“Vendrá el Señor/ Nadie sabe la hora…?”[1] son las palabras del himno entonado con fervor y resignación porque, aunque sepamos que el Señor Jesús cumplirá su promesa de regresar a la Tierra (Juan 14:1-3), no sabemos cuándo acontecerá. Con todo, algunos creyentes, preocupados por la aparente demora de la venida del Salvador, intentaron en muchas ocasiones determinar el día de la parousía.
Diversas especulaciones sobre la segunda venida de Cristo y el fin del mundo han surgido a lo largo de la Era Cristiana, generando significativas angustias apocalípticas. Al buscar un referencial histórico para determinar cuándo comenzaron, se puede percibir que la idea del fin del mundo se remonta a los comienzos de la humanidad, asociada “con el miedo de que el sol no resurja más en la primavera, o que ni siquiera amanezca”[2]
Primeras expectativas
Después de que Jesús pronunció su sermón apocalíptico, los discípulos, reflejando preocupación por el tiempo, le dijeron: “Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?” (Mat. 24:3). En el monte de los Olivos, poco antes de que Jesús ascendiera al cielo, los discípulos demostraron una vez más la misma preocupación (Hech. 1:6). Sin embargo, el Maestro los disuadió de encaminarse por vanas especulaciones sobre el tema (vers. 7).
En Tesalónica, los recién convertidos creían que el segundo advenimiento de Cristo ocurriría en sus días, y que las bendiciones de ese evento serían disfrutadas solamente por los vivos. Cada cristiano que moría significaba profunda tristeza para ellos. Al ser informado por Timoteo sobre lo que estaba ocurriendo, Pablo intentó tranquilizarlos enviándoles una carta.
Las palabras del apóstol en 1 Tesalonicenses 4:16 y 17 fueron mal comprendidas en aquellos días. Pablo utilizó el pronombre “nosotros”, refiriéndose a los vivos en ocasión de la segunda venida de Cristo, y los tesalonicenses entendieron que la parousía sucedería antes de la muerte de ellos. Pensando que Cristo volvería muy pronto, algunos hasta dejaron de trabajar y pasaron a vivir de la caridad de la iglesia (2 Tes. 3:6- 12). Fue para esclarecer el asunto que Pablo escribió la segunda carta (2 Tes. 2:1).
Muchos cristianos de los primeros siglos preveían el segundo advenimiento de Cristo como un apocalipsis inminente, y consideraban que sería un acontecimiento intrínsecamente asociado con la destrucción de Roma. Cuando la invulnerabilidad de la ciudad comenzó a mostrarse incierta, la perspectiva de la destrucción universal comenzó a obtener un realismo aterrador. Después de que los godos aniquilaron al ejército imperial en Adrianópolis, en 378, Ambrosio, de Milán, que identificaba a los godos como el Gog citado por Ezequiel, proclamó: “El fin del mundo se aproxima”.[3]
Más tarde, la llegada del año 1000 fue marcada por presentimientos de que algo inusitado estaba por ocurrir. A la medianoche del 31 de diciembre de 999, el papa Silvestre II celebró, en la Basílica de San Pedro, lo que él y muchos fieles pensaban que sería la última misa de la historia. Basándose en Apocalipsis 20:7 y 8, erróneamente concluyeron que el fin del mundo ocurriría cuando Satanás fuese suelto de su prisión, mil años después del nacimiento de Jesús.[4]
Algunos siglos más tarde, importantes figuras de la Reforma Protestante también especularon sobre el momento en el que esa expectativa escatológica se cumpliría. Aunque Lutero nunca fijó una fecha específica para el fin del mundo, según Froom el reformador del siglo XVI conjeturó sobre algunos períodos, a veces cuatrocientos, trescientos o doscientos años e incluso para sus propios días, a partir de estimaciones especulativas, manteniendo algún vestigio del método alegórico.
“Al mil llegarás”
La proximidad del año 2000 generó una significativa proliferación de profecías y nuevas especulaciones sobre lo que la tradición apocalíptica denomina “los días finales”. El misticismo involucrado hizo resurgir las profecías de Nostradamus (1503-1566).[5] El alegado cumplimiento de esas profecías y del dicho popular: “Al mil llegarás, pero al dos mil no llegarás” sonaba como vaticinios en la mente de los más simples, dejando una sombra de inquietud en los más letrados.[6] Sin embargo, a pesar de que el año 2000 llegó y el nuevo milenio comenzó sin que las previsiones se cumplieran, la tendencia alarmista prosiguió.
La amenaza de una guerra nuclear inspiró marchas estudiantiles y asambleas de oración. Libros con supuesta autoridad bíblica en materia de profecías de desgracias son vendidos por millones. Multitudes acuden a los cines para ver las películas que especulan sobre las posibilidades de la destrucción y la salvación, ya sea por una venida del Mesías o una guerra global, o por viajes de escape a galaxias distantes.
A medida que los años fueron pasando, la idea de un futuro apocalipsis para los humanos también asumió otras formas. Una de ellas, según Friedrich,[7] es la posibilidad de una “catástrofe natural una nube sofocante de aire contaminado, un terremoto bajo una usina atómica, o el derretimiento de los hielos polares, que hoy inspira libros, películas, previsiones astrológicas y periódicos clandestinos”.
En el último siglo, se observó gran expectativa en cuanto al día de la venida de Cristo, relacionándolo con un nuevo elemento doctrinario que surgió, el llamado “arrebatamiento secreto” de la iglesia. Basándose en esa enseñanza, gran parte de los cristianos vio en el hecho histórico de la creación del Estado de Israel, en 1948, una prueba de que el fin del mundo se aproximaba. Actualmente, algunos han adoptado posiciones radicales y extremistas, llegando a provocar acontecimientos que van desde la espera de una nave espacial hasta suicidios colectivos.
Diferentes confesiones cristianas han enfrentado dificultades con algunos de sus miembros que insisten en fijar una fecha específica para la segunda venida de Cristo y para el fin del mundo. Cuando pasa la fecha anunciada, estos individuos no solamente caen en descrédito, sino también atraen oprobio sobre la confesión a la que pertenecen y terminan desacreditando su propio mensaje de la segunda venida.
Actitud coherente
Las fechas pueden fallar, pero el mensaje de la segunda venida continúa vigente, hasta que se cumpla conforme a las Escrituras. El cristiano que aguarda la segunda venida de Jesús, el fin de la era de pecado y el inicio de un mundo mejor necesita desarrollar una actitud equilibrada. Todos los días, debe tener en mente la realidad de que Jesús volverá pronto, a fin de tener un estilo de vida elevado, revelador del fruto del Espíritu. Con la convicción de la proximidad de ese evento, el cristiano aprovechará todas las oportunidades para advertir, exhortar y animar a las personas a que consideren el futuro eterno que Dios tiene preparado para “los que le aman” (1 Cor. 2:9).
Este sentido de inminencia (Apoc. 22:7,12, 20) es indispensable para que la esperanza no se enfríe produciendo apatía y tibieza espirituales (Mat. 24:48-51; Rom. 13:11,12). El cristiano sensato evitará fijar fechas, rechazando la idea de que esa sea la única forma por la cual las personas podrán dejar la frialdad, la pasividad, la indiferencia y la inactividad misionera. Se debe mantener un equilibrio entre el deseo por el Reino de los Cielos y la sumisión humilde al cronograma divino, pues todo sucederá en “el cumplimiento del tiempo” (Gál. 4:4), y en conformidad con los sabios designios y propósitos de Dios.
Cuando surgen tendencias especulativas y alarmistas, conviene recordar que “las cosas secretas pertenecen a jehová nuestro Dios” (Deut. 29:29), y considerar las palabras de Cristo: “Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino soto mi Padre” (Mat. 24:36).
Sobre el autor: Editor asociado de la Casa Publicadora Brasileña.
Referencias
[1] “Vendrá el Señor”, Himnario Adventista, edición 2009, n° 165.
[2] Otto Friedrich, O Fim do Mundo (Río de Janeiro, R): Editora Record, 2000), p. 14.
[3] Ibíd, p. 33.
[4] C. Marvin Pate y Calvin R. Haines., Doomsday Delusions (Downers Grove, IL: InterVarsity, 1995), p. 19. Jon Paulien esclarece que la creencia sobre “la visión popular en torno al año 999 parece haber estado basada en pasajes aislados encontrados en documentos publicados desde el fin del siglo XVI hasta la primera parte del siglo XIX” (“The Millennium is Here Again: It is Panic Time”, en Andrews University Seminary Studies, vol. 37 [1999], pp. 167, 169).
[5] Michel de Notredame (Nostradamus es el equivalente latino), judío convertido al cristianismo que, además de ser médico, se dedicó a la astrología. Su fama se debe al libro Centurias, escrito en 1555, que contiene una serie de profecías en versos.
[6] Edna Dantas y Eduardo Marine, Isto É (8 de mayo de 1996), p. 118,123.
[7] Otto Friedrich, ibíd, p. 12.