El Maestro de Galilea, en su fecundo y laborioso ministerio, un día fue sorprendido por una muchedumbre que. expectante y numerosa, se había reunido para oír sus enseñanzas penetrantes y convincentes. Era una multitud que sufría insatisfacción espiritual. El tradicionalismo vacío y la liturgia formal, tan corrientes en los días de Cristo, habían dejado de satisfacer los anhelos del alma.

Comprendiendo esto. el Verbo divino procuraba en toda ocasión darles a sus oyentes un mensaje alentador de fe y esperanza.

Sorprendido por una inquieta multitud, allá en las proximidades del mar de Galilea, y enternecido con la sombría condición espiritual de aquella gente, sin dilación comenzó a enseñarles. Y las palabras que fluían abundantemente de sus labios eran escuchadas con avidez.

Contraste de actitudes

Refiere el relato sagrado que el Maestro, durante un día entero, le transmitió a su atento auditorio las sublimes enseñanzas evangélicas. Y al declinar del día, cuando la noche descendía sobre los campos, los discípulos manifestaron inquietud y preocupación. Se encontraban en una ladera solitaria, lejos de toda fuente de recursos, con una multitud que sobrepasaba en número a una legión romana. ¡Cómo podrían alimentar a tanta gente! Perturbados, le dijeron a Cristo: “Despide las gentes, para que se vayan por las aldeas, y compren para sí de comer”.

Resulta paradójico el comportamiento de los discípulos frente a la actitud de Jesús. Absorto en su labor, momentáneamente, no le preocupaba otra cosa que la satisfacción del hambre espiritual de esas criaturas desorientadas que, cual ovejas sin pastor, carecían de quien los llevara a los pastos verdeantes de la fe y a las aguas vivificadoras del Evangelio. Los discípulos, en cambio, conturbados y afligidos, se preocupaban sólo de las necesidades físicas, en detrimento de las necesidades espirituales.

Es evidente en nuestros días, tan caracterizados por el utilitarismo, una preocupación absorbente que muchos manifiestan por las cosas materiales, en perjuicio del imprescindible Pan que nutre y vigoriza el alma.

Pero Jesús, cual pastor vigilante, aunque estaba preocupado con la situación espiritual de su rebaño, no reveló indiferencia frente a las necesidades físicas de esas ovejas que se agrupaban junto a él.

La significativa respuesta de Jesús

La respuesta que Cristo dió al pedido de los discípulos fué desconcertante: “No tienen necesidad de irse: dadles vosotros de comer’. Flipe, lleno de asombro, dijo: “Doscientos denarios de pan no les bastarán, para que cada uno de ellos tome un poco”. Luego alguien añadió: Tenemos “cinco panes de cebada y dos pececillos; ¿mas qué es esto entre tantos?”

Diríase que, en ese lugar tan solitario, desprovisto de recursos y sin alimento suficiente, la solución más acertada sería la presentada por los discípulos: la dispersión de la numerosa concurrencia. Pero la inconcebible orden de Jesús contrastaba con esa proposición: “Dadles vosotros de comer”. Sí, para los discípulos la orden era insólita, porque tenían solamente cinco panes y dos peces. Pero Aquel que en el principio trajo la luz de las tinieblas y del caos hizo el cosmos, también podía multiplicar sorprendentemente esa provisión tan escasa para satisfacer las necesidades de la heterogénea multitud.

En efecto, el milagro se realizó. El mismo Señor que sustentó con el maná al pueblo de Israel, en el desierto, suplió milagrosamente las necesidades de cinco mil hombres reunidos en la ladera.

Este hecho lo encontramos registrado en las venerables páginas de los cuatro Evangelios. Este es el único milagro de Jesús relatado por cada uno de los cuatro evangelistas. Y cada uno de ellos destaca la significativa orden de Jesús: “Dadles vosotros de comer”.

Millones condenados a la inanición

No ignoramos que. en el mundo contemporáneo, grandes masas humanas se encuentran aprisionadas por el férreo cinturón del hambre. Para Daniel Rops, en los días que corren. “350 millones de hombres están amenazados por el hambre”. Esta realidad tan brutal y conmovedora debe llenar de tristeza y pesar nuestro corazón.

Sin embargo, de efecto más dantesco y consecuencias más repugnantes es el hambre espiritual predicha de manera impresionante por el profeta Amos: “He aquí vienen días, dice el Señor Jehová, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan. ni sed de agua, sino de oír palabra de Jehová” (Amos 8:11).

Asistimos en nuestros días al cumplimiento parcial de esta predicción profética. Multitudes afligidas languidecen en la más dolorosa inanición espiritual. En un tiempo como el actual, las palabras divinas resuenan con un significado nuevo y profundo: “Dadles vosotros de comer”.

Millones sucumben ante la falta de alimento necesario para suplir las necesidades del alma. Pero nosotros, que recibimos el pan de vida, tenemos el deber de, a semejanza con los discípulos, compartir este alimento celestial con los hambrientos, con los que se agostan sin Dios y sin esperanza en el mundo.

¿Qué estamos haciendo? La tierna voz de Jesús se hace oír ahora con extraordinaria resonancia: “Dadles vosotros de comer”.