Sin embargo, sí se trata el tema en el Antiguo Testamento, y revela lo suficiente como para ayudar a los pastores a comprender la naturaleza de aquello contra lo cual luchan, si se ven confrontados con un caso, bona fide, de posesión satánica.

 Para comenzar, aunque la palabra demonio está etimológicamente relacionada con el término griego daimonion, no significan la misma cosa. El término griego designaba una deidad, específicamente las deidades menores, buenas o malas[1] Demonio, sin embargo, designa comúnmente un mal sobrenatural, un poder autónomo, abiertamente antagónico contra Dios y su pueblo.

Términos hebreos

 El término hebreo shedim (Deut. 32:17; Sal. 106:37) se traduce por lo general como “demonios”. La Septuaginta lo rinde como daimoníois. La traducción moderna se basa en el acadio afín shedu, que designa a demonios o espíritus tanto buenos como malos.[2] Los pasajes bíblicos describen a los dioses paganos como poderes sobrenaturales inferiores y malos porque requerían sacrificios humanos.

 Otro término hebreo para demonios es seirim, que viene de una raíz que significa “ser velludo”. El sustantivo significa “velludo” pero podría designar también un “macho cabrío (lanudo)” y un “demonio”.[3] Algunos lo han interpretado como un demonio semejante a un macho cabrío (un sátiro), aun cuando el intento de definir la apariencia del demonio a partir de la etimología no es apropiado. En el antiguo Cercano Oriente, las deidades y los demonios eran representados bajo el símbolo de animales, y así se ilustraban los atributos de aquellos seres espirituales. Las cabras, por lo general, habitaban el desierto; y los demonios, tanto en la Biblia como en el Cercano Oriente, estaban asociados con el desierto como símbolo de infertilidad. [4]

 Los habitantes del antiguo Cercano Oriente creían que los demonios moraban en el mundo inferior o el submundo. En Egipto hay referencia a demonios “sedientos de sangre”, lo que posiblemente sea una referencia a los seirim, a los que se les ofrecían sacrificios sangrientos. El reino de los muertos era también el reino de lo demoníaco, lo que probablemente explica la razón por la cual el Antiguo Testamento condena la comunicación con los muertos (Deut. 18:10, 11), actividad considerada como un intento de ponerse en contacto con lo impuro o satánico. Los libros sapienciales declaran implícitamente que los muertos no saben nada del mundo de los vivientes, y por lo tanto no tienen ningún conocimiento secreto que impartir (Job 14:21; Ecl. 9-4-6, 10). Es interesante que los espíritus consultados por los nigromantes se llaman ‘elohim (“dioses, seres divinos”; 1 Sam. 28:13; Isa. 8:19), pero pueden ser reconocidos como poderes demoníacos a causa de su asociación con los muertos. Estos espíritus poseían a los médiums y aparentemente hablaban a través de ellos o ellas (Lev. 20:27).

 Se reconoce, por lo general, que el nombre ‘azazel, que se usa en Levítico 16:8, 10, 26, designa a un demonio. Y sin duda se refiere a un dios personal, porque está en paralelismo con el nombre del Señor (16:18). La importancia de esta figura y el ritual asociado con ella es significativa en la terminología del Antiguo Testamento; y la mayoría de los eruditos data el ritual en una fecha muy temprana en la historia de Israel.[5]

 El término lilit, que sólo se usa en Isaías 34:14, se entiende que por lo general se refiere a un demonio (LXX, daimonion)[6] El nombre parece pertenecer al grupo de palabras para “noche, tinieblas” (Heb. layla). Sin embargo, el acadio usa la misma raíz para el nombre de un demonio (lilutu), pero femenino, conectado en algunas formas con las relaciones sexuales.[7] La mayoría de las versiones inglesas lo rinden como “criaturas nocturnas”, sugiriendo que la referencia a un demonio es incierta. En el contexto se mencionan varios otros animales, algunos de los cuales han sido considerados demonios. Aquí de nuevo el término seirim se vierte como “demonios” (lev. 17:7), pero como también podría designar un macho cabrío, el significado es incierto (cf. Isa. 13:24).

 Algunas veces, el escritor bíblico personifica “plaga” (reshep) y “pestilencia” (deber) y los describe como acompañantes del Señor y como sus instrumentos de juicio (Hab. 3:5; Deut. 32:24). Reshep era el nombre de un dios semítico del submundo, considerado tanto peligroso como benevolente, que estaba a cargo tanto de las batallas como de las enfermedades.[8] Como en la literatura del antiguo Orea- no Oriente deber no se refiere a una deidad o a un demonio, podría argüirse que en la Biblia sólo se usan ambos términos como personificación de poderes destructivos. Sin embargo, en el antiguo Cercano Oriente los dioses infligían las enfermedades a las personas y les causaban grandes dolores,[9] concepto que quizá está implícito en el Salmo 91:5, 6. [10] Los Salmos declaran que aquellos que temen al Señor serán protegidos de estos poderes malignos (“la saeta que vuela de día”, “la mortandad que en medio del día destruya”). Es posible que estos sean los poderes representados en el versículo 13 por los símbolos de un león y una serpiente.

 El Antiguo Testamento contiene varias narraciones en las cuales se describen a los seres espirituales desempeñando funciones Negativas al servicio de Dios. El primero es “un mal espíritu” (rúab r’á), enviado por Dios a crear antagonismo “entre Abimelech y los ciudadanos de Siquem” (Juec. 9:23; la IXX dice, pneurna ponerón; cf. Mar. 1:23; 7:25; Hech. 5:16). Estaba bajo el control de Dios y era su instrumento de juicio. Podría decirse que este “espíritu” no está personificado, sino que es una condición psicológica o emocional que perturba la interacción social. Pero la frase “mal espíritu/viento” (acadio sharu lemu), se empleaba en el antiguo Medio Oriente para referirse a los poderes demoníacos que producían toda clase de enfermedades.[11]

 Después que el Espíritu de Dios se apartó de Saúl, éste era atormentado por “un mal espíritu de parte de Jehová” (1 Sam. 16:14). La música lo calmaba (16:23) temporalmente. Saúl, bajo la fuerte influencia de este espíritu, intentó matar a David (18:10-12; 19:9); y sin embargo, este mal espíritu estaba bajo el control de Dios y no era un poder totalmente independiente.

 Micaía tuvo una visión en la cual vio un concilio celestial en sesión, discutiendo el destino final del rey Acab (1 Rey. 22:19-23; 2 Orón. 18:20-23). Durante la discusión un “espíritu” ofreció su servicio para entrampar a Acab, convirtiéndose en “espíritu de mentira en boca de todos sus profetas” (de Baal). Dios le dijo: “Ve, pues, y hazlo así” (1 Rey. 22:22). Es difícil decidir si este es un espíritu benevolente actuando en una forma malévola, como ocurría con algunos seres espirituales en el antiguo Medio Oriente, o un espíritu esencialmente malo a quien el Señor usa para llevar a cabo sus propósitos. El hecho de que parezca ser miembro del concilio celestial apoya la primera opinión; sin embargo, una comparación con el incidente de Job conduce a una conclusión diferente.

“Satán” y el archienemigo de Dios

 Se arguye, por lo general, que Satanás, como el archienemigo de Dios, es desconocido en el Antiguo Testamento.[12] El nombre Satán significa “adversario, oponente”, y se usa para referirse a seres celestiales y humanos. El primer ser celestial llamado satán fue el ángel del Señor (Núm.22:22-32), que difícilmente es una figura demoníaca. Por lo tanto, el nombre no puede usarse para determinar la naturaleza del ser celestial. La primera vez que se usa como nombre propio es en 1 Crónicas 21:1, para describir a un ser que incitó a David a levantar un censo. Es interesante que en 2 Samuel 24:1 esta misma función se le adscribe a Dios. Esto es comprensible porque, como hemos visto, los malos poderes son usados por Dios para realizar sus propósitos. Cuando aquellos poderes se convierten en una amenaza pitra su pueblo, él limita sus acciones para proteger a los suyos.

 En Zacarías 3:1, 2, satán es un acusador de los siervos de Dios. El Ángel del Señor, el Señor y Satanás, están juntos. Lo que está en juego es el derecho de Dios a perdonar a su pueblo. Este poder impío no puede tolerar la gracia perdonadora de Dios, e intenta impedir que los pecadores disfruten la comunión con él.

 Pero es posible que el uso más significativo del nombre satán esté registrado en el libro de Job, donde se describe como el mayor enemigo de Dios (1:7; 2:2). Éste, como el “espíritu mentiroso” en la visión de Micaías, también es miembro del concilio celestial y está bajo el control de Dios, incapaz de actuar en total independencia de él.[13] Es, ciertamente, el acusador de Job ante la asamblea celestial e instigador de enfermedades y desastres. En el diálogo con Dios, satán está, de hecho, atacando el sistema de gobierno de Dios. El arguye que Dios compra el servicio de los seres humanos. La forma en que Dios gobierna el universo no está controlada por el amor desinteresado, dice, sino más bien por el principio de “doy con el fin de recibir”.

 Esto es, sin duda alguna, un ataque contra el gobierno de gracia y amor de Dios. Aquí se revela la verdadera naturaleza de lo demoníaco en el Antiguo Testamento. Este ser demoníaco llegó a conocerse como Satán.

 Aunque el Antiguo Testamento no dice mucho acerca de esta figura, indica que fue el enemigo de Dios, no su igual. Algunos atisbos acerca de su origen se registran en Isaías 14:12-19 y Eze. 28:11-19 cuando, en la descripción del levantamiento y caída de los reyes de Babilonia y Tiro, los profetas usan la figura de la lucha primigenia de Dios con este ser demoníaco. Este querubín, quien estaba muy cerca de Dios, intentó, en un acto de rebelión, ser semejante a él, y fue expulsado de la presencia de Dios.[14] Al parecer, continuó teniendo acceso limitado al cielo.[15] Puede ser que algunas huellas distorsionadas de este conflicto primigenio se hayan conservado en las mitologías del antiguo (Arcano Oriente que describen una batalla cósmica entre los dioses.

 Luego está la narración acerca de la serpiente y la mujer (Gen. 3). La serpiente se describe como “astuta más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho” (Gen. 3:1). El texto implica que era una de las criaturas de Dios. A medida que la narración progresa se hace obvio que detrás de la serpiente está un poder antagónico, uno que está en guerra contra Dios. Ese poder contradice las declaraciones de Dios, le atribuye malas intenciones, y conduce a la mujer a la rebelión. Y como las serpientes “se asocian comúnmente con deidades selectas, con los demonios, la magia y los encantamientos en el antiguo Cercano Oriente”;[16] es bastante claro que, bajo el símbolo de la serpiente, Génesis 3 describe un poder demoníaco.[17] Este ser perverso no pertenece al reino animal; puede hablar y razonar. Así, está más cerca del nivel de los seres humanos. Sin embargo, es más que humano, al pretender tener un conocimiento que no está disponible para los seres humanos, se revela el elemento demoníaco.[18]

 Este archienemigo de Dios se conoce en el culto hebreo como un ser demoníaco, Azazel. Cuando el ritual del macho cabrío emisario se coloca en el contexto del Medio Oriente, se ve claramente que este es un rito de eliminación, a través del cual el pecado y la impureza se devuelven a su fuente y a su originador.[19] El ritual enseña que Israel creía que había un ser demoníaco que era directamente responsable de todo aquello que perturbaba las relaciones apropiadas con Dios. Es cierto que Dios asumía la responsabilidad por el pecado/impureza del pecador arrepentido, pero no era el originador. Durante el día de expiación, el verdadero delincuente quedaba identificado: el ser demoníaco llamado Azazel. El Señor se revela aquí de nuevo como el que tiene poder para destruir las obras y vencer la autoridad de los poderes del mal (cf. 1 Juan 3:8).

Conclusiones e implicaciones

 El Antiguo Testamento da testimonio de la existencia de un ser demoníaco en conflicto con Dios y su pueblo. Este archienemigo de Dios se encuentra a través de todas las narraciones, himnos, y discursos proféticos del Antiguo Testamento.

 Además, la evidencia bíblica sugiere que este poder impío resultó de la autocorrupción de un ser celestial. Aunque este ser fue creado perfecto, en una forma misteriosa se encontró pecado en él. El uso del plural en algunos pasajes para referirse a las potencias del mal sugiere que más de un ser celestial se corrompió y entró en conflicto con Dios.

 Estos seres se asocian con la idolatría y se identifican con los dioses paganos, lo cual implica que detrás de los poderes de aquellos dioses estaba el poder de estas fuerzas impías. Las criaturas espirituales todavía estaban tratando de ser dioses.

 Los pastores que confrontan a los poderes demoníacos deben recordar, primero, que estos poderes no pueden actuar en completa independencia de Dios. Él puede usarlos. Pero también puede restringir estos poderes protegiendo a su pueblo de ellos y liberándolo de sus opresiones. Aquellos que han sido víctimas de poderes demoníacos deberían ser llevados a encontrar refugio en el Señor a través de la oración y consagración a él. Segundo, siendo que prácticamente no existe ninguna evidencia de exorcismo en el Antiguo Testamento, podemos concluir que un ministerio basado en esa práctica carece de fundamento bíblico. Tercero, en lugares donde se dedican ofrendas a los espíritus de los muertos, el pastor debería señalar a nuestro Creador y Redentor como el único poder espiritual a quien debemos someternos. Cualquier otra potencia espiritual que pretenda nuestra lealtad o servicio, es de origen demoníaco.

 Finalmente, mientras ministra a su congregación, el pastor debería afirmar que Dios quiere que pensemos más acerca de su poder soberano que salva, que en el poder destructivo de las fuerzas del mal. Este puede muy bien ser el mensaje subliminal que se nos comunica a través del poco énfasis que el Antiguo Testamento da a lo demoníaco. Hay seguridad para nosotros en nuestra relación de pacto con el Señor, y a causa de eso, cuando las fuerzas del mal nos toquen, podremos decir “el Señor me ha tocado”. Los creyentes están bajo el constante cuidado de Dios aun cuando anden por “el valle de sombra de muerte” (Sal. 23:4). Con respecto a nuestro Salvador se nos dice: “Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo” (Mat. 4:1). Su encuentro con el enemigo fue planeado y controlado por Dios. En suma, quizá el mensaje más claro del Antiguo Testamento en este contexto es que no somos “chips” cósmicos, que funcionan como objetivos para los ataques irrestrictos de los demonios, sino hijos de un Dios amante que a su tiempo extinguirá las fuerzas del mal del universo.

Sobre el autor:  es director asociado del Instituto de Investigaciones Bíblicas de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día.


Referencias

[1] Wemer Foerster, “Daímon”, Theological Dictionary of the NT, tomo 2, Gerhard Kittel, ed. (Grand Rapids, Mích.: Eendmans, 1964), págs. 2,3.

[2] Wolfram Von Soden, The Ancient Orient (Grand Rapids, Mioch.: Eerdmans, 1994), pág. 199.

[3] Ludwig Koehler, Walter Baumgartner, Johann J. Stamm, The Hebrew and Aramaic Lexicon of the Old Testament (Leiden: Brill, 1995), 3:1341.

[4] Véase S. Talmon, “Midbar”, Theological Dictionary of the Old Testament. editado por G. J. Botteiweck. H. Ringgren, y H. J. Fabry (Grand Rapids, Mich.: Eerdmans, 1997), 8:114-115.

[5] B. Kedar-Kopfstein, “Dam”, Theological Dictionary of the Old Testament, 2:238.

[6] Koehler, Baumgarter, and Stamm, Hebrew and Aramaic Lexicon, 529.

[7] M. Hutter, “Lilith”, Dictionary of the Deities, págs., 973-976.

[8] Véase P. Xella, “Reshep”, en Dictionary of Deities and Demons in the Bible, editado por Karel van der Toom, Bob Becking, y Pieter W van der Horst (Leiden: Brill, 1995), págs. 1324-1326.

[9] Jeremy Black y Anthony Groen, God. Demons, and Symbols of Ancient Mesopotamia: An Illustrated Dictionary (Austin, Tex.: University of Texas, 1992), pág. 67.

[10] Marvin E. Tate, Psalms 51-100 (Dallas: Word. 1990), pág. 455.

[11] Véase R. C. Thompson, The Devils and Evil Spirits of Babylonia, tomo 1 (Londres: Luzac, 1904), xlvi-xl- vii; y P. K. McCarter, “Evil Spirit of God”, Dictionary of Deities and Demons, col. 602.

[12] Peggy L Day, An Adversary in Heaven: Satan in the Hebrew Bible (Atlanta: Scholars, 1988), págs. 5,6.

[13] E.g., David J. A Clines, Job 1-20 (Dallas, TX.: Word, 1989), págs. 18-27.

[14] Véase Gregory A Boyd, God at War: The Bible and Spiritual Conflict (Downers Grave, Ill.; InterVarsity Press, 1997), págs. 157-162.

[15] Véase Angel Manuel Rodríguez, “Bible Questions Answered: Cosmic Conflict”, Adventist Review, 8 de mayo de 1997, pág. 28.

[16] R. S. Handel, “Serpent”, Dictionary of Deities and Demons in the Bible, cols. 1405.

[17] Véase Boyd, God at War, págs. 154-

[18] Handel describe la serpiente como “Cruzando y borrando los límites entre las categorías de animal, humano, y divino”, concluyendo que es, de hecho, una embustera (Handel, 1410).

[19] Véase, por ejemplo, John E. Harttey, Leviticus (Dallas, TX: Word, 1992). pág. 23*