Al concluir su primera carta a la iglesia de Tesalónica, Pablo expresó el deseo de que los cristianos fuesen santificados en todo y tuviesen todo su ser, “espíritu, alma y cuerpo, […] guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes. 5:23). Es interesante notar que, en los escritos Paulinos, esta es la única ocasión en la cual el apóstol menciona estas tres palabras juntas, dando énfasis a la integralidad humana y a la necesidad de perfeccionamiento de cada aspecto del ser. Aunque el texto esté dirigido a la comunidad cristiana en general, creo que nosotros, pastores y líderes, debemos profundizar en la aplicación de estos conceptos en nuestra vida.
Al referirse al Espíritu (pneuma), Pablo parece señalar la dimensión cognitiva, inteligente, racional del ser humano. El Señor desea que desarrollemos la mente en conformidad con su querer (Rom. 12:1, 2), y tengamos el raciocinio claro para comprender la Biblia y enseñarla de la mejor manera posible (2 Tim. 2:15, 24; 3:16, 17), para alcanzar a todas las personas. Debemos conocer las Escrituras por experiencia propia, nutrir una espiritualidad bíblica y ejercitarnos intelectualmente, a fin de responder a todo aquel que nos demande razón de nuestra fe (1 Ped. 3:15). Elena de White ponderó que “los tiempos exigen un ministerio inteligente y educado” para enfrentar un mundo en el cual “el pecado, la incredulidad y la infidelidad están llegando a ser más descarados y desafiantes”. Y afirmó: “Este estado de cosas requiere el uso de todo el poder del intelecto”; por eso, el pastor “debe ser bien balanceado en los principios religiosos, creciendo en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (El ministerio pastoral, p. 59).
A su vez, la palabra alma (psyche) hace alusión a las emociones, que deben ser centradas. Lamentablemente, sin embargo, el índice de cristianos, y especialmente ministros, víctimas de enfermedades psicológicas aumenta gradualmente, a un ritmo perceptible. En el último año, se han reportado casos de suicidio de pastores a nivel internacional, llamando la atención sobre un fenómeno que sorprende incluso a investigadores no religiosos. Salomón dijo que “gran remedio es el corazón alegre, pero el ánimo decaído seca los huesos” (Prov. 17:22, NVI). El buen humor, la autoestima elevada, la gestión eficaz del tiempo, las finanzas bien administradas y las relaciones saludables en el hogar, en la iglesia y en la comunidad más amplia son fundamentales para que la mente se mantenga equilibrada.
Finalmente, Pablo habla acerca del cuerpo (soma), con lo que, evidentemente, se refiere al aspecto físico. Como templo del Espíritu Santo (1 Cor. 6:19, 20), el cuerpo debe conservarse en las mejores condiciones, a fin de que, con él, podamos servir a Cristo plenamente. Como adventistas del séptimo día, creemos que “el aire puro, el sol, la abstinencia, el descanso, el ejercicio, un régimen alimenticio conveniente, el agua y la confianza en el poder divino” son los remedios naturales más eficientes en la promoción de la salud. No obstante, no siempre hemos dado buen uso de ellos. A menudo descuidamos el cuidado del cuerpo para dedicar más tiempo a actividades superfluas, inútiles e incluso dañinas para la salud física, mental y emocional. Así, el recordatorio de Richard Swanson parece muy apropiado: “Dios nos ha dado un regalo increíble, y todo lo que tenemos que hacer es alimentarlo, hidratarlo, descansarlo, y moverlo” (Margin, p. 108).
Por lo tanto, la santificación no se limita a aspectos espirituales, sino además se expresa por medio del desarrollo mental, emocional y físico. Que la oración del apóstol Pablo se cumpla en nosotros y que, en aquel día, nuestro ser, “guardado irreprensible”, esté ante Aquel que nos llamó al ministerio.
Sobre el autor: editor de la revista Ministerio, edición de la CPB.