Es de madrugada. Estoy en el cuarto de un hotel, recordando todavía la música que escuché en el culto, horas atrás. Visité una tribu indígena en el Estado de Roraima, en el extremo norte del Brasil, en el límite con Venezuela.

Los indígenas de la tribu Sorocaima fueron alcanzados con el mensaje de forma sobrenatural. Hace más de treinta años, el cacique tuvo un sueño en el cual un hombre con un libro negro llegaría a la tribu y hablaría mensajes importantes acerca de un día de la semana. Todos los miembros de la tribu deberían aceptar esos mensajes. El cacique murió antes de que el sueño tuviese su cumplimiento, ocurrido tiempo después con la llegada de un misionero. El nuevo cacique sabía del sueño y le preguntó al misionero si tenía un libro de tapa negra. Sin demora, el misionero sacó de su maletín una Biblia y leyó algunos versículos sobre el sábado. Hoy, toda la tribu, con más de doscientos indígenas, es adventista del séptimo día.

Así, un lugar apartado y aislado también fue alcanzado por el mensaje de esperanza. Los himnos que escuché fueron cantados en el dialecto taurepan. Aunque no haya entendido la letra, pude identificar una de las músicas: “¡Oh! Nada puede separarme”. Es imposible salir de allí sin quedar emocionado; y, ante lo que vi y escuché, ardió en mi mente la gran y desafiante responsabilidad que tenemos de propagar el evangelio a todo el mundo. En los lugares distantes y también en los grandes centros urbanos, tenemos que abrir nuevas congregaciones. Alcanzar las grandes ciudades es nuestro desafío en 2013.

La Biblia nos dice que “recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia” (Mat. 9:35). En Juan 20:21, el Maestro afirma que, ahora, su misión es la misión de la iglesia.

“Muchos piensan que sería un gran privilegio visitar el escenario de la vida de Cristo en la tierra, andar donde él anduvo, mirar el lago en cuya orilla se deleitaba en enseñar y las colinas y valles en los cuales sus ojos con tanta frecuencia reposaron. Pero no necesitamos ir a Nazaret, Capernaum y Betania para andar en las pisadas de Jesús. Hallaremos sus huellas al lado del lecho del enfermo, en los tugurios de los pobres, en las atestadas callejuelas de la gran ciudad, y en todo lugar donde haya corazones humanos que necesiten consuelo. Al hacer como Jesús hizo cuando estaba en la tierra, andaremos en sus pisadas” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 595).

Plantar iglesias es una experiencia desafiante porque, aun entre nosotros, algunos todavía parecen no estar convencidos de esa necesidad. A esa cuestión, se suman los desafíos externos frente a una sociedad cada vez más seducida por el materialismo y por el relativismo.

Por eso, los más eficaces plantadores de iglesias son los que desarrollaron un profundo sentido de dependencia de Dios, porque esa tarea entraña asumir riesgos. En verdad, no nos gusta ni queremos fracasar; pero no podemos dejar de actuar simplemente por causa del miedo a fracasar. Una persona común ve solamente semillas; los soñadores ven un árbol; los visionarios, un bosque.

Ante los desafíos de las grandes ciudades, necesitamos estrategias y métodos que sean cada vez más osados. El mensaje del evangelio no puede ser limitado. Este es el momento de alimentar grandes sueños y avanzar confiados con la certeza de que el Señor está con nosotros.

Plantar iglesias requiere paciencia. Quien se dedica a esta tarea siempre está preparado para el crecimiento. Además, esta no es una actividad de un jinete solitario. Sin la estructura de una iglesia establecida y un equipo de voluntarios dispuestos a asumir ministerios y proyectos específicos, la plantación se tornará pesada y desgastante. Los plantadores eficaces de iglesias desarrollan y ejecutan buenos planes, se rodean de personas apropiadas y comparten con ellas el liderazgo y las responsabilidades. Luego, esperan la actuación de Dios.

Pastor, alimente este sueño en su corazón. Dios estará con usted. Entonces, todos nos alegraremos con las victorias del reino de Dios en este mundo tan carente de gracia.

Sobre el autor: secretario ministerial asociado de la División Sudamericana.