Las palabras del epígrafe debieran inducirnos a considerar seriamente la respuesta que damos al desafío de Jesús a dar alimento espiritual a las almas hambrientas. Nuestro Salvador, por cierto, las dirigió a sus discípulos. Pero nosotros también somos discípulos del Maestro. De modo que esa orden también nos atañe. “Dadles vosotros de comer”. ¿Hasta dónde influye en el cumplimiento de este cometido la vida individual del cristiano? ¿No es verdad que el mayor argumento que puede presentarse en favor del cristianismo es un cristiano que ama y que se deja amar? El secreto de esta fórmula para dar el Evangelio radica en nuestra vida diaria.
El apóstol Pablo resume sus disertaciones doctrinales, su dialéctica, su enseñanza y sus amonestaciones dadas en la epístola a los Tesalonicenses, en una sola línea de gran fuerza significativa: “Vosotros sabéis qué manera de personas éramos para con vosotros”. Aquí está el cristianismo condensado e ilustrado. Este héroe misionero, sin hablar de la tensión nerviosa, del exceso de trabajo, de la frustración de la personalidad y de las idiosincrasias, condensa el Evangelio en la fórmula de una vida diaria ejemplar.
Este formidable testimonio nos pone frente a un interrogante. No es éste: “¿Cuáles son vuestras creencias?, sino este otro: “¿Cómo estáis viviendo?” En la actualidad la iglesia verdadera, como en todos los tiempos, está integrada por aquellos cuya conducta condice con sus creencias doctrinales e ideales cristianos. Quienes se mantienen en este nivel están haciendo un impacto para Dios en el mundo.
Muchas más personas no han alcanzado esta altura porque no han estado dispuestas a aceptar la responsabilidad de dar un testimonio cristiano. A veces culpamos irreflexivamente a otros cuando la iglesia no ejerce toda la influencia esperada. Esta actitud revela que la gran necesidad que padecemos es un nuevo sentido de dedicación personal al mensaje cristiano. En la actualidad, en todas partes se advierte una creciente resistencia a aceptar responsabilidades. Cuandoquiera que resulta factible, se culpa y se responsabiliza a otros. Esta actitud también se ha infiltrado en la iglesia. Sin embargo, la religión de Jesús va contra este mal, y condena las tendencias de un mundo que no vacila en rechazar sus responsabilidades personales ante Dios, el Creador y Sustentador del universo.
Necesitamos una entrega a la causa cristiana semejante a la que imperó en la iglesia primitiva. Los santos de entonces vivían para un solo momento: para el día del regreso de Cristo. Eran estudiantes de las Escrituras, y no temían orar toda la noche. Además, sus vidas diarias eran un testimonio para Dios. La dedicación siempre está centrada en torno a algo. Así como la aguja de la brújula, siempre se mueve y señala hacia el norte, el dedo de Dios siempre se mueve y señala hacia Ud. y yo.
Posiblemente algunas veces pensamos que no ocupamos una posición importante dentro del plan de Dios. Somos personas y parece que nuestra esfera de influencia se halla limitada. Pero Dios ahora mismo quiere obrar maravillas por nuestro intermedio. Esto me recuerda el caso de un organista famoso.
Mientras ejecutaba para un auditorio selecto, un niñito, entre telones accionaba incansablemente los fuelles del instrumento. Durante el intermedio, el muchachito le dijo al maestro: “¿Verdad que nosotros somos maravillosos?”
“¿Quién es nosotros?” preguntó abruptamente el organista. A los pocos minutos regresó a su puesto en el escenario, y comenzó a ejecutar un nuevo trozo, pero no se oyó ningún sonido. Repitió los movimientos una vez y otra con idéntico resultado.
Por fin se oyó una vocecita que salía de detrás del instrumento: “Y ahora, ¿quién es nosotros?”
Esto nos enseña que todos somos importantes dentro del plan de Dios. Quiera el Señor bendecirnos en nuestro diario testificar entre nuestros vecinos y amigos, y ayudamos a recordar las palabras de Jesús: “Dadles vosotros de comer”.