¿Qué haríamos los pastores si se nos dejara fuera de nuestras iglesias? Probablemente alguno de nosotros se sentiría como si hubiera quedado sin hogar. Tal vez nuestras iglesias han llegado a ser para nosotros no solamente lugares de culto, sino, en el caso de algunos, lugares donde vamos para escapar de las duras realidades de la vida en ese tiempo final de la historia terrena.
¿Qué acontecería si los miembros de una iglesia se reunieran un día en ausencia del pastor y utilizaran los talentos que Dios les ha dado en la forma en que pueden emplearlos? Los ancianos planearían los servicios de la iglesia, cada uno de ellos compartiendo su parte en la carga. Planearían un programa que le aseguraría a cada miembro de iglesia la visita de un anciano que le proporcionaría la ayuda espiritual necesaria.
Los diáconos prepararían el presupuesto de la iglesia, y se distribuirían la responsabilidad de reunir el dinero para hacerle frente.
Estos hombres consagrados se encargarían de velar por el mantenimiento del edificio de la iglesia y de la escuela. El pastor no se preocuparía por la limpieza, la pintura, el patio, la compra de los abastecimientos necesarios, o con cualquier otro detalle que corresponde al trabajo de los diáconos.
Los demás dirigentes de la iglesia estarían de acuerdo en cumplir fielmente los deberes que demandan los cargos que ocupan, y trabajarían juntos armoniosamente.
Además, el departamento de actividad misionera, trazaría planes cuidadosos para el evangelismo personal, que deberían llevarse a cabo por los miembros de la iglesia en una forma agresiva, sistemática y constante.
Después de haber planeado todo esto, ¿qué ocurriría si la Junta de la Iglesia le dijera al pastor: “Ya no necesitamos los servicios del pastor. Nosotros (mismos podemos ocuparnos de que se cumplan los detalles de la organización de la iglesia. Tenemos gente capaz de hacer casi todo lo que usted ha estado haciendo. (La mayor parte de la iglesia tiene gente capaz). Cuando lo necesitemos, lo llamaremos —para que realice los casamientos, los funerales y los bautismos. ¿De modo que usted tendrá que buscarse un trabajo adicional?”
“Eso no es más que fantasía”, dirá alguno. Probablemente lo sea. No es nada más que un sueño —pero no es imposible.
¿Y qué va a ocurrir con el ministro entonces? ¿Qué va a hacer? ¿Es posible que alguno de nosotros esté disgustado, asustado y confundido? Posiblemente sí. Pero no lo estaremos, a menos que hayamos perdido de vista el objetivo principal de nuestra vocación: la ganancia y la amonestación de las almas para Cristo.
El estado de Wisconsin tiene más de 500 ciudades y pueblos de tamaño suficiente como para figurar en el mapa del estado. Van desde las pequeñas aldeas hasta las grandes ciudades de un millón de habitantes. En ese estado tenemos 81 iglesias. Únicamente 60 están en la ciudad, el resto están en el campo. Eso significa que, en este rico y hermoso estado, 440 ciudades y pueblos carecen de iglesia adventista. Estas comunidades tienen hasta 18.000 habitantes, y muchas, de cuatro a ocho mil.
¿Debería existir esta situación? Pienso que no. “En cada ciudad… debería haber algún monumento para Dios” (Evangelism, pág. 70). ¿Cómo podemos establecer estos monumentos? Será necesario inventar algunos medios que no se han utilizado hasta ahora.
Posiblemente uno de ellos sea la descripción visionaria que hicimos al comienzo de este artículo. Nuestra asociación cuenta con 26 excelentes obreros. Llevan a cabo tareas de evangelismo con cierto grado de éxito, y sin embargo —y esto no es un caso aislado entre las asociaciones— nos cuesta mucho trabajo bautizar un número suficiente de creyentes en el año como para mostrar alguna ganancia.
Según la instrucción inspirada, “la obra evangélica, la tarea de abrir las Escrituras a otros, el amonestar a hombres y mujeres acerca de lo que sobrevendrá al mundo, ha de ocupar más y más el tiempo de los hijos de Dios” (Evangelismo, pág. 16).
¿Ocupa la obra de ganar almas cada vez más el tiempo de nuestros ministros? En algunos casos pienso que ha estado ocupando cada vez menos tiempo.
Al comienzo del año escribí una carta a cada obrero de la asociación. En ella me refería a las realizaciones logradas durante el año. Presenté el promedio del trabajo de los demás obreros de nuestro campo. De manera que no les revelé la cantidad exacta de trabajo que había hecho cada uno, y tampoco mencioné otros datos que pudieran identificarlos. No creo que debemos comparar públicamente a un obrero con otro. Hay muchas razones por las cuales uno realiza menos que otro, y esas razones pueden escapar a nuestro control.
Uno de los obreros dijo un tiempo después, que cuando había leído la carta se había alarmado al ver cuán pocos bautismos había realizado. Decidió que el año siguiente no terminaría con el mismo informe. El resultado es que actualmente su registro de bautismos ocupa el segundo lugar en los tres últimos trimestres del año, y el programa general de su distrito no ha sufrido menoscabo. Había estado ocupado, había trabajado mucho el año anterior, pero no se había concentrado en la tarea de ganar almas —la tarea que “ha de ocupar más y más el tiempo de los siervos de Dios”.
Una de las declaraciones de la sierva del Señor me llama poderosamente la atención: “Vi haces de luz que brillaban desde las ciudades y aldeas, y desde los lugares altos y bajos de la tierra. La Palabra de Dios fue obedecida, y como resultado se erigieron monumentos conmemorativos del Señor en toda ciudad y aldea. Su verdad fue proclamada por todo el mundo” (Id., pág. 22).
Si esta declaración ha de cumplirse, ¿cuándo los 440 pueblos y ciudades que no conocen el mensaje en esta asociación tendrán los monumentos de Dios en ellos? Si la venida de nuestro Señor ha de esperar el cumplimiento de esta declaración ¿cuánto tiempo todavía se retardará? ¿Qué ocurriría si cada obrero de nuestro campo quedara liberado de las responsabilidades secundarias de la iglesia para que dedicara todo su tiempo a abrir su Biblia para estudiar con otros? Creo, que este programa, antes de mucho nos estaría produciendo admirables ganancias.
No es razonable decir que nuestra obra no crecería sin nuestros ministros pagados que pastorean las iglesias. Organizaciones como los testigos de Jehová —que ganaron a 32.000 personas en cierta zona, mientras nosotros en la misma bautizábamos sólo 800—• no tienen un ministerio pagado y sin embargo crecen fenomenalmente.
Puesto que tenemos 81 iglesias en esta asociación, nuestra fuerza de obreros está muy mal distribuida. Tenemos sólo un pastor que no tiene más de una iglesia bajo su cuidado. Algunos de nuestros hombres tienen hasta seis iglesias en sus distritos.
Debido a que tenemos tan pocos pastores, he tenido una cantidad de quejas de miembros de la iglesia bien intencionados que dicen que no tienen la visita de un pastor con la frecuencia deseada. A nuestro pueblo le gusta ser pastoreado. Algunos de nuestros hermanos necesitan de los cuidados pastorales. Para otros la atención pastoral se convierte en una muleta que debilita su vigor espiritual.
No es posible que la sierva del Señor estuviera equivocada cuando escribió: “Si se impartiera la instrucción debida, si se siguieran los métodos adecuados, cada feligrés realizaría su obra como parte del cuerpo. Haría trabajo misionero cristiano. Pero las iglesias están muriendo, y quieren un pastor para que les predique” (Evangelism, pág. 381).
¿Estamos favoreciendo a nuestro pueblo al contribuir a causarles una anemia espiritual que ahora mismo afecta a tantos? ¿O bien deberíamos darle alguna clase de hierro espiritual para que los capacite para pararse en sus propios pies y trabajar para Dios?
Elena G. de White dice más adelante: “Deberían ser enseñados a traer fielmente el diezmo a Dios, para que él los pueda fortalecer y bendecir. Debería ponérselos en condiciones para trabajar, para que reciban la bendición de Dios; debería enseñárseles que a menos que puedan permanecer fieles solos, sin un pastor, necesitan convertirse de nuevo, y bautizarse nuevamente. Necesitan nacer de nuevo” (Id., pág. 371).
“En vez de mantener a los ministros trabajando para las iglesias que ya conocen la verdad, digan los miembros de las iglesias a estos obreros: Id a trabajar por las almas que perecen en las tinieblas. Nosotros mismos nos ocuparemos de los servicios de la iglesia. Seguiremos realizando las reuniones, y morando en Cristo, mantendremos la vida espiritual. Trabajaremos por las almas que nos rodean y enviaremos nuestras oraciones y nuestros donativos para sostener a los obreros que trabajan en campos más necesitados’” (Testimonies, tomo 3, pág. 30).
En un tiempo instábamos a nuestros miembros a mudarse a lugares donde aún no había entrado el mensaje a fin de difundir el Evangelio desde esos puestos de avanzada. Actualmente encontramos a nuestro pueblo cada vez más dispuesto a reunirse en los grandes centros. Esta es una tendencia que debería cambiar.
¿Qué haremos entonces como obreros? Creo que una de las cosas más importantes que podemos realizar como ministros consiste en depositar las cargas de las iglesias locales sobre nuestros feligreses. Creo que si demostramos nuestra confianza en ellos y los convencemos por nuestras acciones de que estamos demasiado ocupados en la obra de la ganancia de almas para atender los quehaceres secundarios de nuestra iglesia, ellos asumirán seriamente sus responsabilidades y nos sorprenderán con su competencia.
Algún día se terminará esta obra en la cual nos ocupamos. Pero Dios espera que hagamos nuestra parte en la terminación de la obra. No nos hará ningún beneficio ocultar nuestra cabeza en las arenas del engaño e ignorar los datos estadísticos que hablan. Necesitamos evaluar correctamente las posibilidades, la tarea, los recursos, y luego ponernos al trabajo con oración ferviente.
¡Tal vez los ministros deberían ser dejados fuera de las iglesias!
Sobre el autor: Presidente de la Asociación de Wisconsin, Estados Unidos.