Una afirmación antigua pero incontestablemente cierta es aquella que dice que todo privilegio está unido a un deber. En cualquier ramo de la actividad humana verificamos que los derechos siempre llevan obligaciones implícitas.
El ministerio evangélico, como vocación sagrada, concede a todo el que lo ejerce grandes privilegios. Es obvio, pues, que el ministro, como consecuencia lógica de esos privilegios inherentes a su investidura, tenga deberes y obligaciones.
Pero hemos de reconocer que, como ministros. al disfrutar de los derechos, prerrogativas y honrosos privilegios que proporciona este exaltado oficio, corremos el riesgo de descuidar la otra parte del asunto: los deberes y las obligaciones.
Hemos procurado reunir a la luz de la deontología—ciencia que trata de los deberes y derechos—algunos preceptos normativos que consideramos de relevante importancia en las actividades pastorales. Presentamos estos preceptos, a guisa de sugestión, teniendo en vista la evidente necesidad de un Código de Ética Ministerial.
Helos aquí reunidos:
I. Tener la convicción del llamado y creer en el poder del Evangelio.
“Y nadie toma para sí esta honra, sino cuando haya sido llamado de Dios, así como lo fue Aarón.” (Heb. 5: 4, V. M.)
Se infiere de esta declaración que el verdadero ministro no se llama a sí mismo. La iniciativa de la escuela de Aarón no procedió de él mismo, sino del Señor.
Además, aquel que responde al llamamiento divino debe creer en el poder del Evangelio como suficiente para levantar a los caídos y como eficaz en la obra de reconciliación de los hombres con Dios.
II. Cultivar las facultades físicas, morales c intelectuales a fin de ejercer digna y eficientemente el ministerio.
“Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina… sé ejemplo… en palabra, en conversación [manera de vivir], en caridad… ocúpale en leer…” (1 Tim. 4:12-16.)
Pablo, escribiendo al joven ministro Timoteo, le proporciona estos sanos principios de ética ministerial. En estos consejos ese destacado ministro de Dios recalca el valor del cuidado físico, la importancia de una conducta moral irreprensible y la necesidad de un constante cultivo intelectual.
Así, pues, el ministro ha de preocuparse por su buena apariencia, por su disposición y su salud. Moralmente obedecerá los principios de la dignidad y probidad. En lo tocante al intelecto, el ministro estudiará con diligencia, esforzándose por adquirir una cultura multiforme: teológica y humanística.
III. Respetar y amar a los colegas de ministerio.
“Amándoos los unos a los otros con caridad fraternal.” (Rom. 12:10.)
En consonancia con el consejo bíblico, el ministro debe ser cortés y amable con sus colegas. Este deber elemental de las relaciones sociales es un resultado del lustre que la educación impone a todo individuo. El respeto a la honra y a la dignidad de un colega en el ministerio nunca debiera olvidarse.
IV. Considerar al pecador como el objeto de toda atención y cuidado.
“Requiérote solemnemente en presencia de Dios y de Cristo Jesús… que prediques la palabra; (pie instes a tiempo y fuera de tiempo; reprende, censura, exhorta, con toda longanimidad y paciente enseñanza.” (2 Tim. 4:1, 2. V. M.)
Nunca olvide el ministro que su misión ha de cumplirse a tiempo y fuera de tiempo; que ha de ayudar con longanimidad al pecador en sus flaquezas y vacilaciones; que ha de consolar a los que lloran, animar a lo^ desalentados y confortar a los que están en angustias y tribulaciones. Todas sus actividades han de girar en torno a esos importantísimos objetivos.
V. Cuidar con paciencia y amor al rebaño, pero haciendo valer la propia autoridad pastoral.
“Apacentad la grey de Dios que está en vosotros. teniendo cuidado de ella, no por fuerza, sino voluntariamente.” (1 Ped. 5:2.)
Atienda con dedicación a los miembros de iglesia confiados a sus cuidados pastorales, aun cuando reciba muchas veces ingratitud como respuesta. El camino del pastor está pavimentado de incomprensiones. Sea paciente con el que se extravía y equivoca. La paciencia, sin embargo, nunca deberá excluir el principio de la autoridad pastoral. Sea cortés, pero firme y resoluto. Sólo así podrá imponer confianza.
VI. Abstenerse de pronunciar juicios o insinuaciones capaces de minar la confianza que la iglesia ha depositado en un colega.
“No murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano, y juzga al hermano, este tal murmura de la ley, y juzga a la ley…” (Sant. 4: 11.)
El pastor debe observar una actitud escrupulosa, honrada y sincera en lo que atañe a la conducta de un colega. Las alusiones e insinuaciones que pudieran minar su influencia o restarle autoridad ante la iglesia jamás debieran pronunciarse.
VII Aplicarse enteramente y sin reservas a las tareas pastorales.
“Ninguno que milita se embaraza en los negocios de la vida.” (2 Tim. 2: 4.)
El ministerio es un sacerdocio, y debe ser ejercido como tal. Cristo y San Pablo han afirmado que “el obrero es digno de su salario.” La organización ha de proveer para su obrero un salario justo. Por lo tanto el ministro no deberá—animado por pensamientos utilitarios— mezclarse con negocios temporales con el propósito de obtener ganancias suplementarias.
VIII. Respetar a los superiores jerárquicos.
“Sed pues sujetos a toda ordenación humana por respeto a Dios: ya sea al rey, como a superior.” (1 Ped. 2:13.)
Dice la Sra. de White: “El espíritu de apartarse de los compañeros de trabajo, el espíritu de desorganización está en el mismo aire que respiramos. Algunos consideran como peligrosos todos los esfuerzos hechos para establecer el orden. Los tienen por una restricción de la libertad personal, y de ahí que crean que se les haya de temer como al papismo… Me ha sido indicado que Satanás hace esfuerzos especiales por inducir a los hombres a sentir que a Dios le agrada que ellos elijan su propia conducta, independientemente del consejo de sus hermanos.”—“Obreros Evangélicos.” pág. 501.
Para resguardarse de ese espíritu de independencia suscitado por Satanás, el ministro ha de trabajar en armonía con el juicio de sus superiores jerárquicos, respetando los consejos de los que están investidos con cargos de responsabilidad. y a quienes la devoción y los años han enseñado muchas cosas.
IX. Tener siempre presentes los mandamientos de este Código.
Todo pastor ha de cumplir con los preceptos reunidos en este Código y con todos los otros—explícitos o implícitos—que rigen el ejercicio pastoral. De ese modo merecerá la estima y el respeto de la iglesia, el aprecio de los colegas y las bendiciones de Dios.
Sobre el autor: Evangelista de la Unión Sur del Brasil.