El papel de la esposa del pastor en la salvaguardia de la salud mental de la iglesia.

Por medio de la educación de los padres

Otra forma en que la esposa del pastor puede ayudar a prevenir los desequilibrios emocionales entre los miembros de la iglesia consiste en promover la creación de sociedades de madres. Tales sociedades se han organizado ya en muchas iglesias con el propósito de discutir tanto los problemas que surgen de las relaciones de padres a hijos como los que ocasionan la crianza de los niños.

Mi madre fue una de las dirigentes de la primera sociedad de esta índole que se organizó en nuestra denominación. Las madres jóvenes se reunían con las de más edad una vez al mes—a veces más a menudo—en el hogar de alguno de los miembros del grupo para estudiar juntas mejores métodos para criar, educar y conducir a sus hijos. Estas sociedades crecieron y se difundieron hasta que la Asociación General tomó interés en ellas, organizándolas en el departamento del Hogar, bajo la dirección de A. W. Spalding. Entonces se enviaron lecciones, juntamente con relatos y otros materiales pertinentes, para que se los utilizara en las sociedades de padres que se habían de organizar en cada iglesia. En adelante las integrarían tanto los padres como las madres, y se celebrarían dos reuniones mensuales: una sólo para las madres, y otra para ambos.

Cuando las cosas estaban organizadas de ese modo llegué yo, como joven esposa de pastor, en el año 1939. Aun cuando por ese entonces nosotros no teníamos hijos, las señoras de la iglesia me pidieron que me encargara de dar algunas clases referentes al cuidado de los niños. No resulta extraño que durara entre aceptar o no.

—Pero Ud. puede hacer las veces de maestra, explicándonos lo que dice el libro—me sugirieron. Debido a que yo había sido maestra de la escuela primaria y a que había trabajado algún tiempo en el departamento de jardín de infantes de la escuela sabática, tal designación no me colocaba en un campo demasiado extraño, y por eso acepté. Utilizamos como libro de texto “All About the Baby” (“Todo lo relativo al niño”), de la Dra. Bolle Wood Comstock. Al dirigir los estudios descubrí que todo cuanto los miembros necesitaban era el entusiasmo de un lector y comentador, y la inspiración de un buen libro.

Poco más tarde se me nombró encargada del departamento de jardín de infantes de la escuela sabática de esa iglesia, donde aprendí a comprender a los pequeños y a amarlos. De ese modo me capacité para alcanzar el corazón de las madres. Me ocupé casi exclusivamente en lograr que la escuela sabática fuera de lo más atractiva c interesante, a fin de que los niños aprendieran a amar la iglesia. Así. desde pequeños, la asistencia a los cultos adquiriría las características de un hábito.

Las lecciones que dábamos eran sencillas. Casi todas estaban vinculadas con el hogar: familias felices de pájaros, de gatos u ovejas, y también de niños con sus padres. Hacíamos resaltar que cuando Jesús estaba con la familia, la felicidad era completa.

En nuestras reuniones con las madres destaqué la importancia de que ellas celebraran cultos diarios con sus hijos, en los cuales cantaran himnos, observaran láminas en colores y oraran. Así. los niños aprenderían a amar a Jesús y a la escuela sabática desde su infancia.

Tenía interés, además, en que las madres comprendieran las posibilidades de un jardín de infantes bien dirigido, a fin de que cuando yo saliera de allí la obra en favor de los niños no muriese.

En otra ciudad, donde la iglesia contaba con un gran número de miembros, encontré mucho interés en el estudio de los niños, su educación y todo lo relacionado con los problemas de los padres. Las señoras se habían agrupado en siete distintas sociedades de madres, que se reunían mensualmente. Me invitaron a que me uniera a un grupo de unos cuarenta miembros entre los que se contaban esposas de dentistas, oculistas, pintores, contratistas, hombres de negocios, profesores, en fin. personas de la clase media. Algunas de ellas eran enfermeras. Manifestaron que deseaban hacer de su grupo algo más que un club social. La mayoría de ellas tenían niños en edad preescolar y estaban intensamente interesadas en aprender a ser buenas madres.

Escogieron como libro de texto “E1 Hogar Adventista,” de la Hna. White, que acababa de salir de la imprenta. ¿No era acaso algo bueno que yo estudiara con ese grupo, una vez al mes, ese maravilloso libro?

Por ese entonces nosotros ya teníamos niños. ¡Y por supuesto que tenía deseos de leer y comentar ese libro en nuestras reuniones mensuales! En esa misma época enseñaba economía doméstica en el colegio secundario de la ciudad. Allí podía observar a las hijas de los miembros de nuestra sociedad, y tal vez podía influir sobre su actitud hacia sus padres mediante conversaciones sobre la familia y todo lo relacionado con ella.

Las reuniones mensuales de la sociedad de madres resultaron sumamente provechosas. Por supuesto, nunca alcanzaba el tiempo para agotar el tema escogido. Por lo general yo traía tres asuntos importantes para discutir. Todo lo que necesitaba hacer era iniciar la conversación, y relatar—-según la ocasión lo permitiera—alguna ilustración, o acotar comentarios entre las afirmaciones de las señoras.

Aun cuando los esposos no estaban presentes en nuestras reuniones, yo sabía que ellos también obtenían beneficios, porque era frecuente que alguna dijera: “Voy a contarle esto a mi esposo.

En las clases de economía doméstica—con alumnas del último grado de la escuela primaria y las de la secundaria—conversábamos acerca de las madres y de los padres, de los hermanos, del hogar y sus responsabilidades. Nuestros temas de discusión eran los amigos, las recreaciones, el amor, el noviazgo, el matrimonio, la formación del hogar, y—por supuesto— el arte de la cocina, la costura, las decoraciones interiores y los primeros auxilios en el hogar. Me las arreglaba para que de tanto en tanto las más jóvenes presentaran sus opiniones sobre esos asuntos: sus definiciones acerca del amor, las maneras de pasar momentos rectamente felices, cuando se reúnen los jóvenes y las señoritas (confeccionaron una lista de cincuenta y cuatro actividades adecuadas para cristianos), los trabajos que les gustaba realizar en el hogar y aquellos que no les gustaban.

A veces divulgaba estas definiciones y pareceres en la Sociedad de Madres, sin dar los nombres. Eso hacía que el interés de la discusión se elevara aún más.

Esto ha sido tan sólo un ejemplo de lo que puede hacer la esposa del pastor para salvaguardar la salud mental de la iglesia al descender hasta los mismos fundamentos del desarrollo de la personalidad. En mi opinión allí debe concentrar sus mayores esfuerzos.

En las sociedades

Las organizaciones y sociedades internas varían de una iglesia a otra. En casi todas existe el grupo que se preocupa por satisfacer las necesidades materiales de los miembros de posición económica modesta o de aquellos que repentinamente se ven necesitados. Es un hecho que al suplir primero las necesidades físicas se prepara el terreno para que las capacidades mentales y la vida espiritual se desarrollen libremente. En este respecto también la esposa del pastor puede realizar una obra misionera de verdadero valor. Por medio de esa organización puede conducir a los necesitados a clínicas donde se tratarán sus dolencias, ya sean físicas o mentales.

A veces existe una sociedad de índole puramente educacional y social, constituida por miembros de iglesia. En sus reuniones, donde se charla y se sirven refrescos, la esposa del pastor puede ayudar a ampliar los intereses de las señoras socias, porque es un hecho que la mente que se ocupa sólo de cosas comunes e insignificantes se atrofia y se convierte en terreno propicio para pensamientos vulgares y enfermizos.

Ella puede sugerirles que se dividan en grupos y que visiten los hospitales, la casa de niños expósitos, los hogares de ancianos o el asilo de alienados de la localidad, para suplir las necesidades de los que allí se encuentran— en la medida de lo posible—y para llevar un rayo de felicidad a esas vidas sin esperanza o sumidas en la semipenumbra de la enajenación mental.

Cierto grupo de personas se dispuso a visitar semanalmente el asilo de alienados de la ciudad. Realizaron la primera visita en Navidad, llevando consigo pequeños regalos envueltos atractivamente, tales como libros, revistas, y algunas fruslerías interesantes.

Una de las pacientes, con lágrimas, dijo que ese era el primer libro que veía en dos años.

—Acostumbrábamos a recibir revistas—dijo —pero como cada vez éramos más, nunca alcanzaban para todos, y comenzamos a pelearnos por ellas. Entonces no nos trajeron más.

Cada jueves, durante más cíe un año, las señoras visitaron a esa gente llevándoles cosas que las distrajeran.

—Esas pequeñeces significaban mucho para ellas—me dijo una de las visitadoras—pero más para nosotras.

La esposa del pastor puede sugerir este plan a la sociedad de señoras o a la sociedad de jóvenes MV de la iglesia. En mis días de colegio organizábamos grupos de jóvenes con los que preparábamos un programa y visitábamos el hospital de niños lisiados para llevarles felicidad. Nuestra sociedad también fomentaba grupos de relatores de historias y de músicos que periódicamente visitaban el hospital de veteranos de guerra, el asilo «le niños expósitos y la penitenciaría. Recuerdo haber visto lágrimas de gozo y oído palabras de agradecimiento por parte de aquellos a quienes les relataba historias. A veces visitábamos el asilo de ancianas; algunas de ellas conservaban objetos como recuerdo de los años pasados. En algunos casos pude contribuir a aumentar su colección.

Las personas necesitan pensar en cosas que estén fuera de sí mismas, fuera de su círculo profesional y de sus mismas creencias religiosas. No es bueno que estén siempre pensando en lo mismo.

En una pequeña iglesia donde una vez trabajé como instructora bíblica, uno de los diáconos comenzó a opinar acerca de la manera en que el edificio de la iglesia había sido vuelto a decorar. Se habían hecho algunos cambios en relación con el plan original, y aun cuando la mayoría de la junta los había aprobado, él no podía olvidar su propia objeción. Debido a este hecho se sintió contrariado, y en su casa no hacía otra cosa que hablar de ello a su familia. En ocasiones en que su familia era invitada a almorzar a la misma casa donde yo era comensal, lo oía remover una vez más todo el asunto.

Cierto sábado de tarde, en momentos en que yo pasaba por el parque que estaba en el centro de la ciudad, lo vi sentado en un banco junto al camino. Al pasar cerca de él lo oí relatar el asunto—exclusivo de su iglesia—a una persona completamente ajena a quien se le había ocurrido sentarse allí para descansar un rato.

AI día siguiente le sugerí al pastor que quizá fuera bueno relevar a ese diácono de sus funciones eclesiásticas en la próxima elección, a fin de que no se preocupara tanto con los problemas de la iglesia, pues yo temía que se volviera loco.

Como pastora de la iglesia

Como pastora de la iglesia, la esposa del pastor puede lograr mucho mostrando genuino interés por aquellos que asisten a las reuniones, especialmente las visitas y los miembros nuevos, haciéndolos sentir a gusto y vinculándolos con otros miembros. En forma indirecta, y a veces directa, ella puede formar una atmósfera de amor y seguridad.

Varias veces he tenido el placer de ser directora de la escuela sabática. Tuve una valiosa oportunidad cuando mi esposo fue pastor de las iglesias de una gran ciudad: debí aprender muchos nombres nuevos, pude verlos escritos, también oí discutir sus casos en la junta de oficiales de iglesia, y finalmente los saludé el sábado por la mañana. Me esforcé por decir sus nombres al darles la mano, cosa que, por supuesto, les agradó mucho y creó un ambiente favorable.

Hablemos ahora de las visitas. Me siento feliz de atenderlas. Cuando está por finalizar el estudio de la lección en la escuela sabática, echo una mirada al libro de visitas—que ellas mismas llenan al llegar a la iglesia—y anoto sus nombres y las ciudades de donde provienen. A veces voy a hablar con ellas, les pregunto el motivo de la visita a la ciudad, y en qué lugar se alojan.

Debido a que he vivido en muy diversas partes del país, no me cuesta mucho hilvanar un breve comentario en relación con el lugar de donde provienen las visitas, cuyos nombres leo a la concurrencia al final de la escuela sabática. Estos breves comentarios permiten establecer vínculos con algunos de los miembros de nuestra iglesia, pues pueden conocer la ciudad de procedencia, o tener amigos o familiares en ella. De ese modo, después de los servicios, las visitas reciben el saludo de los miembros, y un espíritu de fraternidad cristiana rodea a todos.

He llegado a la conclusión, después de haber oído muchos comentarios, de que tal práctica ha sido apreciada y por esto la he incorporado al programa. Estos pequeños toques personales aquí y allá, efectuados por la esposa del pastor, mostrarán a otros algunas de las cosas que se pueden hacer para que las visitas se sientan felices y apreciadas, sean de nuestra denominación o no.

Pareciera ser una regla que en cada iglesia exista una familia cuyos miembros, debido a su agresividad o a otras cualidades desagradables, sean rechazados por la mayoría. Recuerdo a una familia de las tales, integrada por la madre, viuda, y dos niñitos. Estos eran bastante mal educados, pero a pesar de ello amigables y afectuosos; a menudo se tomaban de la mano de mi esposo cuando conversaba con otras personas a la salida del culto.

Nosotros tratamos siempre con bondad a esa viuda, y gradualmente los miembros de la iglesia comenzaron a olvidar sus defectos y a mostrarle consideración. U n médico le regaló el moblaje de su sala de recibo cuando cambió la decoración de su casa. Otros regalaron ropas a los niños, y otros los llevaban a pasear en sus automóviles.

Este tipo de personas, sin duda alguna, recibe beneficios de toda índole cuando se los trata con bondad. Pero aquellos que se acercan para ayudarlas renuevan sus actitudes mentales al pensar en algo que se encuentra fuera de ella y de su propio círculo.