Necesitamos poder espiritual. Para lograrlo, hace falta un reavivamiento

Escribo esto con el corazón; es una reflexión íntima. Se están cumpliendo asombrosas profecías, y “señales” espectaculares se ven y se oyen por todas partes. Nuestros tiempos son los de la “política apocalíptica”. En medio de todo esto, el Cielo desea que terminemos la obra, y los negocios del Rey se vuelven urgentes.

Gracias a Dios por este nuevo y audaz énfasis en la evangelización que se manifiesta en el seno de nuestra iglesia y en la obra de alertar a nuestros semejantes con el mensaje del pronto regreso de Jesús. Estamos orando para que el poder que se nos ha prometido acompañe lo que vamos a emprender por Cristo.

La confusión religiosa prevalece por donde vayamos, y el enemigo está sacando ventaja de todo esto. Los medios de comunicación están introduciendo falacias y errores en los hogares por medio de programas seductores, que fascinan la imaginación y apelan a las emociones.

¡Jesús viene pronto! Él quiere que su iglesia reúna a todo aquél que esté dispuesto a escuchar su Palabra, a amarlo y obedecerlo, y esa voz se escuchará por encima de la maraña de la falacia y la insensatez. Pero la iglesia no puede cumplir el deseo de su Señor, en este momento crítico, sin el “derramamiento” especial del prometido poder que viene junto con el derramamiento de la lluvia tardía.

Aparentemente, el enemigo nos ha sacado ventaja mediante sus engaños y sus falsificaciones demoníacas. Hay hombres y mujeres, que aparecen en los canales de televisión, que pretender hablar directamente con los muertos.

La recepción del poder y el reavivamiento

¡Necesitamos urgentemente disponer de poder y experimentar un reavivamiento! “La ausencia del Espíritu es lo que hace tan impotente al ministerio evangélico. Puede poseerse saber, talento, elocuencia, todo don natural o adquirido; pero, sin la presencia del Espíritu de Dios, ningún corazón se conmoverá, ningún pecador será ganado para Cristo. Por otro lado, si sus discípulos más pobres y más ignorantes están vinculados con Cristo, y tienen los dones del Espíritu, tendrán un poder que se hará sentir sobre los corazones […] ¿No vendrá hoy el Espíritu de Dios en respuesta a la oración ferviente y perseverante, para llenar a los hombres de un poder que los capacite para servir? ¿Por qué es, entonces, la iglesia tan débil e inerte?”[1]

Tenemos que entender que es el Espíritu Santo el que gana las almas. “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos!” (Zac. 4:6). No por la lógica o los carismas humanos.

Cierta vez, estaba desarrollando una conferencia ante un guipo de jóvenes pastores reunidos en una convención. Acabábamos de salir de una sesión general, en la que un gentil caballero intelectual se había opuesto a una de las proposiciones que habíamos tratado de establecer.

Él estaba hablando acerca de la “comunicación” y, para ello, usaba la tesis de un sabio antiguo. Habló del “ethos”, como algo necesario para establecer una relación. De repente, dijo que haríamos bien en olvidar la idea de que se podía cumplir con eficacia una tarea evangélica en cinco o seis semanas. “¿Por qué”, preguntó, “sería necesario emplear tanto tiempo para desarrollar el ethos?”

Después de su presentación, yo estaba esperando en la puerta a mi grupo. Al acercarse, me preguntaron: “Pastor, ¿oyó lo que dijo? ¡Podemos ganar almas en una sola reunión!”

Los invité a entrar y tomar asiento. Con el gran deseo de ser justo, les dije: “Supongamos que entendimos mal a nuestro orador. Lo que yo quiero que ustedes entiendan es que la ganancia de almas no es sólo la consecuencia de un encuentro humano; hay otra Persona implicada: se llama Espíritu Santo”

Me referí, entonces, al eunuco etíope. Un solo estudio bíblico dado por Felipe lo convenció, lo convirtió y lo condujo al bautismo en un solo encuentro. El Espíritu Santo se encargó del “ethos”, el “pathos” y el “logos”. La ganancia de almas implica una conjunción de los elementos divinos y humanos.

¿Cuánto tiempo toma ganar un alma?

Una noche, en una gran ciudad, al anunciar el bautismo final de la campaña, se adelantó una joven. Era elegante; estaba impecablemente vestida. Era brillante y muy lúcida intelectualmente. Sin embargo, no podía dejar de llorar… e insistía en que la debíamos incluir en el siguiente bautismo.

Como yo no la había visto antes en el auditorio, le pregunté si en lo pasado había estado en contacto con las verdades del adventismo, si tenía parientes o amigos adventistas, o si alguien había estudiado con ella. ¿Entendía plenamente el compromiso que estaba contrayendo? A todas mis preguntas, respondió “No”.

Finalmente, fuimos a un costado y comencé a enseñarle las “27 creencias fundamentales” del adventismo; todas, en una sola reunión. Escuchó atentamente y con la vista seguía el recorrido de mi dedo mientras yo leía mi Biblia, y la invité a dar testimonio de esto. Al final, mucho después de que la multitud se hubiera dispersado y mientras mi gente esperaba con paciencia las instrucciones y la oración finales, me dijo suavemente: “Entiendo la Palabra de Dios. Me debo bautizar el sábado”. Pues bien, eso fue lo que sucedió.

Décadas después, esta ex modelo se mantenía estable y activa en la iglesia, transformada por el Espíritu de Dios. Los instrumentos humanos, por sí mismos, no pueden lograr esto, pero el Señor los puede emplear en el proceso.

Al enseñar por años “el arte y la ciencia” de la evangelización a los pastores y los evangelistas, no he recomendado que, en forma sistemática, tengamos bautismos apresurados, como fue el caso de aquella joven: creemos en la necesidad de establecer fundamentos sólidos y edificar una verdad encima de la otra sobre el cimiento de Jesucristo, hasta abarcar todo el mensaje. Pero, en el transcurso de mi ministerio, he visto en varias oportunidades producirse milagros como el mencionado más arriba. ¿Conviene hacer esto?

Sí, si el Espíritu Santo está conduciéndolo todo. ¿Cómo lo podemos saber? Con seguridad el ganador de almas implicado en esta “intima” tarea se dará cuenta de si la persona está o no dirigida por el Espíritu de Dios. Cuando se dedican noches enteras a la oración, cuando estamos seguros de que se está dependiendo humildemente del Señor y sólo se procura su gloria, cuando la iglesia ha sido preparada de manera responsable, cuando el corazón clama en oración mientras se explica la Palabra, podemos saber si alguien está recibiendo el Espíritu Santo.

¿Cuál es nuestra tarea?

Nuestra tarea consiste en definir qué es la justicia, exaltar a Cristo, señalar el pecado y dejar que el buscador de la verdad sepa cuál es la voluntad de Dios.

Debemos hablar acerca de la fe, que se apodera de toda justicia. Debemos enseñar acerca de la victoria y la santificación, la segura palabra profética y las promesas de Dios basadas en la Roca, tan inmutables como su trono. Entonces, “debemos dejar los resultados con el Señor”.

En mis campañas de evangelización, emprendí la tarea con mucha fe en el Señor y nada en la carne. Creo en la verdad con todo el corazón; no se puede predicar con un poder en el que no se cree. Espero que las almas acudan a Jesús a medida que Dios, por medio de su amor, obre en nosotros.

Debemos ser plenamente conscientes de lo que Dios nos ha prometido con respecto a la obra evangélica. Es emocionante saber y creer lo que Dios ha prometido, y entonces presenciar cómo cumple sus promesas. Es riesgoso -y hasta peligroso- tratar de llevar a cabo esta obra sin una preparación sincera y personal. Él es amable y bondadoso. Es capaz de perdonamos y capacitamos. Desea usarnos; espera hacerlo, pero ahí está esa “tarea previa”: la preparación personal antes de conducir a la iglesia que está participando en el reavivamiento y la capacitación.

“El refrigerio o poder de Dios descenderá sólo sobre los que se hayan preparado para ello al hacer la obra ordenada por Dios, a saber, purificarse de toda suciedad de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”.[2] “El descenso del Espíritu Santo sobre la iglesia es esperado como si se tratara de un asunto del futuro; pero es el privilegio de la iglesia tenerlo ahora mismo. Buscadlo, orad por él, creed en él. Debemos tenerlo, y el cielo está esperando concederlo”.[3]

No podemos exagerar la importancia del reavivamiento y la preparación. “El sermón que salva al pecador debe haber salvado primero al predicador”.

Dios puede usar a cualquiera

Dios puede valerse de un “Pedro capaz de negar”. Puede usar a cualquiera de ustedes con tal de que se sometan a su voluntad para ser utilizados por él. Puede usar a predicadores y a laicos.

Cierta vez, estuve conversando con un predicador notable en el aula de un colegio, cuando los dos éramos bastante jóvenes. Descubrí que tenía un grave defecto de elocución. En mi ingenuidad, me preguntaba: “¿Por qué cree él que Dios lo ha llamado a predicar? ¡Si ni siquiera puede expresarse fluidamente!” Me alegro mucho de no haber hablado con nadie acerca de este tema.

Este joven se graduó antes que yo y, mientras yo luchaba con mis finanzas, mis clases y otros problemas, salió, y en su primera campaña ¡ganó más de cien almas! Esto me hizo cambiar de opinión y me enseñó una maravillosa lección: Dios elige al que quiere y, si el elegido lo escoge, él lo capacita para hacer la obra especial que desea que haga.

Si la iglesia lo desea sinceramente, Dios la va a reavivar para la evangelización (o por medio de ella). El ejército de sus verdaderos seguidores está avanzando rumbo a la victoria. Dios “sacudirá”, y “refinará” y “purificará” a su pueblo… y derramará su Espíritu en copiosos raudales sobre los que lo buscan y están dispuestos a ser totalmente suyos.

La obra terminará con manifestaciones más espectaculares del poder divino que en el Pentecostés. Oremos por esto, trabajemos por esto… y esperémoslo. ¡Y entonces triunfemos junto con el poderoso ejército de los santos por medio de Jesús, nuestro Señor!

Sobre el autor: Secretario adjunto de la Asociación General, jubilado, en Silver Spring, Maryland, Estados Unidos.


Referencias:

[1] Elena G. de White, Joyas de los testimonios (Buenos Aires: ACES, 1970), t. 3, p. 212.

[2]  Testimonies (Boise, Idaho: Pacific Press Pub Assn., 1948), t. 1, p. 619.

[3] El evangelismo (Buenos Aires: ACES, 1978), p. 508.