En 1974 se cumplirán 130 años desde el “gran chasco” que, de una manera muy especial, puede considerarse como el punto de partida de lo que es hoy la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Durante 130 años, basados en las profecías bíblicas, hemos estado predicando que Cristo está próximo a volver. La primera generación de adventistas desapareció. También fue al descanso la segunda. La tercera está declinando. Cada nueva generación afirma enfáticamente que espera ver a Cristo en sus días. ¿Hemos sido simplemente ilusos? ¿Tienen razón los que nos han calificado por décadas de alarmistas?

A veces parecemos encontrar nuestro único refugio en declaraciones como ésta: “Grandes cambios están a punto de producirse en el mundo, y los movimientos finales serán rápidos”.[1] Si el acontecimiento tan esperado no se ha producido en estos últimos 130 años ¿tenemos hoy mejores razones para creer que ha de producir se pronto?

Nuevos elementos de juicio

Durante los últimos cinco años, especialmente, la atención de muchos hombres de ciencia ha sido atraída al campo de la ecología. Existe una creciente preocupación por mantener el equilibrio de la naturaleza cada vez más amenazado por el aumento de la población y las exigencias de la moderna tecnología. Directa o indirectamente motivados por preocupaciones ecológicas han aparecido varios estudios que, por primera vez de manera concreta, expresan el temor de que estemos acercándonos a una crisis global insuperable.

En enero de 1972 la revista británica Ecologist dedicó 22 páginas a un “Plan 12 de supervivencia”. El artículo fue suscripto por 33 de los hombres de ciencia más destacados de la Gran Bretaña, tales como Sir Julián Huxley (biólogo), C. H. Waddington (genetista) y Peter Scott (naturalista). Su mensaje central es que la expansión demográfica e industrial sin restricciones producirán el quebrantamiento de la sociedad y de los sistemas que tiene el planeta para sostener la vida. Esto ocurrirá posiblemente para fines de este siglo y, sin duda alguna, mientras vivan nuestros hijos. Según estos científicos, las únicas medidas que podrían evitar el desastre, serían esfuerzos urgentes para estabilizar o producir una disminución de la población y un gran incremento en los impuestos por el uso de materia prima. Expresan, sin embargo, su preocupación por la falta de interés mostrada por los gobiernos, la que podrá provocar la extinción de la humanidad.[2]

Otra obra, también aparecida en 1972, se ocupa del mismo tema de una manera más abarcante. La patrocina una .de las organizaciones más prestigiosas de nuestros días: el “Club de Roma”. Fundado por el Dr. Aurelio Peccei en abril de 1968, el Club de Roma cuenta con unos 75 miembros de 25 nacionalidades diferentes. Entre éstos se encuentran Alexander King, director general de asuntos científicos de la Oficina de Cooperación Económica y Desarrollo de Gran Bretaña; Saburo Okita, jefe del Centro de Investigaciones Económicas del Japón; Eduard Pestel, de la Universidad Técnica de Hannover, Alemania, y Carroll Wilson, del Instituto de Tecnología de Masachusetts. El Dr. Peccei es un economista italiano, vinculado a las empresas Fiat y Olivetti y gerente actualmente de Italconsult, una firma consultora sobre proyectos en las áreas de la economía y la ingeniería.

Como resultado de las primeras reuniones del Club de Roma se decidió encarar un proyecto singularmente ambicioso sobre lo que ellos llamaron “el predicamento de la humanidad”. El proyecto debía examinar los complejos problemas que perturban a los hombres en todas las naciones, tales como: pobreza en medio de riqueza, crecimiento urbano sin control, deterioro del ambiente natural y otros. La Fundación Volkswagen le otorgó al Club de Roma 250.000 dólares para realizar este trabajo. Diecisiete hombres de ciencia, de seis nacionalidades diferentes, recibieron el encargo de preparar el estudio sobre el “predicamento de la humanidad” bajo la dirección del Dr. Dennis L. Meadows. El Dr. Meadows, experto en computadoras del Instituto de Tecnología de Massachusetts, junto con su equipo de hombres de ciencia, hizo uso generoso de estos modernos recursos para tratar de proyectar la situación presente del mundo hacia el futuro inmediato y mediato. El libro The Limits to Growth (Los límites del crecimiento. Nueva York, Universe Books, 1972, 205 págs.) presenta, en síntesis, sus conclusiones. Se espera que el libro sea traducido y publicado en una docena de idiomas.

Crecimiento exponencial

El equipo dirigido por el Dr. Meadows examinó cinco de los factores básicos que determinan y, en consecuencia, limitan el crecimiento sobre el planeta: población, producción agrícola, recursos naturales, producción industrial y contaminación ambiental. En las 205 páginas del libro, son destacados vez tras vez dos hechos obvios, pero no siempre entendidos: 1) estos cinco factores están estrechamente interrelacionados; y (2) no es posible pensar en un crecimiento indefinido e ilimitado cuando sólo se cuenta con los recursos de un planeta que tiene límites bien definidos.

Otro hecho que destacan es que los cinco factores básicos estudiados están creciendo. Su crecimiento no sigue una progresión aritmética, sino más bien de tipo geométrico, que Meadows prefiere llamar “crecimiento exponencial”. Lo define como porcentaje constante de crecimiento del conjunto en un período constante. El crecimiento exponencial es obvio en la llamada “explosión demográfica”. Hacia 1830 el mundo contaba con unos mil millones de habitantes. Hacia 1930 tenía dos mil millones. Si el crecimiento siguiera una progresión aritmética se podría anticipar que para el año 2030 —si el mundo continuase operando normalmente— habría tres mil millones de habitantes. Pero ¿qué ocurre en realidad? Ya en 1970 alcanzamos los 3.600.000.000. Si el crecimiento exponencial se mantiene al ritmo presente, dentro de 60 años, dicen Meadows y su equipo, habrá cuatro personas donde hoy hay sólo una. El mundo tendrá entonces una población de unos 14.000.000.000, y no de sólo 3.000.000.000, en torno del año 2030.

¿Cuáles son los límites del crecimiento exponencial? Por un lado, están los límites físicos impuestos por el planeta. Existe sólo una cierta cantidad de tierra arable, de materias primas, de combustibles, etc. Por otro lado, están los límites de orden social. ¿En qué medida podrá una población creciente resolver los problemas del desempleo, la estabilidad social, la paz, la educación, etc.? Estas limitaciones de orden social son mucho más difíciles de evaluar que las de orden físico. Con mucha prudencia, el equipo del Dr. Meadows dedica mayormente su atención a los límites físicos del crecimiento.

Los límites de la producción agrícola

Nadie sabe con precisión qué proporción de la población del mundo sufre hoy de desnutrición. Pero se estima, generalmente, que es por lo menos un tercio de la misma. La producción de alimentos va aumentando. Pero la producción per capita, en los países no industrializados, mantiene con dificultad su bajo nivel.

La tierra es la fuente básica de producción de alimentos. Se calcula que, como máximo, hay unos 3.200.000.000 de hectáreas potencialmente cultivables en la superficie del planeta. De éstas, sólo la mitad, aproximadamente, está siendo cultivada hoy. Se trata de la tierra más rica y más accesible. Para poder cultivar la otra mitad será necesario hacer grandes inversiones de capital (para despejar, irrigar, fertilizar, etc.). El costo promedio de poner una nueva hectárea de tierra en producción es de unos 1.150 dólares. Según un informe dado por la FAO en 1970 el incorporar nueva tierra de cultivo no resulta económico, pese a las grandes necesidades de alimento que el mundo tiene hoy:

“En el Asia meridional… en algunos países del Asia oriental, en el Cercano Oriente y en el norte de África, como también en algunas partes de América latina y del África… casi no hay posibilidades de expandir el área arable… En las regiones más secas será inclusive necesario volver a dedicar a pasturas permanentes la tierra que es marginal o submarginal para cultivos. En la mayor parte de la América latina y en el África al sur del Sahara todavía hay muchas posibilidades de expandir el área cultivada, pero los costos son altos y a menudo será más económico intensificar la utilización de las áreas ya ocupadas”.[3]

Por un lado, resulta muy difícil ampliar el área cultivable. Por otro, a medida que aumenta la población, la tierra cultivada o potencialmente cultivable va siendo progresivamente ocupada con nuevas viviendas, carreteras, fábricas y otros elementos necesarios para una población creciente. Según el Dr. Meadows y su equipo, aunque se utilizara toda la tierra cultivable, ya antes del año 2000 habrá una aguda escasez de tierra. Si se lograra duplicar el rendimiento por hectárea, la crisis se postergaría hasta el año 2025, y si se lograra cuadruplicar (presumiendo que se estaría utilizando siempre toda la tierra cultivable del mundo) la crisis definitiva ocurriría antes del año 2050. Debemos repetir, a esta altura, que en este momento sólo se trabaja la mitad de la tierra cultivable y que no resulta económicamente factible hoy la incorporación al cultivo de la otra mitad. La crisis alimentaria puede, en consecuencia, presentarse mucho antes de las fechas indicadas.

Uno puede preguntarse ¿cómo es que, habiendo dispuesto durante siglos de tierra arable en exceso, repentinamente ésta parece acabarse? La respuesta la da el crecimiento exponencial que ocurre en un espacio finito.

Un factor adicional de complicación, en relación con la producción agrícola, es la disponibilidad de agua dulce. En algunas áreas del mundo se llegará a la utilización de toda el agua disponible antes de haber llegado a ocupar todas las tierras que teóricamente se consideran cultivables.

Se puede pensar en desalinizar agua de mar. Se puede también pensar en aumentar la producción agrícola mediante un mayor uso de fertilizantes y pesticidas. Pero todo esto requiere inversiones crecientes de capital. Como lo dicen Meadows y su equipo: “Ninguna tecnología nueva surge espontáneamente y sin costo. Las fábricas y materias primas necesarias para producir alimento sintético, el equipo y la energía requeridos para purificar agua de mar, todos proceden del sistema físico mundial”.[4] Y muchos de esos recursos empleados para aumentar la producción de alimentos, son recursos no renovables, como los combustibles y los metales. ¿Cuáles son los límites de estos recursos?

Los límites de los recursos naturales

Llamamos aquí “recursos naturales” especialmente a los combustibles fósiles y a los metales. Un informe, publicado en 1970 por el Concilio sobre Calidad Ambiental (Council on Environmental Quality), en Washington, D.C., afirma:

“Aun tomando en cuenta factores económicos tales como mayores precios en relación con disponibilidad decreciente, parecería al presente que la cantidad disponible de platino, oro, zinc y plomo no es suficiente para atender la demanda. Si continúa el ritmo actual de expansión… para fines de este siglo puede haber escasez de plata, estaño y uranio aunque suban los precios. Para el año 2050, si continúa el ritmo actual de consumo, pueden haberse agotado varios otros minerales.

“Pese a algunos descubrimientos espectaculares recientes, quedan sólo unos pocos lugares adonde se puede ir en búsqueda de la mayoría de los minerales. Los geólogos no se ponen de acuerdo en cuanto a las posibilidades de encontrar nuevos depósitos de minerales que sean grandes y ricos. A largo plazo parecería imprudente depender de tales descubrimientos”.[5]

El Dr. Meadows y su equipo hicieron un estudio de los combustibles y metales más usados. Se interesaron especialmente en determinar cuánto tiempo más durarían estos recursos naturales que, por su misma naturaleza, no son renovables. Daremos a continuación una versión reducida y simplificada de las conclusiones a que ellos llegaron. Los años que aparecen en las tres columnas, a continuación, representan:

I. Duración de las reservas hoy conocidas si el consumo anual de cada metal y combustible se mantuviese al nivel de 1970;

II. Duración de las reservas hoy conocidas si el consumo anual de cada metal y combustible siguiese creciendo de manera exponencial, al mismo ritmo que en los últimos años; y

III. Duración de reservas cinco veces mayores que las hoy conocidas, si se las descubriese y si su uso siguiese creciendo de manera exponencial.

Será inevitable, dice el Dr. Meadows, que a medida que se van aproximando a su agotamiento, los recursos naturales suban mucho de precio. El anticipa que “la gran mayoría de los actuales recursos no renovables considerados importantes serán extremadamente costosos de aquí a 100 años”.[6] De hecho, ya han empezado a subir algunos precios. Por ejemplo, el mercurio ña subido un 500% en los últimos 20 años. El plomo ha aumentado un 300% en los últimos 30 años.

Un factor adicional de complicación es que los recursos naturales no están distribuidos de manera pareja entre las naciones del mundo. Aparte del problema de su progresiva desaparición, están las cuestiones políticas que pueden generarse entre naciones productoras y naciones consumidoras. (La crisis del petróleo, detonada por la guerra árabe-israelí de 1973, puede ser una anticipación de los problemas del futuro.)

Naturalmente, existe la posibilidad del reciclaje de ciertos minerales (no de los combustibles). Pero también esto tiene sus límites.

Otros problemas: un intento de solución

Para completar el cuadro debiéramos mencionar también los problemas de la creciente producción industrial y de la contaminación ambiental. Pero quizá basta lo que ya hemos comentado. El hecho es que, después de examinar la situación actual del mundo y proyectarla con ayuda de computadoras hacia el futuro, analizando toda posibilidad imaginable, Meadows concluye: “Todas las proyecciones de crecimiento terminan en el colapso”.

¿Qué solución ofrecen el Dr. Meadows y su equipo? Sugieren llegar a lo que llaman “un estado de equilibrio global” caracterizado por:

a. Estabilización (no aumento) de la población.

b. Estabilización (no aumento) de la producción industrial.

c. Disminución de la contaminación ambiental.

d. Modificación de las preferencias de la sociedad, que pondría más énfasis en servicios (educación, salud, etc.) que en bienes materiales manufacturados.

Pero ellos mismos reconocen que esto será bien difícil. Por ejemplo, en cuanto al crecimiento demográfico, si para el año 2000 (cuando el mundo tendría 5.800.000.000 de habitantes) se llegara al ideal de que cada familia tuviese no más de dos hijos, todos los hijos nacidos hasta esa fecha harían que la población mundial se estabilizara recién en torno de los 8.200.000.000 de habitantes. Por otro lado, esto supone que todos los países del globo tendrían que iniciar la aplicación masiva, total, de un plan efectivo de control de la natalidad a muy corto plazo, como para que esté en plena vigencia para el año 2000. Si el pasado puede orientarnos en algo, podemos ya anticipar que la humanidad difícilmente actuará de manera tan fría y racional.

Estabilizar la producción industrial, para poder conservar por más tiempo los recursos naturales no renovables, es también altamente improbable. Los habitantes de las naciones industrializadas no querrán renunciar a su alto nivel de vida. Eso significaría pedirles a las naciones en desarrollo que se conformen con quedar donde están, indefinidamente, sin aumentar en población y sin esperar llegar alguna vez a tener las comodidades de que otras naciones disfrutan. Intentar imponer una igualación global por la fuerza es simplemente ridículo. Pero aun la estabilización de la producción industrial, si llegase a lograrse, sólo postergaría el colapso final.

Aunque Meadows y su equipo tratan de concluir con una nota optimista, ese párrafo final admite explícitamente la posibilidad del desastre:

“Sospechamos, basados en nuestro conocimiento actual de las limitaciones físicas del planeta, que la fase de crecimiento no puede continuar por otros cien años…

“Si hay razones para estar muy preocupados, también hay razones para tener esperanza. El limitar deliberadamente el crecimiento puede ser difícil, pero no imposible… El hombre posee, durante un breve instante de su historia, la más poderosa combinación de conocimiento, herramientas y recursos que el mundo jamás haya visto. Dispone de todo lo físicamente necesario para crear una forma totalmente nueva de sociedad humana —formada para durar por generaciones. Los dos ingredientes que faltan son un blanco realista, a largo plazo, que pueda guiar a la humanidad hacia el logro de la sociedad en equilibrio, y la voluntad humana para alcanzar ese blanco. Sin un blanco tal y la determinación de alcanzarlo, la preocupación con asuntos a corto plazo generará el crecimiento exponencial que llevará al sistema mundial a los límites de las posibilidades de la tierra y al colapso final. Con un blanco tal y con la determinación de alcanzarlo, la humanidad estaría lista ahora para comenzar una transición controlada, ordenada, de una etapa de crecimiento a otra de equilibrio global”.[7]

“Del día y la hora nadie sabe”

Sabemos que el mensaje de The Limits to Growth no ha sido bien recibido por todos los que lo han leído. Aunque nosotros mismos no podemos compartir varias de sus conclusiones, no podemos dejar de reconocer que la preocupación básica de la obra tiene plena justificación.

Durante 130 años, la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha hablado de la segunda venida de Cristo y del fin del mundo. Por décadas ha sido criticada de alarmista. Ahora, finalmente, en los últimos cinco años especialmente, grupos distinguidos de hombres de ciencia, en número creciente, empiezan a expresar su preocupación por la suerte del ser humano sobre el planeta. Aunque al hacerlo, ellos ni siquiera aludan a las profecías bíblicas, sus conclusiones apuntan en dirección parecida. La Biblia presenta la segunda venida de Cristo como la solución divina para los problemas del hombre y de la historia. Los científicos hablan simplemente de catástrofe, de colapso.

El entonces secretario general de las Naciones Unidas, U. Thant, decía en 1969: “No deseo dar la impresión de que estoy presentando un cuadro excesivamente dramático. Pero, basado en la información de que dispongo como secretario general, la única conclusión a la que puedo llegar es que los miembros de las Naciones Unidas tienen quizá diez años para subordinar sus antiguas disputas e iniciar una asociación mundial dirigida a frenar la carrera armamentista, a mejorar el ambiente en que se mueve el hombre, a controlar la explosión demográfica y a proporcionar el impulso requerido a los esfuerzos que se realizan para lograr el desarrollo. Si no se logra forjar esa asociación global dentro de la siguiente década, entonces me temo mucho que los problemas que he mencionado habrán alcanzado tales proporciones que ya no los podremos controlar”.[8]

Hasta hace pocas décadas hubiese sido extraño para un hombre de ciencia afirmar que el mundo estaba llegando al fin de sus posibilidades. La teoría del progreso continuo e inevitable seguía reinando en los círculos científicos. Pero hoy son los hombres de ciencia los que con mayor vehemencia nos advierten que estamos llegando al fin de un callejón sin salida. Es cierto que muchos de ellos imaginan que el hombre puede hacer aun un último esfuerzo para evitar el desastre total. Pero también es cierto que, para ello, las únicas herramientas que sugieren son un plan global y una voluntad para realizarlo. ¡Cuán difícil es que el hombre enfrente racionalmente sus problemas en su propia vida individual! ¡Cuánto más remota es la posibilidad de que lo haga en escala global! Y si llegara a hacerlo, lo único que lograría sería simplemente postergar un poco el colapso.

¿Por qué ocurre que la crisis, que parece tan evidente hoy, no era sospechada claramente por la ciencia hace veinte, diez o quizá hace cinco años? Una ilustración puede ayudarnos. La presenta Meadows para ilustrar el concepto de crecimiento exponencial. Supóngase que usted tiene un estanque en el que crece un nenúfar. Cada veinticuatro horas el nenúfar duplica su tamaño. Si se dejara que el nenúfar creciese sin control, en 30 días cubriría

totalmente el estanque. Durante varios días el nenúfar parece pequeño. Usted lo ve crecer sin mayor preocupación con las otras plantas que usted también desea conservar en el estanque. Pasan 29 días y el nenúfar ha cubierto “sólo” la mitad del estanque. ¿Cuánto tiempo más pasará hasta que lo cubra todo? Apenas un día.

Según un número creciente de científicos, el nenúfar del estanque del planeta parece haber llegado al fin de su día vigésimonoveno. Para la gran mayoría de los habitantes de la tierra, todo parece todavía normal. Pero aquí nos salta al paso esa frase ya citada: “Grandes cambios están a punto de producirse en el mundo, y los movimientos finales serán rápidos”.

Más de una vez me he preguntado ¿por qué ha esperado tanto Dios para hacer efectivo el retorno de Cristo? ¿Será que él resolvió esperar hasta que el hombre llegase a darse cuenta por sí mismo de que estaba en un callejón sin salida?

“Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre”.[9] Así lo entendió Jesús. Pero también sabía él que el fin de la historia no llegaría como resultado de la escasez global de alimentos, o del agotamiento de las reservas de combustibles fósiles y de metales esenciales, ni siquiera como resultado del uso de las armas con las que, por primera vez en la historia, el hombre puede teóricamente destruirse a sí mismo. Bien sabía Cristo que el fin de la historia vendría antes, no por la acción del hombre, sino en virtud de su propio segundo advenimiento. Y hoy, cuando tanto la Biblia como la ciencia parecen coincidir una vez más, bien podemos repetir con Juan, el apóstol: “El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús”.[10]

Sobre el autor: Director del Depto. de Educación de la División Sudamericana.


Referencias:

[1] Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 280.

[2] Time, 24 de enero de 1972, pág. 39.

[3] UN Food and Agriculture Organization, Provisional Indicative World Plan for Agricultural Development, Roma, 1970, 1: 41. Citado en The Limits to Growth, Nueva York, Universe Books, 1972, págs. 48, 49.

[4] The Limits to Growth, pág. 54.

[5] First Annual Report of the Council on Environmental Quality, Washington, D.C., Government Printing Office, 1970, pág. 158. Citado en Id., págs. 54, 55.

[6] The Limits to Growth, pág. 66.

[7] Id., págs. 183, 184.

[8] Citado en Id., pág. 17.

[9] Mat. 24:36.

[10] Apoc. 22:20.