“Nosotros estábamos en un infierno conyugal”. Este es el título de un artículo firmado por Kay Warren, publicado en los Estados Unidos en la conceptuada revista Christianity Today, a mediados de 2017. Frente a las muchas noticias de divorcios o problemas familiares entre personas famosas, tal vez este título no haya llamado la atención de los medios de comunicación, sino fuese por el hecho de que la autora es la esposa de Rick Warren, pastor conocido internacionalmente por su trabajo al frente de la Iglesia Saddleback, en California, Estados Unidos.

    Kay narra de manera sincera sus luchas personales. Hija de un matrimonio pastoral, fue asediada cuando tenía entre cuatro y cinco años por el hijo de un celador de la iglesia. En la adolescencia, tuvo contacto con pornografía mientras trabajaba como niñera de los hijos de un vecino. Esas profundas heridas acompañaron a la joven, que a los 19 años aceptó casarse con Rick, en esa época estudiante de la Facultad Bautista de California.

    Enseguida después de la luna de miel, el matrimonio se vio involucrado en una serie de problemas relacionados con la comunicación, la sexualidad, las finanzas y los hijos. Resumiendo la situación, Kay afirma: “La comprensión común de aquellos días era que si amas a Jesús lo suficiente tu matrimonio será feliz. Lo que nos confundía era que amábamos a Jesús de todo corazón y nos comprometíamos con la iglesia local. ¿Cómo las cosas podían ser tan malas?”

    La trayectoria de restauración y sanación comenzó cuando el matrimonio Warren advirtió que Dios podía usar las luchas del matrimonio para que se aproximaran al Señor y uno al otro. De esta manera, a pesar de los desafíos, Rick y Kay permanecieron juntos y celebraron este año pasado 43 años de matrimonio.

    Desdichadamente, no todos los relatos de dificultades en el contexto de la familia ministerial terminan bien. Divorcio de matrimonios pastorales, hijos rebeldes y relaciones superficiales parecen hacerse cada vez más comunes. Y la comunidad de fe lamenta y sufre cuando acompaña los problemas familiares del pastor y de sus seres queridos.

    Frente a las presiones de una sociedad cada vez más distante del ideal divino para la familia, es necesario que seamos proactivos en la prevención y la curación de las dolencias que amenazan la integridad de nuestros hogares. Eso demanda, en primer lugar, reconocer que somos el blanco prioritario de las iniciativas del enemigo. Nuestra lucha no es “contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efe. 6:12). Por lo tanto, ser negligentes con el aspecto espiritual de la dinámica familiar es permitir que el enemigo tenga libertad para instalar en nuestra casa sus minas de rencor, odio, desentendimiento y frustración.

    Además de esto, necesitamos evaluar continuamente cuáles son las principales virtudes y las vulnerabilidades de nuestra familia. Para eso, es necesario deshacerse de las máscaras que muchas veces utilizamos a fin de aparentar ser la familia perfecta y, con sinceridad, hacer el diagnóstico de nuestra convivencia familiar. Mantener en perspectiva quiénes somos, lo que hemos hecho bien y lo que necesitamos cambiar ofrece información crucial para que podamos trabajar intencionalmente en la edificación de un hogar fundamentado en los principios de la Palabra de Dios.

    A veces, los resultados de esa evaluación son preocupantes, y observamos que no tenemos las condiciones para superar solos, como familia, algunos de nuestros desafíos. Por mucho tiempo hubo un cierto recelo en buscar ayuda externa para resolver los problemas de la familia pastoral. Actualmente, con la mayor disponibilidad de psicólogos y terapeutas cristianos, ese cuadro está cambiando. Y eso es bueno, pues la ayuda de estos profesionales capacitados ha sido efectiva en muchos casos complejos del hogar ministerial.

    Finalmente, jamás debemos olvidar que el Señor está a nuestro lado, y que tiene gran interés en nuestra felicidad familiar. Elena de White afirmó: “Solo la presencia de Cristo puede hacer felices a hombres y mujeres. Cristo puede transformar todas las aguas comunes de la vida en vino celestial. El hogar viene a ser entonces un Edén de bienaventuranza; la familia, un hermoso símbolo de la familia celestial” (El hogar cristiano, p. 24).

    Que nuestro hogar sea un pedazo del Paraíso en la Tierra, reflejando la atmósfera celestial y dando muestras de que ¡estamos caminando rumbo al hogar definitivo!

Sobre el autor: Editor de la revista Ministerio, edición de la CPB.