Hace algunos meses le pedimos al pastor Fordyce Detamore que pusiera por escrito algunas de las sugerencias que hacía en las charlas que daba en las asambleas de obreros, acerca de cómo un ministro puede comprimir y organizar su programa de modo que encuentre tiempo para dedicarse al evangelismo. Al cumplid con nuestro pedido, nos dice: “He descargado mi corazón de estos pensamientos, pero lo difícil fue condensar tanto en el espacio que requiere un artículo.” Creemos que ha hecho una contribución realmente meritoria. —N. de la R.
¿Con qué propósito se nos ordena ministros? Para que prediquemos la Palabra, y no para que “sirvamos a la mesa.” (Hech. 6: 4.) Pero existen numerosos motivos de distracción, mucho de “servir a la mesa.” ¿Cómo puede el ministro reducirlos a un mínimo, de modo que le quede más tiempo para cumplir la tarea principal a que ha sido llamado?
Hay dos clases esenciales de predicación: 1) Para la edificación de los santos, 2) para amonestar a los perdidos y guiar a las almas al arrepentimiento. A los santos se los está edificando regularmente.
Pero ¿cuántos de nuestros pastores ordenados dedican su tiempo a la predicación del último mensaje de amonestación a un mundo condenado? El barco está hundiéndose, pero ¿estamos tripulando los botes salvavidas? ¿O estamos ocupados en pulir los bronces, lavar la cubierta, aceitar la maquinaria, construir en la superestructura, o reacondicionar la sirena para que suene con más potencia? En el instante de peligro importa una sola cosa: tripular los botes salvavidas y salvar a los que perecen.
Resulta trágico que en el movimiento adventista haya tan escasa predicación a un mundo perdido. Estos son días cuando afluyen los fondos en abundancia, hay paz aparente, y a pesar de ello se hace muy poco por llevar con premura el último mensaje de misericordia a un mundo desesperanzado. ¿Cómo podremos enfrentar a Dios en el juicio si hemos desperdiciado las oportunidades de predicar?
No basta decir que “estamos llevando a cabo el programa” o que somos “hombres imparciales que desarrollamos un programa bien equilibrado en nuestras iglesias.” No es suficiente que seamos personas emprendedoras y que sobrepasemos todas las marcas en campañas misioneras, peticiones, y edificación. Debemos ser testigos del Evangelio que ofrece la salvación de nuestro Señor próximo a venir.
Más de un joven pastor dice: “Mi programa recargado no me deja tiempo para el evangelismo.” “Hay que asistir a los campamentos y celebrar reuniones para los acampantes [¡hoy día mayormente para la edificación de los santos!], campamentos de jóvenes, asambleas de obreros, juntas de todas clases, congresos, vacaciones, programas de edificación de templos y escuelas, atender a los pobres y los enfermos, oficiar en las bodas y los funerales, asistir a cursos de capacitación, llamadas telefónicas, correspondencia, obra pastoral, reuniones de escuela sabática y de sociedad de jóvenes, la atención de la iglesia y de la escuela de la iglesia, la preparación de los sermones y la alimentación apresurada de la propia alma hambrienta, la campaña de la recolección y las demás que deben impulsarse, la preparación de los boletines de la iglesia, las visitas a otras iglesias— ¡si no queda nada de tiempo para dedicarlo al evangelismo!”
Estas no son palabras desconocidas. Son las expresiones de los ministros de todas partes. Esta no es la descripción exagerada del trabajo del que aparentemente se halla abrumado. Es la condición verdadera de los pastores y obreros que originalmente fueron ordenados para “predicar la Palabra.”
Tenemos que hacer algo sin dilación. Podemos hacer mucho si condensamos, reordenamos, reorganizamos y simplificamos nuestra tarea, de modo que encontremos tiempo para llevar el mensaje de gracia a los que perecen a nuestro alrededor.
Unas pocas sugerencias
Deseo compartir con vosotros unas pocas sugestiones concretas. No pueden disponerse en ningún orden ascendente de importancia.
1. Campañas misioneras. No las descuidemos, pero sí reduzcamos su duración. “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas.” Realicémoslas cuanto antes y volvamos a las reuniones públicas de evangelización. Las campañas son importantes; pero desafortunadamente llevan demasiado tiempo. Si se las condensa y se las organiza cabalmente, pueden terminarse con rapidez. Pero demasiado a menudo se extienden indefinidamente, de modo que gran parte del año se pasa en los afanes de estas campañas misioneras.
Permitid que el director misionero de vuestra iglesia se preocupe, de consumar los detalles de las campañas de la iglesia. Lo hará con gusto. Y en lugar de que el pastor esté ocupado en la búsqueda de papeles, pinturas, interruptores, madera, cuerda y tachuelas, estará dedicado a advertir al mundo del fin que se aproxima.
Hoy afrontamos una situación extraña. Las vidas de nuestros ministros se ven más y más compelidas a apartarse de su propósito fundamental, mientras se estimula a los obreros voluntarios a que prediquen la Palabra—¡lodo lo contrario de la orden dada en el libro de los Hechos! Nuestros hermanos laicos debieran colaborar en la predicación del Evangelio. Pero ¿no podríamos preparar nuestras fuerzas laicas para que ayuden en los trabajos de rutina, de modo que nuestros predicadores también puedan tomar parte en la obra de ganar almas?
2. Programas de edificación de iglesias y escuelas. Aquí se oculta una trampa capaz de acaparar al ministro durante meses, y mantenerlo alejado de la obra de ganar almas. Y mientras se edifica una iglesia imponente y bien terminada, el tiempo transcurre y la eternidad se cierne sobre nosotros.
El espíritu de profecía nos previene contra la edificación de edificios costosos y con recargo de detalles, ya sea de iglesias, sanatorios, colegios u otras instituciones. Si hoy día se prestara atención a este consejo, los ministros no necesitarían emplear su tiempo en juntar dinero e inspeccionar la construcción. Debiéramos disponer de más tiempo para predicar la Palabra, pues para eso fuimos ordenados. Y recordad, colaboradores en el ministerio, que esos edificios magníficos que tanto nos enorgullecen, muy pronto serán presa de las llamas de la destrucción en los últimos días. En demasiados sitios nuestras imponentes construcciones claman: “¡Nuestro Señor se tarda en venir!” ¿No sería posible que las iglesias que edificamos y las instituciones que acordamos ampliar, por la sencillez de su construcción proclamaran: “El Señor viene presto”?
Donde sea posible, los miembros laicos capaces debieran encabezar las comisiones de edificación, de modo que los pastores queden en libertad de predicar y visitar a los interesados.
3. Los funerales. No conozco ningún método que pueda disminuirlos, pero les relataré algo que sucedió.
Nos habíamos propuesto (contra nuestros deseos personales, y a pesar de un programa recargado que debíamos desarrollar en una ciudad de un millón de habitantes, y de tener que atender a una feligresía de más de cuatrocientos hermanos) iniciar una serie de reuniones de evangelismo. Satanás estuvo recordándonos continuamente que en lugar de afrontar una carga extraordinaria e innecesaria—el evangelismo— debíamos percatarnos de que ya estábamos demasiado recargados de trabajo.
Y como para apoyar ese punto de vista, la semana precedente a la iniciación de las conferencias tuvimos que oficiar en seis funerales. Pensé para mis adentros: “Sí, Satanás, estás en lo cierto. Si la gente sigue muriendo como hasta ahora, no tendré tiempo para realizar las conferencias. Tú debes tener muchísima más experiencia en materia de evangelismo de la que yo tengo. De todos modos, ¡retírate y no me estorbes! Proseguiremos con nuestro plan de evangelismo a pesar de todo.” En lugar de realizar seis funerales semanales, no tuvimos ni uno solo durante las catorce semanas que duró el ciclo, y en lugar de ello, 74 almas nacieron de nuevo. Desde ese día (1936) hasta hoy no he permitido que Satanás malogre mi programa de evangelismo.
Nuestros miembros tendrán una vida espiritual más larga si mantenemos un esfuerzo evangélico continuo; y lo que he relatado casi me convenció de que físicamente vivirán más. El evangelismo constante efectuado por el pastor resuelve casi todos los demás problemas de la iglesia.
4. Las bodas. Rogadles a todos que asistan puntualmente a los ensayos, y comenzadlos con puntualidad. Retiraos en cuanto terminéis. Cuando los miembros de nuestras iglesias vean que no disponéis de vuestro tiempo y que os esforzáis en arrojar el salvavidas del Evangelio, entonces no exigirán tanto de vuestro tiempo.
5. Entrevistas y consejos. Aun esto puede acomodarse en un programa evangélico recargado. Tened un horario fijo (tal vez el miércoles de tarde y después de la reunión de oración, y el domingo de mañana) para atender en la oficina de la iglesia a quienes acudan en busca de consejo. En los demás días insistid en que los interesados acudan por la noche, después de la reunión de evangelismo. (Este es un recurso que aumentará la asistencia a las reuniones; y después de un sermón de evangelismo, es probable que los problemas tiendan a aparecer con menos gravedad.) En estas entrevistas que se celebran después del culto, cuando ya es tarde, las personas no hablan tanto.
No pidáis que los interesados vayan a veros a vuestro hogar, porque entonces son ellos quienes decidirán la hora de retirarse. Es mejor que vayáis a las casas de ellos, o los atendáis en la iglesia, entonces vosotros decidiréis la hora de terminar.
6. Los llamados tele jónicos. De vez en cuando recordadles a los hermanos que apreciáis las conversaciones telefónicas concisas. Decidles que deseáis disponer de vuestro tiempo, no para fines personales, sino con el objeto de visitar y ayudar a sus amigos y familiares a que encuentren este glorioso mensaje.
A quienes acostumbran a extenderse mucho en la conversación, sencillamente hacedles varias preguntas breves acerca del asunto, hasta que dominéis vosotros la conversación, y podáis llevarla a un fin agradable (nunca malhumorado) con un: “¡Muchas gracias por haberme llamado!”
Hay un buen remedio para los “importunos perpetuos,” que fastidian con sus llamadas o visitas. Encomendadles un trabajo importante y difícil, y cuando se os acerquen para quitaros vuestro tiempo con comentarios inútiles, cambiad los papeles y preguntadles por qué razón no han cumplido con lo que les encomendasteis. No tardarán en evitaros, hasta haber terminado. Poned alguien a trabajar y no desperdiciará el tiempo en conversaciones. (Ahora me culpo a mí mismo por no estar visitando a los interesados en lugar de hablar tanto de estos asuntos.) Dejad que vuestra esposa conteste cuando llamen por teléfono. Ella puede evitaros una serie de interrupciones inútiles. Pero por el bien de vuestra esposa, decid en la iglesia que ella también tiene mucho que hacer. No sólo con las tareas propias de la casa, sino que además colabora con el programa de evangelismo, cortando sténciles, transcribiendo, enviando cartas circulares, etc. Algunos de nuestros hermanos creen que la esposa del pastor es el alma abandonada de la casa, que se consume en la soledad. Hacedles saber que es una madre y esposa atareada, y una activa participante en todos vuestros esfuerzos de evangelismo.
7. Los convites. Las reuniones sociales y convites innecesarios arrojan una carga muy pesada sobre la esposa de un ministro. Puede ser de muchísimo más valor si trabaja a vuestro lado en la obra de ganar almas, que alimentando a santos bien nutridos con alimentos materiales. (¿Acaso no son las personas que el ministro “debe” invitar a su casa las que están mejor alimentadas de toda la congregación?)
Los convites no sólo distraen vuestro tiempo y el de vuestra esposa, sino que también resultan dispendiosos. Hay pocos pastores que pueden afrontar esos gastos extraordinarios. Además, cuando convidáis a vuestras amistades, a su vez ellos os invitarán, cosa que os hará emplear el doble de tiempo. ¡Podéis realizar de cuatro a seis visitas a interesados en el tiempo que empleáis en comer abundantemente en a casa de un miembro de vuestra iglesia!
Jesús dijo que si queríamos alimentar a alguno, que alimentásemos a los pobres; ellos lo apreciarían realmente. Además, no os invitarán a su vez; y eso permitirá que economicéis vuestro tiempo.
Cuidad de no intimar con un grupo de amigos o unos pocos escogidos en la iglesia, esa actitud debilitará vuestra influencia sobre el resto. Sed, amigos con todos, pero no intiméis demasiado con ninguno. Os ahorrará un tiempo que puede utilizarse en el evangelismo y en visitar a os interesados.
8. Las reparaciones del edificio de la iglesia. ‘‘Oh, pastor, me alegro mucho de encontrarlo. El caño de desagüe está roto y el agua de la lluvia inunda el sótano.”
Definidamente, no es el pastor quien debe ocuparse de tales cosas. Indicad a los miembros que en esas y otras circunstancias parecidas llamen a los diáconos. Si ellos no logran resolver el problema que se presenta, entonces que llamen al pastor. Presentad públicamente cuáles son las responsabilidades de los diáconos, las diaconisas y el pastor, y decid a vuestros miembros que acudan a esos dirigentes cuando se trate de asuntos relacionados con reparaciones de los edificios de iglesia y escuela. Cuando se percaten de que vuestro programa está completo, y que os falta el tiempo para atender a los interesados, y guiar a los perdidos hacia Cristo, entonces querrán ayudaros y os evitarán pérdidas de tiempo inútiles.
9. Las juntas directivas y comisiones. El momento más apropiado para reunirse en junta es después de vuestras reuniones de la noche. Ello hará que haya más miembros presentes, e impedirá que digan una serie de cosas que se habían propuesto, porque la predicación de la noche los habrá conmovido. Además, no hablarán tanto porque será tarde. Gran parte de lo que se dice en juntas y comisiones, no debiera decirse. El Señor nos advierte que nuestros pastores pasan demasiado tiempo en juntas y comisiones. Tal cosa era verdad cuando se dio el consejo, y es igualmente valedera para nuestros días.
Necesitamos menos juntas y comisiones, y más reuniones de evangelismo, en la iglesia y en las casas particulares. Cuanto antes se reorganice la iglesia en este sentido, tanto más rápidamente se terminará la obra.
Las visitas
10. Visitas pastorales versus visitas a los interesados. No descuidéis el rebaño; pero tampoco lo miméis. El pastor recién llegado debiera visitar todos los hogares de los miembros; cosa que puede lograrse en el transcurso de dos meses. Destinad cuatro días para realizar estas visitas; en ese tiempo podéis visitar unos cincuenta hogares. (Cuando se tiene prisa, pueden visitarse hasta setenta.) En ocho semanas pueden visitarse cuatrocientos hogares, y cada semana dispondréis de tres días para realizar otros trabajos de iglesia y disfrutar de vuestro día de descanso.
Para efectuar las visitas futuras, preparad tres listas:
a) Los confinados, por enfermedad u otro motivo. A estos miembros infortunados debiera visitárselos una vez por mes. Siempre están en casa, de modo que podréis visitar fácilmente de 15 a 20 por día.
b) Los desanimados y los descarriados. Tal vez la cuarta o la quinta parte de nuestros miembros están en estas condiciones. Haced una lista cuidadosa y visitadlos regularmente, hasta que los hayáis reanimado y vigorizado.
c) Los nuevos interesados, los interesados por los colportores y la Escuela Radiopostal, y los familiares de los miembros. Reunid estos nombres y direcciones cuando visitéis a los miembros en vuestras visitas pastorales iniciales. No los visitéis hasta que hayáis realizado todas las visitas de los puntos a) y b). Cuando comiencen las reuniones de evangelismo, podéis visitar a este grupo en los primeros días o semanas de la campaña. Esta lista de nombres es la más preciosa que podéis conseguir para formar nuevos miembros. Enviadles una carta circular invitándolos a las reuniones. Aumentad la cantidad de nombres de esta lista y nutridlos cuidadosamente, y vuestras reuniones evangélicas producirán una cosecha segura.
Una advertencia. Cuando os propongáis dedicar todo un día a efectuar visitas, no permitáis que cosas sin importancia os aparten de vuestro propósito. Fijaos un blanco de 35 a 70 visitas semanales, y empeñaos en cumplirlo.
No interrumpáis un importante día dedicado a las visitas para avenir a los hermanos que se han disgustado por nimiedades. Probablemente si los dejáis agitarse un poco apreciarán más vuestra ayuda. Casi todos esos asuntos pueden esperar por el término de un día sin empeorar.
Ordenad vuestras visitas. No mezcléis toda clase de problemas en un mismo día de visitas. Un día visitad a los confinados; otro, a los desanimados o descarriados, y otro a los necesitados; destinad uno más para visitar a los apóstatas e interesados de todas clases. De este modo obtendréis mayor provecho de vuestro trabajo, y lo haréis con mayor rapidez.
11. Motivos insignificantes de distracción. Después de que hayáis distribuido el trabajo regular de la iglesia entre los dirigentes y los miembros, aún quedarán algunos detalles engorrosos que requerirán vuestro tiempo. Pedid a la junta de la iglesia que designe algunos ayudantes a fin de atender estos diversos asuntos.
a) Secretaria de recepción. Debe encargarse de los asuntos especiales, tales como visitas a la iglesia, reuniones de bienvenida o despedida, coronas para los funerales, etc. Además tiene la responsabilidad de velar por que se proceda equitativamente con ricos y pobres.
b) Comisión de programas sociales. Una iglesia viva debiera tener reuniones sociales interesantes. Pero habría que planearlos cuidadosamente ateniéndose a normas elevadas, y realizarlos eficientemente. El pastor no debiera comprometerse con esos detalles, por más importantes que sean. Que la junta de la iglesia, o la comisión de nombramiento, elija dirigentes capacitados que asuman eficazmente esta responsabilidad.
c) Encargado de asuntos varios. Finalmente, quedan restos y detalles de todas clases que asedian la vida del predicador, consumen su tiempo y lo apartan de la tarea que Dios le ha asignado.
“Me alegro de verlo. ¿Está muy ocupado? Quisiera saber si Vd. conoce algún miembro que trabaje de carpintero y pueda ir a mi casa. Sé que algunos de nuestros hermanos necesitan ganarse unos pesos.” “Lo he llamado para saber si conoce alguno de nuestros hermanos que sea dentista …” Y sigue una larga relación de dolores de muelas que se sufrieron la noche precedente, y que sin embargo no son nada en comparación al dolor de cabeza que comienza a sentir el pastor. . .. “¿Podría venir para llevarles algunas cosas a las Dorcas? Me conmovió su sermón del sábado, y en respuesta a su llamamiento he preparado estas cosas. Como no tengo auto, creo que Vd. podrá pasar a buscarlas con su coche en cualquier momento.” “Le escribo a fin de que nos reserve un cuarto en el hotel. Vamos de viaje y pasaremos por ahí el 28 de junio.” (Después de todo, tomaron la ruta del norte y se olvidaron de cancelar la reserva que Vd. había hecho con tan buena voluntad.) “¿Podría decirme cuál es el número del teléfono de la Hna. Fulana? Habría podido buscarlo, pero sé que Vd. lo tiene en la punta de la lengua.” (¡Por suerte que no sabe qué es lo que ahora tengo en la punta de la lengua!)
La junta de nombramientos de mi iglesia designó a una encargada de asuntos varios que tenía teléfono en su casa, ¡y de cuánta ayuda fue! Anunciamos que todos los llamados por el estilo de los descriptos más arriba debían hacerse directamente a la encargada. Ella preparó una lista mimeografiada de doctores, carpinteros, enfermeras, agencias de alquiler, etc. Se ocupó de atender todos los asuntos menores, de modo que le dejó tiempo al pastor de dedicarse más a la obra de predicar la Palabra.
Los asuntos personales
12. El programa semanal. Gozaréis más de la vida, haréis más y viviréis más tiempo si dividís el trabajo semanal: ciertas cosas que deben atenderse en días determinados.
Por ejemplo, podéis reservar una mañana para contestar las cartas, escribir charlas radiales, artículos para las revistas, preparar anuncios para reuniones futuras—en otras palabras, para trabajos de escritorio.
Todos los quehaceres de rutina debieran dejarse para el viernes de tarde: el corte del cabello, ir de compras con la esposa o para la esposa, los asuntos del banco, el despacho de encomiendas.
Otro medio día debiera pasarse en la oficina de la iglesia para atender a quienes acudan en busca de consejo.
Cada día el ministro necesitará disponer por lo menos de dos horas en la mañana a fin de preparar su propia alma para enfrentar al mundo un día más. Y cuando precise preparar un nuevo sermón, con toda seguridad necesitará medio día más.
En una serie de conferencias de mucha duración, el pastor tendrá que predicar de tres a cinco noches y realizar visitas de tres a cinco días por semana. En un esfuerzo evangélico menor, predicará todas las noches durante tres semanas, y en ese período de trabajo intensivo tendrá que postergar la realización de otros deberes. Pero encontrará tiempo y oportunidad para celebrar sus reuniones y hacer las visitas, cuando les conceda el primer lugar en su programa, como ya Dios ha indicado que debiera hacerlo. Creo que cuando nos dediquemos a ese trabajo Dios abrirá el camino y hallaremos algún modo de tener tiempo para su realización. Los demás asuntos también hallarán acomodo dentro del programa.
13. El tiempo de descanso. En el cumplimiento de un programa recargado de trabajo, campañas, predicación, peticiones, visitas, etc., el ministro terminará por consumirse, si es que no se fuerza a tomar el tiempo necesario para no hacer nada; nada, excepto aquello que le proporciona placer y descanso: el cuidado del jardín, la natación, las caminatas, etc. Pero tome en cuenta a su esposa e hijos en sus preferencias. Ellos también tienen derecho a una parte de su tiempo. Cuando la familia sabe que puede disponer de un día para reunirse, salir juntos y hacer lo que más les agrada, se siente más estrechamente unida.
El sistema nervioso no sólo estará sometido a menos tensión, sino que también podréis realizar un mayor volumen de trabajo en el resto de la semana. Salvaréis a vuestros hijos para vosotros y la verdad, alargaréis los días de vuestra vida y os mantendréis relacionados con vuestro mejor colaborador en el evangelismo: vuestra esposa. Mientras más trabajéis y más recargado esté vuestro programa, tendréis mayor necesidad de pasar un día libre semanal. Pero en las campañas de corta duración, tendréis que esperar a que finalicen para tomar vuestro día de descanso.
Por último, apelo a vosotros a fin de que no permitáis que nada, absolutamente nada, os impida, como ministros, predicar la Palabra, no meramente para la edificación de los santos, sino especialmente para prevenir a un mundo condenado y que perece, acerca de la proximidad de un Salvador que está a las puertas, antes de que sea demasiado tarde.
“Sobre tus muros, oh, Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Jehová, no ceséis.” (Isa. 62:6.)
“Hablad a las almas que están en peligro, e inducidlas a contemplar a Jesús sobre la cruz, muriendo para que le fuera posible perdonar. Hablad al pecador con vuestro corazón desbordando del tierno y piadoso amor de Cristo.” —“Evangelismo” pág. 222.
Sobre el autor: Evangelista de la Asociación de Texas, EE. UU.