Hace algunos meses murió Hugh Hefner, famoso por ser el fundador y redactor jefe de la revista Playboy. Se convirtió en un carismático ícono y defensor de la revolución sexual y la libertad personal. Hefner fue el responsable de convertir a la pornografía en una industria. Tal como describe Gail Dines, llevó la pornografía desde la calle trasera a Wall Street y, gracias en gran parte a él, ahora es una industria que factura millones de dólares al año.
Sí, la industria pornográfica se ha convertido en una de las mayores del planeta. Pero ¿cuál es su “mercancía”? Cuerpos desnudos (mayormente, el de las mujeres). La industria pornográfica ha sido la encargada de despersonalizar los cuerpos y convertirlos en mercancía barata. No importa la identidad de quien porta el cuerpo, ni sus pensamientos o sus sentimientos. Todo lo que importa son esas curvas que responden a los estándares sexuales de la época. De hecho, en muchas ocasiones no importa siquiera el rostro de la persona, sino aquellas partes del cuerpo que puedan despertar pasiones.
Esta quizá sea la máxima expresión del dualismo griego, a la vez que la peor de sus versiones, ya que el alma (lo “interior”, según el dualismo) no importa ni tiene sentido. Es una nueva forma de esclavitud, que mantiene cautivos tanto a quien pone su cuerpo en venta como a quien lo compra.
Por otro lado, la pornografía no solo es responsable de un dualismo perverso, sino de dualidades en la vida de quien se ve atrapado en ella. La disponibilidad de su mercancía permite que quien la consume pueda llevar una “doble vida”: monógamo en lo público y adúltero o fornicario en lo privado. Sí, porque a Satanás le alcanza con que seamos adúlteros “virtuales”, según la definición de Jesús: “Han oído el mandamiento que dice: ‘No cometas adulterio’. Pero yo digo que el que mira con pasión sexual a una mujer ya ha cometido adulterio con ella en el corazón” (Mat. 5:28, NTV).
Esta dualidad, esta doble vida, tiene un triple poder destructor: crea una dependencia que debilita a la persona; causa una interrupción de la unión de “una sola carne”, que debilita el matrimonio; y finalmente resulta en una distorsión en el pensamiento que debilita la capacidad de relacionarse y funcionar.
¿Qué hacer, entonces? Después del pacto de Münich en 1938, referente a Checoslovaquia, Winston Churchill vio el peligro de elegir la paz cuando el honor y el sentido común llamaban a la batalla. “Se les ha dado la opción entre guerra y deshonra”, dijo. “¡Han elegido la deshonra, y tendrán guerra!” La historia, por supuesto, confirmaría su advertencia: negarse a luchar en una batalla honorable puede proporcionar una paz temporal, pero a la larga es demasiado costosa. Retrasar una batalla necesaria bien puede resultar en una guerra devastadora a gran escala.
En este caso, la deshonra significa hacer las paces con el pecado de la pornografía. Significa decirte a ti mismo que, después de tantos años, se ha convertido en una parte tan importante de tu vida que intentar apartarla sería demasiado traumático e incómodo.
Pero para Jesús, esta lucha es importantísima, al punto de expresarlo con esta hipérbole: “Tu ojo es una lámpara que da luz a tu cuerpo. Cuando tu ojo es bueno, todo tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando tu ojo es malo, todo tu cuerpo está lleno de oscuridad. Y si la luz que crees tener en realidad es oscuridad, ¡qué densa es esa oscuridad!” (Mat. 6:22, 23, NTV). Por esta razón, “si tu ojo —incluso tu ojo bueno— te hace caer en pasiones sexuales, sácatelo y tíralo. Es preferible que pierdas una parte de tu cuerpo y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno” (5:30, NTV).
Sobre el autor: director de Ministerio Adventista, edición de la Asociación Casa Editora Sudamericana.