Décadas han pasado desde el lanzamiento del libro El ritual del Santuario, escrito por M. L. Andreasen.[1] De cualquier manera, la discusión sobre la perfección cristiana no deja de generar debates y atraer la atención de los miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Mientras que muchos consideran sus declaraciones sobre la perfección de la última generación como “perfeccionistas”, otros lo aclaman como el valiente teólogo de la verdad.

   Aunque el tema de la perfección cristiana haya sido tratado en una cantidad creciente de publicaciones, proporcionando un proceso de madurez teológica sobre el asunto, su contrapartida, el perfeccionismo, es generalmente tratado de manera superflua y pasajera. El hecho es que, para muchos, el perfeccionismo es un asunto todavía confuso. Se percibe esto cuando, en ciertos casos, alguien en la iglesia es rotulado como “perfeccionista” porque se transformó en vegetariano, porque evita los alimentos con azúcar, deja de mirar televisión o prefiere un estilo de adoración o de educación más ortodoxo. Aparentemente, muchas congregaciones no tienen una definición clara sobre el asunto, y llevan a ciertos miembros a que traten como algo extraño aquello que es promovido y enseñado por la iglesia.

    Siendo así, la intención de este artículo es discutir el tema de manera que se presente una definición objetiva respecto del perfeccionismo, fundamentándose en la comprensión de la teología cristiana y de los escritos de Elena de White.

Definición

    Aunque en el sentido popular el “perfeccionismo” es interpretado como la actitud irritante de aquellos que se esfuerzan al extremo para hacerlo todo perfecto (limpieza, notas en la escuela, presentación musical, entre otras cuestiones que podrían servir como ejemplos), en el sentido religioso, el término denota el intento de vivir sin pecado: la perfección moral.

    Entre teólogos y estudiosos del asunto, existe consenso en que el perfeccionismo es la creencia en la “perfección absoluta”, la impecabilidad o la posibilidad de alcanzar la condición de Adán antes de la Caída.[2] De acuerdo con la manera en que Millard Erickson lo define, el perfeccionismo es “la creencia en que es posible alcanzar un nivel en el que el fiel no peque más”,[3] ya sea hoy o en algún momento en el futuro.

    George Knight, al discutir sobre el asunto en su obra Pecado y salvación,[4] apunta hacia ciertas distorsiones del concepto de perfección cristiana tenidas como perfeccionistas. Una de ellas es la que ocurre en la manera por la que el cristiano se relaciona con la Ley de Dios. De acuerdo con lo que el autor muestra, en caso de que el pecado sea atomizado,[5] es decir, definido únicamente como una acción que transgrede la Ley de Dios, el cristiano pasará a preocuparse –únicamente– por su conformidad externa. Mediante el suficiente esfuerzo, todos los pecados podrán ser eliminados. Como consecuencia, cada acción humana pasará a ser regida a partir de reglas cada vez más estrictas y ramificadas, que involucran cada aspecto de la existencia humana. Esto puede llevar a casos extremos de restricción alimentaria, celibato, flagelo, y hasta incluso castración. Sin embargo, una vez que ese nivel de impecabilidad es “alcanzado”, todos sus actos pasan a ser considerados puros, santificados y justos.[6] Esa justicia, sin embargo, no es aquella imputada por Cristo, sino una que emerge de y es practicada por la propia persona,[7] aunque no siempre esté en conformidad con la Palabra de Dios.

    Un ejemplo de esta situación ocurrió inmediatamente después del inicio del Movimiento Adventista, siendo uno de los primeros casos en los que Elena de White se enfrentó con el perfeccionismo. Luego del Gran Chasco, una de las cuatro ramificaciones que emergieron del movimiento millerita –los “espiritualistas”– comenzó a proclamar que Cristo de hecho había regresado, pero en el corazón de cada creyente. Para ellos, todo lo anunciado no pasaba de ser una alegoría, y Jesús ya había regresado de manera espiritual. De esa forma, creían que habían superado el nivel del pecado, y que todo lo que hacían eran puro y sano.

    De acuerdo con lo que Arthur White describe, ellos creían que “eran santificados, que no podían pecar, que habían sido sellados y santificados, y que todos sus pensamientos y conceptos eran de la mente de Dios”.[8] Sus ideas llevaron a comportamientos extravagantes, como tener “esposas espirituales”, mantener reuniones en las que los participantes quedaban completamente desnudos y compartían sus esposas entre el grupo.[9]

    Otra distorsión perfeccionista destacada por Knight es la posibilidad de obtener perfección física. En ese caso, adeptos de esa vertiente creen que sus cabellos no envejecerán y que ellos nunca más van a enfermar. Tal creencia surgió, también, entre los “espiritualistas”, después del Gran Chasco. Predicadores como J. D. Pickands proclamaban que se habían transformado en seres incorruptibles y que no morirían.[10] Esas ideas fueron, posteriormente, adoptadas por E. J. Waggoner, quien llegó a declarar que nunca más enfermaría.[11] Para adeptos a estas enseñanzas, existe una relación fuer- te entre la perfección y la incapacidad de contraer más enfermedades. Mientras el alma es expurgada del pecado, el cuerpo es liberado del efecto de las enfermedades.[12]

Perfeccionismo adventista

     En la Iglesia Adventista del Séptimo Día, el perfeccionismo reapareció por medio de la teología de Andreasen. En su obra El ritual del Santuario, defiende que la última generación de adventistas podrá vivir una vida sin pecado. Progresando en la santidad, el cristiano que viva en los últimos días alcanzará un nivel en que no encontrará más tentaciones para vencer: “Así como se transformó en un victorioso sobre una tentación, puede llegar a serlo sobre todo pecado. Terminada la obra y alcanzado el triunfo sobre […] todo el mal, estará pronto para la traslación”. En esa condición de impecabilidad, Andreasen concluye: “Nada los puede hacer pecar”.[13]

    Andreasen no fue el único en defender esa posición. Para autores como Herbert Douglass, “la última generación de adventistas demostrará toda la suficiencia de la gracia y del poder de Dios, así como hizo Jesús en sus días. Irá a confirmar el triunfo de Jesús, que hombres, participantes de la naturaleza divina mediante el Espíritu Santo, puedan vencer todo el pecado durante esta vida”.[14] En su obra ¿Por qué Jesús todavía no volvió?, afirma categóricamente: “Jesús lo consiguió, yo también puedo conseguirlo. Puedo vivir una vida sin pecado como él vivió, por la fe en mi Padre celestial”.[15] Para él, Jesús es un modelo que debe ser igualado.

    Otros, como Dennis Priebe y Larry Kirkpatrick, se unen a Andreasen y a Douglass al equiparar a la última generación con la condición de impecabilidad. Para ellos, la Biblia describe un pueblo que vive en esa condición.[16] “Perfección es vivir una vida madura en el Espíritu, plena de sus frutos y, como resultado, sin pecado”.[17] Dios, de hecho, es capaz de mantenernos “libres del pecado”.[18]

    Durante sus días, Elena de White necesitó lidiar en diferentes circunstancias con alegatos perfeccionistas. Para ella, vivir sin pecado en esta vida es una enseñanza extraña a la Biblia. De acuerdo con lo que la escritora destacó, “ninguno de los apóstoles o profetas pretendió jamás estar sin pecado. Los hombres que han vivido más cerca de Dios, que han estado dispuestos a sacrificar la vida misma antes que cometer a sabiendas una acción mala, los hombres a los cuales Dios había honrado con luz y poder divinos, han confesado la pecaminosidad de su propia naturaleza. No han puesto su confianza en la carne, no han pretendido tener ninguna justicia propia, sino que han confiado plenamente en la justicia de Cristo. Así harán todos los que contemplen a Cristo”.[19]

    Es verdad que Elena de White siempre incentivó a sus lectores a buscar la perfección de carácter, buscando alcanzar la obediencia plena a las demandas de Dios. Ciertos textos de la escritora llegan a sugerir que ella misma era adepta al perfeccionismo: “Todo el que por fe obedece los Mandamientos de Dios alcanzará la condición sin pecado en que vivía Adán antes de su transgresión”.[20] Sin embargo, ella declara que eso ocurrirá únicamente en el momento de la glorificación: “No podemos decir: ‘Yo no tengo pecado’ hasta que este cuerpo vil sea cambiado y transformado a la semejanza de su cuerpo divino”.[21]

    Por lo tanto, debemos entender que Elena de White y la Biblia enseñan “tanto la impecabilidad como la perfección, pero nunca las equipara”.[22]

Efectos del perfeccionismo

    El perfeccionismo, así como cualquier distorsión teológica, afecta a la iglesia y a sus adeptos en todas las áreas. De acuerdo con lo que declara Valdeci Santos, el amor de Dios pasa a ser visto como algo que debe ser conquistado y merecido, generando un sentimiento de inseguridad en el cristiano. Porque el creyente asume una posición extremadamente rígida en relación con el pecado, y Dios es tenido como algo igualmente rígido. La gracia divina también pasa a ser interpretada de una manera distorsionada. “Desde la perspectiva perfeccionista, la gracia apenas fortalece al cristiano para que haga aquello que él mismo es capaz de hacer, en lugar de transformarlo y restaurarlo a la comunión con aquel por medio del cual todo es posible”. El perfeccionismo roba temporalmente del cristiano la alegría que Dios le promete en Cristo. En momentos en que podría regocijarse, solo logra pensar en el próximo desafío y en el próximo blanco que debe alcanzar. Finalmente, se crea un ambiente farisaico en la iglesia, pues el perfeccionista “generalmente se inclinará a cobrar de los otros aquello que él mismo estableció como meta”. Por su alto compromiso con la santidad, el perfeccionista es víctima de la “sensación de creerse el dueño de una visión superior”, autopromoviéndose como patrón para los demás.[23]

Consideraciones finales

    El perfeccionismo, por lo tanto, debe ser entendido únicamente como la posición teológica que defiende la posibilidad de vivir sin pecado antes de la glorificación. En la Iglesia Adventista del Séptimo Día, este concepto se infiltró por medio de la “teología de la última generación”, creencia promovida por M. L. Andreasen y sus simpatizantes, que postulan que la última generación de fieles alcanzará el nivel de impecabilidad antes de la venida de Jesús. Minimizando, de cierta manera, la obediencia demostrada por Cristo, esa teología lanza sobre la última generación la responsabilidad de vindicar la Ley y el carácter de Dios. Aunque esa distorsión haya sido discutida en el pasado, continúa sumando simpatizantes, y perjudicando la relación de sus adeptos con la iglesia y con Dios.

    Debemos resaltar, sin embargo, que al defender la imposibilidad de vivir sin pecar, no estamos negando que por el poder de Cristo el cristiano pueda vencer sus tentaciones. Aunque no alcance la impecabilidad en esta vida, es responsabilidad de todo cristiano apartarse del mal, desarrollar un carácter semejante al de Jesús y crecer en la perfección cristiana.

Sobre el autor: Editor asociado en la Casa Publicadora Brasileña.


Referencias

[1] M. L. Andreasen, O Ritual do Santuário (Santo André, San Pablo: CPB, 1983).

[2] A. Cairns, “Perfectionism”, Dictionary of Theological Terms (Greenville, SC: Ambassador Emerald International, 2002), p. 327; R. Rice, Reign of God: An Introduction to Christian Theology from a Seventh-Day Adventist Perspective (Berrien Springs, MI: ¿ Andrews University Press, 1997), p. 281; David A. Stoop, Living with a Perfectionist (Nashville, TN: Oliver-Nelson, 1987), pp. 16, 17; J. Hunt, Biblical Counseling Keys on Perfectionism: The Push to Perform (Dallas, TX: Hope For The Heart, 2008), p. 1.

[3] M. J. Erickson, The Concise Dictionary of Christian Theology (Wheaton, IL: Crossway Books, 2001), p. 152.

[4]  George R. Knight, Pecado e Salvação (Tatuí, San Pablo: CPB, 2016), pp. 139, 140.

[5] Ibíd., p. 15.

[6] Ibíd., p. 156.

[7] H. K. LaRondelle, Perfection and Perfectionism: A Dogmatic-Ethical Study of Biblical Perfection and Phenomenal Perfectionism (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 1971), p. 326.

[8] Arthur L. White. Ellen G. White (Hagerstown, MD: Review & Herald, 1985), t. 1, p. 71.

[9] Glauber S. Araujo, O Caminho da Perfeição: Um Estudo da Teologia da Santificação em João

Wesley e Ellen G. White (Disertación de Maestría, Universidad Metodista de San Pablo, 2011), p. 48; cf. George R. Knight, Millenial Fever and the End of the World (Boise, ID: Pacific Press, 1993), pp. 251-254.

[10] George R. Knight, Millenial Fever and the End of the World, p. 250.

[11] Ellet J. Waggoner, General Conference Bulletin, 1899, p. 53.

[12] B. B. Warfield, Counterfeit Miracles (Nova York, NY: Charles Scribner’s Sons, 1918), p. 175, n. 34.

[13] Andreasen, ibíd., p. 243.

[14] Herbert Douglass, “Concepts of Jesus Affect Personality”, Review and Herald (31/8/1972), p. 12.

[15] Herbert Douglass, Por qué Jesus ainda não voltou? (Luz do Mundo, 2011), p. 72.

[16] Dennis Priebe, Larry Kirkpatrick, eds., The Mind of Christ: How to Have It (Ukiah, CA: Philippians Two Five Publishing, 2012), pp. 30, 31, 32.

[17] Dennis E. Priebe, Face a Face com o Verdadeiro Evangelho (Duque de Caxias, RJ: IEST, s.d.), pp. 108, 109.

[18] Ibíd., p. 110.

[19] Elena de White, Palabras de vida del gran Maestro, pp. 124, 125.

[20] _____________, En los lugares celestiales, p. 148.

[21] ______________, A fin de conocerle, p. 364.

[22] Knight, Pecado e Salvação (Tatuí, San Pablo: CPB, 2016), p. 158 (énfasis del autor).

[23] Valdeci da Silva Santos, “O perfeccionismo como um obstáculo à santidade cristã”, Fides Reformata, V.XIII, No1 (2008), pp. 122, 123.