El mensaje de esperanza de uno de los más fascinantes libros de la biblia.
Como uno de los libros más fascinantes de la Biblia, Daniel contiene narraciones coloridas, dramáticas y llenas de suspenso, que han atraído a generaciones de estudiosos de la Biblia. El autor se refiere al gran conflicto entre Dios y Satanás, y lo describe en un marco religioso y político que abarca la historia desde el exilio babilónico hasta la Segunda Venida, con una perspectiva que sobrepasa su marco histórico.
La fe de los cuatro jóvenes hebreos contiene un mensaje para los hijos de Dios en tiempos de crisis. La historia de Daniel en el foso de los leones inspira fe. Las veleidades de Nabucodonosor y su recuperación desafían nuestro propio estilo de vida y nuestra fe. La observación de Tremper Logman III viene al caso aquí: “Los seis primeros capítulos (de Daniel) son sencillas historias de una fe vivida bajo presión”.[1] Pero debajo del relato sencillo yace un profundo mensaje.
Los seis últimos capítulos, concebidos simbólicamente, han iluminado la imaginación de los estudiosos de la Biblia durante toda la historia. Se han librado batallas por causa de este rico simbolismo profético.
El joven Daniel, llevado al exilio en ocasión del primer sitio de Jerusalén por parte de Nabucodonosor II, rey de Babilonia, en el año 605 a.C.,[2] fue elegido, junto con otros tres hebreos, para recibir un entrenamiento especial a fin de que entraran en el servicio del Rey. Daniel ascendió y llegó a ser un prominente y distinguido estadista.
La Naturaleza de los Libros Apocalípticos de la Biblia
El libro de Daniel desempeña un papel importante en el desarrollo de la “literatura apocalíptica”. D. S. Russell considera que este libro es “el primero y el más grande de todos los escritos apocalípticos judíos”;[3] aunque P. D. Hanson, sobre la base de su análisis de Isaías, alega que el estilo apocalíptico está presente en algunos libros escritos antes que Daniel.[4]
La palabra “apocalíptico” proviene del término griego apokalypsis, que aparece precisamente en el primer versículo de Apocalipsis 1, y llegó a ser un nombre adecuado para la literatura que contiene ciertas características especiales. Si bien es cierto que Daniel fue el primer libro bíblico que desarrolló en forma extensa las características de la literatura apocalíptica, el Apocalipsis fue el primero que le dio ese nombre a esta clase de literatura. Como lo dice Tremper Longman III: “Lo apocalíptico […] transmite una sensación de condenación inminente, el sentimiento de que la vida puede terminar en cualquier momento”.[5] D. S. Russell define “apocalíptico” como “esencialmente una literatura producida por los oprimidos, que no veían esperanza para la nación, simplemente en términos políticos o en el plano de la historia humana. La batalla que libraban estaba en un nivel espiritual; se la debía entender, no en términos de política o economía, sino más bien de poderes espirituales en lugares celestiales. Y por eso se sentían impulsados a mirar más allá de la historia, a las dramáticas y milagrosas intervenciones de Dios”.[6]
La crisis: el escenario del relato del Daniel
El libro de Daniel se escribió en medio de la crisis por la que estaba pasando el pueblo de Dios en Babilonia; Jerusalén estaba en ruinas y la nación de Judá había sido devastada. Con el Templo destruido, ¿qué incentivo quedaba para seguir viviendo? ¿Cómo podía rescatar su identidad el pueblo de Dios? El libro de Daniel trató de brindar consuelo y ánimo a los que estaban en medio de esas dificultades. No fue escrito en primer lugar como un tratado teológico destinado a entrenados especialistas bíblicos. Daniel, en cambio, intenta hablar, en primer lugar y por encima de todo, al corazón, no a la cabeza. Y aunque nosotros elucubremos y luchemos con la complejidad simbólica del documento, no debemos ni perder de vista ni pasar por alto el sencillo y consolador mensaje divino de confianza, seguridad y esperanza que contiene.
Como ya lo vimos, el libro de Daniel se divide en dos grandes secciones. La primera abarca los capítulos 1 al 6; la segunda va del [7] al 12. Siendo que la primera sección contiene mayormente relatos históricos que ya habían sucedido cuando el escritor los registró, la vamos a llamar sección histórica. Y, siendo que la segunda contiene predicciones proféticas que todavía debían hallar su cumplimiento, nos referiremos a ella como la sección profética, o escatológica.
Hay algunos específicos contrastes entre las dos secciones. El agrupa- miento de los acontecimientos en ambas secciones no parece casual o improvisado. En efecto, es claro que el autor no solamente siguió un orden cronológico determinado para relatar los acontecimientos; su plan de trabajo parece estilístico y estructural. El autor ubicó en la sección histórica un grupo de sucesos que comparten ciertas características en común, mientras que los que tenían características diferentes aparecen en la sección profética. Una vez que al autor hubo establecido las dos secciones básicas y agrupado su material de acuerdo con sus respectivos estilos, siguió en ambos casos una secuencia cronológica.
La secuencia de los acontecimientos en Daniel
El capítulo 5 de Daniel nos proporciona un dato importante para comprender la secuencia del libro en relación con el tiempo. El capitulo 5 nos cuenta la caída de Babilonia durante los días de su último rey, Belsasar, y los comienzos del Imperio Medo-Persa. La fiesta ofrecida por el Rey y registrada en el capítulo 5 ocurrió en el décimo año de su reinado. Si recordamos esta fecha, notaremos que una cantidad de eventos registrados en la sección profética del libro (capítulos 7 al 12) en realidad ocurrió antes de los sucesos narrados en el capítulo 5. Es notable que la visión registrada en el capítulo 7 ocurriera durante el primer año de Belsasar (Dan. 7:1), antes de la caída de Babilonia y de los acontecimientos que aparecen en el capítulo 5. La visión del capítulo 8 ocurrió en el tercer año de Belsasar (Dan. 8:1), de nuevo antes de la caída de Babilonia. Los sucesos del capítulo 9 ocurrieron en el primer año de Darío (Dan. 9:1, 2), antes del episodio del foso de los leones, que aparece en el capítulo 6. Por lo tanto, el material del libro se agrupó tomando en cuenta otros factores aparte de la cronología. Y vamos a tratar de encontrarlos mientras intentamos descubrir cuáles son el tema y el mensaje central del libro.
Contrastes entre las dos secciones
Sus distintas características diferencian y separan a estas secciones del libro. La tabla que presentamos a continuación detalla algunas de las diferencias estructurales y estilísticas que hay entre las dos secciones:
Capítulos 1 al 6
1. Escrito mayormente en arameo.
2. Su estilo es sencillo.
3. Las historias que relata son cortas y completas.
4. La trama de los relatos se desarrolla en un escenario local.
5. La crisis afecta a un remanente pequeño.
6. El enemigo del remanente es local.
7. Las historias que narra ya han ocurrido.
8. Presenta una vindicación divina ya realizada.
Capítulos 7 al 12
1. Escrito mayormente en hebreo.
2. Con un estilo simbólico.
3. Contiene profecías largas y de desarrollo progresivo.
4. La trama se desarrolla en un ambiente cósmico.
5. La crisis afecta a un remanente cósmico.
6. El adversario del remanente es cósmico, también.
7. Se refiere a acontecimientos del futuro.
8. Promete una vindicación divina.
Daniel, un maestro para interpretar sueños y escritos en el segmento histórico, experimenta constantes frustraciones con sus propios sueños en la sección escatológica del libro. De modo que el hombre que siempre está junto a soñadores perplejos y les explica sus sueños, en los capítulos 1 al 6, ahora aparece constantemente sumido en la perplejidad a causa de sus propios sueños, y necesita que se los explique Gabriel, el intérprete angélico.
Es interesante notar que los seis primeros capítulos se refieren a crisis que ya estaban resueltas cuando se las escribió. El lector no necesita cavilar acerca de cuál será el final de la historia; cada una de ellas está completa. De modo que, al leer las historias, vemos que Dios entra y conduce las crisis de su pueblo hacia una victoriosa culminación.
En contraste con esto, los seis capítulos finales presentan el desarrollo de una serie de dramas mayúsculos. A medida que una visión nos conduce y amplía a la otra, se intensifica la sensación de perplejidad. Después de la visión del capítulo 7, Daniel dice: “Se me turbó el espíritu a mí, Daniel, en medio de mi cuerpo, y las visiones de mi cabeza me asombraron” (7:15). Como reacción a la visión del capítulo 8, Daniel se atemorizó y cayó sobre su rostro, y más tarde se quedó dormido cuando el ángel trataba de ayudarlo a entender (8:16-18). Más adelante, se desvaneció y se enfermó como resultado de su visión (8:27). En el capítulo 9, se nos dice que Daniel se afligió y ayunó durante tres semanas al considerar las visiones. Al final del capítulo 12, dice: “Señor mío, ¿cuál será el fin de estas cosas?El respondió: “Anda Daniel, pues estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del fin” (12:8, 9). Sin que aparezca el más mínimo suspiro de alivio en esta segunda sección, los lectores deben esperar la acción final de Dios.
La unidad de las dos secciones
Por causa de las diferentes características de las dos secciones del libro, algunos eruditos han sugerido que el documento tiene dos autores: la sección histórica (capítulos 1 al 6) habría sido escrita por un autor, y la profética (capítulos 7 al 12) por otro. Pero algunos factores interesantes unen a estas dos secciones y favorecen la idea de un solo autor. Por ejemplo, el idioma de las dos secciones está relacionado entre sí. Daniel 1:1 a 2:4a y 8:1 al 13 está escrito en hebreo, mientras que Daniel 2:4b hasta 7:28 está escrito en arameo. Fácilmente se puede notar que el cambio de idiomas no coincide con el cambio de secciones. La sección histórica comienza en hebreo y termina en arameo, mientras que la escatológica comienza en arameo y termina en hebreo. ¿Por qué habría de usar dos idiomas el autor de la sección histórica, y por qué el autor de la sección escatológica tendría que usar esos dos mismos idiomas, pero inversamente? Y, ¿por qué los dos autores tendrían un solo personaje central: Daniel? Creo que la teoría de los dos autores no se ajusta a los aspectos centrales del libro. Creo que la solución se debe encontrar en las realidades históricas y los objetivos teológicos del autor. Ferch ha demostrado que hay en el libro ciertos factores unificadores que vinculan las dos secciones. Por ejemplo, la soberanía de Dios y la arrogancia del enemigo unida a la pasividad de los santos abogan por la unidad del libro.[8]
Las dramáticas crisis de la primera sección
Como ya lo hemos notado previamente, la sección histórica del libro está formada por seis cortos episodios, cada uno de los cuales está completo. Cada historia implica una serie de acontecimientos que, con el tiempo, provocan una crisis que afecta al remanente: los fieles de Dios. Daniel 1 nos presenta la crisis del estilo de vida que caracteriza al pueblo del Señor: ¿Transigirán con Babilonia en cuanto a comer y a beber, o exaltarán la Palabra del Altísimo? Daniel 2 presenta la crisis del conocimiento y la comprensión. En Babilonia se los estimaba mucho. ¿Prevalecerían el conocimiento y la comprensión humanos, u honraría el remanente a Dios volviéndose a él y señalándolo como la Fuente de todo conocimiento y sabiduría? Daniel 3 se refiere a la crisis de la adoración. ¿Adoraría el remanente la imagen de Babilonia o adoraría y serviría solo a Dios? Daniel 4 nos presenta la crisis de la soberanía. ¿Se aferraría Nabucodonosor a su propia capacidad de pensar, hacer y ser o reconocería la soberanía de Dios? Daniel 5 se refiere a la crisis de la introspección y la comprensión. Y Daniel 6 llega a la cúspide con una crisis de integridad. Cada crisis requiere de una solución que supera la capacidad humana. Cada crisis pone en foco al remanente fiel; que a su vez señala a Dios. El Señor resuelve cada crisis en favor de los santos. De este modo, la soberanía de Dios prosigue como el factor que controla y organiza todo el tema del libro.
El designio teológico de Daniel
Examinaremos ahora la estructura y el designio teológico del libro. Daniel se yergue como un faro en un mundo envuelto en cada vez más espesas tinieblas, y controlado por déspotas insensatos y una supra- humana coalición del mal. Elena de White dice: “En los anales de la historia humana, el desarrollo de las naciones, el nacimiento y la caída de los imperios, parecen depender de la voluntad y las proezas de los hombres; y en cierta medida los acontecimientos estarían determinados por su poder, ambición y caprichos. Pero en la Palabra de Dios se descorre el velo, y encima, detrás y a través de este teje y maneje de los intereses, el poder y las pasiones humanos, vemos a los instrumentos del que es todo misericordia, que cumplen silenciosa y pacientemente los designios de su voluntad”.[9]
Los primeros seis capítulos de Daniel nos presentan seis dramas microcósmicos, en los cuales la intervención divina y la vindicación de los santos aparecen como un claro testimonio del poder del Dios del cielo. En primer lugar, sirven para presentar al profeta, Daniel, y confirmar su integridad profética. Mediante una serie de historias que resaltan la integridad personal de Daniel, su dedicación espiritual y su habilidad para entender misterios, se establecen sus credenciales proféticas.[10]
En segundo lugar, los seis primeros capítulos preparan al lector para las crisis de los seis capítulos finales. Solo los que hayan leído con comprensión y discernimiento los capítulos 1 al 6 podrán vivir con confianza a través de los capítulos 7 al 12. Cada uno de los primeros seis capítulos pregunta: “¿Podemos confiar en Dios en medio de los conflictos de la vida?” La certidumbre de la respuesta prepara el camino, teológica y espiritualmente, para los dramas más amplios de los últimos seis capítulos. El lector de los últimos días, que enfrenta las incertidumbres de vivir bajo la amenaza de enemigos cósmicos, tendrá seis presentaciones de la fidelidad de Dios hacia el remanente. Tenemos en ellos una base de seguridad y de confianza al avanzar hacia las crisis mayores del tiempo del fin.
El significado y la importancia de Daniel
Los tiempos apocalípticos a menudo provocan perplejidad por causa del sufrimiento de los que temen a Dios.
Los santos se preguntan por qué se los deja sufrir; se sienten confundidos por la aparente lejanía de Dios en medio de circunstancias apremiantes. Tampoco son estos temas nuevos en estos tiempos modernos: los santos en Babilonia tuvieron que enfrentar los mismos problemas.
Una de las funciones de la literatura bíblica apocalíptica es recordar al remanente que ocupa un lugar único y especial en el plan de Dios. Rodeado por el enemigo, el remanente corre el peligro de replegarse sobre sí mismo, de modo que sus funciones y su importancia se reduzcan a un papel menor e insignificante en el drama local. Pero la literatura apocalíptica le recuerda que desempeña un papel clave en el drama del cosmos.
Desde sus comienzos, la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha sido un movimiento apocalíptico, inmerso en la concepción y la cosmovisión de un mensaje escatológico y apocalíptico. Mucho de lo nuestro encuentra su identidad en los libros apocalípticos de la Biblia. Este concepto acerca de nuestra esencia caracteriza, a la vez, nuestro mensaje y nuestra misión. Cuando se lo elimina, empezamos a sufrir una crisis de identidad que amenaza nuestra calidad de especiales y nuestro destino. A veces pensamos que, por considerarnos el remanente, nos creemos mejores que los demás. Pero, en efecto, el remanente desempeña un papel profético que no se puede dejar de lado en nombre de la humildad o la modestia.
En términos bíblicos, el hecho de formar parte del remanente apunta hacia la gracia de Dios y no a los logros humanos. El concepto bíblico del remanente señala las obras de
Dios. “Si Jehová de los ejércitos no nos hubiera dejado un resto pequeño (un remanente), como Sodoma fuéramos, y semejantes a Gomorra (Isa. 1:9). Es el Señor quien instituye el remanente. Como lo dice Romanos 11:5 y 6: “Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia. Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra”. De modo que un correcto concepto del remanente de la gracia no conduce al orgullo, sino a la humildad.
El remanente, en Daniel, manifiesta esa actitud de humildad y confiada dependencia de Dios. No ostenta su condición, sino que con humildad le da la gloria y la honra al Altísimo. Daniel le habla a la iglesia de hoy y desafía al remanente a vivir en triunfo por la gracia de Dios.
Sobre el autor: Decano del Seminario del Instituto Internacional de Estudios Avanzados, Silang, Cavite, Rep. de Filipinas.
Referencias
[1] Tremper Longam III, The NIV Application Commentary: Daniel [Comentario y aplicación de Daniel en la Nueva Versión Internacional] (Grand Rapids, Ill.: Zondervan Publishing House, 1999), p. 19.
[2] Aunque algunos eruditos le asignan hoy una fecha posterior a Daniel; Arthur J. Ferch, entre otros, na defendido en forma convincente una fecha anterior (durante el exilio). Daniel on Solid Ground [Daniel sobre terreno sólido] (Hagerstown MD: Review and Herald Pub. Assn., 1988), pp. 33-36. Ver también William H. Shea, The Abundant Life Bible Amplifier: Daniel 1-7 [El amplificador bíblico para una vida abundante: Daniel 1-7] (Nampa, ID: Pacific Press Pub. Assn., 1996), pp. 33-49, Gerhard E. Hasel, Symposium on Daniel [Simposio acerca de Daniel] (Hagerstown, MD: Review and Herald Pub. Assn., 1986), pp. 84-164. Desmond Ford, Daniel (Nashville, TN: Southern Publishing Assn., 1978), pp. 30-44
[3] D. S. Russell, The Method and Message of Jewish Apocalyptic [El método y el mensaje de los libros apocalípticos judíos] (Filadelfia: The Westminster Press, 1964), p. 16.
[4] P. D. Hanson, The Dawn of Apocalyptic [La aurora de la literatura apocalíptica] (Filadelfia: Fortress Press, 1975).
[5] Longman III, Ibid., p. 127.
[6] RuselI, Ibid., np. 17, 18.
[7] Las citas de tas Escrituras son de la versión Reina-Valera del año 1960.
[8] Ferch, Ibid., p. 24.
[9] Elena G. de White, Profetas y Reyes (Mountain View, CA: APIA, 1957), p. 366.
[10] Ver Longman III, Ibid., p. 23.