Larga caminata del norte al sur de Palestina, caminos polvorientos, ásperos tortuosos y cansadores. Cualquier viajero en perspectiva, al pensar en un viaje tal, quedaría vencido por el desánimo.
Pero, ¿qué diríamos si un pastor invitase a un miembro de iglesia a hacer un viaje de esta naturaleza? Por cierto que encontraría resistencia, y eso sería natural. Sin embargo, no es raro encontrar en los púlpitos viajes como éste. El pastor habla de temas desde el Génesis al Apocalipsis, y en su falta de concentración para preparar sermones, recurre a Abrahán, José, Moisés, Gedeón y alista a todos los héroes hasta el Apocalipsis.
Lanza golpes a diestra y siniestra sin saber a quién tiene como adversario. Avanza y retrocede en su lucha, acude a incidentes harto conocidos, y así sigue como corriendo sin destino. Los miembros se esfuerzan por acompañarlo. Algunos tratan de descubrir adonde desea ir el pastor, sin lograrlo.
Un muchacho volvió de la iglesia, y su madre que no había podido ir a la reunión, le preguntó:
_¿De qué habló el pastor?
—No sé, dijo una cantidad de cesas.
Un informe triste, por cierto.
Las compañías de navegación anuncian en los diarios con semanas de anticipación las escalas de los buques, dándonos así una notable lección de programación y preparación previas.
La falta de objetivo en los sermones se debe en gran parte a la falta de programa en la vida del obrero, que se refleja en el púlpito.
Los grandes viajes cansan al rebaño. Desde Dan hasta Beerseba se pierde el interés de mucha gente.
Sobre el autor: Evangelista de la Unión Brasileña del Sur