Al terminar los estudios de Teología, en el año 2009, oré a Dios pidiéndole que me enviara a un lugar donde hubiera mucha necesidad, en el que mi esposa y yo pudiéramos ayudar a la mayor cantidad de personas posible. Para nuestra sorpresa, recibimos un llamado para servir en Buenos Aires.

 Nunca imaginé que nuestra permanencia en la capital de la Argentina, una ciudad muy desafiante, llegaría a ser ya de nueve años. Durante este tiempo, hemos visto la bendición del Señor sobre nuestro trabajo al servir en cuatro distritos y plantar cinco nuevas iglesias, grupos y filiales.

 Después de estos años de trabajo como pastor en una ciudad tan grande, aprendí algunas lecciones que considero útiles para otros colegas en el ministerio:

 El trabajo en las grandes ciudades exige tiempo y recursos para desarrollarse y madurar. Hechos capítulo 18 narra el plan misionero de Pablo en la gran ciudad de Corinto. Acompañado por Aquila y Priscila, el apóstol se dedicó durante un año y medio a enseñarles la Palabra de Dios a los corintios. El trabajo misionero en las grandes ciudades demanda tiempo para su desarrollo y maduración. Es imperativo tanto comenzar como continuar.

 Una visión amplia del cuadro completo es fundamental. ¿Dónde sembrar? ¿Dónde cultivar? ¿Dónde y cuándo recoger? Eso debe considerarse como una tarea continua en el proceso del discipulado. Durante estos años en Buenos Aires, aprendimos a trabajar con el “evangelismo artesanal”. Para ponerlo en acción y obtener éxito, se necesita tiempo, paciencia, trabajo personalizado y cercanía a las personas.

 La plantación permanente de nuevas iglesias debe ser una prioridad en nuestra misión. Elena de White escribió: “Los que habían aceptado recientemente la fe ayudaba con manos voluntarias, y los que tenían recursos contribuían con ellos. […] El establecimiento de iglesias, la elección de casas de reunión y edificios escolares se extendía de ciudad en ciudad, y aumentaba el diezmo para llevar la obra adelante. No se levantaban edificios en un solo lugar, sino en muchos, y el Señor obraba para acrecentar sus fuerzas” (Obreros evangélicos, pp. 448, 449). Necesitamos ver a nuestras comunidades establecidas como herramientas para continuar plantando nuevas iglesias, Grupos pequeños y Centros de influencia. Debemos orar para no sentirnos cómodos en una congregación, sino trabajar por la expansión del Reino de Dios por medio de la plantación de iglesias.

Aunque el ministerio urbano exige tiempo y recursos, el Señor no desampara a los que se disponen a realizarlo. Elena de White indica que el trabajo misionero en las grandes ciudades proveerá, por sí mismo, los recursos necesarios para su continuidad y su crecimiento. Si estás trabajando en una metrópoli, no te desanimes por la falta de recursos. El Señor de la Obra promete sustentarla aun en medio de la costosa vida dela ciudad y las crisis económicas.

 Uno de los peligros del trabajo misionero en las grandes ciudades es descuidar el discipulado relacional o realizarlo de manera impersonal. Tal vez el mayor costo del trabajo misionero en las ciudades no sea el de salones o locales de reuniones, sino el tiempo que se necesita para el discipulado. Se debe estar cerca de las personas para acompañarlas, cuidarlas y pastorearlas a fin de que puedan convertirse en discípulos del Maestro. No debemos pensar en el discipulado por medio de programas y eventos. Hacer discípulos es un trabajo que demanda compromiso personal. Pablo se quedó en Corinto para enseñar la Palabra de Dios (Hech. 18). Nota la claridad del texto: enseñanza personal, cálida, continua y bíblica.

La misión en las grandes ciudades exige que los miembros que tienen más experiencia y dones sean los pioneros en la plantación de nuevas iglesias. La tendencia de las iglesias más grandes es centralizar los dones espirituales en pocos ministerios. Pero, para que el trabajo misionero crezca, es necesario que los miembros de esas congregaciones tomen la iniciativa de plantar nuevas iglesias. De esa manera, lo más importante no es el pastor que lleva la obra evangelizadora adelante, sino las personas con sus dones espirituales, que son necesarios en la misión de hacer nuevos discípulos mediante un plan de discipulado relacional e integral.

Sobre el autor: pastor en Buenos Aires