Los cambios en la liturgia evangélica nos motivan a rescatar el verdadero sentido de la adoración.
¿Qué pasó con el culto en América Latina? es el sugestivo título de un libro que el Dr. Miguel Ángel Palomino publicó recientemente (Lima, Rep. del Perú: Ediciones Puma, 2011). Palomino, de origen peruano, es pastor de la Alianza Cristiana y Misionera desde su conversión. Ha dirigido grupos musicales y ha compuesto música cristiana. Estudió Teología en Buenos Aires, los Estados Unidos y Europa. Defendió su tesis doctoral en la Universidad de Edimburgo, Escocia (2002). Es rector de la Facultad Teológica Latinoamericana, pastor de una iglesia en Florida, Estados Unidos, y conferenciante internacional.
Como antecedentes del estudio del tema, Palomino cita a reconocidos autores como William D. Maxwell (1963), Jean Jacques Von Allmen (1968), Bob Sorge (1987), Ralph P. Martin (1993), A. W. Tozer (1990), Miguel A. Darino (1992), Marcos Witt (1993) y Sérgio Freddi Júnior (2002). Este último afirma que al protestantismo histórico solamente le quedan tres posibilidades: (a) enriquecer su tradición; (b) renovar completamente su forma de culto; o (c) sumergirse en el pentecostalismo.
Palomino se propone explorar dos hipótesis: (1) Que el Movimiento de Renovación de la Alabanza contribuye a la desaparición de las fronteras confesionales, a la pérdida de identidad y de fidelidad a la iglesia local, y a la “migración religiosa”. (2) Que la forma del culto evangélico ha recibido el impacto de la cultura mediática, que afectó el sentido y la naturaleza del culto; un tipo de culto dirigido por músicos talentosos e histriónicos, que se manejan muy bien en los escenarios, pero que no poseen ninguna formación teológica. El autor se plantea, entonces, realizar una descripción panorámica y crítica del culto evangélico durante las últimas décadas, hacer una referencia al pasado protestante y un esbozo de una teología bíblica del culto.
Cambios
Menciona Palomino que hubo tres corrientes evangélicas que llegaron a América Latina: (a) Las iglesias de “trasplante”, compuestas por inmigrantes europeos del siglo XIX, que trajeron la liturgia de sus países de origen y que, paulatinamente, fueron quedando aisladas. (b) El “Movimiento de fe”, también del siglo XIX, liderado por misioneros ingleses y estadounidenses, con énfasis pietista, que giraba en torno a la Biblia y desarrollaba un culto que incluía himnos, predicación y evangelización. (c) El Movimiento Pentecostal de principios del siglo XX, que introdujo innovaciones en el culto y en la música (melodías autóctonas, etc.). En estas tres corrientes existió un patrón litúrgico foráneo (himnos traducidos del inglés, etc.). El autor cree que el gran cambio ocurrió con el Movimiento de “Renovación de la Alabanza” (década de 1980), iniciado con Marcos Witt, Juan Carlos Salinas y otros. A partir de allí, predominó la uniformidad en los cultos y una inclinación hacia la adoración tipo entretenimiento.
Los cambios en el culto en América Latina se exponen por décadas: (a) Década de 1960: Culto tradicional. Uso de Biblia y del himnario. El himnario marcó fronteras, y dio identidad confesional. Entonces comenzaron a popularizarse los “coritos”, definidos como piezas musicales cortas, testimoniales, pegadizas, fáciles de memorizar, de propagación oral, etc. Estos coritos pasaron, luego, a los himnarios, y los viejos himnos perdieron vigencia. (b) Década de 1970: Culto contemporáneo. Influido por dos corrientes: 1) El Movimiento de Renovación Carismática, y 2) el nacionalismo provocado por gobiernos militares. Se recurrió a autores latinos y melodías autóctonas. Los conjuntos musicales juveniles desplazaron a los dúos, los tríos y los cuartetos. Los cultos se hicieron más participativos, espontáneos, informales y largos. Prevaleció la música moderna (instrumentos como la batería, el bajo y las guitarras eléctricas desplazaron al órgano y el piano). Esta música generó controversias en las iglesias. (c) Década de 1980: Culto televisivo o de entretenimiento. Surgió la “iglesia electrónica”, los cultos con formato televisivo y una “liturgia de los medios”, estructurada según patrones del mundo del espectáculo (pastor-animador, sonidos estridentes, aplausos, mucho ritmo, etc.). Las iglesias incorporaron maquilladores, diseñadores, iluminadores, productores, encargados de castings. Se impuso una cultura de masas y la construcción de megaiglesias. (d) Década de 1990: El culto renovado. Se produce el boom de la alabanza. Marcos Witt cambió la himnología de las iglesias y la manera de conducir los cultos. Esta celebración, centrada en la alabanza, se situó por encima de la exposición de la Palabra. Los “ministerios de alabanza y adoración” estaban, generalmente, integrados por jóvenes habilidosos en la ejecución de instrumentos musicales… y neófitos en la vida y en la teología cristianas. A esta práctica se llamó “culto de celebración”, en el cual desapareció, en gran medida, la reverencia.
El libro habla de cuatro corrientes del culto renovado: (a) “Alabanza y adoración”, (b) “Señales y prodigios”, (c) “Guerra espiritual” y (d) “Evangelio de la prosperidad”. En esta modalidad de culto, la gente acude en espera de cosas extraordinarias. Este culto renovado posee tres actores: (1) El director del culto, quien dirige la alabanza con sus músicos. (2) El predicador, que continúa siendo el actor principal, pero ahora del tipo comunicador o motivador social. Es decir, usa las Escrituras en función de dar ánimo y esperanza, pero no desea ser profundo, sino sencillo e informal. Necesita habilidad para narrar historias, y carisma para realizar milagros y prodigios. Su vestimenta suele ser juvenil e informal. Durante estos cultos renovados, hay personas que experimentan la “risa santa”, o que caen al suelo o danzan. (3) Los “Guerreros de oración”, vale decir, los integrantes del equipo de apoyo de los pastores. Estos actúan como intercesores, oran y asisten a la gente que responde a las invitaciones. Su tiempo de ministración suele estar al final del sermón.
Raíces protestantes
Frente a este panorama, Palomino comparte una preocupación pertinente: “Hoy, más que nunca, cuando las iglesias están siendo obligadas a repensar su espiritualidad, necesitamos tener bases bíblicoteológicas sólidas, para sustentar nuestras prácticas en el culto”.
El autor ve, también, la necesidad de dar una mirada al pasado protestante, ya que los dirigentes renovados creen que Dios está levantando una iglesia sin fronteras geográficas ni confesionales. El tema no es sencillo, dado que las iglesias posconfesionales son las que crecen más rápidamente, mientras que las iglesias históricas están declinando vertiginosamente. Hoy, las iglesias tienden a la homogeneización de la liturgia.
Al dar una mirada a las raíces protestantes, debe recordarse que el culto de los reformadores tenía cuatro elementos importantes: (1) la lectura y la predicación de la Palabra, (2) las oraciones dichas y cantadas, (3) la Santa Cena y (4) las ofrendas. La Palabra era el eje rector. Había entusiasmo por la lectura y la predicación expositiva de la Biblia, en el idioma del pueblo. Las oraciones eran informales, la Santa Cena regresó a su simplicidad original y las ofrendas se levantaban al final del servicio, como una muestra de amor cristiano. Los puritanos procuraron volver al modelo del Nuevo Testamento, con dos exigencias fundamentales: (1) más atención a la Palabra, y (2) mayor reverencia. Por su parte, el Pietismo y el Evangelicalismo reaccionaron contra la ortodoxia de las iglesias protestantes, y se caracterizaron por: (1) un énfasis en la conversión individual, (2) la predicación a grandes multitudes, (3) la incorporación de himnos en los cultos (Isaac Watts, Juan y Carlos Wesley, etc.), y (4) un culto más informal.
¿Existe un cambio de paradigma en el culto evangélico de América Latina? El autor cree que sí. Al mismo tiempo ve, en el estudio de la evolución histórica del culto, que este suele moverse en un círculo: del tradicional se pasa al contemporáneo, y de este al renovado, para luego volver a empezar.
Al observar el culto en el mundo posmoderno, Palomino concuerda con la idea de que hay un regreso a la espiritualidad (no a la religión sistematizada) y un retroceso de la secularización. Lo cierto es que las metas historias ya no hallan eco, debido a la prevalencia del relativismo, el pluralismo y la tolerancia. Todo esto tiene efectos sobre el culto. La religión es vista como un bien de consumo; y el culto, como una expresión de esta. Los mensajes doctrinales son reemplazados por experiencias emocionales y sobrenaturales, en los cultos renovados. El sermón fue reemplazado, de ser el centro del culto, por la música, las coreografías, los fenómenos sobrenaturales y otros elementos.
Diálogo con Dios
En su mirada al tema del culto en la Biblia, el libro recurre a ejemplos de adoración del Antiguo Testamento, como las fiestas hebreas y ciertos pasajes paradigmáticos como 2 Crónicas 5:2 al 7:6; Nehemías 8:1 al 17 y los Salmos. En el Nuevo Testamento, observa ciertas palabras clave sobre la adoración. De la Escritura, desprende que la alabanza es más una respuesta al carácter y los hechos de Dios que una preparación para adorarlo. Por lo mismo, colige que la alabanza no depende de las emociones ni está destinada a estimular los sentimientos. El autor lamenta que el culto actual prometa a los “consumidores religiosos” cosas como prosperidad, éxito, bendición, etc. Está convencido de que el culto del tipo entretenimiento es una experiencia manipuladora y emocional, en contraste con la auténtica alabanza, que es una respuesta a Dios que busca exaltarlo. “Por tanto, nuestra adoración es una respuesta a este Dios, quien inició la relación que ahora existe entre él y la iglesia. El culto, entonces, es un diálogo corporativo entre Dios y la congregación, mediante el cual nosotros le hablamos, pero también dejamos que él nos hable”.
Queda para el final el delicado asunto del culto, la música y la cultura. Acerca de la música en la Biblia, se dice que responde a los actos salvadores de Dios. Admite que hoy se discute el mismo concepto de “música cristiana”, y que la música siempre ha provocado debate. Al mismo tiempo, cree que es ingenuo pensar que cualquier música sirve para la alabanza a Dios. Por un lado, hay música excesivamente cargada de romanticismo y, por otro lado, debe reconocerse que muchos artistas cristianos participan no solo de un ministerio sino también de los beneficios de una industria millonaria de venta de discos y materiales audiovisuales. Invita a las iglesias a que tomen en cuenta el contenido de su música; y a los pastores, que no entreguen toda la dirección de los cultos a los músicos. Más bien, los pastores deberían trabajar con ellos, moviéndolos a vincular la música con la teología cristiana. Los estilos de culto han de (1) tener en cuenta la cultura del lugar, (2) considerar el medioambiente en que se encuentra la iglesia y (3) el factor de la propia congregación. Es necesario, finalmente, tomar en cuenta tres áreas: (a) la reverencia, (b) el silencio y (c) la estética de los templos.
Tal parece que el análisis de Miguel Ángel Palomino sale al cruce de preocupaciones que experimentan muchas iglesias, y de temas que deberían ser de interés permanente para todos.
Sobre el autor: Profesor de Teología y director del Centro de Investigación White, en la Universidad Adventista del Plata, Rep. Argentina.