Cómo afrontar la depresión
Mientras ministraba una semana especial sobre la importancia de la salud mental en una iglesia del distrito donde pastorea mi marido, una hermana se me acercó y me preguntó: “¿Puede un cristiano sufrir depresión?”. Estaba angustiada porque algunos hermanos creían que quienes reconocen sentir angustia, miedo, ansiedad o depresión demuestran “falta de fe” y “no oran lo suficiente”.
Reflexionando sobre esta experiencia, me doy cuenta de que, aunque la depresión es un tema ampliamente debatido en nuestras iglesias hoy en día, rara vez escuchamos peticiones de oración relacionadas con este asunto. Las peticiones por problemas de salud como la diabetes, las enfermedades cardíacas o el cáncer son más frecuentes que las que se refieren al sufrimiento mental. Esto me lleva a concluir que, de forma sutil, aún persiste la idea de que “los cristianos y la depresión no pueden coexistir” o que “un cristiano no puede tener depresión”. Y cuando abordamos el tema en nuestros templos, a menudo lo hacemos como si fuera un problema “lejano”, restringido a quienes no conocen a Dios.
En estos ambientes, intentamos proyectar una imagen de fortaleza constante, aunque la realidad sea otra. Por eso, en muchos lugares, admitir que sufrimos estrés, ansiedad o depresión se considera un signo de debilidad espiritual. Pero, ¿es realmente un signo de debilidad o de falta de fe? Querido líder, te invito a continuar esta lectura con la oración y la reflexión.
Definición
Algunos autores definen la “depresión” como “la enfermedad de la tristeza”, ya que éste es el sentimiento predominante en la mayoría de las personas que la experimentan.[1] La depresión afecta al funcionamiento cognitivo, físico, psicológico, conductual y social, comprometiendo el equilibrio del organismo y generando apatía la mayor parte del tiempo.
Según la Organización Mundial de la Salud, la depresión es una enfermedad con causas multifactoriales, que incluyen factores genéticos, ambientales, biológicos y psicológicos. Estos factores pueden dividirse en dos grupos: (1) factores internos, como la herencia genética, el estado de salud, los valores y las creencias; y (2) factores externos, como el entorno de la persona, incluidos el trabajo, las relaciones interpersonales y la sociedad.
En términos sencillos, podemos decir que la depresión es una enfermedad de la mente, caracterizada por un estado de depresión profunda en el que la persona experimenta una tristeza intensa y persistente, también conocida como distimia. Pierden interés por el futuro, no encuentran placer en las actividades cotidianas –un síntoma llamado anedonia– y se sumergen en los recuerdos del pasado, deseando volver a él, ya sea para corregir errores o revivir momentos felices.[2]
Además de estos síntomas, las personas con depresión pueden tener dificultades de atención y memoria, trastornos del sueño, problemas de alimentación y, en los casos más graves, pensamientos suicidas. Gran parte de su tiempo lo pasan en este estado de sufrimiento, que reduce significativamente su capacidad de estar plenamente presentes y conscientes.
La depresión no es una enfermedad reciente, pero hoy es más fácil estudiar y difundir información sobre ella. La investigación llevada a cabo por especialistas y la recopilación de datos han contribuido a concienciar sobre la importancia de la prevención y a ofrecer herramientas para tratar la enfermedad.
Según la Organización Mundial de la Salud, casi el 4 % de la población mundial sufre depresión.[3] Y el número de niños y adolescentes con este tipo de trastorno ha aumentado de forma alarmante, con graves consecuencias para el bienestar de las generaciones futuras.
Depresión en Israel
La Biblia recoge la historia de varias personas que sufrieron depresión, cada una con sus particularidades. Uno de ellos era un líder muy querido cuya relación con Dios era especial. Pocos personajes bíblicos recibieron de Dios palabras tan elogiosas como él. A una edad temprana, logró grandes cosas y rápidamente se hizo conocido tanto dentro como fuera de Israel. Ese hombre era David, hijo de Jesé, descrito como un hombre conforme al corazón de Dios (Hech. 13:22).
David tenía muchas cualidades dignas de imitación, pero la Biblia no oculta los momentos difíciles que tuvo que afrontar. Algunos fueron el resultado de sus malas decisiones, mientras que otros fueron causados por factores externos. En uno de los períodos más difíciles de su vida, David, el gran salmista, pastor y “capellán” de Israel, abrió su corazón a Dios. Buscando aliviar su dolor y encontrar consuelo, expresó su lamento en el Salmo 42, revelando síntomas de una posible depresión. Además de su sufrimiento interno, aún tenía que hacer frente a las burlas y cuestionamientos de sus enemigos, que “le dirigen el vituperio más amargo cuando afirman que el Dios en quien David confía, no se preocupa en absoluto por su bienestar”.[4]
Fíjate en estos versículos: “Mis lágrimas fueron mi pan de día y de noche” (vers. 3); “alma mía, ¿por qué te abates y te turbas en mí?” (vers. 5); “roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí” (vers. 9). Estas expresiones indican un estado depresivo, pero no debemos limitarnos a eso. A través de este salmo, Dios nos enseña grandes lecciones, y relacionarlas con la salud mental como forma de prevención es esencial. En la narración, encontramos a un salmista que logra identificar lo que le aqueja, practica la autocompasión, expresa sus sentimientos sin temor a sus enemigos y mantiene su esperanza inquebrantable en Dios. Permítanme explicar brevemente cada uno de estos aspectos.
Identificar las causas del problema. Diciendo: “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo vendré y me presentaré ante Dios? Mis lágrimas fueron mi pan de día y de noche” (Sal. 42:2, 3), David identifica el motivo de su tristeza y de su dolor y, sobre todo, reconoce su profunda necesidad de Dios. Saber identificar lo que nos perjudica y tratar de limitar o eliminar su influencia es esencial para nuestra salud mental y espiritual.
En el caso de la depresión, es crucial reconocer sus síntomas, ya que pueden confundirse con otros problemas de salud. Además, la duración del estado depresivo es un factor determinante para su correcta clasificación y para encontrar el tratamiento adecuado.
Habla de tus problemas con las personas y los profesionales adecuados. “Mis lágrimas fueron mi pan de día y de noche, mientras me dicen todos los días: ‘¿Dónde está tu Dios?’ ” (Sal. 42:3). El relato muestra que las personas que rodeaban al salmista eran sus enemigos y, al darse cuenta de su dolor y fragilidad, lo acosaban e interrogaban constantemente.
Esto nos enseña la importancia de rodearnos de las personas adecuadas. En momentos de sufrimiento mental, estar acompañados por quienes nos fortalecen puede marcar toda la diferencia en nuestra recuperación.
Además, buscar ayuda de profesionales de salud mental es esencial para alejarse de ambientes tóxicos y encontrar el apoyo adecuado. Hoy en día, hay muchos profesionales cristianos cualificados para ayudar a quienes se enfrentan a retos emocionales y espirituales.
Tener compasión de nosotros mismos. “Alma mía, ¿por qué te abates y te turbas en mí?” (Sal. 42:5). La autocompasión, lejos de ser un signo de debilidad, nos recuerda el cuidado y el respeto que debemos tener por nosotros mismos. Hoy en día, psicólogos de todo el mundo aplican este enfoque terapéutico.
Ser amables con nosotros mismos, sin someternos a una autocrítica excesiva, reconociendo nuestro sufrimiento sin cargar con la vergüenza o la culpa por llorar o sentir dolor, refuerza nuestra resiliencia y nos ayuda a evitar el aislamiento.[5]
Desarrollar la autocompasión nos lleva a comprender la importancia del autoconocimiento. Enrique Rojas afirma que quien se conoce bien a sí mismo desarrolla una personalidad madura, que es un antídoto eficaz contra la depresión.[6]
Esperar en Dios. Al principio, mencioné a hermanos y hermanas que se resisten a creer en el daño que la depresión puede causar en la vida de un cristiano. Ahora, quiero hablar de aquellos que ya han sido derrotados por esta enfermedad, abatidos y quebrantados hasta el punto de creer que solo la muerte podría liberarlos del sufrimiento. Créanme cuando les digo que es devastador escuchar a líderes y profesionales de nuestra iglesia confesar que tenían planes de suicidio bien pensados, solo esperando la oportunidad de llevarlos a cabo.
Pero, ¿por qué pensar en la muerte si se conoce a Dios? ¿Puede un cristiano tener pensamientos suicidas? Sí, porque a pesar de su fe, siguen siendo seres humanos, sujetos a las mismas dificultades que cualquier otra persona. Y cuando la mente enferma, la depresión puede actuar de forma silenciosa y devastadora.
¿Pero sabes por qué mucha gente no lo hace? Por su fe en Dios. Creen que el sufrimiento no durará para siempre y encuentran esperanza en las palabras del Salmo 42:5: “Espera en Dios, porque aún he de alabarlo. ¡Mi Salvador y mi Dios!” (Sal. 42:5).
¿Alguna vez has tenido que esperar en Dios en un momento difícil? ¿Te has enfrentado alguna vez a una situación de profunda angustia? Yo sí. Y sé que tú también. Quizá no con la misma intensidad ni en las mismas circunstancias que David o las personas que he mencionado, pero todos, en algún momento, hemos atravesado un desierto o nos hemos enfrentado a mares agitados. ¿Qué marcará la diferencia? Nuestra fe. Y esa fe se revela en la capacidad de esperar en Dios.
A veces, es cierto, será necesario un asesoramiento profesional. No pospongas la búsqueda de ayuda ni subestimes la gravedad de la depresión. Pero asegúrate siempre de estar en manos del Médico de médicos.
Conclusión
Pasar por momentos de angustia, depresión y dolor no significa que nuestra fe sea débil o deficiente. Jesús nos advirtió que nos enfrentaríamos a tribulaciones (Juan 16:33), y es precisamente en esos momentos cuando necesitamos acercarnos aún más a Dios y poner nuestra confianza en él (Mat. 11:28-30).
Debemos tomarnos en serio el cuidado de nuestra salud mental e invertir en prevención, porque “nuestra mente es el único medio a través del cual Dios puede hablarnos, ya sea de forma audible o a través de impresiones”.[7] Busquemos ayuda en los lugares adecuados, con profesionales capacitados, y tratemos con compasión a quienes atraviesan momentos difíciles.
Sobre el autor: Profesora de Psicología en la Universidad Adventista Dominicana
Referencias
[1] Enrique Rojas, Adiós depresión (Ediciones Planeta, 2006), p. 1.
[2] Héctor Pérez-Rincón, “La Anhedonia”, Revista Latinoamericana de Psicopatología Fundamental 17 (2014), p. 827.
[3] Datos de 2024 publicados por la Organización Mundial de la Salud, disponible en: link.cpb.com.br/667ee1 (consultado el 26/3/2025).
[4] Francis D. Nichol, ed., Comentario bíblico adventista del séptimo día (ACES, 1994), t. 3, p. 744.
[5] Paul Gilbert, Terapia centrada en la compasión (Desclée de Brouwer, 2015), p. 18.
[6] Rojas, Adiós depresión, p. 15.
[7] Timothy Jennings, Así de simple (ACES, 2018), p. 29.