El conflicto de los siglos (Buenos Aires: ACES, 1980), p. 728.
[16] Ibíd., pp. 728, 729.