Un ministerio profético volcado al reavivamiento.

El libro de Joel fue compuesto bajo las circunstancias de una invasión a la ciudad de Jerusalén, por enemigos mesopotámicos, ya sea Asiria, en el 701 a.C., o Babilonia, en una de sus dos invasiones en el 598 a.C.[1] En la primera mitad del libro, el profeta describe la prevalente calamidad y, en la segunda mitad, la liberación futura. A pesar de la incertidumbre con respecto de la fecha de composición del libro y de la invasión mencionada en él, el impacto del mensaje permanece invencible y sustentable.

Es válido, también, observar que la sección de Joel 2:28 al 32 constituyó el capítulo tres en las escrituras hebreas, lo que consecuentemente lleva a que el capítulo tres actual sea el cuatro. Una vez más, el tema del derramamiento del Espíritu Santo es destacado por el hecho de que las Escrituras hacen que esa pequeña acción de solo cinco versículos represente, por sí misma, uno de los capítulos de la obra del profeta.

Se puede destacar tres aspectos de la obra de Joel. El autor construyó su mensaje sobre el concepto del pacto,[2] presenta de forma prominente el concepto del “día del Señor”, y contiene la elaboración más abarcadora de la doctrina que los eruditos definen como la democratización del Espíritu Santo.

Reavivamiento y reforma

Si bien en muchos aspectos no existe consenso de los estudiosos acerca de la fecha, la unidad, la perspectiva teológica y la literalidad de las imágenes, la atención de los estudiosos del libro de Joel se ha centrado en el énfasis que coloca el profeta en “las ideas y las estructuras del pacto, particularmente en aquellos aspectos del pacto mosaico”.[3] Es justamente la presencia de este concepto lo que nos ayuda a inferir algunos elementos del reavivamiento y la reforma en su mensaje, como lo veremos a continuación.

Arrepentimiento. El primero de esos elementos es el arrepentimiento. Curiosamente, no existe mención de los pecados que fueron cometidos por los receptores del mensaje. Pero una serie de maldiciones contenidas en los términos de la alianza es enumerada por el profeta (compare Joel 1:4-12, 16-20; 2:1-11 con Lev 26:14-19; Deut. 28:15-68). Las maldiciones que caerían sobre el pueblo de Dios, en el caso de quebrantar el pacto, tuvieron su aplicación en los días de Joel, especialmente la devastación de la agricultura, la destrucción de los animales y la invasión de una nación extranjera. De acuerdo con Stuart, “desde el punto de vista de las maldiciones, la invasión, la sequía y la desolación, son evidentemente los mayores castigos de la infidelidad al pacto mosaico”.[4]

Es necesario recordar que Joel estaba hablando a un pueblo que conocía muy bien los términos de ese pacto y que, ciertamente, reconoció en la descripción de esas maldiciones el resultado de sus propios pecados.

Con respecto a la identificación de las langostas invasoras, también existe la discusión acerca de si fueron literales o metafóricas. Los eruditos que se oponen a la comprensión literal de las langostas cuestionan el hecho de que el campo nativo de las langostas es el sur, y no el norte, como fue mencionado por Joel (2:20). Además de eso, en algunos momentos los ejércitos son comparados con langostas, ya sea por símiles o metáforas (Jue. 6:5; 7:12; Nah. 3:15, 16; Jer. 46:23). Si son comprendidas metafóricamente, esto se ajusta perfectamente al escenario de la invasión babilónica o asiria.

En su comentario, Jamieson, Fausset y Brown defienden una comprensión metafórica de estos invasores. Para ellos, el “ejército del norte” no es solo una expresión geográfica de la procedencia del invasor, sino que el término indicaría su origen; es decir, Asiria o Babilonia. Según ellos, esas dos naciones son “el tipo y los precursores de todos los enemigos de Israel”.[5] El Comentario bíblico adventista también concuerda con esa perspectiva y, según él, dependiendo de la fecha supuesta para esa invasión, se refiere a los asirios o a los babilonios.[6]

Otro concepto destacado en el libro de Joel es el del “día del Señor”. Este tema está presente en todas las cuatro mayores secciones del libro. No es solo un elemento agregado a los oráculos, como sucede con otros profetas del Antiguo Testamento. “Este concepto es tan prominente en Joel, que puede ser comparado con un motor que impulsa la profecía”. De acuerdo con von Rad, “el día del Señor es mejor entendido en el trasfondo de una guerra santa israelita”.[7]

Joel ve dos “días del Señor”: el primero está en marcha (1:1-2:17) y debe ser entendido en el contexto de las maldiciones. El ejército enemigo que invade y devasta la ciudad actúa como instrumento de Dios en el castigo de la desobediencia (2:1, 11, 25). Pero el segundo “día del Señor” está en el futuro (2:18-3:21).

Confesión. Las maldiciones mencionadas en Joel evidencian, por lo tanto, que hubo desobediencia y pecado. Entonces, ante la aflicción, el pueblo es invitado a convertirse y arrepentirse con súplicas, ayuno, oraciones, ceñidos en saco de cilicio, y asambleas solemnes (Joel 1:13, 14; 2:12-17). Esa forma de arrepentimiento encuentra eco en otros momentos de búsqueda y oración en la Biblia. Se podría mencionar, por ejemplo, las oraciones de Nehemías y de Daniel.

Un hecho que se necesita destacar es que, cuando aparecen en los libros de Nehemías y Daniel (Neh. 1:4; Dan. 9:3), estos mismos elementos son seguidos por la confesión. Aquí, la humillación intensifica el arrepentimiento y el reconocimiento de los pecados, llevando al adorador a confesarlos (Neh. 1:6, 7; Dan. 9:4-19). Daniel y Nehemías no solo confesaron sus pecados, sino también reconocieron que las tragedias llegaron en forma de maldiciones, por causa de la desobediencia al pacto, exactamente como Dios lo había anunciado por medio de Moisés (Neh. 1:8; Dan. 9:11, 13, 14). Además de eso, toda confesión era precedida por la reafirmación del carácter misericordioso de Dios, como ocurre en Joel 2:13. En las descripciones de Nehemías y de Daniel, se destaca, incluso, la fidelidad de Dios en su pacto.

Además, la confesión es un elemento concomitante de la actitud de súplica y humillación ante Dios, y estaba implícito en el llamado de Joel a que el pueblo buscara a Dios de esa forma. Especialmente porque confiaban en la misericordia de un Dios fiel a su pacto.

Reforma y restauración. El arrepentimiento, la confesión y la súplica de perdón deberían ser seguidos por el abandono del pecado. En otras palabras, por la reforma de la vida.

Dado que Dios es omnisciente y ve lo que está en el corazón y en la mente, esos pasos mencionados no podían ser solo demostraciones externas o, incluso, limitadas a ese momento. Una verdadera reforma sería necesaria. El profeta llamó al pueblo a “convertirse de todo corazón” y a “rasgar el corazón y no las vestiduras” (Joel 2:12, 13).

El llamado de Joel 2:12 y 13 es seguido por una promesa, traducida así por Stuart: “Quien sabe si él no se volverá y mostrará compasión y hará que las bendiciones permanezcan después de eso. ¡Las ofrendas de manjares y libaciones pertenecen al Señor tu Dios!” (vers. 14).[8] Esta promesa, probablemente, fue construida y está amparada sobre las propias disposiciones del pacto. En ellas también estaba la promesa de restauración de las bendiciones del pacto, según el cual aun cuando el pueblo pecara, fuera desobediente y recibiese las más terribles maldiciones, si buscaba a Dios de todo corazón, entonces él los escucharía, retornaría su favor hacia él y lo restauraría en su tierra (Lev. 26:40-45; Deut. 30:3). Es esa promesa que Nehemías reclama en su oración de confesión (Neh. 8:8- 11) y parece estar sobreentendida en Joel 1:14, como lo afirmamos anteriormente.

Las maldiciones que devastaron la agricultura y generaron hambruna e invasión enemiga, son revertidas por la restauración de las bendiciones de la recompensa agrícola y la victoria del Señor sobre el ejército enemigo (Joel 2:18-26). La restauración es completada con el restablecimiento de la relación de alianza, incluyendo la presencia de Dios con su pueblo: “Y conoceréis que en medio de Israel estoy yo, y que yo soy Jehová vuestro Dios, y no hay otro; y mi pueblo nunca jamás será avergonzado” (Joel 2:27).

El segundo “día del Señor” presentado por Joel se refiere a un cumplimiento futuro y, en cierto sentido, también está ligado al proceso de restauración de las bendiciones de la alianza. En los días de Joel, la promesa de restauración de esas bendiciones incluyó la destrucción del ejército invasor (Joel 2:20). También incluyó el juzgamiento de las naciones por lo que le hicieron al pueblo de Dios (3:2-7, 12, 14, 19), de las que el ejército del norte, que invadió Jerusalén, y otros pueblos enemigos funcionaron como tipo (vers. 19). El segundo “día del Señor” es tanto un juzgamiento de las naciones enemigas como la vindicación del pueblo de Dios, pues el Señor viene a realizar la siega (vers. 13). Aquí, el Israel espiritual, el pueblo de la nueva alianza en Cristo, disfrutará de la presencia eterna de Dios en la Nueva Jerusalén (vers. 17-21; Apoc. 21:3). El pacto es restaurado no necesariamente después de las penalidades de sus pecados, sino por lo que sufrieron por estar de parte de Cristo. Ese día trae la certeza de la victoria del pueblo de Dios.

Reavivamiento y promesa del Espíritu. Tal vez la sección más conocida del libro de Joel sea la que trata del derramamiento del Espíritu Santo sobre el pueblo de Dios (2:28-32). La promesa es precedida por la expresión “en aquellos días”, o “después de esto”. Esa frase es una forma bíblica usual para señalar un tiempo futuro indefinido de la era de la restauración (Jer. 31:29, 33; 33:15, 16; Joel 3:1; Zac. 8:23), y la más común es el singular “en ese tiempo”; literalmente, “en ese día”.[9]

Es en Joel donde encontramos la más elaborada doctrina de la democratización del Espíritu Santo. Él no estaría limitado al privilegio de pocos (Núm. 11:29). Todos, hijos e hijas, jóvenes y ancianos, siervos y siervas, recibirían el Espíritu. “Aquí, profecías, sueños y visiones son los símbolos de la manifestación completa de sí mismo a todo su pueblo”.[10]

Cuando se observa el telón de fondo de Joel y sus vínculos con otros escritos del Antiguo Testamento, se puede notar que esa promesa no está fuera del contexto del libro. Ella también es resultado de la restauración de las bendiciones de la alianza: “Y sabrán que yo soy Jehová su Dios, cuando después de haberlos llevado al cautiverio entre las naciones, los reúna sobre su tierra, sin dejar allí a ninguno de ellos. Ni esconderé más de ellos mi rostro; porque habré derramado de mi Espíritu sobre la casa de Israel, dice Jehová el Señor” (Eze. 39:28, 29).

Ese era el plan de Dios para el Israel restaurado. No obstante, “debido al fracaso del pueblo, y el consecuente rechazo de la nación israelita, las promesas no fueron cumplidas para el Israel literal. Fueron transferidas al Israel espiritual”.[11]

En el día del Pentecostés, Pedro identificó el derramamiento del Espíritu Santo como cumplimiento parcial de la profecía de Joel.[12] Pero su plenitud todavía está reservada para los cristianos que esperan el segundo pentecostés.

Necesidad actual

Para Stuart, la promesa encontrada en el libro de Joel es “tal vez el vínculo más fuerte entre salvación y espiritualidad en el Antiguo Testamento”.[13] Y ciertamente, es la lluvia tardía la que nos preparará para las últimas plagas y la segunda venida de Cristo, al igual que nos habilitará para predicar de forma plena y poderosa el tercer mensaje angélico.

Por otro lado, la promesa del Espíritu Santo no se refiere solo a una esperanza y una necesidad futura. También, señala a una gran necesidad presente. Es el Espíritu Santo (la lluvia temprana que tenemos hoy) quien nos conduce en las etapas del crecimiento espiritual diario. A menos que la primera lluvia haga su obra, a menos que obtengamos victoria sobre toda tentación, orgullo, egoísmo, amor al mundo y sobre toda palabra errada, no podremos compartir el refrigerio de la lluvia tardía.[14]

Por lo tanto, la iglesia de hoy también necesita orar, pidiendo “una operación más profunda en su pueblo”, ya que sin esas lluvias la tierra no produce cosecha, “nuestras tierras necesitan de cura hoy como nunca antes”.[15] Busquemos ese poder, pues quien prometió es fiel a su pacto y a sus promesas.

Sobre el autor: Pastor en la Asociación Espírito-Paranaense.


Referencia

[1] Douglas Stuart, World Biblical Commentary: Hoseah-Jonah (Dallas: Word Incorporated, 2002), p. 223.

[2] Felipe A. Massoti, Paulo A. B. Leite, A Teoria da Intertextualidade e as Escrituras, disponible en http://www.unasp-ec.com/revistas/index.php/kerygma/article/view/47/41.

[3] Douglas Stuart, p. 235.

[4] Ibíd., p. 230.

[5] Robert Jamieson, A. R. Fausset, David Brown, A Commentary, Critical and Explanatory, on the Old and New Testament (Oak Harbor, WA: Logos Research Systems, 1997), Joel 2:20.

[6] The Seventh-day Adventist Bible Commentary, t. 4, p. 944.

[7] Douglas Stuart, pp. 230, 231.

[8] Ibíd., p. 247.

[9] Ibíd., p. 261.

[10] Robert Jamieson, A. R. Fausset, David Brown, Joel 2:28.

[11] The Seventh-day Adventist Bible Commentary, t. 4, p. 246.

[12] Ibíd.

[13] Douglas Stuart, ibíd., p. 258.

[14] Elena de White, Primeros escritos, p. 71.

[15] Warren W. Wiersbe, Comentário bíblico expositivo (Santo André, SP: Geográfica, 2012), t. 4, p. 420.