Entregar al mundo cristianos plenamente sanos, que generen más cristianos, es un ideal digno de toda inversión.
Hace un tiempo, estuve pensando sobre el costo de tener un bebé. Tal vez eso haya ocupado mi mente porque estoy esperando que, algún día, mis hijos me den algunos nietos. Entonces, en nombre de mis hijos, hice algunas averiguaciones e identifiqué los siguientes costos:
Una noche de pasión.
Nueve meses de embarazo.
Algunas horas de intenso dolor.
Aproximadamente diez a quince mil dólares para un parto sin complicaciones, en un sanatorio, incluyendo exámenes prenatales, vitaminas, ropas para embarazada, entre otras cosas.
Eso me llevó a la siguiente pregunta lógica: ¿Cuánto cuesta criar un bebé hasta la edad adulta? Decidí establecer como parámetro la edad de 22 años, sin que él esté en la universidad. Teniendo como base ese período y esa condición, mi investigación y mi experiencia me llevaron a considerar que el costo promedio de la crianza de un bebé es el siguiente:
Noches sin dormir.
Preocupaciones interminables.
Oraciones constantes.
Orientaciones y disciplina.
Entre 350 y 400 mil dólares de gastos en alimentación, vestimenta, alojamiento, transporte, recreación, necesidades médicas y educacionales.
Espero que mis hijos no vean esos números, o jamás tendré nietos. Entonces, una tercera pregunta se me ocurrió: ¿Cuál es el propósito de tener un hijo? Me parece que, prioritariamente, el propósito de tener un hijo es presentar al mundo un adulto responsable y maduro, que pueda hacer una contribución significativa para la sociedad. Los padres responsables sueñan que los hijos lleguen a ser médicos, científicos, empresarios, investigadores, escritores, que realicen hechos notables que satisfagan grandes necesidades. Jamás comenzamos con la idea de que nuestros hijos simplemente deben respirar y ocupar un lugar en un planeta que ya enfrenta dificultades para atender las necesidades de una población creciente.
¿Por qué escogí este asunto para reflexionar en estas páginas tan valiosas? Porque creo que tiene gran relevancia para la meta de la evangelización cristiana y para la plantación de iglesias en el siglo XXI.
Imagine si yo estableciera como propósito de mi vida mudarme a una ciudad, tener tantos hijos cuanto fuese posible y, enseguida, sin considerar el bienestar físico, emocional o espiritual de ellos, me mudase a otra ciudad para comenzar todo de nuevo. Probablemente, terminaría en prisión. Sería increíblemente irresponsable e inmoral de mi parte tener hijos y dejar que se debiliten, incluso hasta morir, por falta de amor, sustento y apoyo. En esas circunstancias, ¿cómo podría esperar que alguno de ellos alcance su pleno potencial?
Empero, ¿acaso hoy no ocurre frecuentemente esa misma situación en el ámbito de la evangelización cristiana? ¿Es posible que en nuestros intentos de tener muchos nacimientos espirituales (bautismos), en realidad estemos enfocando en la dirección errada? ¿Y si la medida de nuestro éxito como cristianos adventistas del séptimo día no fuese el número de bautismos, ni la cantidad de personas que frecuentan la iglesia cada sábado, sino el número de creyentes que, verdaderamente, están contribuyendo de manera significativa para el progreso del reino de Dios por medio de la participación misionera activa en la iglesia y en la comunidad?
Por acaso, ¿es posible que una gran cantidad de actividades evangelizadoras enfocadas en el nacimiento espiritual, pero que fallan en comprometerse profundamente con el cuidado y el desarrollo en el largo plazo de los nuevos creyentes, se aproximen a la inmoralidad espiritual?
Sé que esta sugerencia causará en muchos una significativa preocupación, y quiero dejar en claro que no estoy cuestionando los motivos de muchos millares de cristianos sinceramente dedicados que se han involucrado en actividades evangelizadoras y misioneras de corto plazo. Lo que estoy intentando hacer es despertar la conciencia de que un compromiso con la evangelización, sin un compromiso igualmente fundamental de desarrollar a los nuevos creyentes en miembros maduros y activos del cuerpo de Cristo, en mi opinión, es irresponsable.
Cuando nacen los bebés, nosotros celebramos. Pero, en esas ocasiones, el foco del tiempo, el dinero y la energía inmediatamente se dirige a la preservación y el desarrollo de la pequeña vida. Esfuerzos heroicos se ponen en marcha para salvarla cuando enferma o se lastima. En el transcurso de su jornada, la criatura recibe adiestramiento, ánimo, inversión y celebración, a medida que avanza a través de las etapas del desarrollo de la vida: aprender a sonreír, rodar sobre sí misma, gatear, caminar, hablar, andar en bicicleta, manejar automóviles, graduarse en el colegio, casarse, y comenzar todo de nuevo, engendrando hijos.
Ésta es la gran pregunta: ¿Dónde está el sentido correspondiente de necesidad de desarrollar y madurar a los nuevos creyentes en el cuerpo de Cristo? ¿Por qué desviamos el foco, en las misiones modernas, engendrando bebés espirituales, en tanto invertimos tan poco en educarlos para la vida espiritual adulta?
En promedio, de cada cien personas bautizadas en la Iglesia Adventista, en todo el mundo, 34 dejan la iglesia. Y todavía más alarmante: entre el 40% y el 50% de los jóvenes en la franja de los veinte años, abandonan la fe. Sí, nuestra familia espiritual se alegra con los muchos nuevos bebés, pero ¡qué índices trágicamente altos de mortalidad de esos niños y jóvenes registramos año tras año!
Un hecho igualmente trágico es que pastores, ancianos y otros líderes atienden a millones de miembros que se acomodan en los bancos de las iglesias durante años y décadas, haciendo rara vez alguna contribución para el progreso del reino de Dios. Se estima que apenas el 15% de los miembros adventistas están activamente involucrados en compartir la fe en el día a día.
Según mis cálculos, al compararlo con el tiempo y el costo de dar a luz un bebé, se requieren más de 21 años y se gasta entre veinte y cuarenta veces más dinero para educar ese bebé hasta la madurez. ¿Cómo sería la Iglesia Adventista si hiciéramos una inversión proporcional de tiempo y recursos en amar, orientar y educar a los creyentes que damos a luz? ¡Cuánto cambiarían esas dolorosas estadísticas!
Cada vez más creo que si queremos ver a nuestro Señor venir a la Tierra por segunda vez, en esta generación, no será porque demos a luz criaturas espirituales y nos detengamos en eso. Será porque, por el poder del Espíritu Santo, demos a luz, eduquemos y enviemos al mundo discípulos devotos de Jesús; hombres y mujeres medidos no por su dominio de informaciones espirituales, sino por la manera en la cual aplican en la práctica esas informaciones para el bienestar y la salvación de otros.
Eso es lo que deseo que sea mi vida. Es por esta razón que deseo que Adventist Frontier Missions [Misiones Adventistas de Frontera] y la Iglesia Adventista sean conocidas. Los nacimientos de bebés son ocasiones maravillosas. Mas la alegría de entregar al mundo cristianos maduros y capaces, que produzcan más cristianos igualmente maduros y capaces, es un ideal digno por el cual vale la pena vivir, luchar, orar y trabajar.
Sobre el autor: Director de Adventist Frontier Missions, Berrien Springs, Michigan, Estados Unidos.