Como ministros, tenemos la responsabilidad de presentar a cada persona perfecta en Cristo (Col. 1:28). Aún no hemos alcanzado nuestro objetivo, porque ¿no vemos prácticamente en cada iglesia la necesidad de un reavivamiento de la verdadera piedad? Esto debe ocurrir antes de la terminación de la obra. ¿Y no tenemos motivos para esperar que éste sea el próximo acontecimiento que figura en el programa de Cristo? Nos dice la sierva de Dios:

“El Señor no obra ahora para traer muchas almas a la verdad a causa de los miembros de la iglesia que nunca han sido convertidos, y de los que una vez se convirtieron pero luego apostataron” (Testimonies. tomo 6, pág. 371). Jesús dijo: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos traeré a mí mismo” (Juan 12:32). Un ministro predicaba en una feria de la India atestada de público. Para ilustrar lo que decía, levantó un cuadro de Jesús en su mano izquierda. Mientras hablaba, sin darse cuenta bajó el brazo, de modo que el cuadro quedó doblado y ocultó en parte a Jesús. Una mujer exclamó desde las últimas filas: “¡Señor, levante a su Jesús para que podamos verlo!” La mensajera del Señor nos amonesta:

“Si los que hoy enseñan la Palabra de Dios elevaran más y más la cruz de Cristo, su ministerio tendría mucho más éxito. Si los pecadores pudieran ser inducidos a dirigir una ferviente mirada a la cruz, y pudieran obtener una visión plena del Salvador crucificado, comprenderían la profundidad de la compasión de Dios y la pecaminosidad del pecado” (Los Hechos de los Apóstoles, pág. 153).

¿Hemos fallado en ensalzar a Cristo? Leamos lo que nos dice la inspiración en otro lugar: “Nuestras iglesias mueren por falta de enseñanza acerca de la justicia por la fe y otras verdades” (Obreros Evangélicos, pág. 316). “No hay uno en cien que comprenda por sí mismo la verdad bíblica sobre este tema [la justificación por la fe], tan necesario para nuestro bienestar presente y eterno” (Review and Herald, 3-9-1889).

De estas declaraciones concluimos que no sólo en nuestra predicación evangélica sino también en la pastoral tenemos que poner más énfasis en la presentación de Cristo. Pero ¿cómo podemos lograrlo? He aquí la respuesta:

“En primer lugar tened vuestra propia alma consagrada a Dios. Que vuestro corazón se quebrante cuando contempláis a vuestro intercesor en el cielo. Entonces, enternecidos y subyugados, podéis dirigiros a los pecadores contritos como quienes comprendéis el poder del amor redentor” (Carta 77, 1895).

“Reunamos lo que nuestra propia experiencia nos ha revelado acerca de la excelencia de Cristo, y presentémoslo a los demás como una gema preciosa que refulge y brilla. Así el pecador será atraído hacia él, que es presentado como el principal entre diez mil y todo él codiciable” (Review and Herald, 19-3-1895).

El reavivamiento que anhelamos ver entre nuestras iglesias debe comenzar con el ministerio, dándole a Cristo un lugar más amplio en nuestros propios corazones y luego en nuestra predicación. Este pensamiento es puesto de relieve en Obreros Evangélicos.

“Cristo crucificado, Cristo resucitado, Cristo ascendido al cielo, Cristo que va a volver, debe enternecer, alegrar y llenar de tal manera la mente del predicador, que sea capaz de presentar estas verdades a la gente con amor y profundo fervor” (pág. 168).

Hacer que nuestros sermones estén centrados en Cristo, no significa que deben ser más complicados. En realidad, deberán ser más sencillos.

“Los ministros necesitan tener una manera más clara y sencilla de presentar la verdad tal como es en Jesús. Sus propias mentes necesitan comprender más plenamente el gran plan de salvación… y no debiera darse un sermón a menos que una parte de ese discurso se dedique especialmente a mostrar el camino que los pecadores deben recorrer para ir a Cristo y ser salvos” (Review and Herald, 22-2-1887).

No debemos perder de vista el hecho de que una predicación centrada en Cristo hará que nuestros sermones sean más atractivos.

“El tema que atrae el corazón del pecador es Cristo, y él crucificado… El contemplar a Jesús sobre la cruz del Calvario despierta la conciencia al atroz carácter del pecado mejor que ninguna otra cosa” (Id., 22-11-1892).

Se nos ha prometido que esta clase de predicación preparará debidamente a nuestro pueblo para que estime las cosas celestiales por encima de las terrenas.

“Para enseñarles a los hombres y las mujeres la inutilidad de las cosas terrenas, debéis conducirlos a la Fuente viva, y hacer que beban de Cristo, hasta que sus corazones se llenen con el amor de Dios, y Cristo esté en ellos como fuente de agua que salte para vida eterna” (Signs of the Times, 1-7-1889).

Si queremos esperar resultados diferentes de nuestra predicación, tendremos que utilizar métodos diferentes.

“Ellos [los ministros] no pueden confiar en viejos sermones para presentarlos a sus congregaciones… Hay temas que se descuidan tristemente y que debieran presentarse más extensamente. El peso de nuestro mensaje debiera constituirlo la misión y la vida de Jesucristo. Preséntese extensamente la humillación, la abnegación, la humildad y la mansedumbre de Cristo, para que los corazones orgullosos y egoístas puedan percibir la diferencia entre ellos y el Modelo, y puedan humillarse. Mostrad a vuestros oyentes a Jesús en su condescendencia para salvar al hombre caído” (Review and Herald, 11-9-1888).

En las siguientes declaraciones se vuelve a destacar la necesidad de predicar a Cristo:

“Os presento el magno y grandioso monumento de la misericordia y regeneración, de la salvación y redención —el Hijo de Dios levantado en la cruz. Tal ha de ser el fundamento de todo discurso pronunciado por nuestros ministros” (Obreros Evangélicos, pág. 330).

“Los adventistas del séptimo día debieran destacarse entre todos los que profesan ser cristianos, en cuanto a levantar a Cristo ante el mundo” (Id., pág. 164).

“En la actualidad, el último mensaje de Dios a su iglesia remanente (Apoc. 3:14-22) pide que se predique a Cristo y su justicia. Se nos aconseja comprar vestidos blancos. Si destacamos a Cristo, su justicia, y su sacrificio, en nuestra predicación pastoral, veremos los resultados que los pastores anhelan ver. Un nuevo poder llenará nuestras palabras si en-alzamos sinceramente a Jesús. El conducirá a los hombres hacia sí, y sus vidas serán transformadas. “Hablad de Cristo, y cuando el corazón se convierta, todo lo que está en desarmonía con la palabra de Dios desaparecerá. Arrancar hojas de un árbol vivo es un trabajo inútil. Las hojas reaparecerán. Es necesario cortar la raíz del árbol, y entonces caerán sus hojas” (Signs of the Times, 1-7-1889).

La mensajera de Dios nos dice que lo que más necesitamos es un reavivamiento de la verdadera piedad; ésta es la necesidad más grande y más urgente. Hace mucho que comprendemos esto, pero ¿qué hemos hecho, como ministros, para producir este reavivamiento? ¿Por qué no hemos destacado más a Cristo en nuestras predicaciones?

“Es un hecho triste que muchos se espacien tanto en la teoría y tan poco en la piedad práctica debido a que Cristo no mora en su corazón. No tienen relación viva con Dios” (Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 630).

“Invito a cada ministro a buscar al Señor, a deponer el orgullo, a abandonar la lucha por la supremacía, y a humillar el corazón delante de Dios. Es la frialdad de corazón, la incredulidad de los que debieran tener fe, lo que mantiene debilitadas a las iglesias” (Review and Herald, 26-7-1892).

Estas solemnes declaraciones debieran inducir a cada obrero a examinar cuidadosamente su propio corazón. Como dirigentes espirituales de la iglesia remanente, necesitamos ser hombres que comprendan el poder del amor redentor en nuestras propias vidas, en primer lugar. Luego, cuando hayamos dado un lugar mayor a Cristo en nuestros corazones, estaremos preparados para darle un lugar más destacado en nuestra predicación pastoral. Cuando cumplamos estas condiciones podremos esperar el cumplimiento de la promesa de Dios, de enviar el Espíritu Santo en la lluvia tardía. Esta experiencia preparará a un pueblo para recibir a Jesús cuando venga en breve.