Escatología es el estudio de la doctrina de los eventos finales de la historia. La palabra deriva ¡de los términos griegos éschatos (el final, el extremo, lo último), y logia (estudio, doctrina). El empleo de eschátos échein (estar en el fin; “en las últimas”; “mi hija está agonizando” [Mar. 5:23]), de acuerdo con la información pres­tada por Jairo a Jesús en relación con la condición de la joven en su enfermedad, nos recuerda que, teológicamente, esca­tología presupone dos modos de análisis: 1) global o universal: los últimos aconte­cimientos de la historia; y 2) individual: los últimos hechos relacionados con el transcurso de la vida, que culminan con la muerte. Naturalmente, como adventistas del séptimo día, nuestro énfasis se dirige al sentido global de la escatología.

            Las señales de la venida de Jesús son, todos ellos, de naturaleza escatológica, pues indican la proximidad de tan grandio­so evento, que introducirá la etapa final del proceso de extinción de este viejo mundo de pecado, para darle lugar a la “nueva Tierra” (Apoc. 21:1). Estas señales inclu­yen la predicación, en todo el mundo, de la verdad presente para los últimos días; el triple mensaje angélico de Apocalipsis 14:6 al 12. Inmediatamente después de que esta gigantesca tarea sea concluida, la puerta de la gracia se cerrará permanentemente, y Jesús regresará en gloria y majestad. De esa manera, esas señales marcan la proxi­midad del final de la historia, junto con el tema tratado por la escatología.

            Después de la segunda venida de Jesús, transcurrirá el milenio (Apoc. 20:1-3), al fi­nal del cual la consumación de todas las cosas tendrá lugar. “Los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fue­go en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos […] en el cual los cie­los pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas […] los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán” (2 Ped. 3:7, 10, 12).

            El último libro del Nuevo Testamento describe ese cuadro con apenas siete pala­bras: “descendió fuego del cielo, y los con­sumió” (Apoc. 20:9). De la misma manera, el último libro del Antiguo Testamento re­trata la escena con palabras profundamen­te impresionantes: “Viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama” (Mal. 4:1). Entonces, de las cenizas de este viejo mundo, Dios hará surgir un nuevo cielo y una nueva Tierra, verdadera ópera prima, en su propósito de restaurar todas las cosas. “Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento” (Isa. 65:17). ¡Este será el punto final de un planeta en rebelión; y el punto en el que recomienza un universo sin pecado!

            A ese momento de transición, Jesús le da el nombre de regeneración (Mat. 19:28; del griego palingenesia: renova­ción, regeneración); un reinicio; un nuevo nacimiento.

            Pero el estudio de la escatología bíbli­ca requiere, también, el reconocimiento de otro enfoque, incluso más fundamental que el conocimiento de los eventos finales, porque está relacionado con la revelación de Dios en Jesucristo.

            Según el tenor general de la Biblia, esa cualidad de revelación comporta tres aspectos bien específicos. Es absoluta, normativa y final. Esos aspectos se deben, primordialmente, al hecho de que, en Jesús, Dios mismo entró en la historia en una operación sin precedentes, actuando directa y personalmente en favor del hombre.

  1. Es absoluta en cinco particularidades: alcance (involucra a toda la humanidad); autonomía (comunicación directa con el hombre); incondicionalidad (la revelación es fruto exclusivo de la iniciativa divina); idoneidad (es superior a la revelación realizada por otros medios); y amplitud (es plena, completa; todo lo que Dios necesitaba revelar al hombre para su salvación fue realizado por y en Cristo Jesús).
  2. Como normativa, la Revelación esta­blece los parámetros del real significado de toda la revelación que proviene de Dios, sin importar la época ni el lugar en que haya sido dada.
  3. Por último, es final, pues los tiem­pos escatológicos anunciados desde el Antiguo Testamento se hacen presentes en Jesús y transcurren a partir de él (ver Hech. 2:17, 22; 1 Cor. 10:11; Heb, 1:2; 9:26; 1 Ped. 1:20; 1 Juan 2:18). Con él llegó la “plenitud del tiempo” (Gál. 4:4), cuando Dios ejecutó su acto soberano y definitivo de salvación (Efe. 1:7-10).

CUMPLIMIENTO DOBLE

            Un estudio más ponderado de los even­tos escatológicos nos lleva a comprender­los como poseyendo un doble carácter de cumplimiento: en Cristo y en la historia, siendo este último resultante de aquel. Porque todo se cumple primeramente en Cristo, podemos tener la certeza absolu­ta de que todo se cumplirá en su debido tiempo en la historia (Mat. 5:17, 18). No hay cómo detener las profecías en su cumpli­miento histórico, ya que están cumplidas en Cristo. No pensar así es ignorar que del acto salvífico fundamental de Dios en Cristo deriva su acción salvífica en todas las épocas y los lugares. Por lo tanto, los actos salvíficos finales de Dios en la his­toria -justamente lo que da contenido a la escatología- son dependientes de aquello, y se hacen presentes en aquello que Dios operó en Cristo. Se proyectan en la historia como actos ya consumados en Cristo.

            Eso significa que no podemos obtener sino un cuadro parcial, y hasta incluso distorsionado, de la escatología bíblica, cuando no la consideramos en sus dos di­mensiones diferentes: la realizada en Cristo y la realizada en la historia -realización que debe ser entendida como inaugurada, in­tensificada y consumada. El último lance escatológico es, naturalmente, la consuma­ción final, cuando este mundo de pecado cederá lugar al mundo restaurado de Dios.

            Entonces los eventos escatológicos, que hasta ahora están plenamente cumplidos únicamente en Cristo, habrán obtenido pleno cumplimiento también en la historia.

REALIZADA EN CRISTO

            Por lo tanto, la escatología debe ser vista, antes que todo, como plenamente realizada en Cristo. De alguna manera el tan esperado y anunciado “Día del Señor” irrumpió en la historia con el primer Advenimiento. H. H. Rowley observa, con relación a este hecho, que “mientras Dios era creído estando siempre activo en el plan de la historia, usando a la naturaleza y a los hombres para cumplir sus objeti­vos, el Día del Señor era encarado como el día de una acción más directa y clara”.[1] Inequívocamente, esta puede ser contem­plada en el ministerio terrenal de Jesús, que culmina con su muerte, su resurrec­ción y su ascensión.

            El mensaje de Jesús que abrió su minis­terio terrenal: “el reino de Dios se ha acer­cado” (Mar. 1:15), presupone este hecho. La forma verbal éngiken (“está próximo”), de acuerdo con lo que C. H. Dodd demostró, implica “llegada”, y no apenas proximidad.[2] Que el Reino está presente en el ministerio de Jesús claramente se infiere de ciertos textos como Mateo 12:28, o Lucas 17:21. Nuestra diferencia en relación con el ra­zonamiento de Dodd es que este enfatizó la escatología realizada en Cristo en de­trimento de la escatología inaugurada y consumada en la historia.

            Es precisamente porque la acción di­vina ocurre clara y directamente en Cristo que el “Día del Señor” deberá ocurrir, con carácter definitivo, en la consumación de la historia, En Cristo, de alguna manera, el mundo llegó al final (de acuerdo con Juan 6:33). El hecho de que Dios haya ejecutado el plan de la redención en Cristo, aconteci­miento en el que converge la totalidad de la acción salvífica de Dios en la historia, es “un evento en este tiempo y en este mundo y, simultáneamente, un evento que pone un final y un límite a este tiempo, y a este mundo”.[3]Esa es una verdad solemne y lo suficientemente profunda para que la co­mentemos aquí en sus pormenores.

            Debemos recordar que al morir en la cruz Cristo vivió la experiencia de un mun­do malo y perdido, que deberá agonizar y definitivamente concluir en el tiempo esta­blecido por Dios. Estas palabras de Cristo en el contexto de la crucifixión, “Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará?” (Luc. 23:31), denotan que el mundo enfrentará su Calvario y lle­gará al final. Pero ese dramático paso final del mundo podría ser evitado en caso de que acepte a Jesús como Salvador y Señor. Fue por eso que el Maestro sufrió, agoni­zó y murió. Él lo hizo por haber asumido la culpa y la penalidad de la humanidad, transformándose en la expiación por los pecados “del mundo entero” (1 Juan 2:2). Pero, rechazando su propia remisión, el mundo enfrentará por sí mismo su Calvario, para dar lugar a un “mundo nuevo”, así como Jesús murió para resucitar inmortal.

            Por otro lado, la resurrección de Jesús sustancia la inmortalización de aquellos que lo aceptan. Eso ocurrirá igualmente en la consumación final (1 Cor. 15:51-55), lo que explica por qué Jesús es calificado como “las primicias” de los que duermen (vers. 20). Su resurrección encabeza la de los salvos: “Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida” (vers. 23).

            Por cuanto toda la Tierra y su pro­ducción eran un don del Señor y a él le pertenecían, los hebreos eran instados a reconocer ese hecho y agradecerlo, ofre­ciendo a Dios los primeros frutos. La figura de los “primeros frutos”, o “primicias”, es muy apropiada para ilustrar la escatología realizada en Cristo, recordando que incor­poraban el todo de la cosecha, como los siguientes tres puntos lo demuestran: 1) el apóstol Pablo afirma: “Si las primicias son santas, también lo es la masa restante; y si la raíz es santa, también lo son las ramas” (Rom. 11:16). 2) Los 144 mil, aunque com­pongan la última generación de los salvos, son llamados “primicias” (Apoc. 14:4). En ellos, se da una representación de la igle­sia de todos los tiempos, considerada “de los primogénitos” (Heb. 12:23, NVI). 3) La actual posesión del Espíritu Santo es lla­mada “primeros frutos del Espíritu” (Rom. 8:23, NVI), por ser la garantía de que todos los dones de Dios ya están otorgados en Cristo y los disfrutaremos en su debido momento.

            De esa manera, en su calidad de “primi­cias”, la resurrección de Cristo es el prelu­dio de los “nuevos cielos” y de la “nueva tierra”, que emergerán cuando este mundo desaparezca, como último resultado de la redención cumplida en la Cruz.

            Por lo tanto, en el plan de la escatología realizada en Cristo, no es necesario aguar­dar la consumación final para que ocurra la “nueva creación”. Ya existe en la persona de Cristo y, por extensión, en la experiencia de sus seguidores. En efecto: “De modo que, si alguno está en Cristo, nueva cria­tura es [no será]; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17, énfasis del autor). En otras palabras, la experiencia del hombre en la salvación es disfrutada en términos de la realidad escatológica, cuyos eventos redentores no se limitan al futuro, sino que, de hecho, “ya comenzaron a mostrarse en la historia […] el creyente ya experimentó la muerte y la resurrección (Rom. 6:3, 4); ya fue re­sucitado en Cristo y exaltado al cielo (Efe. 2:6), compartiendo la resurrección y la vida glorificada de su Señor”.[4]

            En Cristo, los creyentes llegan “al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles” (Heb. 12:22); hechos que, en el plano de la historia, solo ocurrirán en la consumación final. De ninguno de estos acontecimientos, sin embargo, podría ser dicho que ya fue realizado, en referencia a los que sirvieron a Dios en la antigua dispensación, pues sin nosotros ellos no podían ser perfec­cionados (ver Heb. 11:40).

REALIZADA EN LA HISTORIA

            Sin embargo, este mundo malo persista. En Cristo, la era por venir fue introducida en la historia, para coexistir hasta el fin con la actual. Son el ya y el todavía no, afirmados en el Nuevo Testamento. La escatolo­gía, que posee el carácter de obra realizada en Cristo, debe, en virtud de este hecho, adquirir también el carácter de realizada en la historia. El proceso de esta realización, que comenzó con el primer advenimien­to, todavía continúa. Él ha avanzado en el pasaje de los siglos, y marcha ahora hacia su culminación. Por eso decimos que la escatología bíblica, además de realizada en Cristo, también debe ser entendida como inaugurada por Cristo, primer evento de la escatología realizado en la historia. Desde la muerte, la resurrección y la ascensión de Jesús, el mundo vive los “últimos días”. Y el enemigo de Dios sabe “que le resta poco tiempo” (Apoc. 12:12). Es ese hecho lo que presta su significado al mensaje de la in­minencia del fin, registrado en las páginas del Nuevo Testamento. Aunque el pasaje del tiempo pueda parecer constrictivo para nosotros’, debido a la sensación de demora, debemos asumir que el plan divino está siendo cumplido y será plenamente con­cretado; “los propósitos de Dios no cono­cen premura ni demora”.[5]

            El derramamiento del Espíritu Santo en el Pentecostés, el evangelio extendido a los gentiles y la destrucción de Jerusalén en el año 70 de nuestra era, el predominio medieval del anticristo y la reforma protes­tante, todos pueden ser identificados, en­tre otros, como eventos distinguidamente escatológicos. De unos 250 años para acá, esos eventos se han intensificado, como evidencia de la proximidad del fin. Eso de­fine el segundo suceso de la escatología realizada en la historia; escatología inten­sificada, que establece la última fase de los tiempos escatológicos. Con base en las profecías de Daniel y de Apocalipsis, data­mos el año 1798 como el inicio de este pe­ríodo final de la historia (con un anticipo en 1755, con el terremoto de Lisboa), a partir del cual el llamado “tiempo del fin” se hace presenta A esa fase se aplican las palabras “el tiempo no sería más” (Apoc. 10:6). De esa manera, en 1844 terminó el período profético más largo de las Escrituras, los 2.300 días/años de Daniel 8:14; cumpliendo lo que le había sido predicho al profeta, en relación con que ese periodo alcanzaría el “tiempo del fin” (vers. 19).

            Así, por lo que Dios hizo en Cristo hace dos mil años, y sustanciado por la manera en la que él ha operado desde ese tiempo (particularmente, en nuestros días), po­demos anticipar el momento en el que él completará su obra de redención, y todas las cosas serán restauradas. Lo que antes fuera realizado en Cristo alcanzará la pleni­tud con su realización en la historia y en el universo. Entonces, el plan salvífico de Dios estará plenamente consumado en su ejecu­ción y en el alcance de sus efectos. De esa manera, el último lance de la escatología realizado en la historia es hecho efectivo; se transforma en escatología consumada.

            Todos esos eventos proclaman en alta voz que el futuro ya comenzó, y que “el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6).

MÁS QUE PROFECÍAS

            El mensaje del Nuevo Testamento acer­ca de Jesús como revelación plena, norma­tiva y final de Dios, y de su propósito de salvación, es decisivo para una auténtica comprensión del contenido profético/es­catológico de la Biblia. Que alguien igno­re este hecho es exponerse al riesgo de comprender mal lo que nos fuera dado. Y comprender mal la verdad es otra manera de terminar creyendo en el engaño, lo que resultará en una gran pérdida.

            No somos, como algunos piensan, un mero movimiento escatológico/apocalíp­tico, que predica mensajes distintivos al mundo y que solo anuncia el fin. Nuestra escatología, es claro, es apocalíptica, pues son las profecías que prevén el rumbo de los eventos finales. Sin embargo, somos una iglesia esencialmente fundada en el evangelio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo; aquel que, en las profecías, se reveló como razón fundamental de todas las cosas que cumplen el propósito divino de restauración de aquello que el pecado echó a perder.

            Precisamente por esta razón, no pode­mos, en nuestro pensamiento escatológico, limitarnos exclusivamente a hechos que marcan la cotidianidad de la historia de este planeta, aunque cumplan fielmente las previsiones proféticas. Naturalmente, la escatología involucra acontecimientos en la historia; fundamentalmente, en sus eventos finales. Pero la escatología tiene que ver, antes que nada, con una Persona y con el compromiso que debemos asu­mir con ella. Una Persona que hace dos mil años visitó nuestro planeta y estableció definitivamente el significado de la histo­ria, garantizando —por medio de su vida, su ministerio, su muerte y su resurrección, ascensión e intercesión junto a la Majestad universal—, un final feliz, que tendrá lugar a partir de su glorioso regreso en las nubes de los cielos.

¡A él sea la gloria y nuestra humilde alabanza!

Sobre el autor: Profesor de Teología jubilado, reside en Engenheiro Coelho, San Pablo, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] H. Flowley, The Faith of Israel (Londres: SMC Press, 1956), p. 179.

[2] Ver C. H. Dodd, The Parables of the Kingdom (Nueva York: Charles Scribner’s Sons, 1961), pp. 29, 30; y “The Kingdom of God has come”, Expository limes 48, 1936/1937, pp. 138-142.

[3] G. Bornkamm, Jesus of Nazareth (Nueva York: Harper & Row Publishers, 1960), p. 184.

[4] G. E. Ladd, Teología do Novo Testamento (San Pablo: Exodus Editora, 1997), p. 510.

[5] Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 15.