Pregunta 27

¿Qué autoridades pueden citar los adventistas para sostener, no solamente que los 2300 días de Daniel 8:14 son simbólicos y representan en realidad 2300 años, sino que terminan en 1844? ¿No difiere vuestra posición tanto de la de los funda- mentalistas como de la de los modernistas, así como de la de judíos y católicos? ¿No ha sido vuestro concepto variante una innovación concebida por primera vez por un laico, Guillermo Miller? ¿Qué famosos eruditos, si los hubo, apoyaron alguna vez esa posición?

Creemos que nuestro punto de vista es la lógica conclusión y el clímax de cerca de mil años de aplicación progresiva del principio de día por año a los períodos simbólicos de tiempo de la profecía bíblica. Sus introductores y sostenedores han abarcado literalmente centenares de ilustres eruditos judíos, católicos y protestantes. El asunto de los 2300 días de Daniel 8:14 ha intrigado a los hombres por más de mil años.

Hay siete pasos progresivos, o etapas principales, que constituyen los antecedentes históricos de nuestra posición actual. Estos abarcan dos milenios e incluyen algunos de los mayores eruditos de los siglos, así como todos los principales credos. (El resumen que sigue está basado en la evidencia documental completa que aparece en la obra en cuatro tomos The Prophetic Faith of Our Fathers [La fe profética de nuestros padres] de LeRoy Edwin Froom.)

  1. La iglesia primitiva recalcaba las setenta semanas de años. —Eclesiásticos primitivos presentaban las 70 semanas de Daniel 9 como semanas de años, o sea 490 años. Esto incluye a Tertuliano, Clemente de Alejandría, Julio Africano, Eusebio de Panfilia, Atanasio, Cirilo de Jerusalén, Teodoreto, Policronio, Isidoro de Pelusio, Teodosio, Mileteno, Andrónico y Próspero de Aquitania. Y esta posición ha sido por mucho tiempo el punto de vista general tanto entre los católicos como entre los protestantes.
  2. El principio de día por año aplicado por judíos de la Edad Media a todos los períodos de tiempo simbólicos. —Los eruditos judíos fueron los primeros en aplicar el principio de día por año a los períodos de días de Daniel —los 1290, 1335 y 2300— como días de años, llevando hasta los “tiempos lejanos” o “el tiempo del fin”. Comenzando con Nahawendi, del siglo noveno, pasando por Saadia, Jeroham y Hakohen del siglo décimo, llegamos a Rashi, del siglo XI, quien consideraba los 2300 días como años completos. Luego encontramos cuatro eruditos del siglo XII y dos del siglo XIII, incluyendo a Nahmanides, que enseñaban lo mismo. Y tres rabinos del siglo XIV, Abravanel del siglo XV, y otros en el siglo XVI, a la par que la Reforma protestante, suman un total de 21 comentadores judíos, esparcidos por Palestina, Persia, Siria, Babilonia, Francia, España, Argelia, Portugal, Italia, Turquía, Polonia y Alemania.
  3. Eruditos católicos de la Edad Media interpretan como los judíos, día por año. — Comenzando en 1190 con el renombrado Joaquín de Floris, de Calabria, Italia, se aplicó por, primera vez el principio de día por año a los 1260 días como los años de la mujer simbólica, o la iglesia en el desierto. Y en el siglo XIII los eruditos joaquinitas en Italia, España, Francia y Alemania, aplicaron igualmente el principio de día por año a los 1260, 1290, 1335 y 2300 días. Por ejemplo, hacia 1292 Amoldo de Villanova dijo que los 2300 días representan 2300 años, contando el período desde el tiempo de Daniel hasta la segunda venida. Aquí está la declaración textual: “Cuando él dice ‘dos mil trescientos días’ debe entenderse que por días quiere decir años. … En esa visión por días se entienden años”.

Más conocido para la mayoría de los historiadores de la iglesia es el ilustre Nicolás Krebs de Cusa, cardenal, erudito, filósofo y teólogo católico, quien declaro en 1452 que los 2300 días-años comenzaban en tiempo de Persia. En su Conjetura sobre los Últimos Días (1452) declara que los 2300 días se extienden desde Persia hasta la consumación del pecado en el segundo advenimiento, posiblemente entre 1700 y 1750.

  • Se establecen correctamente los puntos extremos del período de las setenta semanas. — En la reforma alemana, Juan Funck (1564) por primera vez situó las setenta semanas (490 años) haciéndolas comenzar el año séptimo de Artajerjes, del 457 AC al 34 DC. En esto fue prontamente seguido por otros eruditos protestantes en diversos países, como Cappel en Francia y Bullinger en Suiza. Veintenas de intérpretes desde entonces han sostenido que el decreto de Artajerjes (457 AC) marca el comienzo de las setenta semanas de años. La historia pronto incluyó también a eruditos americanos de los tiempos coloniales. (Un gran número de ellos sostenían el mismo punto de vista en el comienzo del siglo XIX —en Inglaterra, en la Europa continental y en Norteamérica. Y desde entonces, expositores tales como Doderlein, Fianc, Geier, Auberlen, Blackstone, Taylor y Boutflower se han añadido a la lista, como también católicos como Lempkin).
  • Tillinghast incluye a las setenta semanas dentro de los 2300 días. — En el siglo que siguió a la Reforma, muchos expositores protestantes, desde el teólogo inglés Jorge Downham (muerto en 1634) al abogado británico Eduardo King en 1798, declararon que el número 2300 significaba otros tantos años. Juan Tillinghast (muerto en 1665) hacia culminar ese período en el segundo advenimiento y el reino milenario de los santos. Tillinghast fue el primero en declarar que las setenta semanas de años eran un período más pequeño dentro de uno mayor de 2300 años. No los hacía comenzar juntos, pero declaró que las setenta semanas pertenecían a los 2300 años.
  • Los 2300 años abarcan todos los períodos menores. —Enrique Horch de Alemania declaró que los 2300 años constituyen el período maestro, abarcante, e incluyen todos los períodos menores de tiempo. Tomás Beverley, británico, creía que ese período llevaría al segundo advenimiento, el fin del mundo, la resurrección, la destrucción del anticristo, y el milenio. Eruditos de nota en Inglaterra y Alemania, tales como Lowth, Whiston, el obispo Newton, Fletcher, Horch y Giblehr, creían que la liberación de la iglesia, la destrucción del anticristo, y el establecimiento del reino de Cristo se sucederían hacia el fin de este período.

Algunos escritores norteamericanos de la época colonial, como el teólogo congregacional Cotton Mather, el gobernador Guillermo Burnet, el rector episcopal Ricardo Clarke, el director general de correos Samuel Osgood, y el bibliotecario de Harvard Jaime Winthrop, creían que el período terminaría con la caída de la Babilonia espiritual, el “remanente”, el reino de Dios, la “medianoche” del mundo, la destrucción de las naciones, el milenio o el fin del mundo.

  • Petri: Los 2300 años comienzan junto con las setenta semanas. —Juan P. Petri (muerto en 1792), pastor reformado de Sekbach, Alemania, en 1768 introdujo el paso final en la serie progresiva y lógica de siete principios que llevan a la inevitable conclusión y clímax: que los 490 años (setenta semanas de años) son la primera parte de los 2300 años. Los hacia comenzar por igual 453 años antes del nacimiento de Cristo, terminando los 490 años en 37 DC, y los 2300 años en 1847. Hans Wood, de Irlanda, asimismo decía que las setenta semanas eran la primera parte de los 2300 años. Pronto hombres de ambos lados del Atlántico, en África, y aun en la India y otros países comenzaron a exponer sus convicciones en el mismo sentido.

Veintenas de eruditos de comienzos del siglo XIX señalan el año 1843, 1844 o 1847

En el primer tercio del siglo XIX se realizó un notable reavivamiento del estudio de las profecías relacionadas con el acercamiento del tiempo del fin. Una cantidad de eruditos europeos, tanto en las Islas Británicas como en el continente, y hasta en la India, desde Juan A. Brown en 1810, a Birks en 1843, publicaron sus convicciones de que los 2300 días terminarían alrededor de 1843, 1844 o 1847. Estas tres fechas representan esencialmente el mismo cálculo, con la muerte de Cristo en el medio, o al final de las setenta semanas de años, contando los 2300 días como comenzando juntamente con las 70 semanas. Las diferencias son tan sólo asunto de computación o de poner el nacimiento de Cristo en el año 1 o en el 4 AC.

El amor es el símbolo de la eternidad. Elimina toda la noción del tiempo, pues remueve el recuerdo del comienzo y el temor del fin. —Autor anónimo.

En Norteamérica, paralelamente, un grupo de eruditos que ocupaban elevados puestos en diferentes denominaciones, todos anteriores a Guillermo Miller, desde Guillermo C. Davis (1810) en adelante, de la misma manera miraban a 1843, 1844 o 1847 como fechas destinadas a introducir algún gran acontecimiento o período: el advenimiento, la escena del juicio, el reino milenario de los santos o la efusión del Espíritu que precedería la venida de Cristo. Entre ellos están el Dr. Josué L. Wilson, moderador de la Asamblea General Presbiteriana; el obispo protestante episcopal Juan P. K. Henshaw; Alejandro Campbell, fundador de la Iglesia de los Discípulos; varios directores y profesores de institutos de enseñanza superior, jueces, legisladores, médicos, pastores de iglesias representativas y directores de varios periódicos religiosos.

Es interesante y significativo que más de sesenta hombres de comienzos del siglo XIX, esparcidos en cuatro continentes, y situados en doce diferentes países, incluyendo hasta a un juez de la suprema corte de justicia, el católico José Rozas de México, miraban hacia 1843, 1844 o 1847 como el punto terminal de este período. Y casi todos ellos publicaron sus expectativas antes que el primer libro de Guillermo Miller apareciera en Troy, Nueva York, en 1836.

Tal es el impresionante marco histórico y el antecedente erudito ajeno a los adventistas del séptimo día registrado a través de los tiempos. Por consiguiente, tenemos base para afirmar que nuestra posición, la de que el periodo de 2300 años de Daniel 8:14 se extiende del 457 A.C. a 1844 D.C., tiene amplios antecedentes. De manera que, en común con muchos otros antes que nosotros, los adventistas sostenemos que la fecha final iba a anunciar importantes acontecimientos relacionados con el gran día del juicio y los acontecimientos finales de las edades. (La base de nuestra afirmación de que los 2300 días-años se extienden entre el 457 A.C. y 1844 D.C. aparece bajo las preguntas 24 y 25).

No descubrimiento, sino continuidad

Nuestra razón para aceptar como racional, lógica y exegéticamente correcta la interpretación que pone el fin de los 2300 años en 1844 no está basada en el imponente despliegue de eruditos que hemos citado, pero esto no quita que tengamos esta hueste de intérpretes que apoyan dicha posición, un caso sin paralelo en los anales de la interpretación profética.

Por eso sostenemos que, si hemos de ser censurados, entonces, con la misma justicia y equidad, cargos similares deberían presentarse contra la ilustre compañía de doctos eruditos bíblicos que sostuvieron esencialmente la misma posición y que ocuparon puestos directivos en las principales comuniones protestantes. Se trata de reconocidos y destacados eruditos cristianos. Y nosotros, como adventistas, seguimos manteniendo nuestro lugar en esa gran línea de serios expositores proféticos de los siglos, estrechando las manos de la brillante serie de piadosos exégetas que nos precedieron. Ellos son nuestros antepasados espirituales en esta exposición, y nosotros somos sus lógicos sucesores y continuadores. Si nos hallamos discrepando con la mayoría de los fundamentalistas y todos los modernistas, es porque ellos han abandonado la posición historicista, un grupo por el futurismo, y el otro por el preterismo. Nuestra posición representa la que una vez sostuvieron sus antepasados espirituales. No basamos nuestras doctrinas en la autoridad de nuestros predecesores; hallamos nuestra propia base en el estudio de las Escrituras y la comprobación de su cumplimiento en la historia. Pero estamos contestando la pregunta acerca de nuestros antecedentes en la exposición, y nos sentimos honrados en aparecer en esta distinguida serie.

En conclusión: De lo expuesto aparece evidente que nuestra posición al contar los 2300 días-años no es una innovación. Está en armonía con la posición sostenida hace tiempo, pero que otros han abandonado. No puede llamarse con propiedad una invención, un descubrimiento; es, en realidad, una continuación y la restauración de verdades y principios proféticos progresivamente adoptados a través de los siglos. Por lo tanto, no somos introductores de nuevas posiciones, sino sinceros defensores de antiguas posiciones históricas desarrolladas por la iglesia cristiana a través de los siglos.