No muchas parejas han pasado juntas más años de los que pasamos Mabel y yo. Por la gracia de nuestro Señor, celebramos nuestro 65° aniversario de bodas el 2 de septiembre de 1968. Ambos teníamos veintidós años cuando nos casamos.
Mis padres recibieron el mensaje en 1880, el año en que nací. Con frecuencia durante mi niñez, mi madre me recordaba que yo había sido consagrado a la obra del Señor. Mis padres fallecieron poco después de nuestro matrimonio.
Nunca me olvidaré de la afirmación que hizo mi madre después que llevé a mi esposa a casa. “Francisco”, me dijo, “no vas a tener a esta niña por esposa siquiera cinco años”.
Mi querida Mabel había padecido de tuberculosis de la columna vertebral y todavía tenía un lugar muy delicado en la espina dorsal. Sufría agudos dolores. Nunca pesó más de 46 kilogramos y jamás fue muy fuerte. A pesar de su sufrimiento ella ha sido la compañera más alegre y amorosa que hombre alguno pudiera haber tenido. Todos la admiraban por su disposición amable.
Yo simpatizaba con ella en su sufrimiento y planeé mi trabajo de tal forma que pudiese darle masajes en la espalda cada día. Poco después de nuestro casamiento compramos nuestro primer automóvil. Viajar durante cien millas (160 km) era para ella una agonía, pero siempre insistía en ceder el asiento delantero a cualquier otra dama que hubiese en el grupo. Parecía que pensaba que todas las mujeres tenían la misma columna enferma que ella.
Si no hubiese sido por la dulce disposición de mi esposa, yo dudo que habría podido soportar la prueba de esos primeros años como obrero. A pesar de no sentirse nunca fuerte físicamente, Mabel llevaba de buena gana su parte del trabajo. Al pasar los años su columna se fortaleció bastante, y ella pudo viajar centenares de kilómetros sin quejarse.
A través de los años mi compañera siempre atendió sus propios asuntos. Nunca me sonsacó confidencias acerca de votos de juntas. Nunca fue chismosa. Jamás me vi en dificultades debido a la lengua de mi mujer. Ella siempre aceptó un lugar humilde. Hacía su parte en la sociedad: como anfitriona no tenía rival. Nunca se daba tono, sino que desempeñaba su papel en forma tranquila y afable.
De visita en casa ajena, Mabel ayudaba sin interferir con la dueña de casa. Nunca descansaba mientras la anfitriona tenía algo que hacer.
A través de los años mi querida compañera siempre llevó su parte de responsabilidad hasta años recientes. Durante los últimos diez años ha tenido que deponer las pesadas cargas, pero aun en su invalidez, Mabel sigue siendo una inspiración para mí. Ha aceptado pacientemente su sufrimiento, sin quejarse.
Mabel ha sido mucho más que una compañera para mí. A través de los años ha sido una maravillosa inspiración. Conozco centenares de personas, quizá miles, que podrían dar testimonio de su fiel ayuda a través de mis largos años de servicio en la obra pastoral y administrativa.
Sobre el autor: Pastor jubilado, Asociación de Potomac