No hace mucho tiempo, conversé con un joven pastor que estaba perplejo. Luego de realizar una semana de oración, en la que toda la iglesia se  reconsagró a Dios, lanzó el programa misionero del año. Pasaron solo seis semanas, y todo volvió a ser como antes: los miembros continuaban indiferentes al compromiso con la vida espiritual y, más aún, con la misión. “¿En qué me equivoqué?”, me preguntó angustiado.

Pienso que el drama enfrentado por ese joven pastor es el mismo de muchos otros colegas. ¿Por qué las cosas no dan resultado? ¿Porqué, cuando lanzamos un plan de trabajo, todos se quedan entusiasmados, pero después de algún tiempo aparentemente nada sucede? En mi país, existe un dicho popular según el cual “muchos planes tienen partida de caballo de carrera y llagada de burro”. ¿Hasta qué punto eso es realidad en su experiencia? A fin de encontrar la solución para este problema, necesitamos volvernos a lo que la Biblia y Elena de White dicen al respecto. Dios no falla. En su Palabra, siempre hay respuestas para las inquietudes humanas.

Observemos el “lanzamiento de la misión”, en las palabras de Jesús: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mat. 28:19). Para los miembros de la iglesia primitiva, ”ir” era vivir, y vivir era “ir”; es decir, “ir” era la propia vida. Hoy, para nosotros, “ir” es solo una actividad que forma parte de la vida.

El libro de los Hechos describe la vida de los primeros cristianos en los siguientes términos: “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno” (Hech. 2:44, 45). Era un estilo de vida comprometido con la misión. Los discípulos entendieron que, cuando Jesucristo les ordenó ir, mostró no solo un modo de cumplir la misión, sino también un estilo de vida.

Elena de White escribe acerca de este asunto: “Llamando a los doce en derredor de sí, Jesús les ordenó que fueran de dos en dos por los pueblos y las aldeas. Ninguno fue enviado solo, sino que el hermano iba asociado con el hermano, el amigo con el amigo” (El  Deseado de todas las gentes, p. 316).

Históricamente, nos hemos apoyado en esa declaración para organizar parejas misioneras, cuya misión es visitar a personas interesadas en conocer la Palabra de Dios y administrarles estudios bíblicos. Ese plan ha sido una bendición para la iglesia. Y cuando Jesús orientó que los discípulos fueran “de dos en dos”, no se refirió solo al cumplimiento de la misión, sino también a un modo de vivir.

Dios jamás planeó que sus hijos vivieran aislados. “No es bueno que el hombre esté solo”, dijo en la creación. Si no es bueno, es malo. ¿Por qué? Porque el nivel de uno solo es el nivel del fracaso, de la derrota, del egoísmo y de la apostasía.

Mientras Adán y Eva estuviesen juntos, Satanás no tendría oportunidad. Sus intentos por destruir la primera pareja estarían condenados al fracaso. La tragedia sobrevino cuando se separaron. Cuando el enemigo ve a alguien solo, sus ojos brillan de alegría, porque, sola, la presa será víctima fácil de sus embestidas.

Cristo sabía que sus discípulos nunca vivirían victoriosamente, ni cumplirían con la misión, a menos que aprendiesen a vivir “de dos en dos”. No es una sugerencia ni un mero consejo; tampoco es una simple idea que podamos escoger concretar o no. La afirmación es clara, al indicar que “comenzó a enviarlos de dos en dos”. El Maestro no está hablando sencillamente de un viaje misionero por las ciudades y las aldeas. El dijo: “Y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en  Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:8). Testificar es vivir, es cumplir la misión, y los discípulos, de acuerdo con la orden divina, no deberían vivir solos, porque “así podían ayudarse y animarse mutuamente, consultando y orando juntos, supliendo cada uno la debilidad del otro” (Ibíd.).

Si la iglesia no está organizada dentro de este parámetro, cualquier otro plan de trabajo fracasará. No por causa del plan, sino por causa del ser humano. Nadie fue creado para vivir solo. Eso también es verdad en la iglesia. Sola, la persona es como una brasa separada del fuego; en poco tiempo se apagará. “En nuestro propio tiempo la obra de evangelización tendría mucho más éxito si se siguiera fielmente este ejemplo” (Ibíd.).

¡Éxito! ¿No es eso lo que deseas? Entonces, sigue estrictamente la orden de Dios, y escribe, con su ayuda, las páginas gloriosas de tu pastorado.

Sobre el autor: Secretario ministerial de la División Sudamericana.