Las preguntas teológicas y su importancia para el crecimiento espiritual

 Desde que tengo memoria, siempre tuve muchas preguntas. En mi infancia, más de una vez no logré dormir algunas noches, en virtud de varias cuestiones que surgían en mi mente, particularmente sobre Dios, su amor y su justicia. Recuerdo haber luchado con la pregunta: “¿Por qué un Dios amoroso, finalmente, va a destruir a los pecadores?” Imaginaba que la respuesta estaría en alguno de los libros de la biblioteca de mi padre.

 Entonces oraba y buscaba una solución. A medida que la noche avanzaba, continuaba pensando. “Si logro buscar un poco más, sin duda alguna voy a encontrar la respuesta”. A veces encontraba respuestas que consideraba satisfactorias. Sin embargo, con el tiempo aprendí que incluso esas respuestas llevaban a más preguntas.

Continúo haciéndome una serie de preguntas actualmente; de hecho, esa ha sido una de las llaves que he utilizado para conocer a Dios profundamente. Sin embargo, tal vez hayas escuchado a alguien decir que debemos tener cuidado de no hacer demasiadas preguntas, principalmente teológicas.

En varios círculos, es común minimizar la importancia de plantearse cuestionamientos y buscar un conocimiento más profundo sobre Dios. “No importa lo que sepamos”, dicen algunos. Las tendencias de la cultura en los últimos tiempos parecen apoyar eso. Como Martin Luther King declaró: “Raramente encontramos hombres que voluntariamente se comprometen con el pensamiento profundo. Hay una búsqueda casi universal de respuestas fáciles y soluciones precipitadas. Nada les duele más a las personas que tener que pensar”.[1]

¿Es importante buscar conocimiento sobre Dios? Es obvio que debemos distinguir entre el verdadero conocimiento y lo que “es falsamente llamado conocimiento” (ver 1 Tim. 6:20, NVI). El verdadero conocimiento es frecuentemente elogiado en toda la Biblia. Por ejemplo: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza” (Prov. 1:7, ver Prov. 10:14; 12:1; 14:18; 19:2).

 En Oseas 4:6, Dios proclamó enfáticamente: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos”.

 Jesús dice que el primer gran Mandamiento es amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y con toda la mente (Luc. 10:27). El apóstol Pablo, por su parte, enfatizó la batalla de la mente: “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Cor. 10:4, 5, Fil.1:8-11).

Preguntas y respuestas El conocimiento de Dios al que el apóstol Pablo se refirió requiere profundización en la revelación divina, particularmente en su Palabra. Eso demanda mucha humildad y disposición para ser enseñado. Si crees que sabes lo suficiente, es muy improbable que aprendas algo. Si no estás dispuesto a formular preguntas y buscar respuestas, ¿cómo llegarás al conocimiento de Dios?

 Aunque muchos tengan miedo de cuestionar a Dios, es impresionante ver en las Sagradas Escrituras cuántas veces el Señor mismo da atención a las inquisiciones de los hombres. En Génesis 18 está registrada una conversación que Abraham tuvo con el Señor. La pregunta del patriarca se refiere a las ciudades extremadamente perversas de Sodoma y Gomorra: “¿Destruirás también al justo con el impío?” (Gén. 18:23).

 Dios le respondió: “No”. Abraham no se dio por vencido: “Quizás haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿destruirás también y no perdonarás al lugar por amor a los cincuenta justos que estén dentro de él? Lejos de ti hacer tal, que hagas morir al justo con el impío, y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal hagas. El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?” (Gén. 18:24, 25). Dios le respondió: “Si hallare en Sodoma cincuenta justos dentro de la ciudad, perdonaré a todo este lugar por amor a ellos. Y Abraham replicó y dijo: He aquí ahora que he comenzado a hablar a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza” (Gén. 18:26, 27). Observa que Abraham formula preguntas difíciles y contundentes. Sin embargo, las plantea de una manera muy humilde y reverente.

 El patriarca no se detuvo con su primera pregunta; la repitió otras veces: Y si hubiera apenas 45, quizá 40, solo 30, tal vez 20, y finalmente: “[…] quizás se hallarán allí diez. No la destruiré, respondió [el Señor], por amor a los diez” (Gén. 18:32).

 Moisés también cuestionó a Dios repetidamente con preguntas difíciles. Para tomar apenas uno entre tantos posibles ejemplos, cuando los israelitas murmuraron contra Moisés en virtud del aumento de la carga de trabajo impuesto sobre ellos por el Faraón después de los primeros pedidos de liberación, el futuro libertador preguntó: “Señor, ¿por qué afliges a este pueblo? ¿Para qué me enviaste? Porque desde que yo vine a Faraón para hablarle en tu nombre, ha afligido a este pueblo, y tú no has librado a tu pueblo” (Éxo. 5:22, 23, 32-34; Núm. 21). ¿Le respondió Dios a Moisés? Sí, con milagros maravillosos y la liberación del pueblo, y culminando con el propio Éxodo.

 De manera semejante, Gedeón preguntó a Dios sobre la severa opresión de los madianitas: “Ah, señor mío, si Jehová está con nosotros, ¿por qué nos ha sobrevenido todo esto? ¿Y dónde están todas sus maravillas, que nuestros padres nos han contado, diciendo: ¿No nos sacó Jehová de Egipto? Y ahora Jehová nos ha desamparado, y nos ha entregado en mano de los madianitas” (Juec. 6:13). Una vez más, Dios respondió de manera inequívoca a Gedeón trayendo liberación a su pueblo.

El Salmo 88:14 expresa de forma angustiante los pensamientos de muchos que están pasando por diferentes tipos de pruebas: “¿Por qué, oh Jehová, desechas mi alma? ¿Por qué escondes de mí tu rostro?” (Ver Isa. 63:15.) Preguntas como esta, que exigen una respuesta divina para la agonía personal y el sufrimiento, son comunes en toda la Biblia.

 Considera el caso de Job o lee el libro de Lamentaciones. La lección que debemos aprender es: hacer preguntas a Dios, aunque sean difíciles, es aceptable si son presentadas de manera humilde y con el espíritu correcto. Sin embargo, debes estar preparado para recibir la respuesta divina, que puede suceder que no sea la que estás esperando o la que estabas buscando. Mira, por ejemplo, la experiencia de Habacuc; o en el Nuevo Testamento, la historia de Juan el Bautista: prisionero y profundamente desanimado, pidió a sus discípulos que preguntaran a Jesús: “¿Eres tú aquel que había de venir, o esperamos a otro?” (Mat. 11:3). O el propio Señor Jesús, clavado en la cruz del Calvario, plantea la pregunta más sorprendente y dolorosa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mar. 15:34).

 De hecho, estas cuestiones son muy difíciles. Sin embargo, Jesús nos anima a pedir, siempre con fe: “Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá” (Mat. 7:7, NVI). De esa manera, los bereanos fueron elogiados y llamados “nobles” porque “recibieron el mensaje con toda avidez y todos los días examinaban las Escrituras para ver si era verdad lo que se les anunciaba” (Hech. 17:11; ver 1 Tes. 5:21).

La teología es relacional. A pesar de esto, parece que escuchamos cada vez más las siguientes expresiones: “No quiero teología; solamente quiero a Jesús” (como si fuera posible recibir uno sin lo otro). “No me dé religión, deme una relación”. Como profesor de Teología Sistemática, soy consciente de que algunos tienen opiniones muy negativas sobre la teología. Muchas veces, las personas piensan en la teología como algo frío, abstracto y seco.

 ¡La teología no es nada de eso! ¿Qué es lo que está en el centro de la verdadera teología? ¡Dios! Y ¿cuál es el carácter de Dios? Amor. Y ¿qué es el amor, si no lo entendemos como una relación? Es un terrible malentendido decir: “Amo a Dios, pero no quiero teología”. Es casi como decirle a mi esposa: “Yo te amo, pero no quiero saber sobre tu vida. No me hagas preguntas yo tampoco te voy a preguntar absolutamente nada”. No es así como funciona un matrimonio. Porque amo a mi esposa la quiero conocer tan íntimamente como me sea posible.

 De manera análoga, la teología es relacional. Aunque exista mucha teología falsa, la teología genuina lleva al conocimiento del propio Dios, ¡que es AMOR! “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado” (Juan 17:3).

A veces, reaccionamos frente a quienes nos hacen preguntas diciendo: “¡Haces demasiadas preguntas!”. Y en la esfera espiritual decimos: “¡No tienes suficiente fe!” o “¡No debemos hacer tantas preguntas!” Sin embargo, en esta era de creciente apatía bíblica, teológica y espiritual, deberíamos animarnos cuando las personas (especialmente los jóvenes) preguntan: “¿Por qué?”, en lugar de ignorarlos porque sus preguntas nos colocan en situaciones incómodas.

 Muchos reaccionan de manera negativa frente a las preguntas porque perciben tales cuestiones como amenazantes. Sin embargo, creo que cuanto más conocemos a Dios más lo amamos, y menos amenazados nos sentimos por preguntas honestas. La verdad no pierde nada frente a una investigación minuciosa.

Así como lo hizo Jacob (Gén. 32), luchar con Dios es aceptable, mientras el ser humano se rehúse a abandonarlo. Algunas personas intentan apartar a Dios de sus cuestionamientos. Sin embargo, mientras estemos apegados a él, buscando la verdad en su Palabra, el Señor puede afrontar nuestras preguntas. Él es mucho mayor que todas ellas. No debemos ser escépticos (Juan 20:24-27), sino pedir con fe. Al mismo tiempo, necesitamos siempre estar “preparados para responder a todo el que [nos] pida razón de la esperanza que hay en [nosotros]” (1 Ped. 3:15). Recordando que al hacerlo no debemos estar a la defensiva.

¿Cómo saber si estoy haciendo la pregunta correcta? No es el contenido lo que la transforma en buena o mala, sino la motivación. ¿Preguntas porque no quieres creer? ¿Es, en realidad, un ataque disfrazado de pregunta? Tu pregunta ¿es realmente un mecanismo de defensa?

Una pregunta lanzada como un arma es algo malo. Por otro lado, las buenas preguntas son motivadas por la búsqueda sincera de respuestas. ¿Estás preguntando porque realmente deseas saber, y reconoces que la respuesta puede ir más allá de tu comprensión?

 Jesús, con mucha frecuencia, debatía con interrogadores honestos, llevándolos a realizar las preguntas correctas, que los llevarían a respuestas importantes; por ejemplo, la historia de Nicodemo en Juan 3 o la de la mujer samaritana junto al pozo, en Juan 4.

En la búsqueda de respuestas, debemos recordar cuán poco sabemos; en realidad, debemos acordarnos de que ni sabemos cuánto no sabemos. A veces, encontramos lo que consideramos que son respuestas satisfactorias para nuestras preguntas; sin embargo, cada “respuesta” puede llevar a más preguntas. De hecho, cada respuesta puede ser apenas algo parcial, una pieza más del enorme rompecabezas que todavía estamos intentando organizar, aunque estemos muy ansiosos por completarlo.

 Sin embargo, una cosa que debemos hacer es responder regularmente a la invitación de Santiago 1:5, donde dice que “si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie” (NVI).

 Hacer preguntas teológicas me llevó a algunas de las más profundas experiencias de adoración de mi vida. Mi fe en Dios y mi amor por él crecieron y echaron raíces cada vez más profundas, que espero que se manifiesten en mi vida. Claro, todavía tengo otras preguntas. Sin embargo, no quiero dejar de conocer mejor a Dios, así como me gusta crecer en la relación con mi esposa, año tras año. ¿Cómo podríamos decir al Señor: “Yo te amo, Dios; pero no quiero conocerte más profundamente?”

Sobre el autor: profesor del Seminario Teológico de la Universidad Andrews, Estados Unidos.


Referencias

[1] Martin Luther King Jr., Strength to Love (Filadelfia, PA: Fortress, 2010), p. 2