Al experimentar el bautismo, Jesús anticipó su propio bautismo de muerte, por el cual aseguró justicia para todos.

¿Se ha preguntado por qué Jesús fue bautizado por Juan? ¿Cuál es el significado de ese bautismo para los cristianos hoy? Juan apareció en el desierto con un claro mensaje de arrepentimiento para el perdón de los pecados. Fariseos, saduceos, recolectores de impuestos, soldados y personas comunes se reunieron para escucharlo. Venían de “Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán y eran bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados” (Mat. 3:5, 6). Juan promovía el reavivamiento y la reforma, con vistas a la venida del Mesías, y su mensaje alcanzó todo el territorio de Judea y Galilea, incluyendo Nazaret.

Elena de White afirma: “En Nazaret, repercutió en la carpintería que había sido de José, y uno reconoció el llamamiento. Había llegado su tiempo. Dejando su trabajo diario, se despidió de su madre, y siguió en las huellas de sus compatriotas que acudían al Jordán”.[1]

Y Jesús fue a Juan para ser bautizado. Pero, este “se le oponía, diciendo: ‘Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?’ Pero Jesús le respondió: ‘Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia’. Entonces le dejó” (Mat. 3:14, 15).

Mateo relata una serie de hechos divinos, como aprobación celestial del bautismo de Jesús. “Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: ‘Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia’ ” (vers. 16, 17). Juan agrega este testimonio: “Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él. Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquel me dijo: ‘Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ese es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo le vi, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios” (Juan 1:32-34).

Perciba la presencia de la Trinidad en la escena bautismal: Jesús salió del agua, la voz de Dios declara que Jesús es su Hijo y el Espíritu Santo desciende sobre él en forma de paloma, capacitándolo para su misión. Y la misión de Jesús era ser el Cordero de Dios, en cumplimiento del plan de salvación para la humanidad.

Pero ¿por qué Jesús, el único sin pecado, necesitaba ser bautizado? Allí estaba una multitud de pecadores que realmente necesitaban perdón por sus pecados, y ser bautizados como señal de nueva ida. Pero ¿Jesús? El propio Juan quedó perplejo. “¿Cómo podía él, pecador, bautizar al que era sin pecado? Y ¿por qué había de someterse el que no necesitaba arrepentimiento a un rito que era una confesión de culpabilidad que debía ser lavada?”[2] La respuesta a esa pregunta es esencial para la plena comprensión del significado del bautismo de Jesús.

CUMPLIR LA JUSTICIA

Ante la duda de Juan con respecto a bautizarlo, Jesús respondió: “Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia” (vers. 15). ¿Qué significa “cumplir toda justicia”?

            Primeramente, esa expresión sugiere una relación para seguir la voluntad de Dios[3] y, en este caso, una relación entre el Padre y el Hijo para implementar el plan de salvación para la humanidad (Juan 3:15-17). El Evangelio de Juan se refiere al compromiso de Jesús con la misión de Dios. Él afirmó: “Mas yo tengo mayor testimonio que el de Juan; porque las obras que el Padre me dio para que cumpliese, las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado. También el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su aspecto, ni tenéis su palabra morando en vosotros; porque a quien él envió, vosotros no creéis” (Juan 5:36-38). El Hijo recibió del Padre una misión que cumplir para la redención de la humanidad. En este sentido, él estaba cumpliendo toda la justicia.

Desde el comienzo de su ministerio, Jesús se condujo como siervo del Señor (Isa. 42:1), que entregó su propia voluntad a la de su Padre; por las obras que realizó (Juan 4:34), en Getsemaní (Mat. 26:36-45) y, finalmente, en la cruz (Luc. 23:46). Cuando Juan anunció al “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, estaba proclamando la misión universal de Jesús: que su muerte traería la redención del pecador. Así, el bautismo de Jesús es la presentación del Cordero de Dios y, consecuentemente, su misión salvadora, que trata el problema del pecado y provee el medio por el que los pecadores pueden ser salvos.[4]

El bautismo de Jesús revela su intención de seguir el plan del Padre relacionado con la salvación, aun cuando ese plan pueda llevar al Cordero de Dios a la muerte. Él no tenía otra opción, excepto seguir la voluntad de Dios, y dejó eso bien claro en su diálogo con los fariseos. Aun siendo preexistente y Dios eterno, se sometió a la voluntad del Padre. Los fariseos “no entendieron que les hablaba del Padre. Les dijo, pues, Jesús: ‘Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo’ ” (Juan 8:27, 28).

En segundo lugar, “cumplir toda justicia” nos lleva al cumplimiento del simbolismo del cordero pascual (1 Cor. 5:7). La proclamación de Juan de que Jesús es “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29) dice, proféticamente, que el Cordero de la Pascua entró en la historia en la persona de Jesús, cuya muerte resolvería el problema del pecado. Jesús es el último Cordero pascual. La conexión histórica establecida por Juan entre la Pascua y el Éxodo, y el sacrificio de la cruz en la Pascua, no puede ser pasada por alto.

Finalmente, “cumplir toda la justicia” también debe ser entendido como cumplimiento de la declaración profética de que el Mesías, en verdad, sería un Siervo sufriente, cuya vida cargaría con el pecado de la humanidad, conforme fue predicho por Isaías: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; más Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Isa. 53:4-7).

A partir de estos tres significados para la expresión “cumplir toda justicia”; es decir, cumplir la relación de pacto entre las personas de la Trinidad, que es el plan de redención; asumir el papel del Cordero de Dios en el estado encarnado del Hijo; y ser el Siervo sufriente, podemos comenzar a comprender la profundidad del significado del bautismo de Jesús. Él no necesitaba ser bautizado como el resto de la multitud reunida en el Jordán, sino que escogió ser bautizado para inaugurar el esquema divino de la salvación y el principio del Reino; esto es, sin la cruz no puede haber salvación ni redención.

Así, en su bautismo, Jesús anticipó su sufrimiento y su muerte a fin de asegurar justicia para todos, en cumplimiento de la profecía de Isaías: “Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos” (Isa. 53:11). Jesús vino para cumplir su misión como el inocente Siervo del Señor. Esa misión incluyó su sacrificio vicario, y la participación del Padre y del Espíritu Santo en el proceso. Al experimentar el bautismo, Jesús anticipó su propio bautismo de muerte, por el que aseguró “justicia para todos”.

Por lo tanto, el bautismo de Jesús es la demostración de la anticipación de sus sufrimientos y, al mismo tiempo, la seguridad del sacrificio sustitutivo por el pecado. Como Ralph Earle sugiere, “la encarnación es el mayor de todos los milagros. El bautismo de Cristo fue un preludio de la cruz”.[5]

LECCIONES PARA HOY

¿Qué significa el bautismo de Cristo, hoy, para el creyente? Primeramente, un  buen lugar para comenzar es la enseñanza de Pablo acerca del bautismo: “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Rom. 6:3, 4).

El mensaje de Pablo es claro. A través del bautismo, somos bautizados en la muerte de Jesús, no en el sentido de que tenemos algo que ver con nuestra redención del pecado. Esta es una tarea cumplida solo por Jesús. Lo que Pablo quiere decir es que renunciamos a los caminos del pecado y renacemos a una vida de justicia por el poder de la resurrección de la nueva vida en Cristo Jesús.

En segundo lugar, otro significado del bautismo para el cristiano se encuentra en el libro de los Hechos, donde Felipe confronta al etíope con la figura del Siervo sufriente, prefigurada en Isaías 53:7 y 8. Felipe interpreta Isaías para el etíope y le muestra cómo la profecía fue cumplida en la muerte y la resurrección de Jesús como expiación y victoria sobre el pecado, eventos que, ciertamente, se le hicieron familiares al etíope durante su jornada por Jerusalén. A pesar de todo, él no podía ver el significado divino detrás de esos eventos.

Cuando Felipe estableció el vínculo y presentó las buenas nuevas sobre Jesús (Hech. 8:35), el etíope fue movido por la intervención divina en la historia humana, y preguntó: “¿Qué impide que yo sea bautizado?” (Hech. 8:36). La pregunta indica que él estaba familiarizado con el significado del bautismo, que es una entrada simbólica al reino mesiánico y se constituye en aceptación pública del remedio de Dios contra el pecado. Esa familiaridad también estableció su profundo vínculo e identificación con la crucifixión y la resurrección de Jesús, después del estudio bíblico dado por Felipe. El eunuco pidió el bautismo y Felipe celebró el acto. La solicitación del eunuco y la respuesta positiva de Felipe muestran que, para los cristianos, el bautismo significa primeramente, y por sobre todo, la aceptación sin reservas del sacrificio vicario de Jesús por nuestros pecados.

En tercer lugar, Pablo realza la riqueza del bautismo al declarar: “Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado” (Rom. 6:5-7). Por el hecho de que Jesucristo es el sacrificio vicario sobre la cruz, el creyente tiene nueva vida en él. “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom. 6:11).

En cuarto lugar, el bautismo también le da la oportunidad al creyente de afirmar públicamente su nueva relación de pacto con Jesús. “En él –dice Pablo– también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo; sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos” (Col. 2:11, 12). Note el paralelismo que hace el apóstol entre la circuncisión de la carne, la antigua señal de pacto, y la circuncisión del corazón. El primero era realizado por manos humanas; el segundo, por Cristo.

Para los israelitas, la circuncisión era una señal sagrada de pacto heredada de Abraham (Gén. 17:9-14); pero ahora, para el Israel espiritual, presentado como “linaje de Abraham y herederos según la promesa” (Gál. 3:29), se presenta al bautismo como el que toma el lugar de la circuncisión. Así, el bautismo hereda toda la riqueza del simbolismo de la circuncisión; no la circuncisión de la carne, sino la del corazón (Rom. 2:28, 29).

Finalmente, el bautismo también es un símbolo de la entrada en la iglesia de Cristo. La gran comisión de Jesús a sus discípulos es: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mat. 28:19). La frase “id y haced discípulos” apunta a la misión de la iglesia como continuación de la misión de Cristo. La palabra “bautizándolos” indica que el creyente sigue el ejemplo del bautismo de Jesús, y acepta su muerte y su resurrección como la solución para el perdón de los pecados, y la seguridad de la nueva vida en Jesús.

Está claro, en la Gran Comisión, que el bautismo es un imperativo para entrar en la vida de la iglesia. Bajo el poder del Espíritu Santo, Pedro proclamó a la multitud en Jerusalén lo que debían hacer todos para experimentar la alegría de la nueva vida en Cristo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hech. 2:38; 16:31-33).

En su sermón, Pedro liga la muerte y la resurrección de Cristo a la necesidad de arrepentimiento y bautismo, el perdón de los pecados, la recepción del Espíritu Santo y el bautismo de tres mil personas. La inauguración de la iglesia, la comunidad redimida, comenzó con el bautismo de los que creyeron en el significado de la muerte y la resurrección de Cristo, y se arrepintieron de sus pecados.

El evento histórico del bautismo de Jesús tiene gran importancia para nuestra comprensión del plan divino de la salvación. Revela la relación de pacto entre la Trinidad para el cumplimiento de este plan, y afirma que Jesús, como verdadero Cordero pascual, avanzó hacia la cruz para resolver el problema del pecado. Su bautismo es una anticipación de su sacrificio, y pinta el simbolismo de su muerte y su resurrección, a través de los cuales una nueva vida se pone a disposición de todos los que creen en él.

El bautismo es una nueva señal de la circuncisión del corazón, señal de pacto de reconciliación entre Dios y su pueblo, y un continuo recordativo del modo por el que los nuevos discípulos se agregan a la iglesia diariamente, cuando son bautizados según la fórmula prescrita por Jesús: “En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mat. 18:19).

Sobre el autor: Secretario ministerial de la División Norasiática del Pacífico.


Referencias

[1] Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 84.

[2]Ibíd.

[3] GottlobSchrenk, “Dikaiosunen”, Theological Dictionary of the New Testament (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1964), t. 2, p. 198.

[4] John Phillips, Exploring the Gospel of Matthew (Grand Rapids, MI: Kregel Publications, 1999), p. 59.

[5] Ralph Earle, Matthew, Beacon Bible Commentary (Kansas City, MO: Bacon Hill Press, 1964), t. 6, p. 53.