No es difícil encontrar razones que fundamenten el concepto del sábado como día de esperanza. Primeramente, me habla de Dios como mi Creador. La Biblia indica que, en la conclusión de su obra creadora, al examinar el resultado de su trabajo, Dios afirmó que todo era ‘muy bueno’ (Gen. 1:31). Desdichadamente, el ser humano escogió desviarse caprichosa y voluntariamente del plan de Dios, cosechando así enfermedad, injusticia y muerte. Aun así, el sábado nos recuerda el poder creador de Dios. Él habló y todo fue hecho. Mandó, y existió. De la nada, creó todas las cosas. Originó y mantiene la vida. Eso nos da esperanza. ¿Qué problema existe tan grande que el Dios de toda inmensidad y perfección no pueda resolver? Él es el Dios que todo lo puede.

En segundo lugar, el sábado habla de Dios como Señor. El sábado fue establecido como monumento de la creación; declarado feriado universal permanente. Lamentablemente, no todos lo reconocen de esa manera, pero el que participa de su celebración, conforme al Mandamiento (Éxo. 20:8-11; Juan 17:15), revela reconocer la soberanía de Dios, adorándolo como Creador, y experimenta beneficios físicos, sociales, familiares, intelectuales y espirituales. Como Soberano del universo, el Señor pone a disposición todas las cosas para nuestro bienestar. Por eso, el sábado nos trae esperanza.

El sábado también presenta a Cristo como Salvador. Con la caída del hombre en pecado, Dios ejecutó su plan de restauración y salvación, establecido antes de la fundación del mundo. Por obra del Espíritu Santo, Jesucristo se encarnó, vino a enseñar, predicar, curar y señalarnos el camino de regreso hacia Dios. Al morir, saldó la deuda pecaminosa del hombre y venció el pecado en la cruz, y la muerte al salir de la sepultura.

Así como, en un sábado, descansó de su tarea creadora, también en un sábado, en el sepulcro, descansó de su obra redentora. Cada sábado nos recuerda que Alguien vivió y murió por mí. Alguien que se interesó por mí y me ama. Cada sábado me recuerda el sacrificio de Cristo, el rescate efectuado por él. Me dio su sangre, su vida. Fui perdonado, tengo paz y tengo esperanza.

Sí, el sábado habla de Dios como Restaurador (Isa. 66:22, 23). ‘Así que mientras duren los cielos y la tierra, el sábado continuará siendo una señal del poder del Creador. Cuando el Edén vuelva a florecer en la tierra, el santo día de reposo de Dios será honrado por todos los que moren debajo del sol. ‘De sábado en sábado’, los habitantes de la tierra renovada y glorificada, subirán ‘a adorar delante de mí, dijo Jehová’ ” (El Deseado de todas las gentes, p. 250).

En las lejanas tierras africanas, nació K’naan, cuyo nombre significa ‘viajante’, en idioma somalí. Creció entre las guerras y el hambre. Hoy, a los 31 años, como productor, músico y poeta, K’naan dejó atrás los años de sufrimiento en Somalia y reside en Norteamérica. Él compuso el cántico oficial de la Copa Mundial de Fútbol que será realizada este año en Sudáfrica.

Titulado ‘Waving Flag’ [Bandera flameante], el cántico contiene este mensaje: ‘Cuando sea mayor, seré más fuerte. ‘Me llamarán libertad, como una bandera que flamea. Nacido para el trono, más fuerte que Roma. Un violento ímpetu, pobre gente. Pero es mi casa, todo lo que he conocido. Cuando sea grande, las calles tomaremos. Pero fuera de la oscuridad, vengo de un lugar remoto. ‘Soy un duro sobreviviente. Aprender de estas calles puede ser duro. No se aceptan derrotas, imposible rendirse. Entonces nosotros luchamos, peleando por comer, y nos preguntamos cuándo seremos libres. Los días esperados no están muy lejos’.

También somos viajantes que sufrimos en un mundo manchado por nuestra elección pecaminosa. Pero, además de recordarnos el poder creador, la soberanía y el amor de Dios, el sábado anticipa el fin de este mundo de pecado. Muestra a un Dios restaurador. Renueva la esperanza de que, en breve, cesarán la guerra y la pobreza. Seremos grandes y fuertes; flameará la bandera de la libertad, anunciando el comienzo de la feliz eternidad. Cantaremos el cántico de la victoria, inaugurando un universo renovado. No se aceptan derrotas; imposible rendirse, porque ese día no está lejos.

Sobre el autor: Secretario ministerial de la División Sudamericana.